Traducción para Rebelión de Francisco Fernández.
Dentro de los mil y un estudios realizados sobre la situación de Túnez después de la revolución de 2011, el trabajo del sociólogo Choukri Hmed, «Más allá de la excepción tunecina«, es excepcional. El enfoque del autor no consiste en «establecer un balance provisional de los años de transición, ni de minimizar la importancia de los logros políticos conseguidos, sino de señalar que, más allá de la excepcionalidad tunecina, perduran realidades sociales, políticas, económicas, que representan tanto los errores como los riesgos de este singular proceso revolucionario». Hmed también analiza los problemas relacionados con la seguridad, con la inexistente democracia social, con el punto muerto en que se encuentra la economía tunecina y con una reconciliación económica que impide «la traducción concreta de los principios y valores reivindicados» desde hace cinco años. Hmed analiza la evolución de los movimientos sociales, el rígido modelo económico y el papel de una élite política ‘no representativa’ desconectada de los problemas de la ciudadanía.
-¿Cuáles son las diferencias más significativas entre las movilizaciones de 2010-2011 y las que comenzaron en enero de 2016?
-Durante el régimen autoritario de Ben Alí cualquier tipo de contestación social era considerada como un crimen y entrañaba, por tanto, una fuerte represión. Además, los medios de comunicación representaban una única voz; era un blackout total. Desde 2011, aunque no se han concedido muchas más libertades de las que ya había, aunque sigue habiendo corrupción -de hecho, bastante más- y aunque la Constitución no se aplica, a pesar de todo esto, el activismo social es menos arriesgado de lo que lo era entonces.
En segundo lugar, la estructuración de los movimientos sociales antes de 2010 se producía, sobre todo, alrededor de algunos partidos políticos muy poco numerosos y con poca base social. Todavía hoy la base de los partidos es bastante pequeña (prácticamente inexistente si excluimos a los dos grandes partidos políticos), pero durante el régimen de Ben Alí era aún más escueta y estaba, además, mucho más controlada. Sin embargo, después de 2011, los movimientos sociales de las poblaciones que no tienen acceso a los canales de decisión se han fragmentado fuertemente. Además, aunque desde entonces han experimentado un proceso de radicalización -con consignas y reivindicaciones e incluso con modelos de acción violenta-, esos movimientos han sido cooptados rápidamente al ofrecer a algunos de sus líderes algunas migajas de poder.
Por último, en el ámbito discursivo predomina el rechazado a cualquier tipo de movilización social en razón del estado de seguridad nacional. El eventual apoyo que podían tener las protestas sociales antes de 2011 ahora es mucho más débil. Esto ocurre no solo desde este año: no había pasado un mes desde la caída del régimen de Ben Alí cuando apareció el movimiento Kobba, un contramovimiento al de la Qasba*, donde algunos dijeron «parad la huelga, detened a los movimientos sociales». En cualquier caso, ahora mismo hay muy poco apoyo a la movilización popular por parte de la clase política, de la opinión pública o de los medios de comunicación.
-Ahora predomina la desesperanza y la depresión. ¿Es una tendencia reciente?
-La depresión estaba ahí desde hace tiempo, pero ahora la gente la experimenta de forma más evidente, sobre todo las clases medias, porque son ellas quienes más han intervenido en el proceso revolucionario. Para ellas había una serie de demandas a conquistar: un mayor poder adquisitivo, trabajo para los jóvenes, etc. Al final, ¿qué es lo que han conseguido? Prácticamente nada: algunos aumentos salariales y algunas ofertas de empleo, pero han perdido poder adquisitivo y sienten amenazada su seguridad mientras la clase política no deja de hacer promesas en todas direcciones.
Hemos vivido un periodo de esperanza muy intenso. Los sectores sociales que se movilizaron durante 2011 tenían intereses y demandas diferentes, en lugares y momentos distintos. Sin embargo, en un determinado momento encontraron una demanda y una consigna común. La ciudadanía podía imaginar que habría un proyecto de sociedad, que era posible depositar sus esperanzas en la clase política. Pero no es eso lo que ha sucedido. En su lugar tenemos un sistema muy parecido al que sufre Europa actualmente: una clase política totalmente desconectada de la realidad y al servicio de las élites financieras y económicas.
Para comprender esta situación de desesperanza social es necesario diferenciar entre las intenciones revolucionarias, las circunstancias revolucionarias y los resultados revolucionarios. En Túnez hubo una situación revolucionaria (2010-2011) y algunos resultados revolucionarios sin efectos directos en la realidad. Hemos asistido a la disolución de la RCD, de la policía política, de la Cámara de los Diputados; se han legalizado más de un centenar de partidos políticos, la Constitución, la organización de elecciones, el reconocimiento de la cuestión de la justicia transicional dentro de la Constitución, la transferencia del poder estatal de una pequeña élite corrupta a varios partidos políticos. Sin embargo, el problema es que todos estos cambios se han concentrado estrictamente en el campo político. La estructura económica, las relaciones exteriores y la inserción regional del país no han cambiado.
Toda esta situación ha generado desesperación. Esta estaba ahí antes, pero no había una traducción política. Ahora ha desembocado en el espacio público, pero no en la esfera política. No hay ningún partido político que diga «si está decepcionado con la transición, nosotros vamos a reformarla». No existe esa opción política.
-Cinco años después de haber roto con decenios de un régimen autoritario, ¿se puede considerar ‘normal’ la ausencia de una opción política que recoja esas demandas?
-Se trata de una cuestión de aprendizaje. Ninguna cultura democrática cae del cielo. Es necesario saber reconocer y asumir que no tenemos los mismo proyectos, ni la misma visión de la sociedad, ni los mismos intereses y que, al mismo tiempo, compartimos el mismo país. Hay que asumir que tenemos diferencias en el interior del país. Hasta ahora, sin embargo, esas diferencias parecían no existir porque no las podíamos expresar.
En ese sentido se trata de construir posiciones políticas distintas. Hay que establecer relaciones entre todas aquellas personas que no están muy politizadas, la gente que desempeña funciones de mediación, los diputados, los funcionarios públicos. Estas conexiones jamás existieron y si existían era de forma embrionaria. La clase política no ha estado abierta a la sociedad, a las nuevas generaciones. Lo que ocurría, más bien, es que les bloqueaban el acceso a las decisiones políticas, incluida la propia izquierda; cuando, en general, los partidos de izquierda son los más permeables a las corrientes más radicales, a la innovación política y, sobre todo, a los jóvenes.
-En su artículo habla de que los distintos gobiernos que ha tenido el país no han roto con el modelo económico neoliberal. Sin embargo, si los países y las instituciones que con mayor entusiasmo han ofrecido apoyo a Túnez (Estados Unidos, la Unión Europea, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional) sostienen ese mismo modelo económico, ¿es posible que el país pueda salir de esa trayectoria?
-En la actual división internacional del trabajo, Túnez tiene un estatus -se dice- privilegiado respecto a la Unión Europea: un estatus de fabricación, de subcontratación. Esto ocurre porque no tenemos acceso a los ámbitos de decisión económica. Pensemos, por ejemplo, en la producción de aceite: Túnez se limita a proporcionar aceitunas a Italia para que esta las transforme en aceite de oliva ganando, con ello, el valor añadido del producto.
Acabo de regresar de una visita a una región muy poco conocida, prácticamente ignorada: me refiero a Nafzaoua, es decir, Kebili, donde la producción de dátiles es muy importante. Este año la región se encuentra en crisis porque los precios de los dátiles se han derrumbado. Hay tal cantidad de intermediarios -sobre todo los comerciantes de la capital y de la región de Sfax, además de los europeos- que los precios se han dividido en dos o incluso en tres partes; a esto hay que añadir que el coste de la vida y la inflación son muy elevados. Para los pequeños agricultores se trata de una crisis enorme.
Pensemos ahora en el sector económico más visible, el turismo -un turismo de masas sin ningún valor añadido-. En toda la cuenca mediterránea, Túnez es el país donde menos gasta un turista. No hemos tenido una política capaz de aprovechar los productos locales porque aquellos sectores económicos en los que la gente podría ganar autonomía jamás se han desarrollado. Ahora hay una posibilidad excepcional, pero irrealizable: nunca se ha intentado poner en marcha una integración regional, es decir, abrir el país al resto de países árabes y africanos.
-¿Cómo realizar la ‘traducción concreta’ de los principios reivindicados durante la revolución? ¿Cómo crear una visión estratégica que represente las distintas realidades de la ciudadanía tunecina?
-Es una cuestión de representación. No hay personas en el ámbito local, regional o nacional suficientemente organizadas y coordinadas como para representar esos intereses. Tenemos, después de todo, la dominación de una clase política que tiene capitales internacionales, sociales, económicos, pero que no representa el ‘interior’ y las regiones del país. Tenemos diputados, ¿pero trabajan en sus respectivas circunscripciones?, ¿establecen las conexiones necesarias?
El sistema fiscal es opaco. El Estado es visto como una institución que lo único que hace es pedir dinero y que a cambio no da nada: está presente a nivel escolar, sanitario, etc., pero evidentemente no es suficiente porque la movilización es estructural y porque las aspiraciones sociales son muy altas.
Por tanto, respecto a la construcción del país, no veo otra manera de establecer bases sociales sólidas que mediante la institucionalización del conflicto (se puede estar en desacuerdo con esto, pero nos podemos entender respecto a cómo reglar el conflicto) y un nuevo modelo económico. Aún no hemos puesto en marcha mecanismos suficientemente fuertes como para institucionalizar la conflictividad. Quiero decir, que alguien por encima de mí -una tercera persona que nos convenza a ti y a mí- se declare neutral para hacerse cargo de aplicar la norma. Hay un texto, la Constitución, y tenemos también las instituciones que protegen nuestra existencia y que defienden, de igual forma, nuestro intereses. Sin embargo, las responsabilidades deben ser asumidas por aquellos en quienes hemos confiado ese trabajo: los diputados.
Notas:
* El autor se refiere a las movilizaciones populares que, inmediatamente después de la caída del régimen de Ben Alí, ocuparon en varios ocasiones la Qasba, la plaza donde se encuentran varios ministerios, el Palacio de Justicia y el Ayuntamiento.
Fuente original: http://nawaat.org/portail/2016/03/19/interview-de-choukri-hmed-exception-tunisienne-attentes-citoyennes/