Traducido para Rebelión por Susana Merino y revisado por Manuel Talens
El provincianismo, la superficialidad, los clichés y hasta la indiferencia con que muchos medios y políticos italianos, incluso de tendencias opuestas, han cubierto las primeras elecciones democráticas de Túnez, no están a la altura del papel crucial que tiene la transición tunecina, no sólo en relación con otros levantamientos del Magreb y del Machrek, sino también para los equilibrios sociales y políticos del Mediterráneo y de otros lugares.
Tomemos solamente un ejemplo: mientras los comentaristas italianos se angustiaban por la aplastante victoria del Ennahda en las elecciones a la Asamblea Constituyente, algo mucho más inquietante sucedía en Túnez cuatro días después del voto, que había transcurrido en un ambiente de participación, de fiesta y de entusiasmo realmente emotivo. En Sidi Bouzid, la ciudad de Mohammed Bouazizi, mártir y héroe de la revolución, una multitud furiosa rodeó la sede gubernamental, montó barricadas y prendió fuego al tribunal, a la alcaldía y a otras instituciones públicas. Y en toda la región grupos de agitadores atacaron las sedes de Ennahda.
No se trataba de una reanudación de la revuelta popular, que había comenzado justamente en esta región, ni de una insurrección contra la traición de los ideales revolucionarios ni contra el agravamiento de la pobreza y el desempleo, que allí alcanzan máximos extremos. Se trataba de algo diferente: de una violenta protesta contra la decisión del ISIE (Instancia superior independiente para las elecciones) de invalidar los votos en seis circunscripciones a favor de El Âridha Achaâbia (Petición Popular), una agrupación que sólo apareció en la escena política tres días antes del 23 de octubre. El inventor de ese partido populista -de tipo mediático-berlusconiano- es Hechmi Hamdi, un personaje tan extraño como su propia criatura, acomo puede deducirse del retrato en dos artículos que le consagró el diario tunecino La Presse: http://www.lapresse.tn/30102011/39498/serial-retourneur-de-veste.html ; http://www.lapresse.tn/30102011/39558/a-lom bre-du-rcd.html .
Hamdi, oriundo de la región de Sidi Bouzid, es un millonario que posee, entre otras cosas, un diario y dos emisoras de televisión con sede en Londres, donde reside desde 1987. Desde allí dirigió su campaña electoral paralela y subterrránea. Hamdi, que a principios de los años 80 fue el líder del movimiento islamista en la universidad y luego pasó a ser el brazo derecho de Rachid Ghanuchi durante el exilio de éste en Londres, rompió con el carismático líder de Ennahda debido a un oscuro asunto de delación. Su biografía se ha basado desde entonces en una constante, el doble juego: apoyó a Ben Ali y abrió las ondas de sus emisoras de televisión a los adversarios más encarnizados del régimen (que, naturalmente, sufrieron luego la represión); tuvo vínculos con la dictadura benalista y con el sudanés Omar Al-Bachir, de quien, según los rumores, es un agente doble; y, hoy en día, ejerce la propaganda populista y se relaciona con las células durmientes del RCD, el disuelto partido de Ben Ali. Es esto lo que le ha permitido obtener un sorprendente triunfo electoral. Si sus votos en seis circunscripciones no hubieran sido invalidados por haber recibido fondos privados y haber incluido entre sus candidatos a varios miembros del RCD, su lista se hallaría en cuarto lugar en el plano nacional. Y en primer lugar en Sidi Bouzid, donde obtuvo 48 mil votos contra los poco más de 19 mil de Enhada, el cual ha lanzado la siguiente acusación: detrás de esa violencia existen «fuerzas contrarrevolucionarias que quieren bloquear el camino de la democracia».
Los análisis de la situación política tunecina actual que se hacen en Italia y en otros países europeos son la prueba de una pereza intelectual o incluso de una ignorancia que conducen al viejo esquema del espantajo fundamentalista, sin ni siquiera darse cuenta de que la transición democrática corre peligros mucho más graves. Entre otros, y hablando en plata, que un movimiento político puede definirse como islamista si tiene como objetivo explícito la implantación de un régimen teocrático. No es éste el caso de Ennahda, un partido de neta inspiración islámica y moralmente conservador, pero partidario también del pluralismo democrático (liberal en el plano económico y reformador en el social). Hasta ahora Ennahda ha prometido repetidamente que respetará la libertad de cultos, de pensamiento y de expresión, que defenderá el Código civil y la libertad de las mujeres y que no les impondrá un código vestimentario. Nada garantiza que mantendrá sus promesas, sobre todo porque alberga en su seno una corriente radical que no es fácil de contener. Pero por el momento las cosas están así, al menos en lo que respecta a programas y declaraciones oficiales.
Más que el triunfo del partido «islamista» -una victoria prevista, pero no tan aplastante: 90 diputados de un total de 217- lo que debería inquietar a quienes se preocupan por la suerte de la transición democrática tunecina son las regurgitaciones de las miasmas del benalismo, su estrategia basada en la infiltración y la provocación, la permanencia de viejos instrumentos de la dictadura en el ministerio del Interior y en el aparato represor. Por otra parte, la Petición Popular no es la única que ha logrado infiltrarse en las elecciones democráticas tunecinas, también está el Moudabara (La Iniciativa), surgido de una escisión del RCD que logró 5 diputados, que por desgracia nadie ha cuestionado todavía.
Pero hay otras fuentes de preocupación. El aparato represor y judicial tampoco ha sido depurado de los elementos más comprometidos con la represión a los opositores. La práctica de las detenciones ilegales e incluso de la tortura sigue vigente. La libertad de prensa no es más que una fachada, con sólo algunas excepciones. La pobreza y el desempleo continúan ahogando a una gran parte de la población. El liberalismo que caracterizaba a la política económica y social del antiguo régimen tampoco ha sido puesto en tela de juicio.
Todo esto crea un fétido pantanal en el que se mueven los benalistas y sus lacayos habituales. Y es precisamente en la desilusión y la desesperanza de las regiones más pobres y marginales donde se ha instalado el alborotador millonario Hamdi. Incluso antes de que el ISIE anunciara la invalidación de sus resultados electorales en las seis circunscripciones, desde Londres arengaba a los habitantes de Sidi Bouzid para que se alzaran contra Ennahda por haberlos calificado de ignorantes y miserables, aunque en realidad lo hacía porque Ennahda se había negado a aliarse con su partido, al que había rechazado secamente con estas palabras: «Sólo hacemos alianzas con quienes combatieron al régimen de Ben Alí».
Sin embargo, la mayoría de los electores tunecinos han recompensado a quienes se opusieron claramente al antiguo régimen: en primer lugar a Ennahda, que sufrió represiones y persecuciones durante décadas, y luego al CPR (Congreso por la República) de Moncef Marzouji, antiguo presidente de la Liga Tunecina por los Derechos Humanos, encarcelado en la época de Ben Alí, luego expulsado de la universidad y, finalmente, exiliado durante diez años.
El triunfo del partido de Ghanuchi puede explicarse, tal vez, por tres razones principales. La primera es la que acabamos de mencionar, entremezclada con los remordimientos de la sociedad tunecina: «Voté por ellos -le han dicho algunos electores, jóvenes y viejos, a Isabelle Mandraud, enviada de Le Monde– porque son los que más sufrieron durante el régimen de Ben Alí». El voto se ha vivido, pues, como un acto de reparación por el doloroso pasado de encarcelamientos, torturas y exilios con los que Ennahda pagó su constante oposición al régimen. La segunda hipotética razón es que para una buena parte de los electores este partido representa la perspectiva de un regreso al orden, pero sin concesiones al estilo, la práctica ni a los representantes más o menos ocultos del antiguo régimen: en pocas palabras, un cambio suave y sin precipitaciones. La tercera explicación es de tipo identitario: los electores quisieron reapropiarse del derecho a proclamarse musulmanes, algo que estaba mal visto durante el benalismo.
¿Qué le reserva el porvenir a Túnez? Es difícil de prever. Lo que sí está claro es que el Túnez posrrevolucionario desborda de expresiones progresistas, tanto en la sociedad civil como en la política. El potencial de las numerosas asociaciones democráticas y de los partidos de izquierda no debe subestimarse, pero a menudo se los acusa, no sin razón, de ser ideológicos, elitistas, de estar divididos y distantes de las «masas populares». Quién sabe si, una vez incorporados al juego democrático, aprenderán las virtudes del espíritu unitario, de la política concreta, de la necesidad de representar las necesidades de las clases subalternas. Pero, sobre todo, lo que sí cabe esperar es que las clases populares vuelvan a encontrar su papel protagónico y pongan en primer plano los ideales y las reivindicaciones que condujeron al fracaso del régimen benalista.