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Entrevista al periodista Daniel Bernabé, autor de 'La trampa de la diversidad'

«En general, el que vive de una forma individual es un desgraciado»

Fuentes: Público.es

Los estragos del neoliberalismo en la izquierda, el individualismo vinculado a los mercados de consumo y las guerras culturales de la izquierda y la derecha ocupan el espacio central de esta entrevista

La izquierda siempre ha tenido una enorme necesidad de debate. Un ímpetu activo por el análisis. De esa clásica mirada crítica nació ‘La trampa de la diversidad’, un libro atrevido que pese a las críticas ha conseguido convertirse en uno de los ensayos de mayor éxito de 2018.

Su autor, Daniel Bernabé, viene de Fuenlabrada. Se ha acercado al corazón de Malasaña para hablar con Público sobre su libro, sobre las críticas y sobre los peligros sociales que esconde el neoliberalismo. El escritor y periodista, columnista habitual de La Marea, se sienta en una pequeña terraza de la histórica plaza del Dos de Mayo. El camarero trae dos cervezas. La grabadora se ha encendido y su voz crítica comienza a sonar.

¿A qué se debe la buena acogida del libro?

Pues mira, evidentemente, el libro puede tener sus valores propios, pero, más allá de ello, es un libro que se lee fácil, es un libro directo y accesible. No es por mí, que no soy un tipo conocido, tampoco por la editorial. Eso indica que, antes de que saliera el libro, existía un tipo de preocupación de inquietud que el libro ha cubierto de alguna forma.

Sin embargo, ha provocado debates y críticas dentro de la izquierda ¿cómo lleva eso?

Bueno, con diferencias. Una cosa son los artículos y otra cosa son las campañas de desprestigio a través de las redes sociales. Este verano lo llevé muy mal, lo digo con total sinceridad. Lo llevé muy mal porque tenía que defenderme constantemente de cosas que yo no había escrito. Una vez que el libro comienza a venderse bien y a convertirse en un éxito a nivel comercial y que, además, determinados medios de comunicación prestigiosos, como Pepa Bueno en la Cadena SER, te invitan y te prestan su espacio, lo empiezas a llevar mejor. Dicho esto, ha sido complicado y duro. Respecto a las criticas académicas y más intelectuales, lo he llevado con cierta paciencia, porque creo que ha habido gente que no ha sabido comprender el libro.

¿No han sabido o no han querido?

Buena precisión. Vamos a dejarlo en que ha habido gente que no ha sabido. Este es un libro que resulta incómodo porque plantea un cambio en la forma de entender como la izquierda tiene que enfrentarse a los problemas. Unas formas que lleva practicando desde hace veinte años. Quizá, por eso es incómodo.

También ha recibido comentarios halagadores de personajes conservadores como Juan Manuel de Prada

Sí. Sé que esto que voy a decir es complicado de entender en un contexto de blancos y negros y de una vulgarización de la política, pero Juan Manuel de Prada es un conservador muy particular o, al menos como el me dijo, no es un conservador como tal. Él es un tradicionalista, es católico y es antineoliberal. En ese sentido nos parecemos, porque se pueden parecer perfectamente una persona de izquierdas como yo y una persona conservadora. Al final, determinados valores que tienden más a una cierta ordenación lógica de la sociedad, en contra de esta acracia económica en la que estamos inmersos, los pueden compartir determinadas personas que se sitúan en espectros políticos diferentes.

Por ejemplo, en una población vino a verme una concejala del PP a la presentación de mi libro. La señora al final vino y me dijo: «Oye, el caso es que algunas cosas que decías me parecían que tenían cierta lógica». Yo le dije: «Mira es que tú eres conservadora, no eres neoliberal». Le pregunté: «¿A ti te parece bien que desahucien a la gente de sus casas» y la señora me decía que no. «¿A ti te parece bien que el capital extranjero venga y se lleve a las empresas españolas?», además se lo planteas así y les matas. Hay una cierta nostalgia de un mundo ordenado en el que había una serie de valores, los cuales yo no comparto, que el propio neoliberalismo se está cargando. El neoliberalismo está yendo en contra de su propio orden liberal antiguo. Esto quiere decir que también hay muchas personas de derechas que no están sabiendo ver lo que está ocurriendo.

¿Qué es la trampa de la diversidad?

Este no es un libro contra la diversidad. Lo he dicho en las cinco mil entrevistas y en el propio libro. La diversidad es un hecho que ocurre en nuestra sociedad. Ahora, como cualquier hecho, puede ser analizado y reinterpretado y enfocado hacia ciertos intereses. En este caso, toda la hegemonía cultural del neoliberalismo ha utilizado un cierto gusto por la diversidad para polarizarnos, atomizarnos y meternos en diversos compartimentos estancos que lo que nos impiden es trazar relaciones comunes y buscar un sujeto político común, que es algo básico para cambiar la sociedad. Se puede tener dinero y medios o puedes tener mucha gente. Evidentemente si tu no formas parte del poder no puedes tener dinero y medios y tienes que buscar a mucha gente que te apoye y eso es muy difícil de lograr cuando cada uno está en su compartimento estanco. Este libro no niega que existan problemas específicos para diferentes colectivos o para las mujeres, lo que afirma es que hay que buscar una serie de fortalezas comunes que hemos perdido.

El libro analiza desde una perspectiva crítica el papel de la izquierda en la sociedad actual, pero ¿es capaz de plantear alternativas?  

No es ni mi objetivo, ni mi misión, en el sentido de que no soy un teórico y tampoco un activista. Yo soy periodista y escritor y mi función es contar lo que veo. Respecto a las alternativas, al final lo que planteo es que no podemos hacer política en el terreno del ámbito neoliberal aceptando sus reglas. Hay que plantear un escenario de guerra asimétrica donde se busquen las afinidades que antes teníamos y hemos perdido.

¿Cuáles son esas afinidades?

Aquellas que están relacionadas con el conflicto entre el capital y el trabajo, porque al final esas son las que afectan a nuestra vida cotidiana de una forma más directa. Hay otras cuestiones que afectan también, pero que compartimos en menor medida. El hecho de que se hayan abandonado estas afinidades tiene mucho que ver con que la izquierda perdió sus herramientas y sus métodos para transformar la sociedad y se dedicó a gestionar lo que había, abandonando los sujetos políticos tradicionales por los sujetos políticos de la diversidad.

También habla de un pensamiento individualista sustentado en el consumismo

Lo que intento es explicar que esto no se da de un día para otro. Es un viaje que lo que viene a decir es que nuestra relación con la política en los últimos cuarenta años ha cambiado y ha pasado a ser cada vez más consumista y aspiracional. Un modo que tenemos de relacionarnos con la política es simplemente como una forma de agregar algo a nuestra identidad, lo que nos impide hacer política en base a lo común, en favor de una política declarativa. Somos aquello que decimos en cuanto lo decimos, es decir, nos fijamos mucho en lo simbólico y en lo que únicamente nos afecta a nosotros. Con lo cual, llega un momento en el que es muy difícil buscar afinidades y herramientas de cambio concreto. Obviamente que sigue habiendo gente que sigue haciendo una política más comunitaria, pero este es un libro de tendencias que va apuntando hacia donde va el asunto.

La tesis de la mercantilización de la diversidad recuerda un poco a la teoría de Naomi Klein de ‘La doctrina del shock’. ¿Se podría decir que este modelo de diversidad es una especie de latigazo o descarga que adormece a la gente?

Más que un shock, es lo contrario; una seducción.

¿Un shock positivo?

Sí. La gran tragedia de nuestra época es que tenemos una ansiedad enorme por la representación. Por una representación cada vez más específica. Esto hace que nos sintamos muy poco afines a categorías generales y universales que engloben a mucha gente. Sentimos que esas categorías no nos valen y que definirse como clase trabajadora es algo vulgar. Tratamos de distanciarnos y decir «óomo voy a parecerme yo a ese». Entonces tenemos que ir diseccionando y buscando, casi como customizando, nuestra identidad en base a la política. Eso es estupendo, en el sentido de que nos sentimos representados, pero es tremendamente poco útil para construir afinidades. ¿Cómo construimos movimientos de masas, que son los que durante el siglo XX cambiaron las sociedades, cuando la gente es incapaz de juntarse o llorar con el que tiene al lado?

Este individualismo no sólo repercute en los procesos políticos, también ha cambiado el tejido social de los barrios, el apoyo mutuo y el contacto vecinal ¿no cree? Se me viene a la cabeza la mujer que se suicidó el otro día en Chamberí antes de ser desahuciada: nadie la conocía, vivía sola, sin familia…

Vivimos en una contradicción permanente. Tenemos una ansiedad enorme por convertirnos en individuos, específicos y aislados, pero no nos damos cuenta de que en esta sociedad la soledad es muy cara a todos los niveles, no sólo al económico. Es muy caro a nivel emocional y vital. Nunca ha sido tan caro vivir solo. ¿Por qué? porque nunca ha salido tan caro en el sentido de que en épocas anteriores al capitalismo y en etapas de desarrollo capitalista, sí podía haber huecos incluso para aquellos individuos excepcionales de clases más bajas. Hace poco veía una película de Michael Caine que venía a contar esto en los años sesenta. Cómo individuos de clase obrera, él mismo, aprovecharon el momento para crecer. Hoy en día es imposible. Es imposible porque está cerrado por completo, entre otras cosas, porque la potencia capitalista no tiene capacidad para desarrollar sus factores productivos. Con lo cual, a lo único que se dedica es a la especulación y para especular tienes que tener mucha pasta desde el principio. Toda esta mierda que nos han vendido de los emprendedores y las startups son todo mentira. Todo mentira. Nunca nos cuentan los emprendedores de dónde vienen y hacia dónde van. Nos han metido una ideología, una moral, una ética del individualismo que resulta que nos es imposible llevar a cabo. En general, el que vive de una forma individual es un desgraciado. Este es un barrio [Malasaña] lleno de desgraciados. He vivido aquí y sé de lo que hablo. Todo profesionales culturales que no van a ninguna parte. Gente que vive en unas condiciones realmente precarias. Tú debes saber bien de lo que hablo, con todo el tema de la comunicación y el periodismo. Al final no hay espacio como había antes para llevar una carrera periodística a buen nivel. Hay una gran contradicción entre ambos términos, entre lo que creemos que podemos ser, que es lo aspiracional, y lo que realmente somos

Interpreta esto como una gran victoria de la derecha, pero ¿qué papel tiene la izquierda en toda esta decadencia?

La izquierda durante el siglo XX tiene un papel articulador. Es decir, las identidades son una mezcla compleja, entre lo material -lo que realmente se es- y una serie de mediaciones culturales. La izquierda también mediaba culturalmente, creando identidad y redes en las que la gente se podía integrar eficazmente y podía vivenciar su ideología. Es decir, tu eras comunista en cuanto que hacías comunismo diariamente; en tu barrio, en tu trabajo, en tu sindicato… No eras un comunista atomizado en Twitter. Tu vivencia de la política te hacía poder tener redes y poder desarrollar una conciencia mayor. Esto ocurría en multitud de sitios y algunas ciudades muy concretas del norte de Inglaterra, incluso en los ámbitos futbolísticos, donde estaba muy unido todo: sentimiento de clase obrera y de pertenencia a un club de fútbol. El problema es que la izquierda renuncia a eso y no se pregunta por qué la clase trabajadora le ha dejado de votar, centrándose en la clase media, a la cual ve como un granero de votos que puede tornarse hacia un lado o hacia otro. De ahí viene el mito de que el centro es el que decide las elecciones, cuando realmente quién decide las elecciones es la abstención. Lo que ocurre es que nadie se fija en la abstención y se da por normal que en España haya, en las últimas elecciones, once millones de personas que no fueron a votar. El PP sacó, si no me equivoco, siete millones de votos. Quien decide las elecciones no es el centro, como nos han hecho creer los politólogos, periodistas y analistas, quien las decide es la abstención. Es decir, la clase trabajadora que se siente absolutamente enajenada de la política. Por cierto, la ultra derecha va a hacer mella ahí. Ya lo está haciendo.

Podemos renunció a hablar de clase obrera y adaptó el discurso de clases a la época, hablando de un frente entre ‘los de arriba’ contra ‘los de abajo’ ¿Cree que si hubieran apelado a la clase obrera desde el principio habrían alcanzado mayor éxito político?

No. Esto no va de discursos. La política no es una ecuación cerrada en la que si yo digo ‘X’ consigo ‘Y’. Pensamos que es así, pero no lo es. Izquierda Unida, si te fijas en sus campañas de finales de los noventa en adelante, son muy parecidas a las de Podemos, pero el contexto era diferente y los líderes eran diferentes. En esta pregunta que me haces, en el fondo, lo que se dirime es la cuestión de «o nos adaptamos a lo existente porque nos es imposible cambiarlo y nuestra única forma de actuar sobre la sociedad es poder tener una fuente de rutinas narrativas que nos consigan meter en el juego» o «planteamos una guerra asimétrica y nos salimos de su juego». Es verdad que no habría tenido un resultado mejor por apelar a la clase obrera en su discurso. Pero no va de eso, va de poder articular una política en base a experiencias comunes cotidianas. Ahí es dónde realmente se hace algo diferente donde el neoliberalismo no te puede robar la tostada. Si no, eres un producto más, lo que pasa es que te vendes de una forma diferente. Podemos tuvo cierto éxito, pero fue un éxito muy reversible, porque en el momento en el que al poder se le pasa toda esta tostada de la crisis y consigue poner en funcionamiento toda esa maquinaria, rápidamente revierte el asunto. Ahora, con el ascenso de la ultra derecha, ya no parece buena idea aquello de «no somos ni de izquierdas ni de derechas».

En estos cambios sociales y políticos, usted apunta a la industria tecnológica como una especie de factor decisivo a la hora de difuminar la conciencia de clase y potenciar el pensamiento individualista, ¿no cree que también tiene elementos positivos de cara a lo colectivo? El 15M, la Primavera Árabe o el movimiento actual de los ‘Chalecos Amarillos’ se ha gestado a través de las redes sociales

Me acuerdo que tras el atentado del 11M salieron cientos de libros que hablaban del valor de los SMS para cambiar nuestras vidas. Visto hoy, nos suena hasta pueril ¿no?. Que podamos comunicarnos de una forma rápida tiene que tener importancia, sí. Tanto como que la ultra derecha ha aprovechado las redes sociales y la mensajería instantánea tipo Whatsapp de una forma más útil que la izquierda. Esto es así porque su mensaje es destructivo y de odio, mientras, el mensaje de construcción propio de la izquierda se presenta mucho más difícil de explicar a través de un mensaje de texto o un tuit. En ese sentido, tras 20 años de Internet popular, la suma de resultados es enormemente negativa. Funcionábamos mejor cuando nos organizábamos sin este tipo de cacharros. No digo que se pueda prescindir de eso, es imposible a estas alturas. Pero en los 70 se funcionaba de puta madre y no había ningún cacharro. La gente se organizaba en base a dos cuestiones sencillas: una ideología muy fuerte y unos métodos de participación permanente. Ahora tenemos una lógica de participación permanente en base a la nada. Todo el rato estamos participando, escribiendo opiniones, poniendo tuits. Nunca antes habíamos escrito tanto, pero lo hacemos de una forma muy fraccionada con la que es imposible enterarse de nada.

La velocidad y la rapidez también han sido confundidas con la vulgarización del mensaje y la falta de autoridad. Esto es importante porque la izquierda no se atreve a decir estas cosas, pero nos hace falta autoridad intelectual. No puede valer lo mismo la opinión sobre el holocausto de un centro de estudios de Mauthausen que la opinión que tenga un paleto de Wisconsin en Youtube. Pero desgraciadamente las dos opiniones parecen tener el mismo valor. Un chaval o una chavala puede recibir estas dos opiniones en la misma línea y el mismo nivel de autoridad y esto es muy problemático.

¿Y cómo se lucha contra ello?

Puedes luchar contra ello utilizando las mismas armas… Ahora ¿tu como explicas la guerra de Siria? Es un tema hipercomplejo. ¿Se puede explicar como funciona el imperialismo, la guerra y las olas de refugiados de manera rápida? Yo no sabría hacerlo. Pero es muy fácil decir «los moros nos vienen a invadir» y jugar con esa idea tradicional. Yo creo, sin desmerecer a los youtubers que lo intentan explicar, que la única manera de luchar contra esto es integrar a la gente en la vida real. Es decir, es mucho más difícil que te creas esas mentiras cuando participas en actividades sociales, militas en un sindicato o en un partido político, que cuando estás tu solo. Al final, vamos otra vez hacia la atomización de la actividad política que pretende cambiar conciencias, pero de uno en uno. Ellos pueden hacerlo porque al final juegan en casa. Juegan con todos los prejuicios existentes en nuestra sociedad, pero la gente que quiere cambiar esto tiene que saber que es muy difícil hacerlo en su terreno de juego y con sus herramientas. Hemos pecado de arrogantes al pensar que podemos aprovechar a nuestro favor las cosas que surgen del neoliberalismo.

El Twitter, por ejemplo, no ha tenido nada positivo para la sociedad. Es más, lo único que ha hecho ha sido que nos encerremos en grupos de afinidad donde determinadas personas te dicen lo que quieres oír, propiciando que tu percepción del mundo sea muy sesgada. Me acuerdo que tras las elecciones generales salieron muchos chavales y chavalas jóvenes que no habían podido tener antes una experiencia política y que se preguntaban cómo era posible que Podemos hubiera perdido las elecciones, porque toda la gente que conocían eran afines. Claro, es que hay mucha más gente que tú no conoces, que no están en tus redes sociales o que, directamente, no están en las redes sociales.

Llaman la atención conceptos que utilizas como infantilización o puerilidad de la izquierda o la ‘uberización’ de Podemos ¿a que se refiere con ello?

El otro día iba por este barrio, que llevo en él desde que tengo 17 años, y empiezo a ver patinetes por todos lados. Entonces, en un tono provocador, digo que me cago en los patinetes y que, de Zipi y Zape, hemos pasado a ser los adultos los que llevemos estos patinetes. Semanas después de que yo escribiera sobre el tema, empieza a haber cierto movimiento que denuncia que las cosas no van bien con este tema. Por una cuestión: hemos eliminado el factor trabajo de la ecuación. Esos patinetes los coge la gente, se los lleva y los carga en su casa por cuatro duros. Es decir, una auténtica ‘uberización’ de las relaciones laborales. De esta forma, termina por desaparecer el factor trabajo de las empresas. ¿Por que a la gente le gusta? porque dicen que es un medio de transporte verde. Eso es la infantilización de la sociedad, que con que te pongan una etiquetita te creas que estás haciendo un bien por el mundo en el que vives. Ya está bien de eso.

Con la política está pasando un poco lo mismo. Carmena, que es una señora muy querida aquí, pero con su actitud de que ella es la que elige a los mejores está dando la sensación de que lo que dirige es una empresa. ¿Hacia quién responde ella? Porque nos quejábamos mucho en el 15M de los partidos políticos, pero al menos un partido tenía unas reglas de respuesta a sus direcciones ,¿frente a quién responde Carmena? Mi problema es que esta gente venía hablando de participación como algo esencial y al final ellos mismos se lo han cargado al decir que no se someten a primarias. Las primarias me importan un bledo, pero ellos son los mismos que insistían en que las primarias lo eran todo y ahora no las quieren. Me parece alucinante que nadie proteste por ello. A mí no me importa que la gente cambie de línea ideológica, pero me gusta que me expliquen las razones.

Quizá porque no hay un respaldo ideológico detrás

Sí lo hay. Siempre hay ideología. Nadie carece de ideología, pero esta es una ideología de un progresismo muy particular que se dedica a crear grandes espectáculos como la inauguración de Gran Vía, que no tiene ninguna función social, más que generar un aumento del comercio porque la gente compra andando por la calle. Se nos vende como movilidad sostenible. Otra cosa es que estemos en un momento muy infantil donde con cuatro etiquetas nos puedan convencer de este tipo de memeces, que es lo que son. Que no nos vendan que es mejor para la gente. Es mejor para la gente que se nacionalice la banca, eso sí es mejor para la gente.

Habrá quien piense que sí hace falta un cambio para una ciudad más sostenible y sin contaminación

Desde que han cerrado la fábrica de Coca-Cola en Fuenlabrada toda esa bebida entra en Madrid en camiones. Los trabajadores estuvieron calculando, creo que con ayuda de Ecologistas en Acción, la contaminación que se añadía a la ciudad con la entrada de camiones y vieron que aumentaba un tanto por ciento muy importante. Solamente con ese detalle te das cuenta de que estas medidas tienen un valor únicamente simbólico, en el sentido de que se hacen para fingir delante de tu electorado que sigues siendo progresista, porque ya no te queda nada más que hacer. Si eres incapaz de enfrentarte a Montoro con la deuda, si eres incapaz de enfrentarte a los mecanismos económicos que rigen esta ciudad como los precios del alquiler, ¿qué es lo que te queda? Esta es la política del sobrante, que consiste en hacer de nuestra debilidad virtud. Sé que es un discurso duro y desasosegante, pero es el que hay.

  También habla de lo políticamente correcto y pone al cómico Ignatius Farray como ejemplo, ¿cree que el mercado de la diversidad ha dinamitado las posibilidades de un debate constructivo?

El problema en el debate es que la diversidad se ha sobrerrepresentado. Como no se pueden alterar las estructuras económicas nos hemos dedicado a insistir en otras políticas. Esto ha creado una sensación de hipocresía que nos puede hacer pensar: «no puedo decir esto, pero luego sí que va a seguir ocurriendo en el fondo». Me parece necesario el nombrar a la gente como quiera ser nombrada. No es de recibo utilizar un lenguaje machista o racista, eso que quede claro. Ahora, lo que yo digo es que si eso no va acompañado de medidas reales de cambio, al final se crea ese hueco asqueroso para que la derecha aproveche este asunto y salga con «lo políticamente incorrecto». Llegado un momento me es muy difícil mantener un discurso cuando constantemente este espacio progresista está permanentemente jugando a las guerras culturales, que son muy perjudiciales para los grupos que dicen defender. Lo que no es normal es que nos comportamos como la derecha. El espacio progresista hace lo mismo que la derecha con Dani Mateo y la bandera. La diferencia es que ellos tienen capacidades de coacción, van a un juzgado y te denuncian, y además ellos asustan, mientras que los progresistas no tienen ni medios de coacción ni asustan. Para jugar a las guerras culturales hay que tener las mismas capacidades, si no, mal asunto. La derecha no pierde ni una sola guerra cultural cuando se mete en ellas, cada vez que se mete nos arrasa porque, encima, la izquierda cede. Un ejemplo, los titiriteros. ¿Por qué no se les defendió?

En el plano cultural se ha mostrado muy crítico con O.T ¿Por qué?

Evidentemente prefiero que en un programa se hagan cantos a la tolerancia antes que se insemine el orgullo blanco. No tengo mayor problema con Operación Triunfo, que lo vea quién quiera y que lo disfrute quién quiera, pero que lo hagan como un programa de entretenimiento. El problema es cuando se empiezan a ver, haciendo de la debilidad virtud, unos grandes valores en un programa que es básicamente un negociazo para una empresa de contenidos televisivos privada. Una empresa que lo que hace es utilizar unos valores positivos para blanquear su espacio que en el fondo está preñado de valores neoliberales. A mí me molesta que haya partidos de izquierdas que aplaudan OT. Ahora ya no, en esta segunda edición no tanto y, sinceramente, aunque suene arrogante, creo que mi artículo algo tuvo que ver. Hay mucha gente en este país que se deja los cuernos en el ámbito de la literatura y de la música que no recibe ningún tipo de ayuda. Me sorprende la ceguera de los partidos de izquierdas de este país de no ser capaces, con sus cuentas, de recomendar una vez a la semana un libro o un disco de gente que no tiene las capacidades comerciales de llegar al gran público.

¿Puede tener que ver con el hecho de que los partidos estén inmersos en una sociedad mercantilizada y eso, al final, es publicidad gratuita?

Cuando los líderes políticos hablaban de OT, a ellos les importaba un bledo el programa. Ellos, en el fondo lo que querían es normalizarse. Como no tienes capacidad para cambiar la sociedad lo que haces es parecerte a ella. Quien se puede parecer a la sociedad es Albert Rivera o Pablo Casado, que sí tienen capacidades para actuar sobre la sociedad. Ellos han conseguido transformar la realidad en base a sus líneas. Cuando la izquierda se quiere parecer a la sociedad, lo que hace es cimentar esa sociedad y darle cierta de legitimidad. De esta forma lo que pasa es que no se quiere tocar nada porque no quieres parecer contrario a los gustos de la gente. ¿Dónde están los cantos a la hegemonía y a Gramsci que se hacían unos años atrás en los partidos de izquierdas? Al final no se han cambiado ninguno de los resortes culturales de la sociedad sino que ha habido una adaptación. OT es una anécdota pequeña pero, en el fondo, resume muy bien cuál es nuestra relación con la política: hacer pensar que todo va bien porque en un programa de televisión se reconocen a los homosexuales. Es un problema porque en este país, los homosexuales que lucharon por ser reconocidos, no eran los mismos que están patrocinando la cabalgata del orgullo con Idealista. Era gente que se partía la cara y luchaba de una forma organizada. Para esa gente, todos mis respetos, pero lo que tenemos hoy son personajes que se aprovechan de la condición LGTB para hacer un negocio. No tengo que respetarles por una condición de clase.

Fuente: http://www.publico.es/culturas/daniel-bernabe-general-vive-forma-individual-desgraciado.html