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El trabajo sin voz. Sobre crisis económica y movilización sindical

Fuentes: Rebelión

La manifestación convocada por los sindicatos Comisiones Obreras y Unión General de Trabajadores el 12 de diciembre en Madrid reunió aproximadamente a la mitad de ciudadanos que el pasado verano se congregaron en el estadio Santiago Bernabeu para dar la bienvenida al futbolista Cristiano Ronaldo. Contando incluso con el empeño de los mismos convocantes en […]

La manifestación convocada por los sindicatos Comisiones Obreras y Unión General de Trabajadores el 12 de diciembre en Madrid reunió aproximadamente a la mitad de ciudadanos que el pasado verano se congregaron en el estadio Santiago Bernabeu para dar la bienvenida al futbolista Cristiano Ronaldo. Contando incluso con el empeño de los mismos convocantes en hacer naufragar la manifestación (un mensaje confuso, una promoción anodina, un horario inadecuado…) la cifra resulta abracadabrante: ¿cuarenta o cincuenta mil personas es todo lo que pueden sacar a la calle los dos principales sindicatos de este país en pleno impacto social de la crisis económica, con cuatro millones largos de parados y un 20% de la población rozando o por debajo del umbral de la pobreza?

Era inevitable que la perruna docilidad exhibida por UGT y CCOO durante los últimos meses les desautorizase ante muchos cientos de miles de trabajadores españoles. Pero esta desafección de la clase trabajadora hacia sus representantes tradicionales no afecta sólo a los sindicatos españoles. Por ejemplo en Francia, varias huelgas generales convocadas por los grandes sindicatos se han saldado con sucesivos fracasos, que apenas han ralentizado la brutal ofensiva contra los derechos sociales y laborales emprendido por el gobierno de Nicolás Sarkozy. Circunstancias similares se viven en Italia, en Alemania, en Gran Bretaña… En España como en esos países, los grandes sindicatos sólo han sido capaces de percibir y dar respuesta a una pequeña parte de los malestares sociales de la crisis: los de una clase media y de mediana edad, cada vez más minoritaria y envejecida, que habita una realidad laboral en peligro de extinción. Los grandes sindicatos sólo hablan por y para quienes aún gozan de derechos laborales (olvidando a quienes los perdieron por el camino, y a quienes ya nacieron sin ellos, ante cuyas problemáticas específicas no han sabido dar ninguna respuesta) y se limita al cortoplacismo estéril del diálogo social anual (dejando en un escandaloso segundo plano cualquier reflexión de conjunto sobre los errores y horrores del sistema). Por eso no se reconocen en las convocatorias de los sindicatos tradicionales ni los estudiantes que padecen la mercantilización neoliberal del sistema educativo, ni los trabajadores precarios que transitan por los circuitos de la temporalidad y la deslocalización, ni los vecinos de los barrios populares afectados por el recorte de la inversión pública, ni los trabajadores y usuarios de los servicios públicos amenazados por la privatización, ni los medioambientalistas que combaten los retrocesos en la agenda ecológica con la crisis como coartada, ni los grupos cívicos movilizados contra el fraude y la corrupción…

Es mucho lo que está en juego en esta crisis. La clase trabajadora necesita nuevas palabras, nuevos espacios, nuevos haceres, para atravesar la tormenta sin perder por el camino todo lo conquistado en los últimos dos siglos. Y el primer paso es dejar atrás esa visión parcial e interesada, impuesta desde arriba por medios y gobiernos, de la crisis económica como catástrofe natural. Más de dos millones de trabajadores han perdido su empleo en la implosión de un sistema productivo volcado durante décadas al más gigantesco y demencial engaño especulativo, engaño en el que ha participado con entusiasmo la práctica totalidad de la clase corporativa española. Se están produciendo por centenares las quiebras fraudulentas y las regulaciones de empleo injustificadas, a fin de adelgazar y precarizar la plantilla, liquidar beneficios o deslocalizar la producción. El 0,035% de la población, esto es, los grandes ejecutivos del sector financiero español, han logrado saquear en su beneficio entre 100 y 200.000 millones de euros del erario público en forma de «rescate bancario». Los usuarios de fondos SICAV y cuentas numeradas en paraísos fiscales siguen estafando impunemente miles de millones de euros anuales al erario público. Los 600 altos ejecutivos del IBEX-35 cobran de media unos 60.000 euros mensuales, mientras la mitad de la población asalariada no pasa de los 1000. Esta crisis no es una catástrofe natural, sino un descarnado episodio de lucha de clases, una violenta revolución de los de arriba contra los de abajo, en pos de la contrautopía neoliberal del máximo beneficio económico y la mínima justicia social.

Decía el filósofo greco-francés Cornelius Castoriadis que «lo político» (esto es, el poder en general, incluido el poder económico, su ejercicio y sus instituciones) existe siempre, pero que «la política» (el cuestionamiento racional de este poder) es «una creación histórico-social rara y frágil, que no existe siempre y en cualquier lugar». Hoy, esta creación se desvanece como niebla hecha jirones ante el rabioso vendaval de un nuevo capitalismo transnacional abiertamente descomprometido con la democracia y el bienestar colectivo. La decadencia del sindicalismo tradicional es sólo una de las facetas dentro de un proceso más amplio de secuestro de la soberanía popular en favor de una omnímoda dictadura de los mercados, mediante el socavamiento de las más elementales precondiciones materiales de la libertad política. Unas pretensiones totalitarias perfectamente identificables en el retorno al esclavismo sin paliativos que desinhibidamente promueven la patronal CEOE y los políticos e ideólogos a su servicio.

Harán falta mucho más que huecas y tímidas expresiones de buenos deseos, como la realizada por CCOO y UGT el pasado día 12 en Madrid, para devolver su voz a las fuerzas del trabajo y rescatar la democracia política y económica de las garras de sus secuestradores. Casi todo está por hacer en la construcción de movimientos sociales, partidos políticos y sindicatos de clase a la medida de este enorme desafío ético y político. Hasta que estas nuevas herramientas de resistencia no encuentren concreción histórica, individuos y comunidades humanas seguiremos maniatados e inermes, como mera carnaza entregada, en ritual sacrificio antropófago, a la insaciable voracidad liberticida del capitalismo.

http://jfmoriche.blogspot.com [email protected]

[NOTA: una versión resumida de este texto se publicará en el número 63 (diciembre de 2009) de La Crónica del Ambroz. Versión digital disponible en http://www.radiohervas.es]

Rebelión ha publicado este artículo con permiso del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.