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En África no es nuevo el colonialismo médico

Fuentes: Al Jazeera

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

Las observaciones acerca de probar medicamentos para el coronavirus en África parten de un modelo según el cual algunos cuerpos se deshumanizan y otros se protegen.


El miércoles pasado [1 de abril de 2020] un médico francés provocó una polémica al proponer que las vacunas para la pandemia de COVID-19 se probaran en personas africanas porque carecen de mascarillas y de otros equipamientos de protección personal. Ya el viernes, tras las acusaciones generalizadas de racismo, se vio obligado a pedir excusas por lo que entonces calificó de unos comentarios “expresados de forma torpe”. Pero el tipo de pensamiento que reflejan sus palabras no es nuevo ni tampoco es excepcional en boca de este médico. Forma parte de una tendencia que durante generaciones ha deshumanizado a algunas personas debido al complejo de superioridad de otras.


A principios de marzo de 2020, cuando los casos de coronavirus empezaban a aumentar de forma exponencial, algunas personas se preguntaron por qué los países africanos no registraban una cantidad mayor de casos de COVID-19. El tono de estas preguntas parecía plantearse si en cierto modo las personas africanas eran genéticamente inmunes al nuevo virus. Pero, ¿por qué se iba a plantear siquiera esta pregunta si sabemos que la estructura biológica de todos los seres humanos es similar?


La deshumanización de las personas del Sur Global fue una de las fuerzas motrices del comercio de esclavos y del colonialismo. Es impensable que alguien pueda concebir la idea de comerciar con seres humanos si no los considera inferiores.

En su libro El corazón de las tinieblas, escrito en 1899, Joseph Conrad lidiaba con la pregunta de si las personas que había conocido en África eran realmente humanas y opinaba: “No, no eran inhumanas. Bueno, sabéis, eso era lo peor de todo, esta sospecha de que no fueran inhumanas”.

El hecho de que se considere natural que alguien plantee siquiera estas preguntas es lo que consolida estas ideas; el aceptar que exista una “humanidad de segunda categoría” es lo que permite que se expliquen tan fácilmente la desposesión y el comercio de vidas humanas.


Deshumanizada en vida, fetichizada una vez muerta


Saartjie Baartman, o Sarah Baartman como se la suele llamar, era una mujer khoikhoi nacida en la actual Sudáfrica. En 1810 fue secuestrada y llevada a Europa para convertirla en objeto de exhibición ante audiencias europeas debido a su cuerpo y a lo que se consideraban sus enormes nalgas. Muchas personas iban a verla porque pensaban que no era humana. Cuando murió un médico francés diseccionó su cuerpo y llegó a la conclusión de que tenía rasgos simiescos. En 2002 el gobierno sudafricano logró finalmente recuperar su cuerpo del Museo Nacional de Francia en París, donde había permanecido expuesto durante más de 150 años. Baartman fue deshumanizada en vida y fechitizada una vez muerta en aras de una teoría científica que trataba de establecer las diferencias biológicas y científicas entre personas blancas y negras.

Saartjie Baartman

Dos siglos después de la muerte de Baartman la deshumanización de determinadas razas no se muestra de una manera tan obvia, pero continúa de diferentes modos la tendencia a utilizar algunos cuerpos a beneficio de otros. Por ejemplo, cuando en 2014 se produjo el brote de ébola en África Occidental varios laboratorios de Francia, Reino Unido y Estados Unidos, entre otros, recogieron más de 250.000 muestras de sangre, a menudo sin su consentimiento, a pacientes a los que se estaban haciendo pruebas y tratando de esa enfermedad, con el fin de ayudar a los investigadores a crear nuevas vacunas y medicinas. Actualmente, con la excusa de la “seguridad nacional”, los investigadores sudafricanos, franceses y estadounidenses se niegan a revelar cuántas de esas muestras siguen en su poder. Como señalaba un paciente, “las están utilizando para investigar, para ganar miles de millones de dólares […]. La medicina que producen no será gratis, ser venderá”. Como las comunidades afectadas son más pobres y la gente carece de la información que le ayude a protegerse de esos investigadores, se toman muestras de su sangre, a menudo sin que lo sepan, y se utilizan a voluntad para producir medicinas para personas que pagarán por el tratamiento.


Una larga historia de ensayos médicos


En 1996 el estado de Kano en Nigeria fue el epicentro de un fuerte brote de meningitis. Entonces Pfizer, una de las mayores empresas de investigación farmacéutica del mundo, decidió llevar a cabo ensayos médicos para probar una medicina que estaba creando. Pfizer no se preocupó de obtener el consentimiento de los padres de los pacientes que, en todo caso, estaban demasiado estresados para tomar decisiones meditadas. Hasta 2009 Pfizer no llegó a un acuerdo extrajudicial y pagó 75 millones de dólares al gobierno del estado de Kano y 175.000 dólares a los padres de cuatro de los niños que habían muerto durante el brote y los ensayos clínicos. Aunque Pfizer argumentó en su defensa legal que los niños habían muerto debido a la enfermedad y no a sus medicamentos, el acuerdo extrajudicial nos privó de la oportunidad de que se establecieran los hechos médicos ante un tribunal.

En 1994 se llevaron a cabo ensayos y pruebas similares en Zimbabwe con la droga AZT; los proyectos financiados por los CDC [siglas en inglés de Centros para el Control y Prevención de las Enfermedades] y los NIH [siglas en inglés de Institutos Nacionales de Salud] estadounidenses tuvieron efectos adversos para los pacientes. A principios del siglo XX varios médicos alemanes que trataban de dar un respaldo “científico” a la prohibición de los matrimonios mixtos hicieron pruebas de esterilización a las mujeres herero en Namibia.

Los investigadores saben demasiado bien que hacer este tipo de investigaciones en el Norte Global es más oneroso y requiere demasiados trámites. En el Sur Global las grandes farmacéuticas lo tienen fácil, a menudo con el apoyo cómplice de funcionarios gubernamentales sobornados.

En su búsqueda de enormes beneficios, las vidas de los pacientes, a los que a menudo no se informa, están lejos de ser un factor importante. Para muchas personas de las comunidades afectadas es evidente que el objetivo del trabajo de los investigadores es servir a los intereses financieros de quienes pretenden ser bondadosos o filantrópicos.

Lo que sigue siendo extraño es que enfermedades como la tuberculosis, el paludismo y la hepatitis siguen matando a millones de personas cada año y, aun así, la cantidad de energía y recursos que se dedican a erradicarlas está muy lejos de los esfuerzos desplegados contra el COVID-19 y el ébola. Parecería que ciertas enfermedades reciben más atención debido a las personas a las que afectan o amenazan potencialmente.


¿Sospechas infundadas?


En 2011 la CIA, bajo la cobertura de una ONG internacional, recogió muestras de ADN en Pakistán en una falsa campaña de vacunación mientras perseguía a Osama ben Laden, lo que tensó una relación ya complicada entre Estados Unidos y Pakistán, y de forma mucho más general proporcionó pruebas a las personas escépticas que siempre sospecharon que había una agenda oculta en la prestación de servicios médicos del Norte Global.

En la carrera por contener la pandemia de coronavirus, lo último que necesitan los sobrecargados profesionales de la salud son algunos de los llamados comentarios “torpes” de un colega médico. Pero cuando un médico francés sugiere que se debe ser incluir a África como parte de un ensayo de vacuna, no es de extrañar que se reaviven las sospechas y la ira, especialmente cuando hay relativamente menos casos en ese continente que en Europa y los Estados Unidos.

Teniendo en cuenta los antecedentes de colonialismo médico en África y la realidad actual en torno a la propagación de COVID-19, ¿cómo vamos a persuadir a alguien de que esas observaciones eran otra cosa que la continuación de una concepción racista y deshumanizadora que considera que algunos seres humanos son prescindibles? ¿Cómo vamos a esperar que las personas africanas no reaccionen ante otro intento de utilizarlas como conejillos de indias para desarrollar medicamentos que sirvan al Norte Global, cuyos sistemas de salud bien financiados se pueden permitir el lujo de medicamentos costosos que salvan vidas, sin los que los propios africanos mueren a menudo?

Karsten Noko es un abogado de Zimbabwe, que actualmente está haciendo un máster en Derecho de los Derechos Humanos. Durante más de una década trabajó en los sectores sanitario y humanitario en el África subsahariana. Su interés se centra en la intersección entre salud mundial y política.

Fuente: https://www.aljazeera.com/indepth/opinion/medical-colonialism-africa-200406103819617.html

Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.