Traducido del francés para Rebelión por Alex Anfruns
Brazos armados en Libia y en Siria, socios políticos en Túnez y en Egipto, aliados estratégicos en Arabia Saudí y en Qatar…Occidente no vacila en utilizar las corrientes más reaccionarias del islamismo radical cuando se trata de defender sus intereses. Mohamed Hassan, especialista del continente africano y autor de «La estrategia del caos» (publicado por Investig’action), demuestra la hipocresía de nuestros dirigentes cuando hablan de la «guerra contra el terrorismo» a propósito de Afganistán o de Mali. Lo único que guía sus acciones son los intereses. Segunda entrega de nuestra serie sobre «Las causas y consecuencias de la guerra en Mali» (IGA).
La propagación del integrismo islámico
La primavera árabe, presentada como una transformación revolucionaria que iba a barrer todas las dictaduras del mundo árabe, nunca existió como tal. Sin embargo, a principios de 2011, hubo dos erupciones volcánicas verdaderas, en Egipto y en Túnez. Se trataba de erupciones de ira popular porque la injusticia social se había convertido en algo insoportable. Pero a esos movimientos les faltaba una dirección y una orientación revolucionarias, de manera que fueron recuperados rápidamente por partidos islámicos supuestamente moderados: el partido Ennahda en Túnez y los Hermanos Musulmanes en Egipto.
Los partidos de ese tipo tienen dos características en común: son partidarios del capitalismo y totalmente anticomunistas. Sin embargo pueden tener ciertas contradicciones con el imperialismo, sobre todo en los países donde los chiíes constituyen la mayoría, como en Irán, en Irak o en Líbano. Pero allí donde los suníes son mayoritarios, esa corriente islámica se presta a un rol de fuerzas de choque de los Estados Unidos y de sus aliados europeos contra los gobiernos laicos que han subsistido en el mundo árabe (Libia, Siria, Argelia). Eso ya empezó en los años 80 con la guerra -patrocinada por los Estados Unidos- de los muyahidines contra las tropas soviéticas en Afganistán. En aquella ocasión, jóvenes provenientes de todo el mundo árabe se dieron cita en Afganistán, donde fueron enrolados por los Estados Unidos en su lucha contra el comunismo. Tras la retirada de las tropas soviéticas en 1989, un gran número de esos jóvenes se dispersaron de nuevo en el mundo árabe, llevándose con ellos una sólida experiencia de la guerra al igual que una ideología sumamente reaccionaria.
Decepcionados por la falta de apoyo suplementario de los Estados Unidos para materializar su ideal de un estado islámico panárabe con la sharia por toda constitución, algunos yihadistas se volvieron contra los Estados Unidos, como en los atentados de las torres gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001. Pero cuando le convenía estratégicamente, Washington tampoco dudó, incluso tras el 11 de septiembre, en sellar nuevamente alianzas con esos islamistas radicales. Y así es como se explica el fenómeno de que esos mismos combatientes, islamistas radicales, sean calificados unas veces de «luchadores por la libertad» (en Bosnia, Chechenia, Libia y Siria) y otras de «terroristas» (en Afganistán, Pakistán y en África ).
Otro movimiento importante en el mundo árabe y que se apoya en el islam es la Hermandad Musulmana, que tiene partidos en numerosos países árabes, siendo originaria de Egipto. Al principio, su estrategia consistió en oponerse a las dictaduras pro-occidentales en Egipto y Túnez, pero tras algunas olas de represión severa en los años 80, los Hermanos Musulmanes ya no buscaron la confrontación con el Estado, y se concentraron más bien en la creación de un tejido social y en la colecta de riquezas. Se entregaron a un trabajo en las masas, utilizando de hecho los métodos de trabajo propios del solidarismo, creando una solidaridad más allá de las clases -como lo hace en Turquía el AKP de Erdogan. Además, con esta forma de poder y una vez que las dictaduras de Mubarak (en Egipto) y de Ben Ali (en Túnez), fueron barridas por la ira popular espontánea y por el movimiento popular, los Hermanos Musulmanes pudieron recuperar rápidamente la causa y ganar las elecciones.
Las dos corrientes islámicas -los yihadistas integristas y los Hermanos Musulmanes moderados- difieren entre sí en varios aspectos, pero tienen una visión común de la economía y de la puesta en marcha de la sociedad. El ideólogo principal es Sayid Qutb quien, en los años 30 y 40, publicó numerosas obras y artículos sobre la significación social y política del Corán. Le influyó sobremanera un católico de derechas francés, Alexis Carrel, quien durante la Segunda Guerra Mundial, se sumó al régimen colaboracionista de Vichy, y preconizó el darwinismo social, incluida la eugenesia.
Por lo tanto no es sorprendente que haya similitudes entre la ideología islamista radical y la ideología católica de extrema derecha que, en la primera parte del siglo pasado, utilizó la religión como un arma contra los bolcheviques y asumió la defensa del capitalismo, del colonialismo e incluso del nazismo. En las dos ideologías, lo esencial reside en la defensa de un orden feudal «natural» contra todo lo que tiende a un mundo nuevo, socialmente más justo. Pero en la corriente islamista hay más diferencias de interpretación, al igual que una cierta resistencia al colonialismo y al imperialismo. Sin embargo, esta resistencia pasa rápidamente a un segundo plano cuando el imperialismo, en función de sus propios intereses, apoya la corriente islamista.
La alianza entre los Estados Unidos, Arabia Saudí, Qatar y los Estados del Golfo
La guerra contra Libia no tenía nada que ver con el estallido de ira popular masiva y espontánea, como la que hubo en Egipto y Túnez. En Libia, el nivel de vida era mucho más alto que el del egipcio o el tunecino medio. Una amenaza ampliamente exagerada de Gadafi dirigida a los insurgentes en la ciudad de Benghazi fue suficiente para que Occidente se lanzase en una guerra acompañada de bombardeos intensivos y de una serie de linchamientos entre los cuales, finalmente, el del mismo Gadafi, asesinado de forma execrable. Con la ayuda de las milicias más reaccionarias, el Estado libio fue reducido a los escombros. Una enorme cantidad de armas fueron a parar a las manos de esas milicias. Unos meses después, las vemos aparecer en el norte de Mali.
La guerra contra Libia fue dirigida por Francia, Gran Bretaña y los Estados Unidos. Pero Washington recurrió a una estrategia completamente diferente de la de París o Londres. En África, los Estados Unidos anhelan sobre todo intervenir por mediación de terceros. Fue entre bastidores como Africom, el mando unificado del ejército americano en África, dirigió la guerra en Libia, mientras que fueron sobre todo las fuerzas francesas y británicas quienes intervenían en un primer plano con sus bombardeos. A continuación, los Estados Unidos trabajaron en estrecha colaboración con Arabia Saudí y Qatar.
Un elemento sorprendente, en la guerra de Libia, fue la actitud de Al Jazeera, la cadena de televisión del emir de Qatar. Anteriormente, Al Jazeera se había dado a conocer por su posición crítica hacia los Estados Unidos en las guerras de Irak y Afganistán. En esta ocasión, la misma cadena jugó un papel importante en la propaganda de guerra contra Gadafi, al lado de los rebeldes que, tras el paso de los bombardeos de la Otan, se apoderaron de las principales ciudades libias.
La alianza entre los Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña por un lado, y países como Qatar, Arabia Saudí y los demás Estados del Golfo por el otro, sin embargo no es nueva. Desde la subida de los precios del petróleo en los años 70 y 80, esos países acumularon cantidades enormes de dinero y se transformaron en prestamistas de Estados Unidos. Políticamente, ya hubo una colaboración entre Arabia Saudí y los Estados Unidos con el apoyo de los muyahidines en lucha contra la ocupación soviética de Afganistán.
Hacia el final de la década precedente, esta alianza fue reanimada con el objetivo de constituir un frente común contra Irán y su influencia creciente en la región. Para los países ricos suníes como Arabia Saudí, Qatar y los Estados del Golfo, un Irán poderoso, con sus aliados chiíes en todo el Oriente Medio (Irak, Líbano) constituye una amenaza. Para los Estados Unidos, Irán es un bocado demasiado grande que no pueden abordar ellos solitos. Por supuesto, Washington no ha puesto la mira en Irán debido a su régimen teocrático, sino porque es un importante proveedor de petróleo para China e India.
Qatar y Arabia Saudí también tienen sus propios objetivos e ideología, independientemente de lo que quieren los Estados Unidos. Son estados dirigidos por familias inmensamente ricas, deseosas de extender sus reinos para incrementar aún más sus riquezas. Sueñan con un inmenso reino panislámico en que la sharia sustituya la constitución. Respecto a los estados-nación modernos, los consideran como obstáculos para ese objetivo. En sus propios países, ni siquiera existe constitución, y los ciudadanos no tienen ningún derecho.
Extracto de «Causas y consecuencias de la guerra de Mali», artículo publicado en Études marxistes , n°101.
Ver también (en francés): » L’Occident à la conquête de l’Afrique » y » Du colonialisme français à l’intervention française au Mali »
Mohamed Hassan es especialista del Oriente Medio y de Africa. Es el autor, con David Pestieau, de » L’Irak face à l’occupation (EPO, 2004) y, con Grégoire Lalieu y Michel Collon, de La stratégie du chaos , Investig’Action/Couleur Livres, 2012.