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Espiándonos a nosotros mismos para controlarnos mejor

Fuentes: Rebelión

Sabemos que el capitalismo es muy «ingenioso» para crear dinero hasta de un pedazo de madera, dotándolo de poderes mágicos o cosa parecida, hasta crear la ilusión de la casa que compras hoy se duplicará de valor en unos años más y que con ellos podrás vivir una vejez segura -ese fue el ardid en […]

Sabemos que el capitalismo es muy «ingenioso» para crear dinero hasta de un pedazo de madera, dotándolo de poderes mágicos o cosa parecida, hasta crear la ilusión de la casa que compras hoy se duplicará de valor en unos años más y que con ellos podrás vivir una vejez segura -ese fue el ardid en la creación de la burbuja hipotecaria que luego dejó sin nada en los bolsillos a millones de personas. Pero ahora, en medio de la «preocupación» de los capitalistas por crear algo para sacar la economía del país de las profundidades de la depresión y controlar algún brote de rebelión, estamos alcanzando un «realismo mágico capitalista» con la explotación al máximo de los lados oscuros de la conducta humana, convirtiendo a la población civil en un gendarme de sí misma.

¿Cómo se puede ocurrir esto? se preguntaran. En una sociedad en donde los controladores suelen ocultar sus verdaderos propósitos, no es fácil ver entre la frondosidad del bosque de engaños. Pero si nos subimos al árbol más alto -en el mismo espacio y al mismo tiempo- podemos ver lo que otros no se percatan.

La partida de nacimiento de esta idea está en el Acta de la Reforma y Modernización de la Administración Federal de Aviación del 2012, firmado como ley por presidente Barack Obama el mes pasado. Esta legislación requiere a la FAA (Administración Federal de Aviación) dar permisos para que aviones a pequeña escala robotizados sean usados por las agencias policiales, organizaciones comerciales y aficionados a pasatiempos.

Si vemos un solo espejo del caleidoscopio, podemos pensar que el Acta motivará un auge económico en la industria de aviones a pequeña escala robotizados para propósitos de vigilancia, puestos que los mismo no solo podrán ser utilizados por las autoridades policiales sino también por cualquiera persona que solicite un permiso para el uso de estos dispositivos. En otras palabras, en los próximos años el cielo estadounidense podría estar inundado por miles de estos aparatos, dando un auge a esta industria tecnológica -no solo en la fabricación de los aviones en sí, sino también de los dispositivos que lleven a bordo, como cámaras fotográficas de súper alta resolución para reconocimiento faciales, con cámaras de proyección para detectar imágenes termales, hasta rastreadores de conexiones inalámbricas WiFi y otros sensores.

Ahora bien, si vemos otro espejo del caleidoscopio, el punto de vista de la seguridad pública -el lado por el cual, generalmente, le venden estas cosas a la opinión pública-, el uso de estos aparatos sería aceptado ampliamente. Usar estos aviones robotizados para seguir a fugitivos, o rastrear a sujetos implicados en actividades criminales como el narcotráfico -o incluso seguir a los indocumentados que cruzan hacia territorio estadounidense-, hasta vigilar el tráfico vehicular, son objetivos que no encontrarían ninguna resistencia para su aplicación.

Sin embargo, cuando el uso de estos aparatos va más allá de lo permisible e ingresa al terreno de la privacidad, las cosas cambian totalmente. Invasión de la privacidad En este contexto -otro espejo del caleidoscopio que quizá no está muy a la vista-, el problema radica en dos cosas. La primera es que la propia ley no contempla ningún resguardo sobre el uso inapropiado de estos aparatos, es decir: La invasión de la privacidad ajena. Y segundo, el propósito más oculto en insidioso: Convertirnos en un país de vigilantes y delatores, pero no de enemigos foráneos, sino de nosotros mismos.

Sobre lo primero, los aviones a control remoto plantean un desafío sin precedentes a la privacidad porque estos aparatos «pueden ver a escondidas en su patio trasero y seguirlos intrusivamente», dice Harley Geiger, un consultor de políticas en el Centro para la Democracia y la Tecnología, basado en Washington D.C.

Bajo la ley, un avión a control remoto tendrá limitaciones a una altura menor a 400 pies de la tierra. Pero si está a una altura mayor se considerará que está operando en un espacio público. «Y cualquier cosa que es observada desde un espacio público tiene pocas protecciones de la privacidad», indica Geiger.

Y aunque el problema de la privacidad es algo que puede ser más o menos controlado añadiéndole restricciones a la ley, como Geiger propone que lo haga el Congreso, lo que nos preocupa más es el segundo aspecto. La gente vs. la gente Si con el tiempo, como lo permite la ley, miles de individuos de la población civil tendrán acceso a estos aparatos y teniendo en cuenta que la curiosidad humana no tiene límites, quiérase o no esto daría paso a un vasto fenómeno de vigilancia -la gente vs. la gente- que, en otro nivel más profundo, nos dividiría aun más. Una especie de guerra civil, pero individualizada. Y esto es lo que quieren los Amos del Universo.

Desde principios del siglo pasado, el estudio de la conducta y la manipulación de las grandes masas ha logrado avances escalofriantes. Ya en la década de los 1920’s Walter Lippman elaboró la teoría del «establecimiento de la agenda», según la cual el público recurre a las pistas de relevancia que le ofrecen los medios de comunicación de masas para organizar su propia agenda y decidir cuáles son los temas más importantes en la consideración pública. En consecuencia, la agenda de los medios de información, la agenda mediática, se convierte en la agenda pública, en opinión pública -que los individuos creen, erróneamente, es propia.

Y durante la Segunda Guerra Mundial se creó el Instituto Tavistock, un organismo situado Inglaterra, que es considerado el máximo centro mundial de control mental, aunque como clínica ya existía desde los años veinte. «Todo lo que ha habido desde la Nueva Izquierda hasta el Watergate, Vietnam, los Papeles del Pentágono, el movimiento hippie, el movimiento contra la guerra y la contracultura de las drogas, el rock y el rap, han sido proyectos de ingeniería social planificados de antemano», asegura el autor Daniel Estulin.

Otra entidad es la Rand Corporation, una organización creada inicialmente para propósitos militares pero que con el tiempo ha abarcado otros campos como el estudio de la conducta humana. En el año 2001, por ejemplo, llevó a cabo un estudio titulado «Exposure to Degrading Versus Nondegrading Music Lyrics and Sexual Behavior Among Youth», en el que se investigó la relación entre la música y la actividad sexual temprana en adolescentes de 12 a 17 años. Y esto solo es un ejemplo.

Los Amos del Universo tienen bien estudiados las conductas de las grandes masas, por algo se preocupan en recopilar toda la información nuestra -desde que comemos hasta como vestimos y cómo nos divertimos, pasando por lo que compramos, lo que dejamos de comprar, etc. etc.- y saben mover los hilos de nuestra conducta cuando ven algún signo de rebelión entre las masas.

Así que, espiarnos entre nosotros mismo será otro método para seguir sometidos como siervos.