Traducido para Rebelión por Lucía Alba Martínez
En una reciente emisión de su Late Night Show, el anchor-man de la Cbs David Letterman ha resumido en una frase el fervor religioso que anima una creciente parte de la población estadounidense. En el numero dos de la lista satírica de las diez cosas que hay que decir antes de comerse un cheeseburger de casi siete kilos-recién incluido en el menú de un fast-food en Pennsylvania -estaba»¿What would Jesus do?». A juzgar por las risas en la sala, para el cosmopolita público neoyorquino del Late Night Show este fue el mejor chiste de la noche.
Al contrario, por lo menos un cuarto de los americanos no debe haberla encontrado divertida; aún más, «qué haría Jesús» es una frase que se oye cada vez más a menudo en los Estados Unidos: para los llamados born-again Christians, los evangélicos que dicen haber descubierto la verdadera fe y viven según los dictámenes de la Biblia, ésta representa una especie de punto de referencia cotidiano.
Qué quieren. Hoy el 25 por ciento de los estadounidenses se define cristiano renacido. No todos los observadores concuerdan sobre el hecho de que en los últimos años los evangélicos hayan aumentado en porcentaje. Pero aunque no hayan crecido en número, ciertamente hacen más ruido. Personajes influyentes en la escena política, económica y judicial estadounidense forman parte de esta corriente: el núcleo duro del partido republicano ahora esta formado por evangélicos, y el mismo George W. Bush es un born-again. Consciente de la propia influencia, el movimiento evangélico aspira a redefinir los límites entre estado e iglesia. Querría introducir la oración en las escuelas y hacer más severa la ley sobre el aborto. No quiere saber nada de matrimonios gay ni de eutanasia: en el caso de Terry Schiavo -la mujer de Florida desconectada tras pasar quince años en estado vegetativo- los evangélicos se alinearon como un solo hombre detrás del presidente Bush y su defensa de la «cultura de la vida». Pero es precisamente en este terreno donde muchos no entienden la mentalidad de los evangélicos: mientras dicen ser «pro-vida»sobre la cuestión del aborto, casi todos son contemporáneamente favorables a la pena de muerte.
Domingo en compañía. Nashville, Tennessee. La ciudad con más iglesias per capita en EE.UU. y no por casualidad denominada el «broche» de la Bible belt, el cinturon religioso de los Estados Unidos. Ya están aquí los estadounidenses a los que los secularizados europeos no entienden. Es un caluroso domingo de junio y como cada año centenares de miembros de la iglesia baptista -de sello conservador, muy difundida en el sur de los Estados Unidos – participan en un picnic en la orilla del lago que está a pocos kilómetros de la ciudad, para celebrar la llegada del verano. Son en gran mayoría blancos adultos. La edad media está sobre la cincuentena, pero no faltan las familias jóvenes con niños pequeños. Minorías, pocas: unos pocos asiáticos, algún hispánico, aún menos afro-americanos. Y luego hay decenas de adolescentes, papa-boys a la estadounidense: beben como mucho una cerveza porque emborracharse es malo, no se drogan, están orgullosos de ser vírgenes. Todos dicen rezar cada día, han leído la Biblia hasta mas de una vez («una amiga mía ha leído treinta traducciones diferentes», dice alegre una señora), e indican como su tienda preferida el enorme Life Way Christian Store del centro. Un lugar inconcebiblemente kitsch hasta en el mas religioso país europeo: vende libros y tarjetas de felicitación de índole religioso, discos de pop/rock cristiano, Biblias para colorear para niños, corbatas y calcetines con la cruz.
La resurrección. Tanto los adultos como los niños dicen haber descubierto la verdadera fe en un preciso momento, a través de una experiencia mental profunda. No dicen «he creído siempre». Hablan al contrario de haber «recibido a Dios» a una cierta edad, que puede remontarse a mucho antes de lo que se podría pensar: siete-ocho años, por ejemplo. Crecidos en familias religiosas, aunque no estaban todavía en la edad de la razón han entendido que tenían que vivir siguiendo el ejemplo de Jesús. Algunos recuerdan una auténtica experiencia mística, como el pastor local Rus Roach: describe todavía en detalle el instante en que recibió a Dios, con doce años. «En un momento dado, mientras rezaba, empecé a sudar en la cara y a enrojecer», cuenta.
El pastor. Roach no es un pastor particularmente extremista. Tendencialmente se define pro-vida en materia de aborto y al mismo tiempo sostiene la pena de muerte, pero reconoce que es necesario distinguir caso por caso.
«El niño no ha elegido nacer, y tú no tienes el derecho de matarlo. Pero si mi hija se quedase embarazada de un violador, dudo que fuese – y conmigo muchos de esta iglesia – igualmente pro-vida«. Como argumentan todos sus fieles, el ideal para él sería que quien quiere abortar dé a luz igualmente y después dé al niño en adopción. Pero no quiere tampoco volver al la prohibición absoluta de abortar, cuando las mujeres iban a las clínicas clandestinas.
«Permitir algunos abortos es el menor de dos males», sostiene Roach. En cuanto a la pena de muerte, el pastor distingue con arreglo a la naturaleza del crimen y la sinceridad del condenado en pedir perdón. Pero sobre una categoría no transige: los maniacos sexuales. «hay que proteger la sociedad de ellos, por lo tanto, ¿que podemos hacer? ¿Los tenemos en la cárcel para siempre dándoles la posibilidad de redimirse? Esta gente no cambia», dice. Roach se dice favorable a la castración de los violadores, química o no, o a intervenciones en el cerebro para cambiar sus instintos. «Pero si no es posible hacerlo tal vez la ejecución es la solución mejor», concluye.
Más ejecuciones. No todos los fieles de Roach hacen la distinción de su pastor. «Soy absolutamente favorable a la pena de muerte, y me gustaría que los culpables de homicidio fuesen ajusticiados el día después de la sentencia de condena», dice una bella cincuentona con los ojos brillantes de esa convicción de quien no puede estar equivocado. «Ahora son tratados demasiado bien: en la cárcel tienen televisión, periódicos, hasta revistas pornográficas. ¿Por qué deberían arrepentirse de lo que han hecho, si están tan bien ahí dentro?».
Un anciano defiende por el contrario la pena de muerte por la necesidad de la sociedad de darse leyes. «Si usted atraviesa la calle sin mirar y muere atropellado, es culpa suya. Así quien mata no tiene excusas: es con conocimiento de la ley que impone no matar, y si se ha equivocado debe pagar».
Otro cree que la pena capital pueda servir como disuasión para los potenciales criminales. «En la Chicago de Al Capone, los hombres de los gangs dejaban Illinois para ir a matar a sus rivales en el cercano Wisconsin, donde no había pena de muerte», dice. Si en EE.UU. hay todavía demasiados homicidios respecto a Europa (la tasa es cuatro veces mas alta que en Italia), «es porqué en Estados Unidos hay pocas ejecuciones en comparación al numero de delitos».
¿Lo dice la Biblia? Muchos evangélicos encuentran una justificación de la pena de muerte en la Biblia. «Está prevista por las Escrituras – dice una sesentona que se define muy conservadora y está orgullosa de leer el libro sagrado cada día -. El Antiguo Testamento dice ‘ojo por ojo, diente por diente’, por lo tanto es justo que sea así». A la observación de que en la Biblia también está el mandamiento «no matarás» y Jesús que enseña a ofrecer la otra mejilla, nadie sabe decir exactamente por qué algunos pasajes son más importantes que otros. ¿Los hombres tienen el derecho a matar otros hombres?, pregunto al pastor Roach. ¿El juicio sobre la vida de una persona no le corresponde a Dios? «Oh si, Dios juzgará a todos. Y un homicida podrá también ser perdonado. Pero por Dios, no por lo hombres. Por haber matado a otro hombre, debe pagar», responde. «Cristo ha dado algunos principios pero vivía en otra época, una sociedad moderna debe tener leyes. No podemos dejar todo al juicio de Dios, tenemos derecho a organizar nuestras vidas. No voy a dejar de matar a los insectos en mi casa porque todas las criaturas han sido creadas por dios».
La importancia de la familia. «La clave de todo – sugiere un hombre a la salida de la iglesia episcopal (más parecida a la católica) – está en la protección de la familia. Desde un punto de vista teológico creo que es imposible conciliar el no al aborto y el sí a la pena de muerte. Pero casi todos los evangélicos son conservadores, y la familia para ellos está en la base de todo». Tienen también la voluntad de difundir la palabra de Dios, y la convicción de que EE.UU. – donde la mayoría de la población dice ir a misa una vez a la semana – no es después de todo una nación tan creyente. «En este País demasiada gente se define cristiana pero no lo es de verdad. Piensan que ir a la iglesia cada domingo baste, pero no viven cada día siguiendo las Escrituras», dice la mujer que quiere castrar a los violadores. Así, no es una casualidad que en el picnic de Nashville el huésped italiano sea invitado varias veces a encontrar la felicidad en la Biblia. «¿Eres cristiano?», pregunta un hombre en torno a los ochenta, con un tono irritado por las demasiadas preguntas sobre la pena de muerte. La vaga respuesta no lo satisface. «Bueno, deberías creer en Dios. Y aceptarlo como tu salvador».