Foto/AFP Desde el mes mayo de 2011, los entonces jefes del Comando Norte y Sur del ejército de Estados Unidos habían advertido que la frontera sur de México se había convertido en un creciente problema y que el triángulo conformado por Guatemala, El Salvador y Honduras podría considerarse la zona «más peligrosa del planeta». Una […]
Desde el mes mayo de 2011, los entonces jefes del Comando Norte y Sur del ejército de Estados Unidos habían advertido que la frontera sur de México se había convertido en un creciente problema y que el triángulo conformado por Guatemala, El Salvador y Honduras podría considerarse la zona «más peligrosa del planeta».
Una fuente inagotable de un éxodo que empujaría a mujeres, niños y hombres que preferían huir antes que ser ejecutados frente a sus hogares por elementos del crimen organizado o las pandillas.
El kilómetro cero de un peregrinar de refugiados condenados a deambular por las fronteras de México y Estados Unidos.
La frontera sur de México se ha convertido «en un lugar muy complejo, mucho más complejo de lo que anticipé», reconoció desde aquel entonces el jefe del Comando Norte, el almirante James Winnefeld, durante una audiencia ante el comité de servicios armados del Senado.
Durante su intervención, Winnefeld reveló algo que hoy merece la pena recuperar. El almirante aseguró que la debilidad de la frontera sur mexicana sólo podía explicarse por la falta de atención del ejercito mexicano, que se encontraba desbordado por la guerra que enfrentaba en su frontera norte donde libraba una encarnizada batalla contra los Zetas, y los carteles del Golfo y de Sinaloa.
«La última cosa que ellos (el gobierno de México) quiere hacer es abrir otro frente en el sur mientras siguen tratando de controlar el desafío que tienen en el norte», señaló Winnefeld al explicar así la desatención del entonces gobierno de Felipe Calderón a la seguridad fronteriza de México con Guatemala.
Desde aquel entonces, Winnefeld confirmó que ante la incapacidad del gobierno mexicano, Estados Unidos había decidido trabajar «hombro con hombro» con sus vecinos del sur para tratar de contener el éxodo de migrantes que huían de la violencia en Centroamérica.
Pero sobre todo, para frenar el tráfico de drogas y de armamento que llegaba a través de la frontera con Guatemala.
La estrategia de seguridad bajo la presidencia de Calderón, quien inició una guerra que sembraría de fosas comunes el territorio nacional y elevaría la cifra de muertos a más de 200 mil durante los últimos 12 años, marcó el inicio de una era sin precedentes la colaboración de México con las agencias de inteligencia y el Pentágono.
Una estrategia que, en palabras de los críticos y detractores de Calderón, metería a los servicios de inteligencia «hasta la cocina» del aparato de seguridad en México.
El saldo de esa estrategia, que sólo atizó la violencia y expandió las fronteras de la ingobernabilidad, hoy salta a la vista.
A siete años del testimonio de Winnefeld, la falta de una estrategia bilateral que atienda las raíces del conflicto en Centroamérica esta pasando una dolorosa factura.
Estados Unidos, con su racismo e histeria detrás de los planes de Donald Trump para reforzar y militarizar la franja fronteriza. Y en México, con un torrente de inmigrantes que son criminalizados mientras huyen de la violencia, principalmente mujeres y niños.
Hoy, tras varios años de estrategias fallidas, Estados Unidos y México vuelven la mirada hacia esa frontera que marca la división entre el infierno y el purgatorio. El infierno, por supuesto, es Centroamérica. Y el purgatorio, es México, ese territorio a donde millones de indocumentados de la región llegan para expiar no sus culpas, sino las de gobernantes ineptos, militares corruptos, gobiernos serviles como el mexicano y gobiernos miopes como el de Estados Unidos.
Como prueba, el sistema de identificación biométrica cuya existencia ha sido reconocido el gobierno de México. Pero sólo después de que el diario The Washington Post lo pusiera al descubierto.
Este sistema de «fichaje» ha convertido a México en una extensión del servicio de migración y aduanas. Y en una inagotable fuente de información para los centros de fusión que recaban toda la información de inteligencia que sirve a los intereses y a la seguridad de Estados Unidos.
Y, a pesar de ello, el problema sigue ahí.
En un informe difundido desde el mes de noviembre de 2015, la organización Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA) señaló que, «lejos de disuadir» o contener este éxodo de migrantes de Centroamérica hacia México y Estados Unidos, la marea de refugiados se había incrementado.
Y no solo eso, los precios que cobraban «los polleros» o «coyotes» se habían disparado.
«El aumento de las detenciones de los migrantes y refugiados potenciales de México no ha resuelto los problemas que llevaron a la «ola» de centroamericanos en la frontera con los Estados Unidos en 2014, pero ha reducido el sentido de urgencia en los Estados Unidos para apoyar a abordar las ‘causas de raíz’ de la migración», denunció WOLA.
Aunado a ello, el problema de raíz, nunca fue abordado:
La mejor solución para la seguridad de la frontera México-Guatemala parece clara, pero políticamente difícil. Estados Unidos debe aprobar una reforma migratoria integral que establezca reglas claras para el trabajo temporal y ofrezca una vía a la ciudadanía.
A su vez, México debería adoptar un estatus de visa especial o mecanismo similar que permita a los migrantes en tránsito y que son víctimas de violencia o abuso, acudir ante las autoridades sin temor a la deportación», concluyó esta organización para deslizar una solución que difícilmente avanzará bajo la presidencia de Donald Trump.
Pero tampoco, mientras se mantenga la lógica colaboracionista del gobierno mexicano.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/ultimas/bloggero.info?bravo-norte-sur/entrada_2018-04-09