Al sentir súbitos dolores en el pecho el ex presidente Clinton decidió hospitalizarse y los cardiólogos le descubrieron que tenía las arterias tupidas por densas capas de colesterol. Decidieron operarlo de inmediato para hacerle una interconexión venosa y aliviarle los conductos sanguíneos atorados. La operación ha sido un éxito, hasta ahora, pero la influencia de […]
Al sentir súbitos dolores en el pecho el ex presidente Clinton decidió hospitalizarse y los cardiólogos le descubrieron que tenía las arterias tupidas por densas capas de colesterol. Decidieron operarlo de inmediato para hacerle una interconexión venosa y aliviarle los conductos sanguíneos atorados. La operación ha sido un éxito, hasta ahora, pero la influencia de los medios de difusión es de tal envergadura que se ha desatado en Estados Unidos un fenómeno que los analistas describen como el «síndrome Clinton».
Miles de ciudadanos aquejados de ligeras presiones cardiacas, de punzadas en el pecho, de calambres en el brazo izquierdo, han acudido a los hospitales para hacerse electro cardiogramas de urgencia, tomarse la presión, hacerse revisar por los cardiólogos. El pánico generalizado, en suma.
Y es que Clinton confesaba que su comida predilecta eran las hamburguesas con papas fritas. Mientras laboraba en el despacho oval de la Casa Blanca sus secretarias le llevaban ricas hamburguesas y papas fritas, rezumantes de grasa, nadando en manteca, refulgentes por el aceite, embutidas en lípidos adiposos. Así se alimentó durante años y ahora ve las consecuencias de consumir comida chatarra. Las agencias noticiosas refieren que a partir de esta operación de Clinton las cadenas de McDonalds, y otras similares, han sufrido una serie merma en sus ventas. La opinión pública norteamericana es susceptible de estos zarandeos por sucesos de trascendencia pública.
La otra consecuencia de la operación de Clinton es que la desfalleciente campaña electoral de Kerry –quien no se decide a distanciarse abiertamente de las políticas neofascistas de Bush para no perder al electorado conservador–, no contará con el apoyo decisivo del ex presidente, quien sigue siendo una figura popularísima entre sus conciudadanos.
Al abandonar la presidencia de los Estados Unidos, Bill Clinton, se fue a envuelto en una aureola de prestigio. Ningún otro presidente norteamericano había dejado su cargo con una aprobación de más del 60% de sus conciudadanos. Clinton logró sumarse a las minorías discriminadas, negra e hispana, y alcanzó un alto nivel de aceptación en el sector feminista.
Todos los analistas coinciden en que fue un político competente que supo manipular la opinión pública con tácticas eficaces. Su utilización de la comunicación social excedió la de sus predecesores. Clinton realizó un promedio de 550 discursos anuales, mientras que Reagan hizo 320 y el ya remoto Harry Truman, solamente 88.
La causa de su popularidad hay que ubicarla en la inusitada prosperidad económica de sus ocho años de gobierno. En ese lapso se crearon 22 millones de nuevos empleos, se eliminó el déficit fiscal, la tasa de desempleo fue la más baja de los últimos treinta años y la tasa de inflación fue la más reducida en cuarenta años. Bush padre había dejado la economía en un estado ruinoso y fue Clinton el que la encaminó a su recuperación.
Sin embargo tuvo que sufrir una oposición feroz que trató por todos los medios de enlodarle con el affaire Whitewater, de especulación inmobiliaria, y con el affaire Lewinsky. Sus aventuras sexuales fueron motivo de una encarnizada campaña que puso en peligro su mandato. El implacable fiscal Ken Starr recibió la encomienda de la derecha republicana de aplastar a Clinton, pero no lo logró. Ese intento de desafuero, por un episodio de su vida privada, contrasta con la permisividad en torno a la vida amorosa del Presidente Kennedy, quien fue un consumado Casanova y sus cuantiosas aventuras femeninas dejarían a Clinton como un monje en abstinencia.
Su política exterior hizo intrépidos esfuerzos por resolver la crisis israelo-palestina, pero abandonó su cargo frustrado por no haberlo logrado. Fue el primer Presidente que disfrutó de unas relaciones internacionales sin la rémora de la Guerra Fría, pero no pudo desembarazarse del papel interventor y agresivo que los intereses estadounidenses le imponían. Ordenó bombardeos punitivos a Irak, Sudán y Afganistán; impuso intervenciones militares en Haití, Bosnia y Kosovo. Sin embargo, comprendió el papel preponderante que China desempeñará en el siglo que comienza y le otorgó estatus de nación más favorecido en su comercio exterior.
Es probable que la historia lo ubique como uno de los mandatarios más capaces y beneficiosos para su pueblo desde que Franklin Delano Roosevelt evitó el desastre del sistema capitalista.