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¿El regreso de Camelot?

Fuentes: Cubarte

Para muchos norteamericanos la Presidencia de John Fitzgerald Kennedy, trunca por su asesinato en Dallas, fue una romántica etapa histórica en la que los mejores y más valiosos caballeros de la nación, jóvenes, brillantes y poco convencionales, abrieron brevemente el país a los nuevos tiempos que llegaban con los años 60. Ese período, que para […]

Para muchos norteamericanos la Presidencia de John Fitzgerald Kennedy, trunca por su asesinato en Dallas, fue una romántica etapa histórica en la que los mejores y más valiosos caballeros de la nación, jóvenes, brillantes y poco convencionales, abrieron brevemente el país a los nuevos tiempos que llegaban con los años 60. Ese período, que para cualquier historiador medianamente riguroso distó mucho de ser color de rosa, y nunca una edad caballeresca, es conocido como Camelot, la mítica ciudad donde se afirma, el Rey Arturo reunió a la flor y nata de la caballería andante. Aquellos políticos salidos de Harvard y Stanford, que pronto se sumaron al equipo del Presidente, pretendían demostrar a la nación, con su sola presencia, que se había dejado definitivamente atrás la época oscura de los mediocres años 50, plenos de amenazas atómicas, histeria anticomunista, Guerra Fría y caliente, Mc Carthismo, banalidad cultural y desmedido consumo. Como pocas veces, un sentimiento de esperanza y confianza invadió a la nación, especialmente a sus jóvenes, y la política volvió a ser un ámbito respetado y popular, tanto como el cine de Hollywood.

No era para menos. El nuevo Presidente era elegante y bien parecido, buen deportista y amante de los placeres de la vida, que iban desde disfrutar un buen habano hasta exhibirse, en todas las ocasiones posibles, con su elegante y bella esposa, Jackie Kennedy, lo cual no era obstáculo, luego se supo, para mantener otros amores clandestinos, entre ellos un sonado romance con Marilyn Monroe que permite comprender la languidez provocativa de la artista cuando cantó en su presencia, y ante las cámaras de televisión, un «Happy Birthday, Mr President…» inolvidable.

Buen conocedor del valor político de los símbolos, Kennedy se rodeó de ellos todo el tiempo en que luchó para llegar, y mientras ocupó la Casa Blanca. Uno de los que más réditos le reportó fue el de sus hijos, por entonces muy pequeños. Las fotos de aquellos hermosos niños, montando sus ponnies en los jardines de la mansión presidencial o jugueteando bajo su escritorio, mientras trabajaba, dieron la vuelta al mundo y le granjearon fama de padrazo bonachón y afortunado. ¿Qué mejor coartada para un Presidente de los Estados Unidos, cuando ya se sabe, su ingrato oficio a veces lo obliga a ordenar invasiones y bombardeos donde suelen morir los hijos de los demás?

El asesinato de Kennedy, jamás debidamente esclarecido, significó el ocaso de aquel reino ideal. Camelot fue enterrado con su principal promotor y la política norteamericana volvió a ser lo que, en rigor, nunca dejó de ser, a pesar del glamour de los modelos de alta costura y los collares de perlas de Jackie. La historia posterior es bien conocida. Desde entonces un sentimiento de frustración y el sueño de que algún día regresarían los héroes caballerescos a sacar al país del barrizal permanente de sus políticas y sus políticos acompañó a una buena parte de los norteamericanos.

¿Es casual que haya regresado el sueño de Camelot con la fulgurante carrera política de Barack Obama, su estilo personal y su encendida oratoria, su anticonvencionalismo y sus promesas de cambios radicales, su juventud y poco común biografía, todo lo que lo hace tan diferente a los políticos tradicionales de su país?

Si una idea ha adquirido ya el status de certeza entre muchos norteamericanos verdaderamente preocupados por el rumbo desastroso que lleva la nación, es que el Presidente que será electo en noviembre, deberá restaurar la confianza y el prestigio del país, sacarlo del inmenso atolladero trágico en que lo sumieron las políticas imperialistas del clan neoconservador que llevó a Bush al poder, y brindar esperanzas a todos de que una nueva era, necesariamente diferente y más humana, se abrirá a partir de su toma de posesión, el 20 de enero del 2009. ¿Y qué cosa, si no eso mismo, se resumió en la evocación mágica a Camelot cuando JFK llegó a la Presidencia ?

Barack Obama, sus promotores y asesores, podrán ser acusados de cualquier cosa, menos de ingenuos. Han pesado en una balanza cada palabra o gesto antes de ser pronunciadas o realizados y han sopesado la conveniencia de cada paso, sin dejar de atreverse a marcar la diferencia con respecto a las convenciones de la política al uso, hoy sumergida en el más profundo descrédito e impopularidad de toda su historia. A Obama, tanto como antes a Kennedy, les son imprescindibles los símbolos. Y cuando descubren uno que le puede resultar productivo, no ceja en su empeño hasta conquistarlo y ponerlo a su servicio. Y he aquí que junto con la restauración del sueño y la euforia de Camelot, los caminos del descendiente de una blanca de Kansas con un negro de Kenya, se han cruzado con los de Caroline Kennedy Schlossberg, la única hija viva de JFK y la hermosísima Jackie.

Como se sabe, tras ganar la nominación demócrata para optar por la Presidencia de los Estados Unidos, Obama ha necesitado postular un candidato a la Vicepresidencia , que lejos de restarle votos, los aumente. Las especulaciones alrededor de la figura de Hillary Clinton, al parecer, no han prosperado y las razones son diversas. Para la difícil tarea de acertar con el candidato ideal que permita a Obama obtener la victoria final, y minimice algunas de sus desventajas con respecto a McCain, este ha designado a un trío, encabezado, precisamente, por Caroline Kennedy Schlossberg, demostrando con ello que el camino a Camelot pasa más por la astucia que por la fuerza del brazo.

Obama ha mandado un claro mensaje a los nostálgicos con la incorporación de la hija de JFK a su equipo: está diciendo que es el continuador y legítimo heredero de la herencia trunca de un hombre cuya muerte alevosa torció la senda del país, llevándolo de un error a otro, hasta llegar a ese error garrafal que es haber «elegido y reelegido» a Bush como Presidente. Y aún más: como continuador de Kennedy, Obama intentará, como aquel, llenar al gobierno de jóvenes idealistas que sustituyan a los políticos gastados y desprestigiados, corruptos e ineficaces que poco han hecho por el país, en los últimos años.

Como se recuerda, Caroline Kennedy Schlossberg era aquella niñita rubia, para algunos «un querubín», que montaba su pony en los jardines de la Casa Blanca en una escena que parecía salida de «Lo que el viento se llevó», y que veía pasar, embutida en su abriguito y de la mano de su madre, el armón de artillería con el féretro de su padre, mientras su hermano John, tan pequeño como ella, hacía el saludo militar a la guardia de honor. Testimonio vivo de la saga de su familia, considerada por muchos como la custodia de ese legado, aporta un sensible capital simbólico a la carrera de Obama por la Presidencia de un país que está hambriento de causas nobles que seguir y de restablecer un idealismo hace mucho aplastado por las ambiciones groseras de los grupos de poder y un sistema que se mueve sólo por el logro de ganancias crecientes, al costo que sea, y que jamás ha tomado en cuenta esas tonterías románticas relacionadas con la dudosa leyenda del Rey Arturo y sus caballeros.

Caroline Kennedy se graduó como abogada en Harvard, la más prestigiosa y exclusiva de las universidades norteamericanas, enclavada en Boston, la ciudad cuna del clan Kennedy. Trabajó en la oficina de su tío Ted, senador demócrata, familiarizándose con la política. En 1992 declinó presidir la Convención Demócrata de ese año, pero hizo uso de la palabra en la del 2000 para ceder los micrófonos a Ted. En 1989, junto a su madre y su hermano había lanzado el premio «Profiles in Courage Awards», «para aquellos funcionarios públicos que mejor hubiesen demostrado coraje en su actuación, en el espíritu de JFK». Fue Presidenta de la John F. Kennedy Presidencial Library and Museum, y formó parte de la Junta Asesora del Harvard´s Institute of Politics, creado por su familia como tributo al desparecido Presidente. Ha sido muy activa en el mundo cultural y filantrópico de New York, de lo cual es muestra haber sido escogida como Presidenta de Honor del American Ballet Theatre, y haber trabajado para apoyar a las escuelas públicas de esa ciudad. En 1989 se destacó al oponerse a intentos de aprobar leyes anti-afirmativas en Wáshington y pronunció un discurso en las Naciones Unidas en el que urgió al Senado de su país a ratificar su adhesión a la Convención Internacional sobre los Derechos de los Niños. Es autora de dos libros sobre las libertades civiles, uno de ellos, como actualización del que le valió a su padre un Premio Pulitzer, en 1957 bajo el título de «Profiles of Courage for Our Time».

No hay dudas de que los Kennedy apoyan la candidatura de Obama y que se han involucrado en lograrlo, aportando para ello el extraordinario capital simbólico de ese apellido. Caroline lo dejó claro al publicar en The New Yor Times, del 27 de enero del presente año, un artículo titulado «A President like my Father». «Durante años-escribió- yo me emocionaba al encontrarme personas que me decían que querían volver a inspirarse y tener esperanzas en el país, tanto como se inspiraron y tuvieron esperanzas cuando mi padre llegó a la Presidencia. Ese sentimiento se ha vuelto más profundo en nuestros días. Precisamente por eso es que yo he apoyado la candidatura de Barack Obama».

Los detractores de Obama, que son los mismos que los detractores de los Kennedy, han afirmado, no sin razón, que es oportunista esta forzada filiación de Obama con JFK, ya que el primero se ha pronunciado, reiteradamente, contra el status quo y por reescribir las reglas del juego, que no fue precisamente la política encarnada por el Presidente asesinado. Otros más suspicaces han llegado a insinuar que no es Obama quien usa a Caroline, sino a la inversa, y que ella se prepara de esta manera para entrar en la política nacional, indirectamente y por la puerta grande.

¿Regresará Camelot a la Casa Blanca a la grupa del caballero Obama?

Es difícil saberlo. Por lo pronto, los menos entusiastas recuerdan que mientras unos jóvenes de ensueño bailaban en las recepciones de la Casa Blanca, como si se tratase de una baile en el sur profundo y confederado que nos muestra la historia cinematográfica de Scarlett O´Hara, y el querubín rubio cabalgaba en su pony, custodiada por los marines, se asesinaba a Lumumba en el Congo, con la complicidad de Camelot, y aviones mercenarios, pagados y entrenados por Camelot, bombardeaban a los humildes campesinos cubanos de la Ciénaga de Zapata durante la invasión de Bahía de Cochinos.