El peligroso proceso de descomposición del precario orden internacional sigue su curso. La presencia en la Casa Blanca de un personaje como Donald Trump le agrega notas extravagantes y macabras a lo que es una tendencia profunda del imperio dirigida a evitar lo inevitable: su irreversible declinación. Ningún estudioso serio, mismo en Estados Unidos, pone en duda este diagnóstico. Lo único que realmente está en discusión es la forma o el ritmo del declive, no su concreción histórica. No podrán evitarlo las clases dominantes de Estados Unidos, pero sin duda harán todo lo que sea necesario, aunque esto requiera atropellar cualquier principio moral o estatuto legal, para dilatar lo más posible el fatal desenlace.
Ilustración: Osval.
El asesinato de Kassen Suleimani en Irak es una prueba irrefutable de esto: celebrado con alborozo por Trump, quien se jactó de haber dado la orden de «eliminarlo», y la deshonrosa complicidad del Secretario General de la ONU, el portugués Antonio Gutérrez, que no emitió opinión alguna sobre el crimen, son síntomas elocuentes de la putrefacción que corroe los fundamentos del orden mundial amenazado por una superpotencia canalla que no respeta legalidad alguna. Objeto privilegiado de la estrategia defensiva de Washington es reforzar su control sobre lo que en la jerga del Pentágono se llama «la gran isla americana», es decir, esa enorme extensión de tierra que va desde Alaska a Tierra del Fuego. Protegido por dos grandes mares en sus vertientes orientales y occidentales, el «Talón de Aquiles» del imperio lo ubican los estrategas norteamericanos en la «Tercera Frontera»: México y su extensión centroamericana y la cuenca del Gran Caribe. De momento el reforzamiento de la dependencia del país azteca en relación a Estados Unidos a partir de 1994 -cuando se firmara en nefasto Tratado de Libre Comercio de América del Norte, renovado recientemente con más ventajas para el país del Norte- torna innecesario establecer un bloqueo estadounidense en contra de México. Pero si el gobierno mexicano siguiera un curso de acción percibido como hostil por parte de la Casa Blanca no sería de extrañar que una enorme batería de sanciones comenzara a descargarse en su contra.
Esto es lo que ha ocurrido con Cuba desde hace sesenta años, prueba más que suficiente de que los márgenes de tolerancia del imperio en estas latitudes son muy estrechos. Laos y Nepal, por ejemplo, tienen dos gobiernos constituidos por variopintas alianzas hegemonizadas por maoístas probados y confesos sin que Washington haya desplegado una ofensiva siquiera remotamente parecida a la que viene aplicando con inusitado rigor en contra de Cuba y Venezuela. No se conocen sanciones económicas contra aquellos gobiernos asiáticos ni mucho menos las persistentes ofensivas diplomáticas o las sistemáticas campañas de difamación mediática que padecen los gobiernos de Cuba y Venezuela.
Desde el 2019 hasta la actualidad Donald Trump ha impuesto 85 muevas medidas restrictivas en contra de Cuba que afectan vitalmente los ingresos de la isla rebelde, erigiendo toda suerte de obstáculos al comercio internacional, las inversiones, el turismo, la salud y el suministro de insumos esenciales como el petróleo, la gasolina (utilizada por camiones de carga y transporte público) y el gas licuado requerido por los hogares para la cocción de los alimentos. El siniestro plan del Nerón estadounidense es lograr, mediante la aplicación de criminales agresiones que se encuadran en la figura del genocidio, detonar un levantamiento popular en contra del gobierno de Miguel Díaz Canel y así lograr el tan anhelado «cambio de régimen» que ponga fin a la Revolución Cubana.
Es obvio que fracasarán en su intento, pero el daño y los sufrimientos que le están produciendo a la población cubana es gravísimo y algún día deberán pagar por ello. Lo mismo vale en relación a la brutal agresión que también se ejerce en contra de la República Bolivariana de Venezuela, donde el bloqueo al ingreso de alimentos y medicamentos ya pagados por Caracas ha provocado ingentes sufrimientos. Según un informe firmado por Mark Weisbrot y Jeffrey Sachs, del prestigioso Center for Economic and Policy Research basado en Washington, las sanciones económicas aplicadas por la Casa Blanca contra Venezuela desde Agosto del 2017 produjeron una tremenda crisis humanitaria y causaron decenas de muertes en ese país. En dicho informe se habla de por lo menos 40.000 muertos hasta el año 2018, y la suma sigue.
El robo de los patrimonios del pueblo venezolano, CITGO siendo el caso más importante pero lejos de ser el único, hablan a las claras de la absoluta impunidad imperial y de su total desprecio por las más elementales normas del derecho internacional y lo estipulado en la propia Carta de las Naciones Unidas. Inventariar el daño hecho por el gobierno de Estados Unidos contra Cuba y Venezuela exigiría escribir un libro de mil páginas. A diferencia de Laos y Nepal, aquéllas se encuentran en lo que en Washington se sigue dominando «el patio trasero» de Estados Unidos, y lo que en Asia pasa por completo desapercibido o se considera una travesura intrascendente se convierte en una inverosímil amenaza a la seguridad nacional cuando gobiernos progresistas o de izquierda se instalan en esta región. Pensar que podrán poner de rodillas a los pueblos de Cuba y Venezuela no sólo es signo de una monumental ignorancia histórica; también de profunda estupidez política.
Nada detendrá el curso declinante del imperio americano, por más bloqueos, sanciones, agresiones y ridículas operaciones como las de «Guaidó» intente la Casa Blanca en su afán por detener su lenta pero inexorable caída. Ante esto sería bueno que la así llamada comunidad internacional y sobre todo los principales gobiernos del mundo y las organizaciones internacionales reaccionaran más vigorosamente frente a estos atropellos contra dos países cuyos únicos dos pecados son el estar situados en esta parte del mundo y tratar de gobernarse a sí mismos, rechazando la opción de ser una colonia de los Estados Unidos. Hay una llamativa y alarmante desproporción entre el ataque genocida que están sufriendo Cuba y Venezuela y la nula, o excesivamente tibia, reacción internacional ante estos crímenes. Es imperativo lanzar una campaña de alcance mundial de concientización en contra de estas prácticas brutales del imperialismo porque al arrasar con la legalidad internacional no sólo se agrede a los pueblos de Cuba y Venezuela sino que se empuja al mundo al borde de un abismo, donde podría darse cumplimiento a la lóbrega profecía de Thomas Hobbes de un sistema internacional basado en la violencia y la muerte, en la «ley del más fuerte» que no es ley sino simple prepotencia. Y eso sería la ruta segura hacia la violenta implosión de lo poco que queda del orden internacional establecido a la salida de la Segunda Guerra Mundial con la creación de las Naciones Unidas. En un escenario de ese tipo nadie estaría a salvo; no sólo los países sometidos al dominio imperial sino todos los demás, incluyendo a Estados Unidos. Aun estamos a tiempo para evitar tan catastrófico desenlace, pero hay que poner manos a la obra ya mismo. La campaña internacional contra las prácticas genocidas de Estados Unidos no puede demorarse ni un segundo más.
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