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Sobre los vuelos no tripulados

El tiro por la culata

Fuentes:

Los aviones sin piloto guiados por radiocontrol, como arma de guerra de Estados Unidos y sus aliados, plantean problemas de costo político así como legales y morales. (Traducción: Ignacio Mackinze)

En una columna anterior hicimos un análisis de los últimos desarrollos en el uso de aviones radiocontrolados armados. Planteamos dos problemas: en primer lugar, la expansión por parte de Estados Unidos de bases específicas de esos aviones, cuyas operaciones se despliegan en Somalia y Yemen desde Arabia Saudita, Yibuti, Etiopía e incluso las Islas Seychelles; y, por otro lado, el debate dentro de la administración de Barack Obama de hasta qué punto utilizar aviones radiocontrolados para eliminar individuos o como parte generalizada de una guerra contra paramilitares. El asesinato de Anwar al-Awlaki, importante líder de Al Qaeda, el 30 de setiembre último, al este de Saná, la capital de Yemen, a través de un misil de un avión no tripulado, reavivó el tema.

El primero de los problemas planteados es controversial, porque puede ser tratado como asesinato sin posibilidad de juicio y castigo, pero el último lleva consigo mayores consecuencias por la escalada que implica. Además, este tipo de campaña está siendo llevado adelante con una variedad de herramientas que incluyen incursiones de fuerzas especiales y ataques de misil de crucero, así como también de los mencionados aviones.

La actual división de aguas en Washington enfrenta, de un lado, el argumento del Departamento de Estado en favor de un cierto grado de cautela y, del otro, el énfasis del Pentágono en la necesidad de una acción más desplegada contra grupos paramilitares pequeños y dispersos, pero aun así potencialmente peligrosos.

El debate también puede ser considerado, en parte, teórico por el hecho de que la administración está fundamentalmente preocupada por hallar blancos valiosos y no expandir demasiado lejos la guerra con aviones sin piloto.

Pero la situación podría cambiar. Pakistán marca el camino, puesto que allí las tácticas se corrieron más allá de los blancos específicos de individuos hacia «ataques a ciegas», es decir, ataques destinados a «matar a grupos de personas cuyas identidades son desconocidas, pero a quienes se estima como miembros de un grupo de combate basado en patrones como el entrenamiento en campos terroristas».

Tales ataques pueden matar de vez en cuando a líderes importantes. Así sucedió el 3 de junio de 2011 con la muerte de Ilyas Kashmiri, quien presuntamente había sido el líder del grupo que planeó el ataque a la base naval de Pakistán en Mehran, si bien Kashmiri no había sido identificado antes del ataque que lo dejó sin vida.

Este tipo de «ataque a ciegas» puede ser atractivo para la CIA y otras partes de la industria de seguridad de Estados Unidos, pero también puede ser excepcionalmente indiscriminado. Por ejemplo, el 17 de marzo de 2011, un ataque de cuatro misiles lanzados por aviones sin piloto en el pueblo de Datta Khel, de Waziristán del Norte, mató a 44 personas, entre las que se cuentan algunos miembros de elite de la Dirección de Inteligencia Inter-Services de Pakistán. Muchos ataques de este tipo han alimentado un sentimiento antiestadounidense que ahora se extiende a lo largo de vastos sectores de la sociedad paquistaní, aunque Washington considera activamente extender el concepto de «ataque a ciegas» a otros escenarios de guerra como Yemen y Somalia, con una posible extensión en el futuro a países como Libia y Nigeria.

Entonces, si el uso de aviones no tripulados para asesinatos individuales ya resulta problemático, en Pakistán -y potencialmente en cualquier otro lugar- el hecho de circunscribir un grupo con características paramilitares se considera prueba suficiente para atacar y matar.

LA OTRA MIRADA

Aquí también las consecuencias en términos de leyes de guerra son considerables. Pero también hay un aspecto político para tener en cuenta. Mientras Estados Unidos se siente más atraído por el uso de aviones sin tripulación y se aleja de la opción de desembarcar con «las botas sobre la tierra», la posibilidad de más muertes de civiles entre la población se vuelve cada vez mayor. Ese «daño colateral», sin dudas, provocará resentimiento y un fuerte enojo entre los sobrevivientes; y, finalmente, fortalecerá a aquéllos que puedan convertir esa experiencia en una perspectiva política convincente.

Los aviones radiocontrolados estadounidenses son «piloteados», mayoritariamente, desde bases en la región central de Estados Unidos. Sus pares de la Real Fuerza Aérea británica (RAF) también son manejados desde allí, aunque el centro de operaciones se está moviendo hacia la RAF Waddington, cerca de Lincoln, en el este de Inglaterra. Para los grupos radicales y sus simpatizantes, las bases distantes desde las que se controlan esos aviones son parte integrante de la frontera de su guerra. En algún momento de los meses o años que vendrán, seguramente habrá represalias: quizá no contra las mismas bases fuertemente protegidas sino, principalmente, contra blancos «suaves» como locales de bowling o de comidas rápidas.

Todavía pervive cierta desconexión en la mente del público occidental entre aquellas guerras distantes y lo que sucede en su propio país.

Verdaderamente, puede haber terribles ataques como el de Madrid (2004) y el de Londres (2005), aunque para la mayoría de la gente las guerras de Afganistán y Pakistán se cuentan en razón de soldados jóvenes caídos o de bombas letales en Kabul o Peshawar.

Eso podría cambiar. A medida que la «guerra remota» se convierta en rutina, sobre todo en el incremento del uso de aviones no tripulados, también del otro lado existe, como contrapartida, la posibilidad real de una «guerra remota».

Fuente: http://www.revistadebate.com.ar//2011/10/07/4514.php