Traducido para Rebelión por Germán Leyens
A la gente le fascinan los criminales. Por ejemplo, John Dillinger y Al Capone. Dillinger y Capone, sin embargo, fueron pillos de poca monta si se les compara con antiguos presidentes como Bill Clinton, que recientemente atrajo a los curiosos a una presentación de su libro en Filadelfia.
Clinton se mostró magnánimo y aceptó una pocas preguntas aprobadas de antemano del público durante una entrevistada realizada por el columnista del Washington Post, E.J. Dionne Jr. «Me avergüenzo hasta hoy por el error personal que cometí», dijo Clinton sobre su infidelidad con Monica Lewinsky, «pero me enorgullezco de no haberme quebrantado bajo lo que trataron de hacerme durante siete años, porque a ustedes les iría peor. A ustedes les iría peor. Estábamos precisamente en las garras de la locura».
No recuerdo esa locura, ni veo cómo la acusación contra Clinton, si el Senado no lo hubiese absuelto, hubiera empeorado las cosas en EE.UU. Yo estaba totalmente a favor de acusar a Clinton, aunque no haya sido por nada de lo que hizo con la practicante o por las mentiras que contó al respecto, sino más bien por lo que hizo a los pueblos de Irak y Serbia.
Tal como el criminal de guerra en serie Henry Kissinger, Bill Clinton no merece estar en libertad. Estoy muy a favor de que escriba libros – mientras los escriba desde una celda vecina a la que alberga a Slobodan Milosevic en La Haya. En realidad, los crímenes de Slobodan Milosevic son minúsculos en comparación con los de Bill Clinton. El escurridizo Willie es responsable por el asesinato de cientos de miles – no, millones – de iraquíes, serbios y sudaneses.
Clinton estaba tan ansioso de seguir las huellas de Bush, Reagan, Carter, Nixon, Johnson, Kennedy, Eisenhower y Truman – es decir, Clinton estaba tan ansioso de asesinar gente en nombre de la así llamada seguridad nacional – que disparó una andanada de misiles crucero contra Bagdad el 26 de junio de 1993, poco tiempo después de tomar el poder.
Los historiadores gustan de decir que Clinton lanzó ese artero ataque contra una nación soberana en respuesta a una conspiración de asesinato contra el antiguo presidente Bush – una conspiración que nunca fue probada de manera concluyente – pero la razón real por la que Clinton mató a docenas de iraquíes, incluyendo a la internacionalmente conocida artista Layla al-Altar, fue que deseaba demostrar que era un tipo tan duro como su predecesor. Bush, un duro en vías de jubilación, ordenó ataques aéreos y envió una salva de misiles cruceros hacia Irak entre el 17 y el 19 de enero de 1993, matando a mucha gente. Fue una especie de despedida perversa. Si Sadam verdaderamente intentó asesinar a Bush padre durante la visita que este último hizo a Kuwait en abril de 1993, probablemente creyó que estaba ampliamente justificado ya que el bombardeo de despedida de Bush tuvo como objetivo específico al dictador iraquí, quien pensaban se encontraría en el Hotel al-Rashid en Bagdad en ese momento (en lugar de Sadam, las bombas mataron a dos empleados del servicio del hotel).
El asesinato masivo premeditado de Clinton le dio un auge de popularidad en EE.UU. Los sondeos de opinión pública mostraron que su tasa de aprobación aumentó en 11 puntos porcentuales el 27 de junio, el día después del ataque, y más de dos tercios de los encuestados aprobaron el bombardeo. A los estadounidenses les gusta cuando sus presidentes matan gente en países lejanos, especialmente después de que les dan una paliza en guerras desiguales. Es fácil aceptar el asesinato en masa cuando es presentado como un juego de vídeo en CNN y en Fox News.
El deseo de matar gente de Clinton no se limitó a los iraquíes. También lo hizo con los adventistas del séptimo día. El 19 de abril de 1993, Clinton mató con gas y fuego a 86 de ellos – hombres, mujeres y niños – en la iglesia davidiana en Waco, Texas, un par de meses antes de bombardear a los indefensos civiles de Bagdad. A Bush hijo le gusta explayarse sobre la amenaza posada por las armas químicas de Sadam – las armas químicas inexistentes de Sadam, resulta – pero en realidad los estadounidenses tienen más que temer de gente como Bill Clinton, el BARF y el FBI que de Sadam Husein.
Desde luego, unos 86 desafortunados estadounidenses, incinerados y matados con gas por no obedecer al gobierno federal, no son nada en comparación con lo que Clinton hizo cuando continuó con la imposición de exhaustivas sanciones económicas al pueblo iraquí.
Cuando Clinton dejó el poder, había logrado – con la ayuda entusiasta de Gran Bretaña y Naciones Unidas – matar a cerca de un millón de niños iraquíes bajo la edad de cinco años, según informes de UNICEF. En 1999, entre 4.000 y 5.000 niños murieron por mes en Irak de desnutrición y enfermedades perfectamente prevenibles. Como señalan John y Karl Mueller en Foreign Affairs (mayo / junio de 1999), las «sanciones de destrucción masiva» de Clinton causaron «las muertes de más personas en Irak que las que han sido asesinadas por las así llamadas armas de destrucción masiva [nucleares y químicas] en toda la historia». En breve, Clinton es uno de los criminales de guerra más activos e insidiosos de los tiempos recientes. No deja de ser absurdo que ande libre, que se le permita que ande mercadeando su bestseller, y que la única crítica que se le hace se centra en una relación adolescente con Monica Lewinsky.
El asesinato de cantidades inimaginables de inocentes iraquíes, sin embargo, no le bastó a Clinton. Se unió a la OTAN para bombardear la infraestructura civil de la antigua Yugoslavia – hospitales, casas, trenes, escuelas, centrales eléctricas, incluso emisoras de televisión. Como escribe Edward S. Herman en Z magazine (diciembre de 1999): «un 60 por ciento de los objetivos de la OTAN fueron civiles, incluyendo 33 hospitales y 344 escuelas, así como 144 importantes plantas industriales y una gran planta petroquímica cuyo bombardeo causó una catastrófica contaminación». John Pilger escribe que la lista de objetivos civiles incluía «barrios residenciales, hoteles, bibliotecas, centros juveniles, teatros, museos, iglesias y monasterios del siglo XIV que estaban en la lista del Patrimonio de la Humanidad. Granjas fueron bombardeadas e incendiaron sus cultivos».
En total, según Human Rights Watch, más de 500 civiles serbios fueron matados en 37.465 incursiones aéreas durante un período de 78 días. Desde luego, esto no toma en cuenta la cantidad de serbios que morirán como resultado de las municiones de uranio empobrecido utilizadas por la OTAN y EE.UU. Un biólogo británico, Roger Coghill, cree que 10.000 personas más morirán de cáncer. «Calculo que habrá 10.150 muertes adicionales de cáncer debido al uso de uranio empobrecido en toda la región de los Balcanes. Esto incluirá a gente local, a personal de K-FOR, trabajadores de la ayuda, todos», declaró Coghill a la BBC en 1999.
Durante la reciente aventura homicida de Bush en Irak – como para asegurarse de que los crímenes de Clinton contra los serbios empalidecerían por comparación – los militares de EE.UU. dejaron detrás una sorprendente cantidad de 75 toneladas de uranio empobrecido, suficiente para asolar a la asediada nación con cáncer epidémico y horrendos defectos al nacer durante años por venir. Bush ha asegurado un futuro de pesadilla a millones de iraquíes, la mayoría de los cuales odiaban a Sadam y que jamás levantaron un dedo contra EE.UU.
«Vemos más lejos hacia el futuro», declaró al New York Times la Secretaria de Estado de Clinton, Madeleine Albright, aproximadamente al mismo tiempo que Coghill hacía su espantosa predicción para los pueblos de Serbia y Kosovo. Si los niños serbios e iraquíes mueren de leucemia es porque «somos EE.UU. Somos la nación indispensable. Estamos determinados.»
En Filadelfia, Clinton dijo que entre sus mayores arrepentimientos en política exterior» estaba el no haber dado caza a Osama bin Laden y a al-Qaeda y el «colapso» de las conversaciones de paz israelí-palestinas en Camp David en 2000. (En lugar de colapso, Clinton debería haber dicho el sabotaje de las conversaciones por el primer ministro israelí Ehud Barak y su propia persona.)
Clinton no «se arrepiente» ni está «avergonzado» por su complicidad bañada en sangre en el asesinato de un millón de personas, sobre todo niños. Como sociópata está más preocupado por cómo una miserable aventura sexual con una practicante insegura pudiese afectar su reputación que por una montaña de cadáveres o las incontables víctimas que aún van a sufrir de cáncer y defectos de nacimiento.
En cuanto a Osama bin Laden, se trata de un sociópata aficionado en comparación con un viejo profesional como William Jefferson Clinton.
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Kurt Nimmo es fotógrafo y diseñador de multimedia en Las Cruces, New México. Visite su excelente blog sin barreras en www.kurtnimmo.com/blogger.html . Nimmo contribuyó al libro de Cockburn y St. Clair «The Politics of Anti-Semitism». Una colección de sus ensayos para CounterPunch, «Another Day in the Empire», está en venta en Dandelion Books.
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