El 13 de agosto pasado festejamos los 84 años de un hombre singular. Tan querido por los pueblos, como odiado por los explotadores y opresores, Fidel Castro es el revolucionario latinoamericano de mayor relevancia en la lucha contra el dominio estadounidense en el ámbito mundial; el estadista que ha desafiado con éxito y por más […]
El 13 de agosto pasado festejamos los 84 años de un hombre singular. Tan querido por los pueblos, como odiado por los explotadores y opresores, Fidel Castro es el revolucionario latinoamericano de mayor relevancia en la lucha contra el dominio estadounidense en el ámbito mundial; el estadista que ha desafiado con éxito y por más de cincuenta años ese poder imperialista, defendiendo la soberanía nacional-popular de Cuba y, por extensión, la dignidad de los latinoamericanos. Fidel es el intelectual orgánico del socialismo y el internacionalismo congruente, frente a la debacle del socialismo en la URSS, Europa del Este y ahora China, que vive un impetuoso y salvaje capitalismo de Estado.
Fidel es una brújula ideológica y política. Pero no a la manera del «Gran Timonel», o de los «Queridos Dirigentes», religiosamente venerados de Corea del Norte, sino por ser un pedagogo, un educador de la revolución triunfante, del antiimperialismo, del rescate de la nación desde lo popular, desde el humanismo marxista. Siendo el pueblo cubano el principal artífice de la gesta revolucionaria de 1959 a la fecha, a partir de la perspectiva de que no tiene por qué haber «pueblos guías», y mucho menos, «hombres guías», y que lo que se necesita son ideas guías, es necesario reconocer el papel jugado por Fidel, quien ha estado siempre a la altura de los intereses de la revolución.
Celebramos también a la persona educada, respetuosa, de voz suave, incapaz de usar palabras soeces, que no se deja arrastrar por la vanidad ni por la ambición, consciente de que, como afirmaba Martí: «toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz». Fidel demuestra que puede haber dirigentes y gobernantes de otra catadura moral de la acostumbrada.
Fidel deja su huella en múltiples campos de la teoría y la práctica revolucionarias en América Latina. Puso de manifiesto, por ejemplo, que el patriotismo, el amor a la causa del pueblo y la consecuencia revolucionaria no se demuestran con palabras o documentos programáticos, por más preclaros que estos sean y elaborados por expertos: es necesaria la acción decidida y el ataque frontal al sistema de opresión y a los aparatos del Estado, cuando todas las vías para solucionar los ingentes problemas sociales, económicos y políticos están cerradas.
Fidel y el Movimiento 26 de Julio, en el Moncada y en la Sierra Maestra, abren un cauce revolucionario que barre de golpe el esquema reformista del gatopardismo que cambia todo, para que todo siga igual. Fidel demuestra que es posible hacer la revolución y establecer el socialismo a 90 millas del territorio continental estadounidense, a contracorriente del determinismo geográfico, que, por cierto, todavía circula para el caso de México; también, Fidel rompió con el clise de que las revoluciones podían hacerse con el ejército o sin el ejército pero no contra el ejército.
Sin embargo, lejos esta Fidel de ser un teórico de la revolución desesperada, el aventurerismo militarista o del blanquismo golpista. Sus acciones y la puesta en marcha de la opción revolucionaria en Cuba fue resultado de un análisis profundo de la realidad, de un conocimiento a fondo de los problemas vitales de su pueblo y de un programa-alegato expuesto con claridad por Fidel frente a sus jueces, conocido como «La historia me absolverá».
Fidel, como dirigente y como teórico, representa la continuidad y la ruptura de un rico movimiento nacional y revolucionario. Continuidad porque recoge el pensamiento martiano, la vivencia de los independentistas, los combatientes contra la dictadura de Machado, las vertientes sindicales y estudiantiles, las escaramuzas electorales fracasadas. Ruptura porque los objetivos que se planteó desde las primeras acciones y decretos revolucionarios, llevaron al proceso cubano a transitar por caminos inéditos en Nuestra América: la trasformación radical de las estructuras económicas, sociales, ideológicas y políticas de la nación misma.
Por primera vez en nuestro continente, una revolución social, cuyas fuerzas motrices fueron los obreros y campesinos, se planteaba un programa, una táctica y una estrategia con posibilidades de victoria y en beneficio del pueblo combatiente. Una revolución capaz de desmantelar un ejército genocida y todo el aparato represivo, conformar un ejército popular y organizar las milicias revolucionarias que integran al ciudadano armado a la salvaguarda de la patria y el socialismo.
Salvador Morales, en su importante obra CUBA EN REBELDÍA: DEL MONCADA A GIRÒN (La Jornada-Michoacán, 2009), describe con precisión el quiebre que se da en la sociedad cubana frente a la radicalidad del proceso y el creciente protagonismo de los sectores populares, como nuevo sujeto histórico, y la aparición, en consecuencia, en el horizonte nacional de la contrarrevolución: «no fue cosa de un día, –sostiene Morales– pero se fueron acumulando resistencias, afectaciones, resentimientos, miedos, odios, en gente que no era batistiana, pero que terminaron en el mismo campo».
En el análisis comparado de las grandes revoluciones, la francesa, la mexicana, la rusa, la española, entre otras, Morales acota que todos estos procesos provocan una contrapartida, la contrarrevolución, que nunca es misericordiosa ni benévola, como lo prueba la oprobiosa y sanguinaria contrarrevolución triunfante de Francisco Franco. En el caso de Cuba, como lo fue más tarde en Nicaragua, la Contra pidió fusil al gobierno estadounidense, al enemigo histórico, y con ello, no solo se situaba en los espacios de la clase que defiende sus intereses con violencia y crueldad extrema, si no también se sitúa como enemigos de la nación, como apátridas. Esto lo menciono, por los diversos artículos que han circulado recientemente, aun en el campo de la izquierda, acerca de los llamados «disidentes» o desafectos al proceso revolucionario, que recurren a la ayuda y protección de Estados Unidos o de España.
No fue la revolución encabezado por Fidel, una revolución a la mexicana, en la cual el pueblo puso los muertos y la oligarquía recogió los frutos; una revolución que finalmente modernizó la explotación y la miseria, que entrega todos los recursos naturales y estratégicos a los oligarcas nacionales y extranjeros, estableciendo paradójicamente, a cien años de su inicio, un neo-porfiriato proclive a la dominación yanqui. No obstante, Fidel afirma que «no hay situación social y política, por complicada que parezca, sin una salida posible.» A esta enseñanza fidelista, debiera darse un espacial énfasis hoy, cuando parece reinar la confusión en nuestro país y no se encuentran los caminos que lleven a dar una solución revolucionaria y democrática a la profunda crisis que atraviesa nuestra patria.
Asimismo, Fidel ha influido profundamente en el desarrollo de un marxismo crítico en América Latina, profiriendo frecuentemente frases como esta «Hay veces que los documentos políticos llamados marxistas dan la impresión de que se va a un archivo y se pide un modelo; modelo 14, modelo 13, modelo 12, todos iguales, con la misma palabrería, que lógicamente es un lenguaje incapaz de expresar situaciones reales. Y muchas veces los documentos están divorciados de la vida. Y a mucha gente le dicen que es esto el marxismo…» (Fidel Castro. Antología Mínima. Editado por David Deutschmann y Deborah Shnookal. México: Ocean Sur, 2008).
El Comandante también ha sido crítico con su propio proceso, rectificando errores reconocidos a partir del conocimiento de la naturaleza de las sociedades humanas: Esta lucha va ser larga, y no va a ser de un quinquenio, toda la vida tenemos que estar luchando contra esta tendencia, porque siempre hay dos bandos, lo dijo Martí: los que construyen y los que destruyen…los inconscientes, los indolentes, los irresponsables (Ibíd.).
Sobre el internacionalismo cubano y el derrumbe del campo socialista, Fidel fue profético cuando afirmó: «Nunca hemos aspirado a que nos entreguen la custodia de las gloriosas banderas y los principios que el movimiento revolucionario ha sabido defender a lo largo de su heroica y hermosa historia, pero si el destino nos asignara el papel de quedar un día entre los últimos defensores del socialismo, en un mundo donde el imperio yanqui lograra encarnar los sueños de Hitler de dominar el mundo, sabríamos defender hasta la última gota de sangre este baluarte»(Ibíd.).
Fidel, a los 84 años, después de su renuncia a la máxima autoridad en el gobierno de Cuba, sigue participando en mil batallas, ahora en el periodismo de opinión y desde diversas tribunas, entre ellas, La Jornada. Continúa firme en su irrenunciable puesto de Comandante en Jefe de la batalla de ideas, analizando, denunciando, alertando ahora sobre los peligros de una hecatombe nuclear provocada por el gobierno sionista de Israel y por Estados Unidos, en un eventual ataque a Irán. Incluso, el 13 y 14 de agosto, publica un extenso, sorpresivo e interesante artículo sobre nuestro país y sobre AMLO, en particular, en el que afirma que todo cambiará en México.
Congratulemos al Comandante Fidel y compartamos su irrenunciable optimismo sobre la capacidad de la especie humana para vencer a los imperialistas y sus asociados. Compañero Fidel, ¡Feliz Cumpleaños!
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