Recomiendo:
0

Nigeria

El secuestro de las niñas y la maldita herencia colonial

Fuentes: Público

Más allá del horror por el injustificable secuestro de más de 200 niñas por el grupo islamista radical Boko Haram en el norte de Nigeria, hay que preguntarse por el caldo de cultivo de atrocidades como ésta, el mismo que alimenta las frecuentes matanzas sectarias que ensangrientan, desde su independencia en 1960, el país más […]

Más allá del horror por el injustificable secuestro de más de 200 niñas por el grupo islamista radical Boko Haram en el norte de Nigeria, hay que preguntarse por el caldo de cultivo de atrocidades como ésta, el mismo que alimenta las frecuentes matanzas sectarias que ensangrientan, desde su independencia en 1960, el país más poblado (cerca de 170 millones) y la primera economía de África, lo que no impide que el 70% de sus habitantes malvivan con menos de dos dólares al día.

Durante décadas, Nigeria ha sido un país olvidado del que, de vez en cuando, llegaban ecos imprecisos y negativos: centenares de muertos por el incendio de oleoductos saqueados por multitudes desesperadas, denuncias de grupos ecologistas por la destrucción del medio natural en un delta del Níger que nada en petróleo y naufraga en una guerra fruto de inconfesables intereses económicos, informes de organizaciones defensoras de los derechos humanos sobre masacres cometidas por las corruptas e incompetentes fuerzas de seguridad, estallidos de origen étnico o religioso con incontables víctimas, estudios de organizaciones independientes que sitúan al país entre los más corruptos del planeta… Y, para los que por edad o dedicación tengan una memoria más larga, el recuerdo de la genocida y sangrienta guerra de Biafra (1967-1970), en la que se aplastó la aventura secesionistas de los igbos del sureste al precio de más de un millón de muertos, la mayoría de ellos por hambre o enfermedades.

Nigeria es ahora noticia mundial por el impacto mediático de un secuestro masivo de niñas en el Estado norteño de Borno, que hace que las mentes bienpensantes del Occidente civilizado descubran que, bajo el disfraz de un teórico auge económico que no ha logrado rescatar de la miseria a la mayoría de la población, hay un sustrato de injusticia y desigualdad, enconado por intereses externos, que nutre todo tipo de sectarismos, incluido el de Boko Haram. Este grupo, que se suele considerar franquicia atípica de Al Qaeda, defiende una versión intolerante del islam que abomina de la educación de las niñas y jóvenes y pretende reducir a la mujer al papel de madre y ama de casa.

A la hora de buscar las causas últimas del caos en Nigeria, se señalan desde la alarmante, progresiva y empobrecedora falta de agua y tierras de cultivo causada por el cambio climático, hasta la rabia popular por la retirada de subsidios a la compra de gasolina, los abusos de las grandes compañías internacionales que explotan los recursos minerales, la torpeza e impotencia para arbitrar las diferencias entre los diversos étnicos y religiosos de unas autoridades y unas fuerzas de seguridad lastradas por la omnipresente corrupción, la extendidacultura de la impunidad que deja sin castigo incluso los mayores excesos, la «mezcla tóxica de religión y política» (en palabras del Nobel Wole Soyinka), y hasta el choque de intereses entre las dos grandes potencias del siglo XXI: China y Estados Unidos. Un reciente artículo de Nazanín Armanian ilustra algunos de estos aspectos.

Aunque se trate ya de un esfuerzo estéril, parece pertinente aportar a las interpretaciones sobre el problema de fondo que se están publicando el recuerdo y análisis del pecado original del que, en último extremo, deriva la enfermedad nigeriana: el desastroso proceso de independencia dirigido por la antigua potencia colonial, el Reino Unido. El error fundamental fue unir hace justo un siglo, por exclusivos motivos de interés propio -como la eficiencia administrativa-, territorios histórica, cultural, religiosa y étnicamente muy diferentes, sin preocuparse por las disfunciones que esa decisión podría causar tras la independencia, 46 años después. O sea, el mismo error fatal que convirtió en inviable Sudán, que originó tragedias como la de Darfur y que, a la postre, causó la división del país.

El Norte de Nigeria es básicamente musulmán, pobre en recursos y, como vecino del Sahel, muy afectado por la desertificación que acelera el calentamiento global. El Sur, más rico, incluye el delta del Níger rico en petróleo, tiene más diversidad étnica, pero es mayoritariamente cristiano. Para hacer aún más explosivo este cóctel, cada una de las regiones incluye importantes minorías religiosas y étnicas que tienden a considerarse oprimidas por la contraria, sin que el Gobierno central sea capaz de ejercer un efectivo papel conciliador. Dado el peso preponderante de los musulmanes en la política nacional, los cristianos se sienten especialmente amenazados, sobre todo en el Norte, donde temen que se les imponga la ley islámica, más allá de la teórica protección que les brinda la Constitución. Episodios como el secuestro de las niñas agravan este sentimiento de indefensión.

Estas dos Nigerias, cuyas fronteras no son del todo nítidas, nunca se han mirado con tolerancia, aunque en algunos momentos dieron la impresión de que podrían ser compatibles o, cuando menos, coexistir sin graves traumas. Aún es posible, pero el aumento de la desigualdad y la pobreza, la incompetencia de los gobernantes, la corrupción, el auge del fanatismo sectario, el desplazamiento de centenares de miles de refugiados internos y la dinámica de la venganza y el revanchismo exige de las fuerzas políticas una altura de miras que parece ser un recurso en vías de extinción en el país.

A estas alturas, quizás sea demasiado tarde para detener una degradación que cuestiona el intento del Gobierno de Abuja de presentarse ante el mundo como la potencia emergente en África, cuya economía, la primera del continente, ha superado hace poco a uno de los BRICS (Suráfrica), y que pretende ser garante de la seguridad en inestables países de la región, con su contribución, con frecuencia mayoritaria y decisiva, a misiones de mantenimiento de la paz, ya sea bajo la bandera de la ONU o la de la Unión Africana. Cuesta creer en la capacidad mediadora y de arbitraje de un régimen para resolver problemas ajenos cuando se muestra tan incapaz de bregar con los propios.

Volviendo a Wole Soyinka, puede que lo que Nigeria necesite, como él indica, sea la emergencia de una nueva generación de dirigentes que rompa con las dinámicas destructivas del pasado y se enfrenten desde una nueva perspectiva a sucesos como el secuestro de las niñas que, en opinión del Nobel, no constituyen problemas aislados y temporales, sino que son resultado de décadas de políticas equivocadas. Sería necesario un amplio consenso para promulgar -y sobre todo y aplicar- una nueva Constitución, basada en principios laicos universales y que consagrase derechos ciudadanos y económicos, vitales para luchar contra la corrupción, la desigualdad y la lacerante fractura social.

En cuanto al secuestro de las niñas, lo más pragmático sería negociar el intercambio de prisioneros que propone Boko Haram, entre cuyas razones se encuentra el hecho de que el Gobierno ha dejado de la mano de Alá una región paupérrima y castigada por una sequía atroz, y que Ejército también secuestró a esposas de muchos de sus miembros, víctimas y verdugos al mismo tiempo, y objeto de una represión que ha diezmado sus filas y ha incluido torturas a muchos de sus presos.

Nada puede justificar el infierno que están sufriendo las rehenes, pero esa no es la cuestión, sino la alta probabilidad de que el uso masivo de la fuerza, por mucho que se cuente con ayuda internacional, no garantice el éxito de la operación sino que, por el contrario, degenere en una matanza. Evitarlo debería ser la máxima prioridad porque, si hay alguien totalmente inocente en esta historia, son precisamente las niñas, convertidas a la fuerza al islam y cuyo único delito fue querer recibir una educación que, en países como Nigeria, suele ser la única vía lícita para escapar de la miseria.

Ellas son las principales damnificadas de tantos errores, cuyo origen cabe rastrear tan atrás como 1960, cuando Londres, gobernada por el conservador Harold Macmillan, otorgó la independencia a su gran colonia africana. O, más lejos aún, hasta 1914, cuando el Gabinete del liberal Herbert Henry Asquith decidió unir dos colonias que nada tenían en común y que nunca llegaron a sentirse del todo partes de un mismo país. Recurriendo al tópico: aquellos polvos trajeron estos lodos.

Fuente: http://blogs.publico.es/elmundo-es-un-volcan/2014/05/15/nigeria-el-secuestro-de-las-ninas-y-la-maldita-herencia-colonial/ ,