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Reanudar el hilo rojo que rompió la Transición

El Referéndum no es la respuesta

Fuentes: Rebelión

La abdicación del rey es estos días el epicentro de un terremoto que comenzó el 25 de mayo y cuyas placas tectónicas empezaron a moverse hace tiempo. Al hecho insólito de que los dos partidos «mayoritarios» hayan cosechado – sumados – apenas el 22% de los votos, se añade el acontecimiento, no menos trascendente, de […]

La abdicación del rey es estos días el epicentro de un terremoto que comenzó el 25 de mayo y cuyas placas tectónicas empezaron a moverse hace tiempo.

Al hecho insólito de que los dos partidos «mayoritarios» hayan cosechado – sumados – apenas el 22% de los votos, se añade el acontecimiento, no menos trascendente, de que en esas mismas elecciones PNV y CiU hayan sido superados, no por la versión local de un PSOE que está allí aún más en caída libre, sino por organizaciones situadas a su izquierda, Bildu y ERC, respectivamente. La fuerte abstención, el ascenso de IU y la irrupción de Podemos terminan de dibujar un escenario político en el que de estar todo «atado y bien atado» se ha pasado a intentar echar lastre como sea, mediante una abdicación precipitada y medio a escondidas.

El PSOE, ¿de entrada republicano?

Lo más trascendente de este proceso de descomposición de los aparatos políticos que han venido sosteniendo durante 37 años el engranaje institucional de la Transición es el hundimiento del PSOE. Este partido , parido por los círculos de poder de aquí y de fuera , ha sido el encargado de dar credibilidad democrática a su alternancia con el PP en el gobierno y cambiar algo para que nada cambiara.

Tras habernos metido en la OTAN, haber ejecutado el desmantelamiento industrial y agropecuario, haber engendrado las reformas laborales que abrieron el camino a la precariedad masiva, haber vendido las grandes empresas estratégicas, la banca y los servicios públicos y, en general haber ejecutado los aspectos más duros del programa del gran capital, el PSOE culminó su historial con la Reforma de la Constitución de 2011 (prioridad absoluta al pago de la Deuda) y la ratificación del Tratado de la UEM (TSCG) que la consolida.

El grito «PSOE-PP la misma mierda es» engendrado en las movilizaciones contra la privatización de la sanidad de Madrid para señalar la complicidad del PSOE, han servido para que los pueblos empezaran a tirar masivamente por el retrete a una organización disfrazada de «izquierda», precisamente para narcotizar su capacidad de respuesta a las agresiones de clase.

La imagen de Rubalcaba con la cara retorcida y el resto de dirigentes ejecutando el guión de trileros diciendo que son republicanos pero que defienden a la monarquía, merecería tener un lugar entre los esperpentos de Goya.

Intentan el mismo salto mortal con el que actuaron en 1982, embaucando a la gente con el famoso «OTAN, de entrada NO», para a continuación cocinar un referéndum y acabar vulnerando todas y cada una de las condiciones del SI. Pero ya no sirve. Su capacidad de dar a la clase obrera y a los pueblos gato por liebre, no es eterna. Y ha caducado.

¿Es la petición de Referéndum la respuesta?

Tampoco responde a las necesidades del pueblo trabajador agitar el señuelo del Referéndum «Monarquía o República» que defiende IU. Primero porque plantea la opción de que democráticamente se pueda optar por una forma de Estado que, junto con todo el sistema que se impuso en la Transición representa, es la negación misma de la soberanía popular, y que además fue impuesta por los triunfadores del golpe de Estado y de la guerra de 1936, ejecutores de los mayores crímenes de guerra y contra la humanidad que han conocido los pueblos del Estado español, que permanecen impunes.

Segundo porque si el Presidente del Gobierno convocara el referéndum -único que tiene potestad para ello y en todo caso no vinculante, como establece el artículo 92 de la Constitución- y se perdiera, permanecería legitimada una institución que en ningún caso debería serlo.

Aceptando que se trate de una mera reivindicación política, al margen de su viabilidad práctica, «para señalar el camino», hay que decir con rotundidad que es absolutamente insuficiente y que escamotea lo esencial.

Y no se trata, ni mucho menos -como dice Izquierda Anticapitalista (IA)-, de que el pueblo esté preocupado por temas que les afectan más directamente que la mera forma de Estado. Esa aseveración recuerda llamativamente a la frase de Carrillo durante la Transición que decía. «no merece la pena verter una gota de sangre por un trapo», aludiendo a la bandera republicana.

En este ámbito, especialmente clamoroso es el silencio de Podemos, la ambigüedad calculada de Pablo Iglesias y la ausencia de la organización y de sus dirigentes de las movilizaciones contra la monarquía, al menos de las de Madrid.

Nunca se insistirá bastante en la fuerza material de lo simbólico, pero no es eso sólo. La Monarquía es el pilar esencial sobre el que se ha venido sosteniendo un engranaje de poder económico, militar, político y mediático, cuyo debilitamiento -como estamos viendo- amenaza con sacudir los cimientos de la estructura de dominación. Y mientras la ruptura democrática con el régimen de la Transición esté pendiente, la lucha por conseguirla es y será seña ineludible de identidad de la izquierda coherente, e incluso de la más elemental democracia.

Reanudar el hilo histórico que rompió la Transición

El hecho político más trascendente e ineludible de todos es cuestionamiento de la Transición en origen [1] -y todo su engranaje. Este cuestionamiento obviamente va mucho más allá de la monarquía. Debe reclamar el Derecho de Autodeterminación de los Pueblos y en definitiva exigir la derogación de una Constitución que apuntala, exalta y protege -como expresión de la derrota histórica de la clase obrera- la propiedad privada de la riqueza y de los medios de producción, deja en papel mojado los derechos sociales y, desde agosto de 2011, establece la prioridad absoluta del pago de la Deuda.

El auge de la lucha obrera y popular ante las brutales agresiones que estamos recibiendo es la verdadera causa del descrédito institucional y político y del creciente odio de clase contra la oligarquía.

Pero la unificación de las luchas no es el simple sumatorio de mareas diferentes.

El pueblo trabajador tiene que construir su poder integrando la fuerza que se construye día a día, en cada una de las movilizaciones, sobre la columna vertebral de líneas políticas de ruptura como son el cuestionamiento de la Transición, el impago de la Deuda y la correspondiente salida del Euro y de la UE, y con las señas de identidad del internacionalismo y la lucha contra el patriarcado.

Vivimos momentos históricos en los que tras casi cuatro décadas, como en las novelas de misterio, los autores del crimen revelan su verdadera cara. En la lucha contra ellos, erigiendo su propio poder, el pueblo trabajador -el nuevo poder constituyente- se construye a sí mismo. Y para ello necesita como el aire para respirar reanudar el hilo histórico quebrantado en primera instancia -no por la guerra- sino por la traición de la Transición.

Nota:

[1] Ver al respecto el artículo de Red Roja, República vs república (y 40 años después, ruptura de una vez). http://www.redroja.net/index.php/noticias-red-roja/opinion/2629-republica-vs-republica-y-40-anos-despues-ruptura-de-una-vez

Ángeles Maestro. Red Roja.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.