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Estados Unidos, menos superpotencia

Fuentes: Rebelión

Cuando en noviembre de 2008 se celebren las elecciones presidenciales, Estados Unidos, la única superpotencia reconocida después de la Guerra Fría y la desaparición de la Unión Soviética, será menos superpotencia de lo que era en noviembre de 2000, fecha de la primera elección de G. Bush (hijo), y en noviembre de 2004, año de […]

Cuando en noviembre de 2008 se celebren las elecciones presidenciales, Estados Unidos, la única superpotencia reconocida después de la Guerra Fría y la desaparición de la Unión Soviética, será menos superpotencia de lo que era en noviembre de 2000, fecha de la primera elección de G. Bush (hijo), y en noviembre de 2004, año de la reelección del mismo personaje. Sobre él y sus colaboradores más próximos en las tareas de gobierno, Cheney, Rice, y los desacomodados Rumsfeld, Perle, Wolfowitz, Bolton, etcétera, recaerá el mérito de esa pérdida de reconocimiento como única gran superpotencia mundial.

¿Cómo en tan corto espacio de tiempo han podido los gobiernos republicanos y neoconservadores de G. Bush deteriorar tanto la posición y el prestigio del coloso norteamericano?

La clave ha estado, por un lado, en la fe ilimitada en el poder militar, en la fuerza de los Estados Unidos y, por el otro, en el desprecio y la subestimación de la voluntad y la capacidad de resistencia de los pueblos invadidos.

Examinando el primero de los dos factores mencionados, la confianza en la fuerza militar de los Estados Unidos, los hechos han demostrado que el cálculo sobre la superioridad militar americana estaba equivocado. Tanto en Afganistán, como en Irak la primera fase de la guerra, la derrota de regímenes con ejércitos sensiblemente, abismalmente, a veces, inferiores, fue factible y hasta fácil, pero la etapa siguiente, la de la consolidación de la victoria, la ocupación militar y la » normalización» política, con la creación de gobiernos leales, aceptados por la población » liberada», ha sido un fracaso.

Los tiempos de la colonización han pasado, el recuerdo de esa etapa histórica está aún muy fresco en Asia y África, y la recolonización, disfrazada de cruzada por la libertad y la democracia, no ha engañado tampoco a nadie.

Así, pues, sectores considerables de las poblaciones de los países invadidos han ofrecido una resistencia, constante en el caso iraquí, creciente en el afgano, que está haciendo naufragar los planes estratégicos, políticos y militares de los gobiernos de Bush.

Los verdaderos objetivos de las intervenciones norteamericanas, la consolidación de la presencia en un área singular del mundo, el gas natural y el petróleo de Asia central y suroccidental tan codiciados por algunas de las corporaciones que tan interesadamente sufragaron las campañas electorales de los halcones neoconservadores, están más en el aire que nunca.

Por supuesto que Estados Unidos no es un » tigre de papel», dedica a sustentar su poder en el globo casi la mitad de todo el presupuesto mundial en gastos militares, pero su fracaso en Irak y cada día más en Afganistán han tenido unas consecuencias imprevistas por los insanos gobernantes que tan alegremente se lanzaron y lanzaron al planeta a una nueva fase de guerras y violencia. La más llamativa de esas consecuencias ha sido que el mundo entero ha podido comprobar que el sofisticado ejército de los Estados Unidos no es invencible. Derrotado ya una vez en Vietnam, puede fracasar por segunda vez en Irak y tal vez hasta en Afganistán. La afirmación de los gobernantes norteamericanos de que Estados Unidos podría librar hasta dos y tres guerras victoriosas en distintos escenarios ha resultado ser una bravata. Ni Irán, ni Siria y, menos aún, Corea del Norte, objetivos posibles de otras monstruosas guerras preventivas, han llegado a ser atacadas. Atascados en Irak, donde la resistencia es encarnizada, los políticos de Washington han tenido que desistir hasta ahora de sus proyectos, sobre todo contra Irán, porque si bien la superioridad en una guerra regular contra el ejército iraní estaría asegurada, no sucedería lo mismo tras la ocupación y el comienzo de la guerra irregular o de guerrillas.

Esta demostración de los límites del poder americano, sin contar con la prudencia mostrada ante una potencia nuclear menor como Corea del Norte, ha dado lugar a que el mundo le haya perdido el respeto, más bien el miedo, que el gobierno de Bush inspiró tras los atentados del 11S.

El tiempo juega ahora en contra de los gobernantes norteamericanos, que han tenido que transitar desde la soberbia a la humildad, solicitando de sus inicialmente menospreciados socios de la OTAN una mayor implicación en Afganistán, donde las cosas se les ponen cada vez más difíciles.

Vivimos, todavía, en un mundo unipolar, con una sola superpotencia económica, política y militar, pero la distancia que mediaba entre ella y sus aparentemente lejanas posibles rivales, China, Rusia, etcétera, parece haberse reducido. La vuelta a un escenario multipolar con China, Rusia, Unión Europea, Japón, India y Brasil, al menos, está más cerca tras el fracaso de los políticos estadounidenses que querían imponer al mundo, manu militari, un nuevo siglo americano.

En cuanto al terrorismo fundamentalista islámico, razón oficial para la invasión de Afganistán y en parte de Irak, no sólo no se ha contenido o suprimido sino que, como reconocen todos los especialistas en el tema, se ha recrudecido.

Por cierto, que un precandidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos, un tal Tom Tancredo, cree haber dado con la solución para responder a un nuevo ataque terrorista como el del 11S, bombardear con armas nucleares La Meca y Medina, ciudades sagradas del Islam situadas en el territorio de Arabia Saudita, país aliado, por ahora, de los Estados Unidos en el Próximo Oriente. Lumbrera, el tal Tancredo, digno sucesor de G. Bush, porque con amigos como ese los socios de Estados Unidos no necesitarían enemigos.»