En una reciente visita a la Universidad Cheikh Anta Diop de Dakar cometí la tremenda imprudencia de proyectar a los alumnos de un seminario de cine hispano la película El Aviso dirigida por Daniel Calparsoro en 2018. Y digo tremenda porque en un primer visionado a vuelapluma había pasado por alto la escena en que, mediada la cinta, una anciana le revela a Jon, el protagonista principal, que “su padre combatió en la guerra de África” y al regresar a España había contraído “uno de esos virus africanos” que, para mayor desgracia, acabó transmitiendo a su hija. Proyectada en una sala de España o Europa, la escena pasaría completamente inadvertida y, a lo sumo, arrancaría una exclamación de asombro o provocaría una fulgurante intuición en el telespectador empeñado en atar los cabos de la trama. Proyectada, en cambio, en el anfiteatro de una universidad africana, la reacción es tan diferente que, luego de un tenso silencio, se propaga un murmullo general que desemboca en la pregunta de uno de los estudiantes: “¿A qué se refiere con lo de virus africano?”
La cuestión elevada en voz alta me deja un poco aturdido y, en un contexto marcado por la furibunda aparición del coronavirus en nuestro cotidiano, lo primero que se me viene a la cabeza son los expeditivos ataques de DonaldTrump a China. ¿Recuerdan aquello del “virus chino” enarbolado por el expresidente americano? Si lo recuerdan, también recordarán la oleada de protestas que le procuró la desafortunada asociación de ideas. Al expresidente se le acusó de promover y alentar un racismo velado contra China y la comunidad asiática. Substituyamos los nombres y los términos empleados. ¿Y si Trump fuera la anciana de la película y el virus chino fuera africano? Cambian las palabras, pero no el trasfondo y, en pleno siglo XXI los prejuicios relativos a África y el continente africano mantienen la misma vigencia que desgraciadamente cobraron durante la época colonial.
Virus y África. A la trabazón entre ambos vocablos va prendido un cúmulo de tópicos que disimulan el sucio revés de una medalla colmada del prejuicio de superioridad racial. ¿A nadie del equipo de dirección le extrañó el origen de ese supuesto virus que posteriormente obligaría al desesperado progenitor a atracar un banco? ¿Ni a los guionistas, ni al director, ni a los intérpretes, ni a los ayudantes, ni a los cámaras, ni a los productores, ni al público? Absolutamente a nadie. Tal vez habría que reformular la interrogación: ¿por qué extrañarse dealgo que, en realidad, nos parece evidente? Si el tipo optó por el atraco fue precisamente por haber contraído el dichoso virus durante su estancia africana. Y si en lugar del virus los guionistas hubieran decidido achacar su decisión al ensalmo de un charlatán, al conjuro de un marabout, a la inquina de un fetiche, al mal de ojo de una ofendida hechicera, al poder de un gri-gri o a la maldición invocada durante un ritual vudú, tampoco nos hubiera sorprendido demasiado porque nuestras ideas sobre África permanecen ancladas en los tiempos de la aventura colonial.
Entre la malograda herencia colonial la más nefasta es, sin duda, la que toca al imaginario africano. Desde entonces hablar de África es como hablar de un continente maldito. Un continente en el queperiódicamente se suceden la hambruna, los genocidios, la miseria, las matanzas étnicas, la guerra, el ébola, la disentería, la desnutrición y otras tantas imágenes sacadas de nuestro particular bestiario africano. Este negro esbozo no es sino la suma absoluta de una pléyade acumulativa de prejuicios y lugares comunes a que ha dado pie Occidente y el colonialismo. Fundándose en premisas vagas e inciertas la mirada occidental ha ido modelando una imagen del continente anclada en una serie de categorías intelectuales y esencias inmutables que, a la postre, se revelaron de gran ayuda a la hora de apuntalar la supuesta labor civilizadora de las potencias coloniales europeas. ¿Qué mejor manera de justificar la ocupación y el pillaje del continente africano que aludiendo al atraso y primitivismo de sus moradores oriundos? ¡Ya se encargaba la colonización de aportar el Progreso y la Civilización a esos pueblos incursos en un arcaísmo que desentonaba con los nuevos aires de la rampante modernidad!
Tradicionalmente endogámica, replegada sobre sí misma, iletrada, inculta, salvaje, indómita y de un atavismo visceral, esta visión de África, sesgada y acomodaticia a los propósitos coloniales, es también el resultado de un abrumador desconocimiento de su Historia. La ausencia de una historia del África negra subsahariana de los programas educativos y de los manuales escolares no tiene más excepción que el de unas cuantas referencias deslavazadas al comercio transahariano y a la trata negrera. El resto es todo opacidad y silencio. ¿Nada que decir sobre los Imperios sudaneses, la cultura de Nok, los reinos Haussa, la Declaración de Kurukan Fuga, el principado de Dahomey, el antiguo esplendor de Tombuctú o las migraciones de los pueblos bantúes? Parece como si nada de todo esto hubiera existido y en general se mantiene una considerable limitación en todo lo que atañe a la historia de África. Y esta limitación es tanto más incomprensible cuanto que la remozada historiografía africana ha logrado emplazar su historia a la misma altura que la de la historia de Europa o la historia del continente asiático. Pero todo este esfuerzo no ha valido para modificar nuestra percepción del continente y de su apasionante historia jalonada de episodios tan ricos y sugestivos para quienes nos interesamos por África. No ha valido para mucho, digo, porque África sigue siendo una gran desconocida y su ausencia generalizada de los programas de historia nos impide corregir los tópicos vulgarísimos que circulan sobre ella.
Con toda seguridad lo del “virus africano” no es enunciado por malicia, sino más bienpor desconocimiento e ignorancia. Pero eso no nos exime de asumir nuestra responsabilidad. Al contrario, nos obliga a cumplir con ella porque como sostenía Platón la ignorancia no sólo es fuente de malentendidos sino también de maldad. De una maldad que, en este caso, ha dado cabida a dislates tales como el del virus africano. ¿Qué virus? ¿Paludismo? ¿Ébola? ¿VHS? ¿Malaria? ¿Fiebre Amarilla? La confusa nebulosa en la que gravita la apreciación de ese enigmático virus es inadmisible y casi diría que roza el esperpento en cuanto nos mantiene a una inconmensurable distancia de la verdadera realidad africana. ¡Cuando hablamos de África todo es posible! Abreviada a una mínima expresión, que en absoluto se acomoda a la riqueza y complejidad de la actual sociedad africana, nuestra mirada sobre el continente cae frecuentemente en este tipo de imágenes castradoras y de un reduccionismo vergonzante. Lejos, muy lejos de esos virus africanos, se erige la verdadera África, un continente de mundos y universos diversos, de tipos humanos y culturales de una multiplicidad pasmosa. África es mucho más que la suma deunas cuantas estampas e imágenes distorsionadas, mucho más que unos cuantos clichés repetidos hasta la extenuación por quienes contemplan el mundo con las anteojeras de los estereotipos y las ideas preconcebidas, mucho más que un virus indefinido. ¡África no es un continente que padezca males incurables! Al contrario: África, su historia y su cultura, merecen el mismo respeto y la misma seriedad que nos merece otras sociedades, otros continentes y otras historias.
Héctor Delgado. Profesor de Español. Universidad de Jjilin (China).