La falta de educación prenatal y el difícil acceso a la atención médica hacen que el embarazo y el parto sean particularmente peligrosos para las mujeres de Angola. Por ahora, el quinto Objetivo de Desarrollo de la Naciones Unidas para el Milenio –reducir tres cuartos la mortalidad materna para 2015– parece inalcanzable en este país […]
La falta de educación prenatal y el difícil acceso a la atención médica hacen que el embarazo y el parto sean particularmente peligrosos para las mujeres de Angola.
Por ahora, el quinto Objetivo de Desarrollo de la Naciones Unidas para el Milenio –reducir tres cuartos la mortalidad materna para 2015– parece inalcanzable en este país de África meridional.
Al ingresar al mayor hospital maternal de Luanda, la capital de Angola, lo primero que golpea al visitante es un hedor nauseabundo en que se mezclan la sangre y los excrementos.
Cuando el estómago se acomoda y los ojos se ajustan a la escasa luz de la Maternidade Lucrecia Paim, comienza a revelarse en toda su magnitud un paisaje de paredes grises y ventanas rotas.
Una mujer en avanzado estado de gravidez padece un enorme dolor. Con su camiseta agujereada, incapaz de hallar alivio, se mueve de un lado a otro del corredor, atando y desatando con ansiedad su sucio sarong (falda tradicional).
No usa ropa interior. Mientras se recuesta contra la pared, exhausta y quejumbrosa, la sangre fluye entre sus piernas hasta el piso.
Nadie le ofrece ayuda. Ni siquiera una palabra amable. Nadie limpia la sangre.
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) informó que por cada 1.000 partos mueren en Angola 17 mujeres.
La posibilidad de que una angoleña muera en el embarazo o el parto es de una en siete, muy superior al promedio de una en 16 para toda África subsahariana y mucho peor que el de una en 2.000 de las europeas y el de una en 3.000 de las estadounidenses.
Este panorama es, en parte, un legado de los 27 años de guerra civil que enfrentó al gobierno con la Unión para la Independencia Total de Angola (Unita). El país disfruta ahora de su cuarto año de paz, pero todavía sufre una generalizada carencia de instalaciones de salud básicas.
Además, las carreteras son intransitables por su pésima conservación y la presencia de minas antipersonal sin detonar, lo que hace inaccesibles los pocos servicios existentes para la población de vastas áreas alejadas de las ciudades.
Las futuras madres prescinden a menudo de la atención prenatal básica, que incluye educación sobre sida, nutrición, higiene y prevención de la malaria, enfermedad que causa anemia en el embarazo y que constituye la principal asesina de madres e infantes.
Las embarazadas continúan recorriendo el mercado con los productos que venden a cuestas o trabajando en los campos hasta el momento del parto. Cuando creen que sufren algún problema, procuran por todos los medios acudir a un centro médico, pero suelen llegar demasiado tarde.
«Faltan instalaciones, pero las mujeres también buscan ayuda en una etapa muy tardía», dijo Maryse Ducloux, coordinadora asistente de la rama belga de la organización humanitaria internacional Médicos Sin Fronteras.
Muchos partos transcurren sin asistencia técnica, y, por lo tanto, complicaciones que no tienen por qué ser fatales terminan con la muerte.
«Existe entre las madres una arraigada creencia en la medicina tradicional y en tener a los bebés en el hogar, solas o con familiares que ayuden. Y es difícil de contrarrestar», señaló Ducloux.
«Cuando las mujeres llegan a los hospitales, a menudo no hay nada que podamos hacer por ellas. Simplemente vienen a morir», agregó.
Por otra parte, los abortos voluntarios –ilegales en Angola, excepto de ser necesario para salvar la vida de una mujer– complican el panorama.
La ilegalidad «no impide que algunas mujeres intenten abortar en sus hogares, con métodos propios de la medicina tradicional. Suelen llegar a nuestros hospitales en un estado terrible», dijo Ducloux.
Los altos niveles de fertilidad y la actividad sexual precoz agravan la amenaza de complicaciones, infecciones y muerte durante el parto.
El gobierno pretende reducir un tercio la mortalidad materna para 2008, lo que marcaría un avance sustancial hacia el cumplimiento del quinto Objetivos del Milenio.
Los ocho objetivos fueron adoptados por jefes de Estado y de gobierno en la Cumbre del Milenio celebrada en Nueva York en 2000.
Éstos son reducir para 2015 respecto de 1990 a la mitad la proporción de personas que viven en la indigencia y que sufren hambre, así como lograr una educación primaria universal, promover la igualdad de género, reducir dos tercios la mortalidad infantil y tres cuartos la materna, combatir la expansión del VIH/sida, la malaria y otras enfermedades, asegurar la sustentabilidad ambiental y crear una sociedad global para el desarrollo entre el Norte y el Sur.
Angola afronta una lista casi infinita de necesidades tan acuciantes como la salud materna. Pero los donantes le atribuyen menos importancia, por ejemplo, que a la lucha contra la mortalidad infantil, por lo que se teme que las autoridades hagan poco en beneficio de las embarazadas.
El panorama es desalentador en un país donde muchas mujeres carecen de acceso a la educación y de mayores perspectivas más allá de la maternidad.
Las mujeres de Angola tienen, en promedio, siete hijos. Setenta por ciento dan a luz a su primer bebé cuando aún son adolescentes.
La información sobre planificación familiar es escasa. Quienes ejercen la medicina en esta área consideran que las mujeres dispuestas a utilizar anticonceptivos y a espaciar los nacimientos chocan con la actitud de sus parejas, que a menudo ven este deseo como una afrenta a su virilidad.
En la Maternidade Lucrecia Paim, Teresa Miguel (nombre ficticio) se enfrenta con las consecuencias de la falta de inversiones en materia de salud, al acompañar a su hermana menor, Lucía, embarazada de su segundo hijo a los 21 años.
Su familia vive en Viana, un barrio pobre cerca del centro de Luanda. A pesar de la corta distancia, Lucía llegó al hospital demasiado tarde. Su hija nació muerta.
Con lágrimas resbalando por su rostro, Teresa Miguel toma su cabeza entre las manos y reza en voz alta por su hermana, todavía en la sala de emergencia con hemorragias.
Las enfermeras la enviaron a comprar medicamentos para Lucía, pero en su estado de aflicción ella no sabe realmente qué comprar o a dónde ir. Pocos minutos después, está de regreso en la sala de emergencia, muy nerviosa y con las manos vacías.
Una muchacha de unos 16 años la mira con ansiedad mientras se acaricia su vientre hinchado.
«Si una no tiene el dinero para comprar los medicamentos y las gasas, no obtiene el tratamiento», explica, apretando un billete de 200 kwanzas (unos 2,2 dólares) en su mano.
Ella, Lucía y la mujer que deambula por el corredor dejando charcos de sangre pueden considerarse afortunadas. Al menos viven cerca y tienen acceso a cuidados básicos. La mayoría de las mujeres en el vasto interior de Angola a menudo tienen que arreglárselas solas