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Un análisis electoral desde el País Vasco

¿Está dispuesto el PSOE a asumir por qué ha ganado las elecciones?

Fuentes: elomendia.com

Además de destacar los buenos resultados de Euskal Herria Bai en la parte continental de nuestro país, y centrándome en los territorios vascos peninsulares, me arriesgaré a resumir el panorama en una sola frase: el 9 de marzo ha reforzado a los dos protagonistas principales del frustrado proceso de búsqueda de una solución política, PSOE […]

Además de destacar los buenos resultados de Euskal Herria Bai en la parte continental de nuestro país, y centrándome en los territorios vascos peninsulares, me arriesgaré a resumir el panorama en una sola frase: el 9 de marzo ha reforzado a los dos protagonistas principales del frustrado proceso de búsqueda de una solución política, PSOE e izquierda abertzale.

Hace escasos días ha muerto en atentado un ex concejal del PSE, y el Gobierno de Rodríguez Zapatero ha pisado el acelerador de la represión, de modo que nadie en su sano juicio interpretaría que estamos en un momento «dulce» entre ambos agentes. Afirmar ahora que los resultados suponen un espaldarazo a una solución política puede parecer aventurado, ya que el PSOE ha insistido hasta la saciedad en que descarta esa vía, pero en el complejo y contradictorio mundo de la política es necesario ir más allá de las apariencias. Y no debe olvidarse que la gente decide entre las posibilidades que tiene para elegir. El voto al PSOE de marzo de 2008 en Euskal Herria no tiene nada que ver con los conseguidos en otros momentos de su historia. No es el voto del entusiasmo, es, en gran medida, un voto contra otros. Y lo mismo puede decirse acerca de Catalunya. El PP y sus colegas mediáticos han satanizado al PSOE por haber propuesto algunos cambios en el modelo de estado y afrontado un proceso para buscar la paz, y estaba sobre la mesa el apoyo social a ese intento, por más que muchos consideremos que no fue honesto y que este partido es el principal responsable de su fracaso. Rajoy se presentaba como la línea dura, sólo él podía salvar a España de la ruptura y el caos. Y el «caos» ha ganado. Ha ganado en Euskal Herria, ha ganado en Catalunya y, gracias a estos triunfos, ha ganado en todo el Estado.

Ahora bien, la victoria de Rodríguez Zapatero ni significa el fin de la crisis del nacionalismo español ni pone fin al debilitamiento del estado. A 30 años de la Constitución de 1978, la nave hace aguas por todos los lados. Si en 2004 un atentado mediatizó los resultados, a nadie se le escapa que en 2008 otro atentado ha condicionado el final de campaña, y no tanto por su influencia en la orientación de voto como por la constatación de un problema no resuelto que debilita notablemente al estado, un estado que fracasa una y otra vez en su estrategia policial.

En este contexto, los resultados electorales en la Euskal Herria peninsular han dibujado un panorama marcado por el conflicto y por la imposición de las reglas de juego que interesan a los nacionalistas españoles. El PSOE es el partido que más se fortalece en relación a sus contrincantes, UPN-PP y PNV-Nafarroa Bai. En Nafarroa, la candidatura de Moscoso, pese al apoyo del PSN a UPN, ha logrado sus mejores resultados históricos, mientras Nafarroa Bai se estanca, fracasando en su estrategia de disfrazarse de lagarterana para rentabilizar un supuesto desgaste del PSN. En Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, el PSE saca ventaja al PP y supera ampliamente al PNV, que pierde 120.000 votos, una cifra escalofriante. El PSE se enfrenta al dilema de celebrar el desastroso resultado del PNV, que es lo que a muchos les pide el cuerpo, o lamentar el debilitamiento de un aliado primordial. Algunos, en todo caso, ya apuntan que esto les pasa a los jeltzales por mandar a su casa a Imaz, pero no creo que ésta sea la opinión de Ibarretxe, Arzalluz ni Egibar.

Ahora bien, dado el éxito de la abstención, el PSOE debe comprender que su fortalecimiento coincide con una impresionante demostración de fuerza de la izquierda abertzale en las condiciones más difíciles de los últimos 30 años. Desde que este sector social hizo un llamamiento a una abstención activa, todos los demás agentes políticos se han esforzado en combatirla, y tras al atentado que costó la vida a Isaías Carrasco, se llegó a satanizarla, identificándola con el apoyo explícito a ETA. Resuenan todavía las palabras de Patxi Zabaleta: la abstención está teñida de sangre. No sé si quienes decían todo esto hace escasos días interpretarán que más de 733.000 personas han decidido abstenerse en Hego Euskal Herria como muestra de apoyo a ETA, aunque en coherencia con lo que dijeron, tendrían que sacar esa conclusión. Pero es obvio que la abstención requiere una lectura política, porque el éxito de la izquierda abertzale va mucho más allá de la diferencia entre los porcentajes de abstención de 2004 y 2008, ya que es constatable que miles de posibles abstencionistas «técnicos» han ido a votar para evitar que su actitud se confundiera con la llamada de la izquierda abertzale, sobre todo tras el atentado de Arrasate.

La represión no erosiona el apoyo social de la izquierda abertzale. Ni la acción judicial-policial, ni el boicot de los medios de comunicación, ni la criminalización de sus propuestas logran debilitar las bases de la izquierda abertzale. La Ley de Partidos ha vuelto a fracasar, la izquierda abertzale es un agente de primer orden pese a los encarcelamientos, y no han funcionado los cantos de sirena de PNV, EA, Aralar y Nafarroa Bai para erosionar su espacio socio-electoral. A estas alturas está muy claro que la estrategia represiva ya no da más de sí. Y no se trata de un problema de vueltas de tuerca, sino de una inviabilidad estratégica.

El éxito de la abstención se produce además en un momento de grave crisis del PNV, el partido que ha constituido el principal apoyo del estado en nuestro país desde la muerte de Franco. El PNV pierde fuerza electoral, debe enfrentarse a la crisis interna que aplazó hace unos meses, y se encuentra con que tanto PSOE como izquierda abertzale pueden afirmar que han superado la prueba. El PNV ha insistido en los últimos tiempos en que en Loiola la izquierda abertzale truncó una posible solución, y anunció un esfuerzo para recuperar aquellas propuestas y buscar un acuerdo con el PSOE. Tras el fracaso del proceso ha querido una confrontación con la izquierda abertzale, soñando con repetir el escenario post Lizarra-Garazi, pero ha resultado derrotado.

Así las cosas, el PSOE se está quedando sin el comodín de la represión. Ha fracasado en su intento de hacer pagar a la izquierda abertzale la factura del fracaso del proceso, aunque ha logrado eludir la suya gracias a la catástrofe del PNV y el miedo al PP. El PSOE ha ganado las elecciones, efectivamente, pero es posible que no quiera asumir por qué ha sido así. Puede que piensen que es mejor no correr riesgos y buscar el acercamiento al PP, pero ha ganado precisamente por lo contrario. Se equivocará si cree que estos apoyos anti-PP son para siempre. Tiene ante sí graves problemas, entre ellos la crisis del modelo de estado, y no va a poder pasar otros cuatro años haciendo escapismo.

Se acaban las excusas, y se caen los parapetos. El PSOE va a tener que arriesgar y asumir compromisos. Tendrá que dejar atrás el mensaje de los precios políticos, y manejar el de las soluciones.