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Estados Unidos a punto de zafarse del TLCAN

Fuentes: Rebelión

 Una antigua y muy sabia tesis de la ciencia económica afirma que el comercio no genera ni incrementa la riqueza. Esta tarea sólo puede cumplirla la producción. El intercambio de mercancías o comercio puede ser imprescindible para la vida, pero no genera riqueza ni la incrementa. Esta verdad empírica y científica, comprobada a lo largo […]

 Una antigua y muy sabia tesis de la ciencia económica afirma que el comercio no genera ni incrementa la riqueza. Esta tarea sólo puede cumplirla la producción. El intercambio de mercancías o comercio puede ser imprescindible para la vida, pero no genera riqueza ni la incrementa. Esta verdad empírica y científica, comprobada a lo largo de milenios, se contrapone a la ilusión del crecimiento de la riqueza por la vía del comercio.

Se trata, desde luego, de la riqueza social, no de la individual. Un comerciante sí puede aumentar sus caudales mediante actos de comercio: compra a un precio dado y vende a uno mayor. Pero esa ganancia representa la pérdida del otro elemento de la ecuación. La riqueza no ha crecido, sólo ha cambiado de manos.

Esta era (y es) la base teórica para entender que el tristemente célebre Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) no podía incrementar la riqueza de ninguno de los tres países suscriptores: Canadá, Estados Unidos y México, pero sí podía facilitar el cambio de manos de la riqueza de esas tres economías, tanto internamente como de un país a otro.

Y lo mismo puede decirse de otros tratados de libre comercio. Ahí está la Unión Europea, culminación político-económica de los varios antecedentes de acuerdos de libre comercio en el Viejo Continente. La riqueza social no creció por el comercio explosivo; sólo cambió de manos.

Esto explica que los acuerdos de libre comercio tengan partidarios y detractores. Los individuos y las clases sociales que vieron aumentada su riqueza con el funcionamiento de esos pactos comerciales están más que satisfechos y pugnan por su continuación y ampliación. Y por lo contrario: aquellas personas y clases sociales que perdieron parte y a veces buena parte de su riqueza se oponen a tales acuerdos y batallan por su eliminación.

Reino Unido de la Gran Bretaña es un buen ejemplo de esta situación. Con el Brexit se pudo comprobar que al menos la mitad de la población británica repudiaba el acuerdo de libre comercio al que lo ligaba su pertenencia a la Unión Europea. Y aunque se carece de cifras es posible colegir que en España y Grecia, por citar sólo los casos más emblemáticos, se da semejante partición social con respecto a los acuerdos de libre comercio.

Por lo que toca al TLCAN, se sabe bien que el comercio entre los tres suscriptores creció exponencialmente en los 23 años de su vigencia. Pero al mismo tiempo puede afirmarse que el grueso de la población mexicana y estadounidense es, al menos, tan pobre como hace un cuarto de siglo.

En Estados Unidos esta sensación de ausencia de la prosperidad prometida o la conciencia de una mayor pobreza le dio su enorme base electoral a Donald Trump. Y ello explica la fobia del magnate contra el TLCAN y contra los acuerdos de libre comercio en general. De EU puede afirmarse más o menos lo dicho para Reino Unido, México, España, Grecia y otras naciones, como Italia y Portugal, por ejemplo.

Reino Unido ya logró zafarse del disolvente acuerdo al que lo uncía su pertenencia a la Unión Europea. EE.UU. se zafó anticipadamente del acuerdo comercial transpacífico. Y está a punto de concretar su salida del TLCAN, como lo demandan la racionalidad económica y la influyente base electoral de Trump.

Blog del autor: www.economiaypoliticahoy.wordpress.com

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.