Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Se espera que el presidente de Siria, Bashar al-Asad, anuncie reformas que incluyan el fin del estado de emergencia vigente desde hace 50 años, para tratar de aplacar las protestas, mientras miles de personas siguen enfrentándose a los soldados.
El presidente Asad tiene que convencer a los sirios de que es sincera su promesa de desmantelar los poderes arbitrarios del gobernante partido Baas, los servicios de seguridad y su propia familia. Desde que comenzaron las manifestaciones hace una semana el gobierno ha hablado de reformas, pero ha permitido que sus fuerzas abran fuego repetidamente contra desfiles y mítines, matando por lo menos a 61 personas. La crisis de Siria afecta a la política de todo Medio Oriente ya que ese país es el poder predominante en el Líbano, el aliado extranjero más importante de Irán, un protagonista significativo en Iraq, y un respaldo de Hizbulá en el Líbano y de Hamás en Gaza.
La violencia de las fuerzas de seguridad en la ciudad sureña de Deraa, que convirtió los llamados iniciales por la reforma en demandas por un cambio de régimen, hasta ahora no han logrado intimidar a la gente.
Algunos testigos, citados por agencias noticiosas, dijeron que 4.000 manifestantes se negaron a dispersarse cuando las fuerzas de seguridad les lanzaron gas lacrimógeno y dispararon al aire con munición de guerra. Tanques y vehículos del ejército rodearon la ciudad, mientras 1.200 personas ocupaban la mezquita al-Omari, foco de las protestas en Deraa.
Los manifestantes coreaban «Queremos dignidad y libertad» y «No a las leyes de emergencia», mientras los soldados y fuerzas de seguridad ocupaban el terreno frente a la mezquita y apuntaban sus armas hacia cualquiera reunión de civiles. Los francotiradores se posicionaron en las azoteas.
En Siria, siempre existe el peligro de que cualquier ataque contra el régimen tome una forma sectaria, ya que la familia Asad y muchos miembros de la elite gobernante son miembros de la secta chií/alauita, a pesar de que representan sólo un 12% de la población en ese país de mayoría suní.
La mayor revuelta contra el régimen baasista fue encabezada por la Hermandad Musulmana, suní fundamentalista, de 1976 a 1982, que condujo a que hasta 10.000 personas murieran a manos de las fuerzas de seguridad durante un levantamiento en la ciudad de Hama.
El presidente Asad, de quien se piensa que retiene una cierta credibilidad, ha guardado silencio hasta ahora. El vicepresidente Farouk al-Sharaa dijo que el presidente pronunciará un importante discurso en los próximos dos días en el que «dará confianza al pueblo».
Sus ayudantes han sugerido que revocará las leyes de emergencia impuestas desde 1963, liberará a miles de prisioneros políticos, permitirá la libertad de expresión en los medios y restringirá los poderes de los servicios de seguridad. Aún así, la gente dudará de si él y la elite gobernante realmente renunciarán a tanto poder.
Human Rights Watch llamó al gobierno «a que obligue a rendir cuentas a los responsables por todos los ilegales tiroteos contra los manifestantes».
«El gobierno debe comprender que estas manifestaciones no terminarán hasta que deje de disparar contra los manifestantes y comience a cambiar sus leyes y prácticas represivas», dijo Sarah Leah Whitson, directora del grupo en Medio Oriente.
Las protestas se extendieron el viernes pasado a otras ciudades sirias, aunque también hubo numerosas manifestaciones a favor del régimen.
Hubo enfrentamientos en el puerto de Latakia, una ciudad de mayoría suní en una provincia en la cual la mayoría de la gente pertenece a la secta alauita. En zonas periféricas, residentes armados dotaron de personal sus propios puntos de control ya que el gobierno afirmó que había pistoleros extranjeros en las calles secundarias. Se desplegaron tropas en el centro para proteger las sedes del partido Baas y el Banco Central.
Perspectivas a corto plazo para la OTAN en Libia
Es probable que el coronel Muamar Gadafi pierda el poder en las próximas semanas. Las fuerzas que se le oponen son demasiado fuertes. Su propio apoyo político y militar es demasiado débil. Seguramente EE.UU., Gran Bretaña y Francia no permitirán que se llegue a un punto muerto en el cual Gadafi se aferre a Trípoli y a partes de Libia occidental mientras los rebeldes conservan el este del país.
Incluso antes de los ataques aéreos Gadafi no había logrado movilizar más que unos 1.500 hombres para avanzar sobre Bengasi, y muchos de ellos no eran soldados entrenados. El motivo para su avance es que los rebeldes en el este no pudieron lanzar a la batalla a los 6.000 soldados cuya deserción desencadenó el levantamiento original.
Los primeros días de intervención extranjera son parecidos a la experiencia de EE.UU. y sus aliados en Afganistán en 2001 y en Iraq en 2003, por su exitoso desarrollo. Sus ataques aéreos desbarataron una columna de tanques e infantería al sur de Bengasi. Los sobrevivientes han huido. La derrota podría parecerse pronto a la rápida disolución de los talibanes y del ejército iraquí.
En Iraq y Afganistán la mayoría de la gente se alegró por haberse librado de sus gobernantes, y la mayoría de los libios se alegrarán si se sacan de encima a Gadafi. Su régimen podría caer más rápido de lo que se espera actualmente. Los expertos han estado haciendo gestos admonitorios en los últimos días, diciendo que Gadafi podrá estar loco pero no es estúpido, pero eso significa que subestiman la calidad de ópera bufa de su régimen.
Lo que tiene el potencial de producir un desastre similar al de Afganistán e Iraq es la próxima etapa en Libia -después de la caída de Gadafi-. En ambos casos una guerra exitosa dejó a EE.UU. como el poder predominante en el país. En Iraq esto se convirtió rápidamente en una ocupación imperial del tipo antiguo. «La ocupación fue la madre de todos los errores», como gusta repetir un dirigente iraquí. En Afganistán, EE.UU. siempre tomó las decisiones, incluso aunque Hamid Karzai dirigía el gobierno.
El mismo problema se va a presentar en Libia. Habrá una falta de socios locales creíbles. Los rebeldes han mostrado que son política y militarmente débiles. Por cierto, si no hubiera sido así, no habría habido necesidad para una intervención extranjera de último minuto para salvarlos.
Los dirigentes locales que llegan al poder en estas circunstancias son usualmente los que hablan el mejor inglés y se llevan bien con EE.UU. y sus aliados. En Bagdad y Kabul los que ascendieron originalmente fueron los que adularon más y estaban dispuestos a presentarse ante el Congreso para expresar su zalamera gratitud por las acciones de EE.UU.
Hay otra complicación más. Libia es un Estado petrolero como Iraq, y la riqueza petrolera tiende a sacar a relucir lo peor de casi todos. Lleva a la autocracia, porque quienquiera que controle los ingresos del petróleo puede pagar poderosas fuerzas de seguridad e ignorar al público. Pocos Estados que dependen totalmente del petróleo son democracias.
Los aspirantes a dirigentes libios que jueguen bien sus cartas durante los próximos meses podrán colocarse en una posición para ganar mucho dinero. Un empleado público iraquí en Bagdad comentó cínicamente antes de la caída de Sadam Hussein en 2003 que «los iraquíes exiliados son una réplica exacta de los que actualmente nos gobiernan», pero la actual dirigencia estaba casi hastiada «ya que nos han estado robando durante 30 años» mientras que los nuevos gobernantes «serán voraces».
Ya hay señales de que David Cameron, Hillary Clinton y Nicolas Sarkozy comienzan a creer demasiado su propia propaganda, particularmente sobre el apoyo de la Liga Árabe a los ataques aéreos. Diplomáticos que normalmente se muestran despectivos ante los puntos de vista de la Liga Árabe presentan repentinamente su llamado a favor de una zona de exclusión aérea como evidencia de que el mundo árabe favorece la intervención.
En términos de ejercicio de verdadera autoridad, probablemente Gadafi no será reemplazado por libios, sino por las potencias extranjeras que contribuyen a su derrocamiento. A juzgar por lo que sucedió en Afganistán e Iraq no pasará mucho tiempo para que sus acciones se perciban en Medio Oriente como hipócritas y egoístas se resistan como tales.
Patrick Cockburn es autor de Muqtada: Muqtada Al-Sadr, the Shia Revival, and the Struggle for Iraq
Fuente: http://www.counterpunch.org/
rCR