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En Libia se vence o se muere

Fuentes: Diagonal

El periodista Alberto Arce responde a un artículo de opinión publicado ayer en la web de Diagonal acerca del carácter del régimen de Gadafi. Arce, que ha trabajado sobre el terreno en Misrata (Libia), arremete en este texto contra quienes defienden a Gadafi por su supuesto ‘anti-imperialismo’.

Los contenidos del blog «Leonor en Libia» no sólo me parecen deplorables por textos como aquel en el justificaba la detención de Manu Brabo (me gustaría saber que piensa del asesinato simultáneo de Anton Hammerl). Sino por su continua agresión a la inteligencia. Su artículo de opinión en la web de Diagonal de ayer es sólo una más de las olas con la que colma el vaso de la paciencia y la razón de muchos. Flaco favor le hace a DIAGONAL el debate sobre las ideas sino recurre a plumas de más calado que la de esta bloguera.

Leonor, por supuesto que una semana antes de comenzar la rebelión, cualquier a quien le preguntases te diría que veía imposible que sucediese allí lo mismo que en Túnez o en Egipto. Porque el régimen aún no había comenzado a disparar con artillería pesada y francotiradores contra manifestaciones pacíficas.

Hace más o menos dos meses vi por primera vez una picana. Uno ha oído hablar muchas veces de esos aparatos, pero cuando por fin lo tiene delante, y aunque no sea para probarlo, sino sólo para verlo, siempre se estremece un poco.

La picana estaba en un sótano, un búnker más bien, justo debajo del salón de actos de la biblioteca del libro verde de Gadafi en la Calle Trípoli de Misrata. A los adolescentes que me llevaron allí, armados con una linterna, descendiendo varios metros bajo el nivel del suelo, palpando las paredes de las celdas, la humedad, y la oscuridad, les cambiaba la cara a medida que penetraban en las mazmorras.

Y utilizo conscientemente la palabra mazmorras, como definitorias del agujero negro sobre el que se basa la propaganda de cualquier régimen dictatorial. Cuando los revolucionarios lograron finalmente liberar la Calle Trípoli de los tanques que bombardeaban la ciudad, primero, y después de los francotiradores que durante semanas dispararon a cualquier ser humano que tratase de salir a la calle, oyeron gritos. No sabían de dónde venían y tras varios días dieron con la entrada de la cárcel secreta que albergaba el edificio desde el cual el régimen y sus Comités Revolucionarios dictaban doctrina. Sacaron de allí a 8 prisioneros que habían dejado de recibir comida días atrás. Uno de ellos, acusado de pertenecer a los hermanos musulmanes, llevaba 8 años enterrado en vida.

Esa es sólo una de las historias que quienes hemos podido viajar a Libia hemos visto y escuchado. Junto a cientos de conversaciones más, sin ningún tipo de censura ni control, durante el tiempo pasado junto a los rebeldes. Y seguro que tú conoces perfectamente si has vivido cinco años allí.

Utilizando el método comparativo. Los jóvenes y los estudiantes en España nunca han utilizado tanto el iphone como ahora. Pero tener un iphone en España o aire acondicionado y teléfono, como dices en Libia, no son los parámetros para medir el nivel de satisfacción de una población para con su régimen.

La libertad, los sueños y las expectativas, junto al hartazgo derivado de una crisis que se agudiza sin parar, son conceptos inmateriales, Leonor en Libia. El 15 de mayo, la juventud se echó a la calle en España pidiendo Democracia Real Ya. Porque estaban disconformes con el sistema político, con la deriva generada por la gestión económica o el sistema electoral y el nivel de representación de los cargos públicos respecto a las demandas de la ciudadanía. Pidiendo, en definitiva, más democracia y más libertad. Aunque casi ninguno de los que ocupaban la calle haya tenido que cancelar su cuenta de internet por no tener para pagarla. Salieron a la calle porque estaban hartos y punto.

Y sin obviar la represión policial, brutal para nuestro estándares europeos, no les sucedió a nuestros indignados lo que a los libios cuando hicieron lo mismo el 17 de febrero. Nuestro estado no envió a una división acorazada con artillería pesada y ametralladoras de 14.5 mm a disparar contra la multitud reunida en la Puerta del Sol ni ubicó francotiradores en la Calle Mayor para disparar a todo cuanto se movía.

Porque eso es exactamente lo que hizo el régimen del Coronel Gadafi contra los miles de personas que comenzaron a manifestarse en febrero en las calles de Misrata. Y los jóvenes respondieron. En vez de asustarse, asumieron la muerte como consecuencia inevitable de emprender una revolución contra un dictador que lleva décadas en el poder y no se arredraron. En España se puede hacer política, aún. En Libia, se vence o se muere.

En vez de correr a esconderse, asaltaron comisarías y cuarteles y se hicieron con armas que no sabían usar. Junto a grupos de militares que decidieron desobedecer la orden de disparar contra manifestantes desarmados, se enfrentaron al ejército y comenzó una guerra civil entre los improvisados milicianos y el ejército del dictador.

Una guerra civil que sólo tras semanas, a posteriori, recibió la intervención extranjera. Basta ya de repetir que la acción militar de la OTAN contra el régimen libio es una invasión y todo estaba planificado de antemano. Porque no lo es. Es un bombardeo selectivo, selectivo y limitado. Con sus obvias víctimas civiles. Inocentes y que nadie apoya ni justifica. Nadie. Todos sabemos que no hay bomba buena, ni la que se lanza en nombre de los derechos humanos. Es cierto que Gadafi es el blanco fácil. Pero que sea el blanco fácil y el malvado funcional a la propaganda de la OTAN no significa que no esté como una chota. Y escuchar los argumentos de los rebeldes libios, que algo de razón tendrán, tras 42 años de régimen dictatorial nada tiene que ver con aplaudir la intervención de la OTAN en Libia, por favor, dejémonos de maniqueísmos panfleteros y reduccionistas.

Si alguien critica a la OTAN son los propios combatientes sobre el terreno que nunca se han equivocado sobre las intenciones reales de los extranjeros. Sólo hay que pisar un trinchera, mentarla y comenzar a escuchar los improperios. Saben que si en tres meses la OTAN sólo ha destruido el 40% de la fuerza militar del régimen es porque están jugando al juego que le interesa a las cancillerías occidentales. El que sea, que nos lo imaginamos. La ingenuidad se la guardaron en el cajón el día que vieron al dictador abrazarse con Zapatero, Berlusconi o Blair.

Pero es importante repetir que, si bien las bombas de la OTAN también matan, como siempre, en nombre de la mejor poesía pero con la crueldad que las caracteriza, lo que se lucha en Libia es una rebelión popular contra una dictadura de décadas. Una rebelión popular armada que, a diferencia de Túnez y Egipto ha derivado en guerra civil debido a la fuerza de la represión y la capacidad de la población para asumir un compromiso total con la caída del régimen, de una naturaleza mucho más opresiva que los de sus vecinos.

Y punto. Por supuesto que entre los rebeldes habrá corruptos y oportunistas. Pero si lo son ahora, cuando dejan el régimen, no entiendo porque no lo eran cuando le prestaban su servicio a Gadafi, ese líder que pese a la evidencia de sus fuentes lisérgicas es continuamente puesto como faro de algo por sectores trasnochados, cansinos y absolutamente aislados de la autodenominada «izquierda real» europea. Así les luce.

Cuando la población está harta de una dictadura, no hay teléfonos ni televisores ni casas en construcción que sean capaces de acallar su necesidad de libertad. Cuando el líder sale en televisión diciendo que aplastará casa por casa y puerta a puerta a las ratas y las cucarachas de Al Qaeda que han enviado el país y envía el ejército para comenzar a hacerlo, no puede esperar más que autodefensa por parte de una población que, tras décadas de sufrir a los Comités Revolucionarios del partido único, les tenía miedo y sabía que de ellos no podía esperarse nada mínimamente decente. Ningún comité de salud pública de un régimen de partido único puede ser puesto como ejemplo de nada a estas alturas del partido. Para los defensores de la Jamahiriya o democracia de las masas gadafistas, sólo queda apuntar que sobre la picana estaba el libro verde. Y que hasta Belen Estaban lo escribiría mejor.

En Misrata hemos sido testigos del bloqueo total a la ciudad, del bombardeo indiscriminado contra población civil con morteros y cohetes Grad. Hemos visto la ciudad arrasada, hemos avanzado en primera línea y hemos sido testigos de los saqueos y los robos con los que el ejército castiga a la población. Sabemos que hay varios cientos de desaparecidos, secuestrado por el ejército en su retirada. Hemos entrevistado a los soldados de Gadafi prisioneros, algunos de ellos niños secuestrados de sus escuelas, que nos han contado cómo fueron engañados y obligados a luchar contra su voluntad, hemos visto las listas de desaparecidos, hemos visto los documentos de identidad e incluso los cadáveres tras el combate de milicianos extranjeros. Hemos escuchado a cientos de personas que coinciden en una sola versión de los hechos. «No nos quedó otra opción. No nos dio otra opción. Ese dictador está loco y era hora de librarse de él de una vez por todas». Si Amnistía Internacional y Human Rights Watch nos sirven para documentar los crímenes de Israel en Gaza deberíamos darle credibilidad a lo que escriben desde Misrata, no sólo porque lo firmen los mismos investigadores sino porque todos y cada uno de los periodistas que hemos pisado el terreno coincidimos con ellos. Cuando el río suena, agua lleva.

A algunos les gusta hablar de la laicidad del régimen gadafista. Si los rebeldes avanzan y combaten al grito de «Allah es grande», más cultural que otra cosa, los soldados lo hacen al grito de «Allah, Muammar [Gadafi] y Libia, eso es todo». Comparando al dictador con Dios y el profeta, en una brutal muestra de laicismo. Pero para eso, Leonor que has vivido 5 años en Libia, quizás deberías haber echado un vistazo sin el ojo tuerto con el que pretendes que veamos, que la televisión libia, después de anunciar solamente la semana pasada por dos veces que Misrata había caído en manos de Gadafi, quizás no sea la mejor fuente de información. Como Telesur, que la cita sin cuestionamiento y hace mucho que dejó de serlo. Por algo será que a ellos no les expulsan de Trípoli, de ese hotel del que si sales sin el comisario político impuesto por el régimen te expulsan, como les ha sucedido ya a varios corresponsales. Por eso no vamos. Porque nos negamos a reproducirle la visita guiada a los responsables del Ministerio de información del partido único. El periodista trabaja con libertad o no trabaja. El resto, panfletos.

El Anti-imperialismo no siempre acierta, Leonor en Libia. Como la mayoría de las fórmulas de manual que pretenden que la realidad se adapte al manual y no al revés.

Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/En-Libia-se-vence-o-se-muere.html