Es muy difícil hacerse un juicio propio sobre las revueltas populares en algunos países árabes, particularmente en Libia, desde donde la desinformación que llega es particularmente grosera. Dejando de lado las disgresiones de los «analistas de la actualidad» de todas las tendencias, aunque se parta de la hipótesis de que, en su origen, dichas revueltas […]
Es muy difícil hacerse un juicio propio sobre las revueltas populares en algunos países árabes, particularmente en Libia, desde donde la desinformación que llega es particularmente grosera.
Dejando de lado las disgresiones de los «analistas de la actualidad» de todas las tendencias, aunque se parta de la hipótesis de que, en su origen, dichas revueltas han sido más o menos espontáneas, no hay que descartar que la CIA, aprovechando la coyuntura , haya metido la mano. Lectura recomendada: La caída de la CIA- Las memorias de un guerrero de la sombra sobre los frentes del Islam, 2002, de Robert Baer, ex agente de operaciones clandestinas de la CIA.
Después que comenzaron los estallidos, la intervención yanqui en distintos niveles para evitar cambios democráticos y sociales de fondo promovidos por las clases populares sublevadas es indisimulada y manifiesta.
El caso de Libia tiene la particularidad de que ha reavivado el apetito histórico e insaciable de los Estados Unidos por el petróleo ajeno (el de Libia fue nacionalizado por Khadafi en los años 70).
Otra particularidad en el caso de Libia es que quienes se han erigido en dirigentes de la revuelta en Benghazi llaman abiertamente a la intervención extranjera.
Ahora parece ya cuestión de horas para que los Estados Unidos, con el apoyo de la OTAN, recomience su tradicional método de ataques aéreos terroristas.
Esta forma de terrorismo forma parte de la doctrina militar de los Estados Unidos, que ha empleado ampliamente en Vietnam, Panamá (año 1989, 2000 muertos en el barrio Los Chorrillos), Irak, Yugoslavia, nuevamente en Irak y Afganistán desde hace casi diez años, utilizando armas prohibidas como el napalm, el agente naranja, las bombas de racimo (cluster bombs) las bombas «segadoras de margaritas» y las bombas termobáricas.
Las bombas atómicas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki fueron las acciones terroristas más monstruosas de la historia porque no fueron acciones militares desproporcionadas sino militarmente innecesarias, como dijo después el general Eisenhower.
En realidad, en esta materia, los yanquis perfeccionaron los métodos pero no inventaron nada.
Los bombardeos terroristas contra la población civil fueron ya empleados en el siglo XIX bajo la forma de bombardeos navales: por ejemplo el bombardeo naval inglés de Cantón en 1841 durante la primera guerra del opio; en los albores del siglo XX , con el fin de exigir el pago inmediato de 161 millones de bolívares -por una deuda que el gobierno venezolano estimaba en 19 millones- doce buques de guerra de Alemania, Italia y Gran Bretaña bloquearon en 1902 las costas venezolanas y bombardearon sus puertos.
En el siglo XX, con la aviación, los bombardeos terroristas adquirieron una amplitud y una crueldad sin precedentes. Italia los practicó en Etiopía en 1935-36, Japón en China en 1937-39, Alemania e Italia durante la guerra civil española (Madrid 1936, Guernica 1937), Alemania nazi y los aliados durante la Segunda Guerra Mundial (Varsovia, Rotterdam, Londres, Dresde, Hiroshima, Nagasaki, etc.).
Se sabe sobradamente que los bombardeos sobre Irak causaron innumerables víctimas civiles (los llamados «daños colaterales», lo mismo ocurrió en Yugoslavia y sigue aconteciendo en Afganistán).
En una programa de televisión muy popular en Estados Unidos llamado «60 minutos», el 12 de mayo de 1996, el periodista Lesley Stahl le preguntó a Madeleine Albright, entonces embajadora de USA antes las Naciones Unidas:
«Hemos oído decir que en Irak han muerto medio millón de niños (a causa de las sanciones y el embargo). Más que en Hiroshima. ¿Vale la pena pagar ese precio?»
Albright (que hace poco representó a Obama en una reunión del G20) respondió: «Es una decisión difícil, pero creo que el precio vale la pena pagarlo».
La misma Albright que como Secretaria de Estado de Clinton hizo naufragar en marzo de 1999 las negociaciones de Rambouillet entre la OTAN y Yugoslavia – que estaban bien encaminadas- y precipitó la agresión contra este último país.
La similitud con el actual rechazo por las potencias occidentales de la mediación propuesta por Chávez y aceptada por la Liga Árabe es pura coincidencia.
Aunque sea obvia la respuesta, se puede formular la pregunta de qué autoridad moral tienen los Estados Unidos y sus aliados para reaccionar contra la represión en el interior de un país cuando la promueven en todas partes del mundo hace más de 200 años con guerras coloniales y neocoloniales, invasiones, golpes de Estado, aprovisionamiento de armas de todo tipo a dictaduras, etc. Y cubren con un manto de impunidad las reiteradas violaciones de los derechos humanos fundamentales del pueblo palestino en que incurre el Gobierno de Israel desde hace medio siglo