El eje de la tensión internacional parece estar desplazándose al cuadrante que compone el Cuerno de África. Al que debemos sumar Sudán, la cuenca del mar Rojo, en la que los misiles houthis administran el tránsito desde y hacia el golfo de Adén y el sur de la península arábiga. Allí además juegan fichas: China, Rusia, los Estados Unidos, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos (EAU), Egipto, Israel, Irán, Turquía e incluso India.
Este complejo mosaico de tensiones que se potencian se ve agravado por el peligroso acercamiento de dos enemigos históricos, Eritrea y un importante sector del Frente de Liberación Popular de Tigray (TPLF), que, apremiados por la realpolitik, parecen estar fraguando una alianza contra Etiopía, alentada desde Egipto.
El TPLF, la organización separatista, libró entre 2020 y 2022 una guerra civil que dejó cerca de un millón de muertos, además de vastos sectores de la región rebelde debastados y muchas cuentas por saldar con Adís Abeba y el primer ministro Abiy Ahmed.
La injerencia egipcia en este contexto estriba fundamentalmente en la puesta en funcionamiento de la Gran Represa del Renacimiento Etíope (GRRE), que produjo una significativa merma en el flujo hídrico del río Nilo, lo que, como cualquiera puede entender, es una daga en el corazón de la exhausta economía egipcia.
Desde entonces el objetivo de El Cairo ha sido balcanizar a Etiopía, una tarea no tan difícil, ya que el carácter federal de la milenaria Abisinia, divide en una docena de regiones o kilil, cada una de ellas con una fuerte cultura apoyada por fuerzas militares propias.
Este fenómeno fue lo que le permitió a Tigray, por ejemplo, mantener a raya casi un año y medio al ejército federal, al que se le habían sumado efectivos del ejército eritreo. Según se cuenta, responsable de los episodios más sangrientos de esa guerra.
Etiopía, con unos ciento treinta millones de habitantes, que la convierten en la segunda nación más poblada del continente, tiene también una de las más pujantes economías de África, en parte gracias a las inversiones chinas y los beneficios que le está dando la GRRE, que es una de las tantas inversiones de Beijing, donde además construyó miles de kilómetros de rutas y líneas férreas.
Para China, Etiopía es parte sustancial para el desarrollo de la Nueva Ruta de la Seda, que en su capítulo africano tiene presencia en cincuenta y dos de los cincuenta y cuatro países que conforman el continente.
Además, Adís Abeba ha conseguido mantener un provechoso equilibrio de buenas relaciones tanto con Moscú como con Washington, con quien proyecta, junto al gobierno de Donald Trump, la pronta llegada de inversiones en minería.
A pesar de que Etiopía todavía no pueda alcanzar el poder militar de Egipto, beneficiado desde los tiempos de Anwar el-Sadat, después de haber traicionado el ideario nasserista, por los créditos de Washington para su constante aprovisionamiento armamentístico. Etiopía intenta ocupar el lugar que está abandonando Sudán, distraído en su guerra civil, como potencia regional.
Su acercamiento después de años de tensiones con Mogadishu, con quien colabora en la guerra contra el grupo fundamentalista al-Shabaab, le va a permitir terminar con su mediterraneidad y contar con un puerto sobre el golfo de Adén, vital para su expansión económica.
De concretar Etiopía sus planes de desarrollo, particularmente la alianza minera con los Estados Unidos, alejarían definitivamente la injerencia egipcia de la región. Mientras que la crisis económica en que Egipto se encuentra inmerso le resta poder de acción al presidente Abdel-Fattah al-Sissi, que, desde su ostentosa llegada al poder en 2013, se arrodilló ante Riad y Abu Dabi, que también tienen fuertes intereses económicos y políticos, a veces contrapuestos, en todo ese cuadrante.
Por lo que si El Cairo no quiere terminar de perder su autonomía totalmente y convertirse en un país de segundo orden en la región, necesita contener el avance de Etiopía y la GRRE, e invertir la posición de esa daga.
Para lograrlo, le quedan pocas opciones diplomáticas, por lo que avanzar en la opción que le ofrece la insurgencia separatista del TPLF con su flamante alianza con Eritrea para cambiar la dirección de la daga.
La parte del león
Los planes de balcanización de Etiopía del rais al-Sissi podrían tentar a Donald Trump, ya que perturbarían la presencia de China ya afectada por la guerra sudanesa y la complicada situación del Sahel, donde sus principales aliados: Níger, Mali y Burkina Faso están sufriendo las consecuencias de sus políticas antioccidentales con el incremento del “misterioso” apoyo a las khatibas de al-Qaeda y el Daesh, que desde hace más de un año han resurgido con más fuerza que nunca, golpeando a diestra y siniestra como si sus recursos fueran infinitos.
Trump sin duda debe estar considerando la opción que le ofrece Egipto, ya que un conflicto entre El Cairo y Adís Abeba repercutiría en el interior de los BRICS, a donde acaban de ingresar ambos países junto a los Emiratos Árabes Unidos y los sauditas.
Los BRICS, entiende Trump, se pueden convertir en una pesadilla económica para los Estados Unidos y, de no poder controlarlos, podrían derrocar al dólar como moneda universal.
Mientras esos acuerdos y desacuerdos de recursos financieros en los que miles y miles de millones de dólares, yuanes o rublos viajan de un lugar al otro, en las barriadas miserables de Mekelle, la capital de Tigray, la situación es insostenible.
La crisis que dejó la guerra ha producido un cisma en el interior del Frente de Liberación Popular de Tigray (TPLF), fenómeno que no se produjo de manera tan notoria ni durante los momentos más virulentos de la guerra civil.
Por un lado, se encuentra la antigua dirección política del TPLF, liderada por Gebremichael Debretsion y por el otro el gobierno de transición, la Administración Regional Provisional de Tigray (TIRA), encabezada por su presidente (gobernador) Getachew Reda, antiguo vicepresidente del TPLF y el líder de la delegación en las conversaciones de paz que tuvieron lugar en Pretoria, entre la insurgencia y el gobierno etíope.
El desorden político suma todavía más confusión a la población; las trampas hacia el interior del TPLF han provocado que cada sector considere ilegítimo al otro. En septiembre pasado, el sector del TPLF dirigido por Reda, de alguna manera afín con Adís Abeba, expulsó a Getachew y a más de una docena de dirigentes.
Esto hace que la continuidad del TPLF se ponga en juego, ya que el comando electoral regional exige al TPLF que realice un congreso para reorganizar la formación antes del próximo febrero, ya que, de no cumplir con el plazo, perdería su condición de tal. Lo que de inmediato va a provocar un conflicto mayor.
Mientras que el gobierno central demora el retiro de las milicias armadas que han quedado en Tigray, las de la región de Amhara y del ejército eritreo. Al tiempo que se demora el retorno del millón de desplazados que provocó la guerra.
En Tigray, a dos años y medio de terminada la guerra civil, el constante incremento de los precios ha obligado a las familias a vaciar los bancos para comprar productos, intentando asegurarse al menos su alimentación. Mientras que el valor del transporte público y el de los servicios se ha disparado, muchas gasolineras han debido cerrar por la falta de combustible, que, a pesar de haber tenido un aumento del doscientos por ciento, se desvía al mercado negro, donde los beneficios son todavía mayores.
Para muchos residentes, la inflación desbocada en Tigray solo puede tener un destino: el estallido de una nueva guerra. Más cuando ya en diferentes áreas de Tigray se han producido algunos choques armados entre diferentes facciones del TPLF.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asía Central.
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