Una revolución política tiene lugar en Estados Unidos en momentos en que un liberal se apresta a conquistar la presidencia de un país considerado, hasta hace pocos meses, como mayoritaria e inexpugnablemente conservador. La trayectoria de Obama es, en efecto, la más liberal que haya evidenciado candidato demócrata alguno desde los tiempos de McGovern. Su […]
Una revolución política tiene lugar en Estados Unidos en momentos en que un liberal se apresta a conquistar la presidencia de un país considerado, hasta hace pocos meses, como mayoritaria e inexpugnablemente conservador. La trayectoria de Obama es, en efecto, la más liberal que haya evidenciado candidato demócrata alguno desde los tiempos de McGovern. Su trabajo comunitario en el sur de Chicago (el Harlem de esa ciudad), su cercanía a figuras y a asociaciones de izquierda y la orientación de su récord de votación en los senados de Illinois y de Washington hablan por sí solos. No en balde es considerado como el más liberal de los miembros de la Cámara Alta de Estados Unidos. ¿Cómo una figura así, siendo además miembro de una minoría, está a punto de acceder a la Casa Blanca? ¿Dónde quedan encuestas como la de Valores en el Mundo de la Universidad de Michigan, según la cual los norteamericanos son «tradicionalistas» y valoran ante todo el patriotismo, la religión y la familia, declarándose en un 80% conservadores con relación al tema de la familia y el matrimonio (ver «A Survey of America», The Economist, 8 de noviembre, 2003)?
La naturaleza telúrica de lo que ocurre es inversamente proporcional a la fortaleza del movimiento conservador. A partir de Nixon, y consolidándose con Reagan, la faz de la nación dio un viraje a la derecha. El pensamiento liberal que predominó hasta mediados de los sesenta, inició su declive a partir de ese momento. Una poderosa coalición de centros de análisis, medios de comunicación, universidades y fundaciones de derecha ocupa en nuestros días el espacio hegemónico que otrora correspondió al llamado «establishment liberal».
Centros de investigación y análisis como Heritage Foundation, American Enterprise Institute, Center for Strategic and International Studies, Cato Institute o Hoover Institute constituyen los lugares de donde emergen las ideas. Medios de comunicación como Fox News, Wall Street Journal, Weekly Standard, New York Post, National Interest, New York Sun o Washington Times y columnistas como Krauthammer, Barone, Kristol, Kagan o Boot son los responsables de las matrices de opinión. Universidades como Chicago, George Mason o Rochester y fundaciones como Bradley o Scaife brindan sustento académico. A ellos se une con la fuerza de las pasiones desatadas, y no ya de las ideas, un amplio y poderoso espectro de comentaristas radicales extremistas, medios de comunicación evangélicos y blogs y agrupaciones ultraconservadoras.
Se evidencia, a la vez, la fuerte ascendencia de los valores conservadores en el poder judicial norteamericano. Reagan mantuvo a raya las aspiraciones políticas de la derecha cristiana, otorgándoles en compensación un coto puntual pero clave: la selección, bajo su criterio de valores, de los jueces federales. El segundo Bush aceleró este proceso. Bajo este último, por lo demás, se produjo una marcada incursión conservadora en la Corte Suprema de Justicia, a través de la designación de dos de los magistrados de ese cuerpo. Ello asume una importancia mayor en un sistema de Derecho Común, donde la jurisprudencia de las cortes de justicia orienta las costumbres y valores predominantes.
Dentro del contexto anterior, la tesis de la «sociedad de propietarios», célebre propuesta de Bush, ocupó un lugar de relevancia. La misma vinculaba los conceptos de buena ciudadanía con los de propiedad inmobiliaria y bursátil. Poseer un hogar propio y un paquete de acciones en la bolsa era la mejor forma de convertirse en «buen ciudadano» y, por extensión, como ocurrió, de acceder a valores conservadores.
La sinergia de fuentes tan diversas apuntando en una misma dirección resultó gigantesca. Para adecuarse al estado de ánimo nacional prevaleciente, los demócratas debieron virar también a la derecha. Los llamados nuevos demócratas, de tendencia conservadora, fueron el factor determinante en la reconquista de las dos cámaras del Congreso Federal, así como de varias gobernaciones, en las elecciones de noviembre de 2006. Bajo la estrategia de Rahm Emanuel, gurú electoral demócrata, se recurrió a figuras conservadoras que pudieran responder a los valores predominantes en multitud de circuitos electorales y estados. Algo similar intentó Hillary Clinton, quien dio todos los pasos requeridos en esa dirección.
¿Qué ocurrió entonces? ¿Por qué un entretejido de valores y de matrices de opinión que parecían tan firmemente arraigados, se evidencia de pronto tan vulnerable? Según refería Time el 27 de octubre pasado: «Esta es la primera elección en generaciones, y posiblemente la primera, en que casi 9 de cada 10 estadounidenses piensan que el país va en la dirección equivocada». Es importante determinar la causa de esta percepción.
La guerra de Irak, la torpe respuesta frente a Katrina, el desmesurado gasto público, el endeudamiento masivo -productos elocuentes de la Administración Bush- constituyeron un talón de Aquiles superlativo para el candidato republicano. La sola deuda pública era en septiembre de 2008 de 9,7 billones de dólares, siendo en buena medida el producto de un incremento anual de 500 millardos de dólares desde 2003. Sin embargo, hasta ese punto las opciones de McCain resultaban todavía respetables. Fue necesario el terremoto de Wall Street para sacudir hasta sus cimientos el pensamiento dominante.
A un nivel inmediato, dicho terremoto fue consecuencia de la «sociedad de propietarios» de Bush. Su política de «cero pago inicial» para la adquisición de viviendas constituyó el detonante de la espiral de hipotecas sin respaldo y de derivativos sustentados en otros derivativos sin origen identificable. A nivel estructural, sin embargo, fue el producto de los excesos de la economía de mercado. El fracaso del modelo económico al cual unieron su suerte, puso en marcha el ocaso de la hegemonía conservadora.
Alfredo Toro Hardy es embajador de Venezuela en España