Esta es la primera entrega de una serie dividida en tres partes que aborda el impacto que el cambio climático ha tenido sobre el norte del desierto del Sáhara y que plasma la vida de los verdaderos nómadas argelinos.
En Argelia algunas personas continúan la tradición de sus antepasados, los cuales eran pastores ambulantes. Los nómadas necesitan grandes cantidades de agua proveniente de lagos y «uadis» para que sus animales puedan pastar. Una de las tantas razones por las que el estilo de vida de las poblaciones nómadas situadas en las estepas de Yelfa se esté poco a poco convirtiendo en sedentaria es la escasez de agua.
Los residentes de El Guedid, un municipio cerca de Yelfa, han dejado de desplazarse de un sitio a otro dependiendo de qué estación sea. Esto se debe a que en Argelia las lluvias son poco frecuentes, lo cual es incompatible con el crecimiento del pasto junto a las vías pecuarias, y a que la agricultura mecanizada ha sobreexplotado la tierra.
Para que las docenas de tiendas de campaña instaladas temporalmente que hay junto a la autovía nacional se dejen ver, hay que alejarse de la metrópolis en continuo crecimiento de Argel, dirigirse al sur y atravesar el accidentado y empinado desfiladero de Chiffa.
Estos pequeños asentamientos dejan constancia de la suma importancia de la pastoricia y son propios de la estepa argelina: una zona intermedia entre la verde costa del Mediterráneo, situada al norte, y el hostil desierto del Sáhara, al sur.
La estepa es un trecho de tierra semiárido que se ha declarado a lo largo de la historia como el lugar en el que habitaban los antiguos nómadas árabes, como la tribu Ouled Nail. La provincia de Yelfa se sitúa justo en medio de la estepa, la cual un tiempo atrás hizo las veces de puesto colonial y militar. Esta se encuentra marcada por lagos efímeros de sal llamados chotts y unas vías pecuarias muy deterioradas.
En los meses de verano de junio, julio y agosto, cuando el sol está en su cenit, Yelfa, cuya tierra está abrasada, es una de las regiones argelinas más claramente afectadas por el cambio climático. Las subidas de temperatura, la desertificación en expansión y la despiadada modernidad han llevado a que las poblaciones vulnerables que habitan la zona sufran adversidades sin precedentes. Los ahora sedentarios habitantes de El Guedid, una pequeña aglomeración de viviendas a setenta kilómetros de Yelfa, conforman el estudio de caso perfecto.
Las migraciones de invierno y verano
La última vez que Mohamed Dahmoune se embarcó en las migraciones de Achabay y Azzaba fue en 1984. Por aquel entonces, tenía 31 años y ayudaba a su familia encargándose de un considerable rebaño de ovejas mientras estas se desplazaban lateralmente por la estepa.
La migración de Achaba tenía lugar en los meses de invierno, cuando los nómadas se acercaban a la frontera del Sáhara para realizar el pastoreo y vivir en un clima más cálido. Por su parte, la migración de Azzaba se trataba de la búsqueda de temperaturas más frías en el extremo norte de la estepa durante el verano.
28 de junio de 2020: la estepa argelina, entre la verde costa mediterránea, al norte, y el implacable desierto del Sáhara, al sur. Foto: New Frame.
«Cuando mi padre era joven, se practicaba la trashumancia», nos explica Dahmoune. «Viajábamos hasta Marruecos, pero ya no es igual», dice mientras se quita gotas de sudor de la frente.
La larga cara de Dahmoune, al que ocasionalmente se le llama por su apelativo cariñoso «El Hadj», se asemeja a la topografía de su región. Está curtida, resquebrajada y seca, pero cuando sus ojos se posan sobre la grieta que tiene su bastón, se dibuja una cálida sonrisa en la cara de este antiguo nómada. Por si no bastara con sus imponentes 1,95 metros de altura, el cheche (un turbante argelino) de color crema que tiene sobre su calva cabeza le confiere unos pocos centímetros más. Tres generaciones de la misma familia viven en armonía con el patriarca en su humilde morada, la cual no dispone de agua corriente y donde la electricidad viene y va durante solo unas pocas horas al día.
Actualmente, el único remanente de los miles de kilómetros de migración que emprendía cada año es una guitoune (una carpa tradicional) que El Hadj ha instalado a pocos kilómetros de su casa en un terreno alquilado. Y, a un tiro de piedra, vemos dos rediles de unas ochenta ovejas cada uno.
Hay muchas razones que lo han sacado de su zona de confort. La primera de todas ellas es el deterioro de las vías pecuarias. Durante siglos, los nómadas han vagado sistemáticamente por toda la estepa y a lo largo de rutas conocidas donde las frecuentes lluvias regaban los lechos de esparto y artemisa.
28 de junio de 2020: Mohamed y Abdelkader Dahmoune vierten agua en un abrevadero para su rebaño de ovejas Rembi. Foto: New Frame.
«El último año en el que recuerdo que hubo suficiente agua es el 2009», rememora El Hadj. Dicha observación hecha por Dahmoune está corroborada por académicos de la región.
«Hemos observado la región durante los últimos treinta años y podemos decir que se ha visto especialmente afectada por las sequías estacionales», dice Mohamed Kanoun, un director de investigación pastoral que lleva viviendo en Yelfa desde principios de los noventa. «Las vías pecuarias de la región han disminuido en aproximadamente un 27 por ciento y, por otro lado, la desertificación ha subido en un 11 o 12 por ciento».
La Oficina Nacional de Meteorología de Argelia ha corroborado las observaciones de Kanoun al anunciar que el año pasado en Yelfa se produjo una caída de las precipitaciones anuales del 7 por ciento con respecto a la media establecida a lo largo de treinta años. Otro estudio publicado en el Journal of Climate (una revista especializada en el clima) concluyó que el desierto del Sáhara creció aproximadamente un 10 por ciento a lo largo del siglo pasado.
A los patrones irregulares de las precipitaciones hay que sumarle que la vegetación de la región de Yelfa se ve afectada por la agricultura mecanizada y la sobreexplotación de la tierra semiárida.
«Cuando una parte de la tierra está agotada, otra es fértil», dice El Hadj sin darse cuenta de la sabiduría que reflejan las palabras que ha pronunciado. «Aunque quisiera llevarme a mis animales a pastar a otro sitio, el terrateniente de dicho lugar me diría que me fuera de su tierra. Ya no es como antes».
27 de junio de 2020: Abdelkader Dahmoune una una guadaña para cortar la alfalfa. La planta se adapta bien a los climas áridos y, cosechada cada veinte o veinticinco días, produce alimento suficiente para alimentar a las ovejas. Foto: New Frame.
La adaptación como fruto de la necesidad
Durante la fiesta religiosa del Eid Al-Adha, Dahmoune suele obtener suficientes ganancias como para que le duren el resto del año. Año tras año, argelinos de las 58 provincias acuden a Yelfa en manada para comprar ovejas que les servirán para el ritual de matanza. Sin embargo, 2020 ha sido un año calamitoso para los pastores.
En los meses previos a la festividad, las autoridades locales cerraron los mercados de ovino debido a la pandemia del coronavirus y establecieron la prohibición de viajar entre provincias para limitar su expansión. Yelfa cuenta con más de cuatro millones de ovejas y representa más del 14 por ciento de la población nacional, por lo que los 18.000 hogares que dependen del pastoreo para vivir tuvieron que competir mucho para vender su ganado y saldar sus deudas. El Hadj pide préstamos para cuidar de su rebaño, como hacen muchos otros en la región.
27 de junio de 2020: un inversor financió la instalación de paneles solares para alimentar el pozo que Mohamed Dahmoune utiliza para regar sus campos de alfalfa. Foto: New Frame.
«Quien no tiene los medios necesarios no tiene nada. Lo ideal sería que alquilase unas pocas hectáreas por 600.000 o 700.000 dinares al año (equivalente a 4.000 o 4.600 euros) y me llevaría el rebaño en un camión. Hay quien alquila las tierras por mucho más, pueden pedir hasta el doble».
En su lugar, El Hadj tiene un pequeño terreno al pie de una colina rocosa que le alquila un primo por 80.000 dinares (530 euros) al año. Los pastores e inversores de la región eluden muy hábilmente meterse en procedimientos burocráticos para recibir préstamos bancarios al establecer asociaciones informales a modo de do ut des para preservar el oficio. El capital financiero se intercambia por el saber hacer generacional de pastores como Dahmoune, que busca cubrir los gastos de compra, transporte y cuidado del ganado. Cuando la fiesta del Eid comienza, las ganancias se dividen y luego cada uno se va por su lado.
27 de junio de 2020: un pastor traslada su rebaño de ovejas a un campo de El Guedid para pastar. Foto: New Frame.
Por suerte, Dahmoune se beneficia de un inversor visionario que dotó al lugareño de un sistema para sacar agua que funciona con energía solar. La energía solar tiene mucho potencial en la estepa argelina y en el desierto del Sáhara. Es, así mismo, una alternativa más limpia y barata a la del uso de pozos mediante bombas que funcionan eléctricamente o con diésel.
En el pequeño terreno familiar de Dahmoune, los socios han decidido cultivar alfalfa, la cual se cosecha cada 20 o 25 días. La planta forrajera se adapta especialmente bien a los climas áridos y produce cosechas eficientemente, las cuales son una fuente de energía saludable para las ovejas.
Unos días antes del Eid Al-Adha, las autoridades locales permitieron que los mercados ovinos de Yelfa se abrieran y El Hadj logró vender algunas de sus ovejas para saldar parte de su deuda. Este hombre de 67 años es prueba de que, en un mundo en constante cambio, las poblaciones tradicionales más vulnerables a las consecuencias brutales del cambio climático son a menudo las primeras en adoptar las soluciones apropiadas.
27 de junio de 2020: Mohamed Dahmoune guarda sus ovejas en dos corrales a pocos kilómetors de su casa. Foto: New Frame.
La investigación en la que se basa este artículo ha sido financiada con la beca al periodismo de Candid Foundation.
Texto original en inglés: Nomads of the Algerian steppe no longer.
Traducido por Elena Rodríguez Linares para Umoya.
Fuente: https://umoya.org/2020/09/16/argelia-nomadas-cambio-climatico/