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Elegía al Dr. Gasan Al Masri, guerrillero de Deraa (Siria)

Fuentes: Rebelión

Esta es la semblanza de un hombre comprometido con el sufrimiento de su pueblo, de un médico pediatra de origen sirio residente en Amman, Jordania, que optó por tomar las armas para enfrentar a la dictadura de Bachar Al Assad. El Dr. Gasan Al Masri de 57 años, nacido en la ciudad de Deraa, padre […]

Esta es la semblanza de un hombre comprometido con el sufrimiento de su pueblo, de un médico pediatra de origen sirio residente en Amman, Jordania, que optó por tomar las armas para enfrentar a la dictadura de Bachar Al Assad. El Dr. Gasan Al Masri de 57 años, nacido en la ciudad de Deraa, padre de cinco hijos y de honda fe musulmana desde el comienzo de la revolución Siria decidió sumarse a la yihad. Y no solo él sino también otro de sus hijos de nombre Anas caído igualmente en un combate en la frontera sur cerca de los altos del Golán.

Yo lo conocí en el hospital Akkila de Amman donde atendía a mis hijos en su consulta. Aunque su carácter era parco y reservado confraternizó muy bien conmigo al saber que estaba estudiando la historia de Oriente Medio. Jamás faltaba a las manifestaciones convocadas en Amman por la oposición Siria y asumió en carne propia el inmenso sufrimiento de su pueblo. El Doctor Gasan no era uno de esos seres indiferentes que sin mayores remordimientos de conciencia callan miedosos y se esconden acobardados. Inmersos en una sociedad colonial capitalista cuyo único fin es la alienación y el consumo se echa de menos aquellos seres solidarios capaces de sacrificarse en pos de un ideal libertario.

Él no podía soportar ese perpetuo conteo de muertos, heridos, masacrados, torturados que veía a través de las noticias de televisión. Esas escenas cargadas de sinigual violencia, una agresión criminal imperdonable contra un pueblo indefenso le rompía el alma. No sabemos muy bien cuales son los mecanismos que empujan a una persona a abandonar su trabajo, su familia, su prestigio, su tranquilidad, para irse al campo de batalla a sumarse a la resistencia. Hay que tener coraje para tomar esta decisión aunque él tenía muy claro que debía ser fiel a los preceptos del Islam que lo obligaban a sumarse a la guerra santa. En el mes de noviembre de 2012 cruzó clandestino el paso fronterizo de Jaber, situado muy cerca de la ciudad de Deraa, para cumplir una cita con la muerte.

En Siria la cruel represión del ejército de Bachar Al Assad ha sido el detonante de la guerra civil. Los bombardeos indiscriminados, el lanzamiento de cohetes Scud, el uso de artillería pesada contra al población civil nos demuestra el inmenso desprecio por la vida de sus ciudadanos. Sin olvidarnos de los pueblos y ciudades demolidos, las infraestructuras colapsadas y la economía totalmente en quiebra. Siria es un estado fallido al que le esperan largos años de reconstrucción y una inestabilidad constante fruto del sectarismo y las ansias de venganza.

Y lo peor de todo es esa generación de niños asesinados, torturados, presos, heridos, desterrados o huérfanos. Millones de niños a los que se les ha negado el derecho a disfrutar de una existencia digna. Por eso él como médico pediatra tenía un compromiso ineludible para con ellos. Tal vez su amor por esa humanidad desvalida no le permitía dormir tranquilo, mirar para otro lado y seguir su rutina diaria como si nada hubiera pasado.

El Dr. Gasan Al Masri se encargaba de curar a los niños en el hospital Akkila, disfrutaba de una estabilidad económica y prestigio profesional. Como médico creyó que podría ser mas útil en el frente de Deraa, así que colgó el estetoscopio y se hizo cargo de una ametralladora antiaérea. Apostó la vida sin dilaciones a sabiendas de que tal vez su única recompensa sería el martirio. Una noche su hijo Mohamed me llamó por teléfono para transmitirme la triste noticia que había caído en combate. Un francotirador le disparó un certero tiro en la frente que le levantó la tapa de los sesos. Su cuerpo fue recuperado por sus compañeros y conducido de vuelta a su hogar para recibir el homenaje póstumo.

El pasado día miércoles 19 de junio me dirigí al campo de refugiados de Zaatari a participar en una manifestación convocada por los grupos de la resistencia siria. Allí encontré a miles de personas reclamando en voz alta que les entregaran armas antes que pan o leche, porque- según ellos- lo que necesitaban urgentemente era granadas, ametralladoras y munición para enfrentarse a los milicianos de Hezbollah, a los guardianes de la revolución iraníes y o los grupos chiitas de Iraq que desde hace unos meses refuerzan las filas del ejército sirio. A mi me invitaron a cruzar esa misma noche la frontera junto a un grupo de 2000 refugiados que regresaban dispuestos a engrosar las filas de la rebelión. Saben de antemano que sus familiares y sus hogares se encuentran en peligro y no les queda más remedio que empuñar las armas. Los odios sectarios entre sunitas y chiitas o alawies hace imposible cualquier diálogo o al menos una tregua que permita atender a la población civil que se halla inmersa en una crisis humanitaria sin precedentes. La comunidad sunita de Jordania, en Líbano, Kuwait, Egipto, Arabia Saudita, Qatar se han comprometido a aprovisionar de armas y pertrechos a los yihadistas. De todo el mundo islámico e incluso de Europa y EEUU llegan voluntarios a unirse a la guerra santa contra los «herejes» aliados de Bachar el Assad.

Muchísimos refugiados de Zaatari han elegido enrolarse en la primera línea de fuego antes que seguir ahí abandonados pudriéndose de asco. Dependen por completo para sobrevivir de la ayuda humanitaria que les entrega la ONU y demás organismos internacionales o las ONGs. No tienen trabajo, hacinados en tiendas de campaña, comiendo basofia, soportando el sol abrazador y las tormentas de arena que barren la meseta esteparia se sienten prisioneros de las autoridades jordanas. ¿Qué más pueden hacer para mitigar su amargura? En el último mes a pesar de los duros combates en el frente sur miles de ellos han cruzado clandestinamente la frontera. La internacionalización el conflicto es un hecho inconstestable y ya lo preveíamos desde un principio. Este es el último rezago de la guerra fría: EEUU y Europa y la mayoría de los países árabes apoyan a la oposición, mientras Rusia, China, Irán y Hezbollah soportan al régimen de Bachar al Assad.

Esa noche en la frontera se escuchaba el retumbar de los cañonazos. La vía estaba expedita pues ningún soldado del ejército sirio o el jordano hacían acto de presencia. Solamente los milicianos ELS o el frente Al Nusra son los que controlan los accesos a Deraa y a los pueblos de la provincia como Sanamein, Elnaymah, Al Yadudah, Athman, Tal Shihab, Zaizoun Alajami, Jilleen, Tafas, Nasib, El Taebah, Saida o Garyiah. Los milicianos me confiesan que en los últimas semanas les han remitido del exterior un valioso armamento de última generación: bazokas, misiles antiaéreos, fusiles de alta precisión, gafas de visión nocturna, chalecos antibalas y material de comunicaciones con los que piensan dar un vuelco cualitativo a la contienda. Un guerrillero cubierto con una keffiyeh vinotinto nos advierte que es imposible acercarse al casco urbano de Deraa y que por los tanto debemos dar marcha atrás. Para que arriesgarnos y tentar la suerte pues por aquí los francotiradores actúan con destreza y el fuego de morteros o los disparos de la artillería es una amenaza latente que hay que tener muy en cuenta.

Los refugiados sirios, por el contrario, transportando maletas y bultos siguen su camino internándose en territorio hostil. La mayoría son jóvenes aunque tampoco faltan adultos y hasta se ve por ahí uno que otro niño o anciano. De antemano saben que les espera la guerra, que este no es un juego y que en cualquier momento pueden morir igual a lo acontecido a miles de sus hermanos. Así que muchos no pueden disimular el miedo e imploran la protección de Allah igual que lo hiciera en su momento el doctor Gasal al Masri. Al menos les sirve de consuelo que como mártires irán directo al paraíso donde gozarán la más preciada de las recompensas. La última voluntad del Dr. Gasan fue que en su funeral nadie se entristeciera y que lo llevarán en andas al yenna cantando las suras del Corán. El día que lo enterraron en el cementerio en Amman de inmediato se alistaron más de 50 voluntarios que al grito de ¡Allah Akbar! juraron vengar su memoria.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.