Parece mentira. El destino, caprichoso y tirano, arranca de los estómagos -y de los ministerios argelinos- la carne. Les robaron la sustancia, secuestraron la proteína. El cuscus es un típico plato magrebí compuesto por sémola de trigo y sobre el mismo una salsa y un guiso a base de cebolla, zanahoria, nabo, garbanzos, uvas pasas […]
Parece mentira. El destino, caprichoso y tirano, arranca de los estómagos -y de los ministerios argelinos- la carne. Les robaron la sustancia, secuestraron la proteína.
El cuscus es un típico plato magrebí compuesto por sémola de trigo y sobre el mismo una salsa y un guiso a base de cebolla, zanahoria, nabo, garbanzos, uvas pasas y piezas de cordero -cuando no, pollo-. Todo dispuesto de tal forma que tenemos un plato lleno de colores, olores, sabores… y que desde el punto de vista nutricional es completísimo.
A pesar de esto, los argelinos del s. XXI transitan entre la alimentación «racionada» por el «Dios Mercado» y la carencia político-económica del «Dios Estado», después de una guerra de liberación cruda, dura y dolorosa (1954-1962)contra una Francia que no se limito en brutalidades, torturas y asesinato masivo (un millón de muertos, dos millones de internados en campos de concentración y 500.000 refugiados) y, 30 anos después, una década perdida y desangrada que imprimió en las mentes, alienación, refugio en la religión y apatía política.
«Comemos cuscus de vez en cuando, si, con pollo o carne de cordero… pero estas cosas hoy se hacen en ocasiones especiales. No podemos comer carne todos los días, no a 700 u 800 dinares el kilo -casi 8 euros-. Antes si podíamos hacerlo, hace 20 anos a nadie le faltaba un plato con carne en la mesa todos los días», me dice Katia actual ama de casa y ex periodista de El Watan.
Y efectivamente, si tenemos en cuenta el PIB per capita en 1990 (3500 dólares) y el actual (2400 dólares), en un contexto de astronómicas diferencias macroeconómicas entre aquel Estado y este, las paradojas afloran y la pauperización del poder adquisitivo del argelino y, como consecuencia, del consumo, es una evidencia. En resumidas cuentas, el poder adquisitivo del argelino se redujo en un 32% entre esas fechas, mientras su crecimiento (sin precedente en su historia) supera el 5, 6 y 7% de su PIB y el índice de precios al consumo se quintuplica (de 100 a 580) en comparación a 1990.
Atrás quedo aquel país modelo y ejemplo de desarrollo y modernización para el Tercer Mundo y los países No Alineados, la Argelia del orgulloso Boumedien, un hombre que en ocasiones se ponía su burnus -vestimenta árabe y origen de la denominación de los Pirineos en Europa- y salía por las calles de Argelia a enterarse en persona de los mínimos problemas de los argelinos.
Esta Argelia de Bouteflika, quien hace unas semanas reconociera en un discurso dirigido a los jóvenes argelinos -el 60% de su población tiene menos de 30 años- su rotundo fracaso para con las políticas tendientes a reinsertarlos laboral, económica, política, cultural y socialmente, es la de un país que no parece tener ni pies ni cabeza, que parece acumular petrodólares como tío Rico lingotes de oro, por el puro placer de coleccionarlos y mantenerlos a resguardo.
En abril de 2005 el Ejecutivo anuncia un Plan quinquenal de Reactivación Económica (2005-2009) cuyo presupuesto asciende a la astronómica e inédita cifra de 55.000 millones de dólares. ¡El Estado puede gastarse 30 millones de dólares por día, más de 1 millón de dólares por hora!
¿Dónde esta ese dinero?, se preguntan los jóvenes argelinos. ¿Quién lo detenta, lo posee, lo distribuye, lo administra?
Según datos oficiales la mitad de ese dinero -25.000 millones de dólares- estaría destinado a la mejora de la calidad de vida de la población. O sea que, siguiendo la línea de razonamiento anterior, el Estado utilizaría 15 millones de dólares por día. ¡500.000 dólares por hora destinados a la gente! No obstante, de esos 25 mil millones tan solo el 5% estaría destinado a la promoción de empleo -en un país con un 30% de desempleo, afectando sobre todo a los jóvenes-. Es decir un 2,27% del total del Plan de Reactivación Económica quinquenal. ¿Es suficiente ese porcentaje del total, teniendo en cuenta que el desempleo es el principal problema social y flagelo a resolver?
Paralelamente, las «boucheries» (carnicerías)asoman en cada esquina de Argel, con sus toldos granate inconfundible y sus azulejos rojo sangre haciendo tono. Un carnívoro argentino diría sin mas que los argelinos están bien nutridos de proteínas. Sin embargo, lo paradójico es que esta imagen resulta incongruente con la realidad alimenticia cotidiana del argelino corriente. Teniendo en cuenta las desproporciones en los precios de algunos productos de primera necesidad (actual debate sobre el costo de las patatas a 80 dinares el kilo -80 céntimos de euro-) y el salario mínimo que gira en torno a los 12.000 dinares por mes -120 euros-, no nos llama la atención.
Desde el punto de vista del consumo, el 10% de los hogares más favorecidos concentran más del 30% del gasto. Del otro lado de la balanza, el 50% de los hogares menos favorecidos no suponen más que el 25% del consumo y ¡el 50% de la población gasta menos de 37.000 dinares al año (370 euros)! Del consumo total, los argelinos destinan el 50% del gasto a la alimentación.
«Hoy comemos mas que nunca, huevos, pan, patatas, pastas, verduras y frutas en general, de vez en cuando carne de pollo, cordero o ternera, pero solo un poco. Nuestra dieta gira en torno a las verduras», afirma Katia.
¿Cómo puede ser que un país con un crecimiento anual superior al 5%, retrate estas imágenes de la «miseria»? ¿Cómo un país que destina la fabulosa cifra de 55.000 millones de dólares, reconozca, a medio camino del citado Plan, el fracaso rotundo para con las políticas destinadas a los jóvenes?
Según el PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo), el IDH (Índice de Desarrollo Humano) que mide las condiciones de vida de los ciudadanos en una sociedad dada y esta compuesto por la esperanza de vida, la tasa de alfabetización y el PIB per capita, Argelia -sobre 166 países analizados- ostenta el puesto 104 (siendo el puesto 166 el de peores condiciones de vida dignas).
Otra organización internacional, TI (Transparencia Internacional), que mide la percepción de la corrupción, sobre 163 países analizados, ubica a Argelia en el puesto 84.
Todos estos datos y esta realidad argelina nos llevan a un laberinto inextricable, un jardín de senderos que se bifurcan, parafraseando a Borges, en el que nada se entiende a través de la ciencia madre: la lógica.
País de larga pena, escribiría el fallecido escritor, sociólogo, intelectual y líder de la independencia argelina, Mostefa Lacheraf.
«Extraviado en un mundo de túneles y pasillos, el hombre tiembla ante la imposibilidad de toda meta y el fracaso de todo encuentro».Esto mismo nos diría el viejito sabio de Santos Lugares, Ernesto Sábato. Esta Argelia actual parece confirmarlo: ahora toca cuscus, pero sin cordero.