Traducido para Rebelión por Caty R.
Puesta en marcha por De Gaulle después de las declaraciones de independencia africanas, la Francáfrica ha sido el instrumento de una política hegemónica de Francia frente a sus ex colonias, una hegemonía que posteriormente se extendió a otros países no francófonos. Pero esta Francáfrica que Nicolas Sarkozy rechazaba, debido a las oscuras relaciones de sus predecesores con ciertos dirigentes africanos, ha resistido a los vaivenes de la ruptura y prosigue su misión dominadora sobre la política y la economía del continente.
De De Gaulle a Sarkozy, la política francesa en África se ha caracterizado por el imperialismo político y económico a través de la Francáfrica. Respetando la palabra de De Gaulle, que especificó que Francia no tenía amigos, sino únicamente intereses, todos los presidentes franceses que le han sucedido han colaborado con los dirigentes africanos corruptos. Y cuando los pueblos africanos han pretendido censurar la dejadez política de sus mandatarios, aceptada por la Francáfrica, Francia ha protegido a los dirigentes por medio de las tropas francesas establecidas en el continente, como ocurrió con Eyadema mientras vivió o todavía actualmente con Deby. Se castigó a los dirigentes políticos que quisieron establecer una cooperación igualitaria, como la de las sociedades occidentales, acusándolos de rebeldes que podrían poner en peligro la política neocolonial de explotación de las riquezas que, paradójicamente, no aprovechan al desarrollo el continente.
Los que quisieron desafiar a la Francáfrica se enfrentaron al imperialismo francés, desde los años 60 hasta nuestros días, y a menudo fueron triturados por la maquinaria francafricana. Esas conspiraciones políticas se realizaron sobre el fondo de la explotación de las materias primas que sirven a ciertos intereses franceses.
El camerunés Félix Mounié murió envenenado por los servicios secretos suizos y franceses en 1961 y a Thomas Sankara lo asesinó la Francáfrica, en octubre de 1987, porque no podía aceptar su rebeldía y su insumisión frente a Mitterrand. Sékou Touré fue severamente castigado por De Gaulle por pedir la independencia en 1958. Al senegalés Mamadou Dia se le detuvo, condenó y deportó a Kédougou debido a su discurso incendiario del 8 de diciembre de 1962 -que se puede leer en su obra Afrique: le prix de la liberté (África: el precio de la libertad)-, en el que intentaba «modificar las relaciones de subordinación al sistema colonial y operar un cambio total de las estructuras e instituciones, para que el progreso económico pueda garantizar la armonía del crecimiento y el equilibrio económico y sociológico tradicional de la sociedad senegalesa». En el Congo, por su pretensión de establecer una correcta explotación del petróleo, Marien Ngouabi fue asesinado en marzo de 1977, curiosamente cuando el ejército estaba acuartelado, poco después de haber irritado al embajador francés, a quien no le gustó su franca manera de expresarse durante una intervención popular.
Y cuando en 2007, en su discurso electoral, Sarkozy denunció los vínculos mafiosos que mantuvieron sus predecesores con ciertos dirigentes africanos a través de la Francáfrica, renació la esperanza en los jóvenes africanos. Pero desgraciadamente, una vez en el poder, frente a la potencia francafricana, Sarkozy fue incapaz de cambiar la política neocolonial de esta institución y, como sus antecesores, apoyó a Deby en la última guerra de Chad. Se colocó en un segundo plano tras Omar Bongo humillado por los medios de comunicación franceses, y envió a Claude Guéant y Alain Joyandet a Libreville para borrar la afrenta de Jean Marie Bockel.
Al ayudar a Deby a mantenerse en el poder, Francia demostró su rechazo a los auténticos cambios democráticos en África. La red francafricana apoyó a Deby con el fin de impedir que accedieran al poder los rebeldes próximos al Islam sudanés apoyados, financiados y armados por Sudán, conocido por sus vínculos con China -poco democrática-. Pero no hay que olvidar que, sobre todo, era la explotación del petróleo chadiano por las compañías francesas lo que estaba en peligro.
Al descartar a Bockel como secretario de Estado para la Cooperación, Sarkozy renegó de la presunta ruptura que anunció durante su campaña presidencial. Por lo tanto Bockel no pudo firmar la partida de defunción de la Francáfrica. Y además, mofándose de Sarkozy, que todavía no había entendido los auténticos pormenores de la Francáfrica de De Gaulle a Chirac, Bongo, en su entrevista a France 2, declaró irónicamente: «Sarkozy sabe lo que se entiende por ruptura. ¿Sarkozy ha dicho que va a romper con África? No, son ustedes (los periodistas) quienes han inventado todo eso».
La guerra de Chad y el enredo entre Francia y Gabón son dos situaciones que deberían desafiar a los jóvenes africanos que se consideran traicionados por sus dirigentes. Estos últimos no aprovechan la Unión Africana para adquirir los medios de acabar con las redes de la Francáfrica. Una soberanía política con la instauración de un gobierno transparente de la Unión Africana para un auténtico desarrollo, con una moneda común (como el euro en Europa), debería ser el leitmotiv de reflexión para los actores africanos, en el continente y en la diáspora, para conseguir una auténtica independencia política y económica del continente.
Original en francés: http://www.unmondelibre.org/node/417
Noel Kodia, congoleño, es doctor en Literatura Francesa por la Universidad de París IV-Sorbona y profesor de Literatura Francesa y Congoleña en la Escuela Superior de Brazzaville. También es escritor y crítico literario. Ha publicado numerosos artículos, la novela Les enfants de la guerre, Editions Menaibuc, 2005 y el ensayo Mer et écriture chez Tati Loutard: de la poésie à la prose, Editions Connaissances et Savoirs, 2006. Además trabaja en un Diccionario de la Literatura Congoleña que incluirá la novela, el cuento y una selección de obras desde 1954 a 2005.
Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y la fuente.