Francia mantiene significativos lazos económicos y estrechos vínculos políticos y militares con Costa de Marfil, Níger y Túnez, actualmente envueltos en crisis institucionales y crecientes protestas populares contra las elites nacionales acusadas de abusos y corrupción. Unas 1.250 compañías francesas constituyen el motor de la economía de Túnez, donde una movilización social provocó este mes […]
Francia mantiene significativos lazos económicos y estrechos vínculos políticos y militares con Costa de Marfil, Níger y Túnez, actualmente envueltos en crisis institucionales y crecientes protestas populares contra las elites nacionales acusadas de abusos y corrupción.
Unas 1.250 compañías francesas constituyen el motor de la economía de Túnez, donde una movilización social provocó este mes la caída y posterior fuga del presidente Zine El Abidine Ben Ali, quien lideraba el régimen desde 1987.
Las empresas cubren prácticamente todos los sectores, desde textil y vestimenta pasando por microelectrónica, automóviles y aeronáutica hasta servicios. La inversión francesa en ese país alcanzó los 191.000 millones de dólares en 2009, lo que convirtió a Francia en el principal socio económico de la región del Magreb.
Muchas de esas empresas tienen estrechos vínculos con la familia Ben Ali. Por ejemplo, 49 por ciento del operador de telecomunicaciones Orange Tunisie pertenece al otrora monopolio francés France Telecom. El otro 51 por ciento es de Investec, la compañía de inversiones del yerno de Ben Ali, Marwan Mabrouk, acusado de corrupción.
La participación económica y la connivencia de empresas francesas con el régimen tunecino pueden explicar por qué París, desde François Mitterrand (1981-1995) hasta Nicolas Sarkozy han adoptado una actitud complaciente hacia Ben Ali pese a las acusaciones fundadas de la corrupción generalizada y graves violaciones de derechos humanos.
La complacencia francesa alcanzó su punto máximo el 14 de este mes, víspera de la salida de Ben Ali de Túnez. Dos días antes, en medio de la sangrienta represión a la movilización popular contra el régimen que dejó más de 100 personas muertas, la ministra francesa de Relaciones Exteriores, Michèle Alliot-Marie, ofreció asistencia policial y militar al gobierno de Túnez para pacificar el país.
También subrayó que el derecho de manifestación debe respetarse tanto como el de seguridad. Varias fuentes indicaron que con apoyo expreso del presidente Nicolas Sarkozy, ofreció ayuda. «Decir que en Túnez hay una dictadura es una exageración», señaló el ministro francés de Cultura Frédéric Mitterrand. Esa y otras declaraciones avergonzaron a la diplomacia francesa cuando Ben Ali debió abandonar el país.
Un grupo de intelectuales franceses encabezados por Etienne Balibar, profesor emérito de filosofía política de la Universidad de Nanterre, al noroeste de París, recordó que la política exterior de Francia «se ha caracterizado por la deshonrosa tradición de complacencia hacia la dictadura tunecina».
Tras la salida de Ben Ali, Francia debería respaldar los reclamos legítimos del pueblo tunecino, opinó Balibar, quien también sostuvo que los argumentos utilizados por París para respaldar a la dictadura tunecina en la llamada guerra contra el terrorismo resultaron erróneos.
Cuando Sarkozy visitó Túnez en abril de 2008 elogió la represión del gobierno a la oposición islámica. Ben Ali aplastó a los musulmanes y a la oposición en general, pero la verdad es que el Islam radical nunca fue una amenaza real en ese país.
Informes de los servicios secretos franceses, filtrados al periódico Le Monde, confirmaron esa situación. También mostraron un «optimismo prudente» respecto del Islam radical en Túnez.
Francia también tiene importantes vínculos económicos en Níger, donde una junta militar expulsó en febrero de 2010 al presidente Mamadou Tandja, alegando que pretendía violar la Constitución y que su gobierno se había corrompido con los ingresos percibidos por la concesión de minas de uranio otorgada a la compañía estatal francesa Areva. A fines de 2009, Tandja llamó a un referendo para poder presentarse a un tercer mandato presidencial. El uranio representa 70 por ciento de las exportaciones del país. Areva es la principal compañía inversora en Níger.
Asimismo, la presencia militar y económica de Francia en Costa de Marfil pueden haber incidido en el comportamiento de París hacia el presidente Laurent Gbagbo, quien, según observadores internacionales, perdió las elecciones de 2010.
Unas 700 compañías francesas controlan la economía marfileña, desde la lucrativa explotación de los campos de cacao y las exportaciones, a la infraestructura y las telecomunicaciones. Esas empresas pagan alrededor de 50 por ciento del total de impuestos al país, según cifras oficiales.
Se atribuye a Gbagbo, quien asumió la presidencia a fines de 2000 tras unas controvertidas elecciones, el malestar que aqueja a ese país de África occidental desde entonces.
Desde 2002, Costa de Marfil está prácticamente dividida en dos. Un grupo armado ocupa el norte del país, en tanto el sudoeste, en especial la capital Yamoussoukro y el centro económico de Abidjan, están en manos de Gbagbo.
Una fuerza de paz de la Organización de las Naciones Unidas, encabezadas por franceses, garantiza la división del país y protege la zona controlada por Gbagbo y la delicada reconciliación entre el gobierno y los rebeldes.
Las elecciones previstas primero para 2005 y luego para 2008 fueron pospuestas, lo que permitió a Gbagbo seguir controlando el país. Sin embargo, desde el estallido de la guerra civil, las compañías francesas han invertido 370.000 millones de dólares en el país, lo que prueba que la inestabilidad no ha sido perjudicial para los negocios.
No sorprende que Gbagbo no esté listo para aceptar su derrota electoral. La indignación de la comunidad internacional por su permanencia en el gobierno no es tan efectiva como el apoyo militar de Francia y de sus compañías.