La transición de Túnez entra en una nueva etapa en la que quedan pendientes, cuatro años después de la inmolación de Mohammed Bouazizi, muchas demandas de la revolución.
Beji Caid Essebsi será el primer presidente de la Segunda República de Túnez, según han confirmado los datos preliminares ofrecidos ayer por la Instancia Superior Independiente para las Elecciones (ISIE). Finalmente, el líder de Nidaa Tounes, partido vencedor en las elecciones legislativas de octubre, se ha impuesto con el 55,68% de los votos a Moncef Marzouki, actual presidente, que ha obtenido el 44,3%.
Según los resultados de ISIE la participación en esta segunda vuelta ha sido del 59%, el dato de participación más bajo de estos últimos tres comicios. Poco más de tres millones de votantes sobre un total de cinco millones trescientos mil inscritos, y más de ocho millones de ciudadanos en edad de votar acudieron ayer a elegir a su futuro presidente.
La baja participación y el poco margen con el que ha salido vencedor Essebsi podría conllevar a una falta de legitimidad y confianza ciudadana que ya se ha empezado a notar. Durante la mañana de la jornada electoral, la policía ha reprimido con gas lacrimógeno un grupo de manifestantes en la ciudad de Hamma, al sur del país, que protestaba por el resultado de los comicios presidenciales.
Beji Caid Essebsi presidirá este pequeño país norteafricano ante el recelo de algunos ciudadanos que consideran su triunfo y el de su partido el renacimiento del antiguo régimen. Y no es tan extraño, pues a sus 88 años Essebsi cuenta con una larga carrera política que comenzó bajo el mandato de Habib Bourguiba como ministro del interior, de Defensa y de Asuntos Exteriores y que continuó con la presidencia del Parlamento desde 1990 a 1991 bajo el mandato de Ben Alí.
La jornada electoral se celebró sin muchos problemas, exceptuando el ataque en un colegio electoral en Kairouan donde murió un hombre. Y a pesar de que un vídeo, difundido el miércoles en las redes por combatientes del Estado Islámico (EI), amenazaba con irrumpir la celebración de los comicios. Para garantizar una jornada pacífica, el Estado tunecino empleó más de 100.000 guardias de seguridad. En un país con poco más de 10 millones de habitantes, hubo un policía por cada 100 ciudadanos.
Interrogantes de una nueva etapa de la transición
Poco después de conocerse los datos oficiales, la periodista y activista Lilia Weslaty se preguntaba por lo que sucederá a partir de ahora. «¿Cumplirá Nidaa Tounes sus promesas electorales, como no aliarse en el gobierno con Ennahdha? ¿Respetará la Constitución y la libertad de expresión? ¿Oirán las melodías de justicia social entre el norte y sur, este y oeste de Túnez? Y más importante aún, ¿será democrático un partido que no sabemos cómo es?».
Para Miguel Hernando de Larramendi, profesor de historia árabe contemporánea en la Universidad de Castilla-La Mancha, lo más importante es precisar las mencionadas cuestiones, a las que añade la elección del Tribunal Constitucional. Porque, dice, «la transición continúa, simplemente estamos en otra etapa de un proceso lleno de matices».
Larramendi cree que puede haber dos focos de inestabilidad. «El primero Nidaa Tounes. Es un partido anti que no ha logrado ni celebrar un congreso. Además, hay que tener en cuenta la avanzada edad del propio Essebsi. El segundo es ver qué sucede con Ennahdha. Pese a contar con estructuras más democráticas, está dividido por las críticas de aquellos que se quejan por no haber presentado candidato a las elecciones y los que no soportarían un acuerdo con Nidaa Tounes». De hecho, cree que lo más probable es que Essebsi, dada su personalidad, opte por una presidencia fuerte y un gobierno de unidad, o con tecnócratas. En ese esquema, Ennahdha podría tener cabida, «como ya sucedió en las votaciones a la presidencia y vicepresidencia del Parlamento», aclara.
Sin embargo, Santiago Alba Rico, filósofo y ensayista, cree que las elecciones vuelven a «señalar, al menos simbólicamente, un claro fin de ciclo. Ya no queda nada de la legitimidad revolucionaria, ninguna institución, ningún nombre. Es el retorno homeopático del Antiguo Régimen». Residente en Túnez desde hace casi una década, Alba Rico alerta de los elevados riesgos de que la vuelta de un régimen que no cayó cuando su cabeza, Zine el-Abidine Ben Ali, huyó del país.
Además, considera que en esta etapa de la transición está en juego el propio sistema de gobierno del país. «La revolución llevaba mucho tiempo fuera del debate público de Túnez. Con este resultado, ahora queda fuera la democracia. Hay una gran mayoría de personas que han quedado fuera del marco político. La abstención ha sido altísima y, sumado al voto por Marzouki, constituyen una mayoría a la que no representa ningún partido. Podemos decir que el malestar social y económico y la conciencia democrática se han quedado sin organización ni proyecto».
Los desafíos económicos del país no sólo no han desaparecido, sino que se han incrementado en esta época sin la dictadura omnipresente de Ben Ali. Sigue habiendo un elevado nivel de pobreza y desempleo, concentrado en algunas zonas y en la población joven. A ello se une la amenaza del terrorismo, que se aprovecha de la exclusión de muchos tunecinos, de la explosiva situación del Sahel y de unas fronteras frágiles. Se calcula que alrededor de 2.400 tunecinos están luchando en Siria, la mayoría con el EI.
También a la demanda de juzgar los crímenes de las dictaduras, tarea muy difícil bajo la presidencia de un Essebsi y otros miembros de su partido que ocuparon cargos importantes en la época de Burgiba y Ben Ali. Y, por último, el encaje plural entre aquellos contrarios que han estado pugnando por el poder durante unos años en los que la religión se ha utilizado como arma política. De cómo se resuelva la cuestión democrática dependerá cómo puedan encajar las relaciones entre fe y derechos.
Fuente original: La Directa