«Desgraciadamente, tenemos la impresión de que, más allá de la oposición, quienes han sido condenados en Costa de Marfil son las élites intelectuales e incluso las clases medias, mientras que los criminales de guerra y otros rebeldes reciben las prebendas y el reconocimiento internacional (…) La imagen casi «bushiana» de lucha del bien contra el […]
«Desgraciadamente, tenemos la impresión de que, más allá de la oposición, quienes han sido condenados en Costa de Marfil son las élites intelectuales e incluso las clases medias, mientras que los criminales de guerra y otros rebeldes reciben las prebendas y el reconocimiento internacional (…) La imagen casi «bushiana» de lucha del bien contra el mal no era muy realista… no más que la de un «post-conflicto» idílico y consensuado». Artículo de Michel Galy sobre la situación en Costa de Marfil.
Sean cuales fueran los argumentos puestos sobre la mesa para intervenir en el conflicto postelectoral entre Laurent Gbagbo y Alassane Ouattara, lo cierto es que el Ejército francés se vio abocado por el poder político a la operación militar más importante que ha lanzado en África tras la guerra de Argelia y la sangrienta represión contra la Unión de los Pueblos de Camerún (UPC) en dicho país.
Y lo hizo en unas circunstancias que aún no están claras, tanto en la preparación antes de la operación con la misión de la ONU en Costa de Marfil (Onuci) y con la ex rebelión, brazo armado del poder de Alassane Ouattara, como en el bombardeo de objetivos más simbólicos que militares.
Todos los observadores saben bien, una vez ha terminado el drama, que el bombardeo de la Presidencia y de la residencia presidencial de un país extranjero ¡no encaja en el marco de ningún mandato de la ONU! Cuando las armas pesadas, los tanques y los helicópteros de asalto de las dos fuerzas expedicionarias occidentales atacaron tales objetivos (residencia, Presidencia, hospital y supermercado, lleno de jóvenes civiles que querían servir de escudo humano, etc), ¿quién podría creer que se hizo en aplicación de la resolución 1975, destinada a proteger a los civiles?
UN GOLPE DE ESTADO PROGRAMADO
Evidentemente, se trataba de cambiar un régimen y a un presidente, tomando el control de una capital de cinco millones de habitantes. En una terminología más clara: un golpe de Estado franco-onusino.
¿A qué precio? Este es un aspecto que podría esclarecer una comisión de investigación parlamentaria o internacional o, por qué no, un informe por fin objetivo de organizaciones de Derechos Humanos, hasta ahora claramente ambiguas. A menos que investigadores africanistas, a los que hemos visto más firmes en la condena del régimen precedente, se dediquen a investigar sobre el terreno o a llevar a cabo análisis bien argumentados.
Se habla de centenares o de miles de muertos, muchos de ellos civiles desarmados, durante este golpe de Estado. ¿Cuál es la verdad? Las fuerzas pro Ouattara torturaron y ejecutaron a muchos miles de civiles, tanto en Yopougon (barrio pro Gbagbo) como en el conjunto de la capital, y cometieron crímenes de guerra de los cuales Duékoué no es sino el ejemplo más conocido.
¿Quién nos dará las cifras exactas y detallará la complicidad o la pasividad de las fuerzas occidentales? Todo lo que sabemos de la «triple alianza» entre la fuerza Licorne (Francia), la Onuci y las Fuerzas Republicanas de Costa de Marfil (FRCI), ex rebeldes pro Ouattara, apunta a una implicación del Ejército francés más grave que en Ruanda.
UN GOBIERNO EN LA SOMBRA DE COSTA DE MARFIL
Estos graves problemas son, de hecho, la consecuencia de una deslegitimación programada del régimen precedente, culpable sin duda de una fuerte resistencia a una voluntad de normalización franco-africana y culpable de tener la voluntad muy relativa de girar hacia nuevos socios, como China.
Deslegitimación intelectual y política, desde París y Abidjan, que comienza con la ayuda multiforme de París al golpe de Estado de 2002 en el que las fuerzas de Guillaume Soro y Alassane Ouattara conquistaron las dos terceras partes del país. Este descenso sobre el Sur de los conquistadores dioulas no fue posible al final sino gracias a la ayuda de los servicios franceses y la Licorne, del que solo conocemos las grandes líneas.
«¿Y ahora, qué hacemos?», se preguntan los abidjaneses. La «tentación colonial» parece traducirse en una ordenada explotación del país, o, peor aún, en una puesta bajo tutela del nuevo régimen que recuerda a lo ocurrido cincuenta años atrás.
Todos los observadores lo saben. En caso de retirada de la fuerza Licorne o de las tropas de la ONU, el Ejército y el régimen de Ouattara no durarán mucho en una ciudad que le sigue siendo mayoritariamente hostil. De ahí la tendencia de los responsables franceses en Abidjan a ocupar o colaborar los centros de decisión ouattaristas. Como el reciente nombramiento, por ejemplo, de un coronel francés en el puesto de consejero de seguridad de la Presidencia.
El regreso de las instituciones internacionales, particularmente francesas, como la Agencia Francesa de Desarrollo (ausente desde hace diez años con la voluntad implícita de cortar toda ayuda al régimen de Gbagbo) se traducirá en la presencia de todopoderosos expertos extranjeros y en el reforzamiento de determinadas condiciones: un gobierno en la sombra que formulará los proyectos y los programas.
También descapitalización de la economía: muchas empresas estatales serán privatizadas, como ocurriera durante la primatura de Ouattara, en beneficio de sus próximos (y clientes extranjeros) que monopolizan ya los ministerios y los puestos clave del régimen, en detrimento del Partido Democrático de Costa de Marfil, PDCI, el antiguo partido único de Félix Houphouët Boigny de 1960 a 1990, de derechas y con tendencias liberales, también víctima del golpe de Estado.
Materias primas como el café, el cacao y sobre todo el petróleo offshore del Golfo de Guinea son muy importantes y los americanos están a la expectativa, en rivalidad directa con las empresas francesas.
LA OPOSICIÓN AMORDAZADA
El precio de esta regreso al orden colonial es, desgraciadamente, el de una brutal criminalización de la oposición, la encarcelación y la deportación de sus dirigentes, y una represión multiforme que aterroriza a sus seguidores. Lo más escandaloso no es sólo la deportación de Laurent Gbagbo a Korhogo, sino la de su familia (su hijo, de nacionalidad francesa, Michel Gbagbo, que sufre malos tratos en Bouna, ¿es culpable de un delito de parentesco?) y la de los «Cientos de Abidjan», también ellos encarcelados en condiciones indignas en zonas hostiles pese a la presencia cómplice de las tropas de la ONU. La Convención de Ginebra estipula condiciones de detención decentes y la posibilidad de consultar a un abogado, derechos negados a estos prisioneros políticos marfileños.
Envalentonado por la falta de reacción internacional, el poder acaba de deportar a Boundiali a los refugiados de la Pergola, hotel en el que se habían refugiado protegidos por la ONU que garantizaba su seguridad. El primer ministro Aké Ngo Gilbert, a quien conocí como director de la Universidad y responsable científico de los importantes coloquios de 2010 (¡para celebrar los 50 años de «independencias»!), ¿ha hecho otra cosa que gestionar honestamente una situación económicamente muy difícil tras las elecciones?
Desgraciadamente, tenemos la impresión de que, más allá de la oposición, quienes han sido condenados son las élites intelectuales e incluso las clases medias, mientras que los criminales de guerra y otros rebeldes reciben las prebendas y el reconocimiento internacional.
ABIDJAN «FUERA DE CONTROL»
En el terreno militar, los poderes franceses y marfileños (¿o franco-marfileños?) se enfrentan a un dilema: apoyar a las Fuerzas de Defensa y Seguridad (FDS) pro Gbagbo, fuertemente hostiles al Ejército de Ouattara, o, como ya hicieron durante «la batalla de Abidjan», ayudar (entrenamiento, logística, armas y uniformes) a los rebeldes pro Ouattara, de las que se puede adivinar que no es suficiente haberlas bautizado FRCI para que cesen en sus prácticas de predación.
La mezcla siendo difícil, si no imposible, ya que las dos facciones militares son hostiles, puede llevar al Ejército francés hacia la tentación de sustituir al Ejército marfileño (como ya ocurriera durante el mandato del presidente Houphouët Boigny) o dirigirlo mediante la presencia masiva de consejeros, como ya ocurriera en tiempos en Vietnam o en Libia en la actualidad. (Nota: el primer ministro francés, François Fillon, que ha estado recientemente de visita en Costa de Marfil, ha propuesto a Ouattara el nombramiento de un general francés para «refundar» el nuevo Ejército, propuesta que Ouattara ha aceptado).
La situación en Abidjan está, de hecho, «fuera de control», según han confesado dirigentes civiles pro Ouattara: además de los centenares de asesinatos en las filas de la oposición, sobre todo en Yopougon, y de grandes barrios como Angré que han sido totalmente saqueados, los Dozos, responsables de la masacre de un millar de civiles en Duékoué, ocupan los puestos de policías y comisarios.
Por lo tanto, es grande la tentación para los franco-onusinos de ayudar al Gobierno Ouattara a eliminar a los rebeldes más peligrosos, siguiendo el modelo de liquidación de Ibrahim Coulibaly, lo que llevaría aún más lejos la participación de las fuerzas occidentales en las violencias marfileñas.
Frente a esta agenda neocolonialista hace falta una nueva política franco-marfileña que pudiera favorecer el retorno a la paz civil y a la celebración de elecciones legislativas representativas. De lo contrario, la hipótesis de un nuevo ciclo de violencias no se podría excluir, tanto en el exterior como en el interior del país. Las claves de esta nueva política serían la retirada de las dos fuerzas militares occidentales del país, la liberación de los presos políticos y su reintegración en el juego político.
De lo contrario, la «batalla de Abidjan» y sus numerosas víctimas no habrían servido para nada. Al final de todo, los intereses y los mismos ciudadanos franceses siguen corriendo grave peligro debido al fuerte resentimiento que existe en Abidjan.
La imagen casi «bushiana» de lucha del bien contra el mal – ¿como en Libia?- no era muy realista… No más que aquella de un «post-conflicto» idílico y consensuado.
Pareciera que un terrible escándalo político-mediático está a punto de llegar y será entonces cuando se sabrá lo que realmente pasó en Abidjan hace ahora más de tres meses.
Michel Galy es sociólogo, profesor universitario y uno de los grandes expertos en conflictos en África occidental.