Recomiendo:
1

Francia en África, ¿un adiós o un hasta pronto?

Fuentes: Rebelión

A pesar de que los militares que han derrocado al presidente gabonés Alí Bongo el pasado miércoles no han tenido, hasta ahora, la retórica antifrancesa que sí tuvieron, y sostienen -no sólo retórica, sino muchas acciones directas- los líderes de los golpes en Malí, Guinea (Conakry), Burkina Faso y Níger, la asonada en Gabón ha debilitado, todavía más, la presencia francesa en sus antiguas colonias.

Si bien, como fue el caso de los cuatro golpes mencionados, no se han escuchado consignas antifrancesas, ni hubo en las calles de Libreville quemas de banderas, ataques a la embajada o se despliegue de pancartas prorrusas -elementos que han pasado a ser parte de la escenografía, en los movimientos militares anteriores-  se sabe que más allá de las elites nacionales, vinculadas al Gobierno de la familia Bongo que ha permanecido en el poder sostenida, claro, por el Elíseo– en los sectores más desfavorecidos de esa sociedad, casi opulenta para las cifras africanas, el sentimiento antifrancés no es menor que en los otros países. (Ver. Gabón, un asunto de familia).

Para los sectores populares, Francia está profundamente ligada a la dinastía Bongo. Es importante mencionar que el general Brice Oligui Nguema, la cabeza visible del golpe que ha sido ungido por sus pares como el nuevo presidente, es primo de Alí Bongo, por lo que es obvio que a lo largo de su vida se ha beneficiado de ese parentesco. 

Más allá de que Francia salve o no la ropa en Gabón, no deja de ser casi una afrenta para el presidente Emanuel Macron, que en marzo último realizó una gira por África Central iniciándose justamente en Gabón, y que abarcó también a Angola y República Popular del Congo (RPC) dándole un apoyo implícito al presidente Sassou Nguesso, que, con algún breve interregno, gobierna la RPC desde 1979. La gira de Macron terminó en la República Democrática del Congo (RDC), envuelta en una crítica situación de seguridad por la guerra civil que se desarrolla en el este del país. 

Con la llegada de Macron a la RDC miles de personas se manifestaron frente a la embajada francesa, en Kinshasa, denunciando el apoyo que Francia brinda a Ruanda, acusada de promocionar grupos rebeldes que participan de esa guerra.

En Gabón Macron, casi cómo un moderno pero devaluado Nostradamus, vaticinó que “La era de la Francáfrica ha terminado”. Más allá de su voluntad, se conoce que debido a los intereses franceses en el continente -de una gigantesca magnitud- a los que se suman socios locales, políticos, militares y empresarios corruptos, que son claves para ese funcionamiento, además de los aliados de París, fundamentalmente los Estados Unidos, hace sospechar que esa dramática declaración no es más que eso, una dramática declaración despegada de la realidad. En 2017 el presidente francés había dado un discurso similar en Uagadugú, la capital de Burkina Faso y al parecer la diatriba no dio resultado, ya que los militares burkineses no solo dieron un golpe en el 2022, sino que además pocos meses después exigieron la retirada de los militares franceses.

Occidente deberá replantear rápidamente sus políticas con África, más ahora, que ya no es un secreto para nadie, y mucho menos para Macron, el crecimiento exponencial de las inversiones y obviamente también de la influencia china y en menor escala rusa en todo el continente, por lo que el fin de la injerencia francesa es materialmente un hecho. Es importante señalar que en el caso de Gabón, Beijing ha pasado a ser su mayor socio comercial, superando a París.

Con su gira africana, Macron intentó hacer un necesario control de daños, quizás tardío, cuando ya el Sahel estaba en llamas, fogata a la que todavía no se había sumado Níger, que recién lo haría a fines de julio.

A Aquellos deseos voluntariosos a los que se refirió Macron respecto a impulsar una nueva política con las antiguas colonias francesas, que incluye la disminución de la presencia milita e incluso una administración conjunta con las naciones anfitrionas de las bases militares francesas en el continente, añadía una asociación comercial más equitativa, leyendo los últimos acontecimientos del continente y hay que sumarles los millones de ciudadanos que desde hace décadas, y principalmente desde el 2014, buscan de manera desesperada escapar de sus lugares abandonados a la pobreza, la marginalidad, la falta de recursos sanitarios y educativos y la violencia ejecutada desde los gobiernos, las grandes bandas del crimen común, el accionar de los grupos terroristas vinculados al Daesh y a al-Qaeda.  Además del ya incontenible cambio climático que entre inundaciones y sequías ha desbaratado el endeble equilibrio económico de muchas regiones del continente, por los que los buenos deseos de Macron habrían llegado irremediablemente tarde.

El origen del mal

Para encontrar el origen de esta nueva era de turbulencias entre Francia y sus antiguas colonias, ya que borrascas tuvieron varias, habría que retrotraerse a los años 2012-2013, cuando ya muerto el Coronel Gaddafi y aprovechando la anarquía que generó en todo el Magreb y el Sahel el magnicidio del líder libio (20 de octubre del 2011), es derrocado en marzo de 2012 el presidente de Mali Amadou Touré, por lo que los diferentes movimientos tuaregs que reclaman el territorio de Azawad, una vasta región que hoy ocupan Mali, Argelia, Mauritania, Burkina Faso y Níger, vieron una nueva oportunidad de reclamar sus territorios.

Para neutralizar aquella rebelión, que no era la primera, París habilitó la llegada de grupos vinculados a al- Qaeda (Daesh, surgiría dos años más tarde) para que con esa excusa pudiera intervenir el ejército francés, intervenciones que bajo el nombre de diferentes operaciones en el norte de Mali, primero la Serval, más tarde la Barkhane o la Operación Sabre, en Burkina Faso, fueron expulsadas de esos países apenas producidas las revoluciones.

Para entender el odio a la vieja metrópoli hay que comprender más allá de la agobiante presencia que se ha extendido desde mediados del siglo XIX, los abusos de los militares franceses en las regiones ocupadas a partir del 2012, siendo extremadamente duros con las poblaciones civiles mientras parecían prácticamente aliados de grupos como el Jama’at Nusrat al-Islam wal-Muslimin o GSIM (Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes) liderado por el maliense Iyad Ag Ghali, una gran aglomeración de khatibas fundamentalistas que se unieron en 2017, que han respondido desde siempre a al-Qaeda y al Estado Islámico para el Gran Sahara, que también ha englobado viejas organizaciones criminales, que en algún momento desde el 2014 dieron el salto desde el crimen a conformarse como grupos terroristas, influenciados por muyahidines argelinos que habían hecho sus primeras armas en la guerra antisoviética de Afganistán, de donde han tenido tratos fluidos con diferentes oficinas de inteligencia occidentales.

Desde que se produjeron los golpes, entre las primeras acciones que han tomado los jóvenes militares, no solo está terminar con la presencia de los militares franceses en sus respectivos países (Burkina Faso, Guinea y Mali) sino también la contratación del Grupo Wagner para recibir entrenamiento y asistencia técnica en la guerra contra los fundamentalistas. 

Esta decisión ha provocado, mientras se acomodan en el nuevo escenario tanto en Mali como en Burkina Faso, los ejércitos locales, los donzos, legendarias agrupaciones de cazadores, y los efectivos de la Wagner, los grupos terroristas, “misteriosamente” han recobrado la iniciativa para operar no solo contra los efectivos militares, sino contra la población civil en el norte de Mali y de Burkina Faso ocasionando numerosas bajas y daños a las estructuras productivas de esas regiones. La ciudad malí de Konna, ubicada en la carretera que une Mopti y Gao, dos ciudades importantes del norte de Mali, sufre desde hace diez años las extorsiones y abusos de los grupos armados, multiplicándose no solo los secuestros, una de las fuentes de financiación de estas bandas armadas, sino también las ejecuciones ejemplarizantes para los djassous (espías) y para aquellos que rehúsan pagar el zakat (limosna).

Mientras en Níger, que inmediatamente al golpe del pasado 26 de julio comenzó a seguir los pasos de sus camaradas burkineses y malíes, incluso han ordenado la expulsión del embajador francés a lo que París, rehusando reconocer que las cosas han cambiado, se ha negado a cumplir esa orden. En la región de Tillabery, al noroeste de Níger donde más presencia existe de las bandas wahabitas desde que se produjo el golpe, están aumentando las acciones terroristas.

No deja de ser sintomático que a medida que los franceses son expulsados de sus viejas colonias aumentan los ataques: Quizás para que el adiós francés solo sea un hasta pronto.

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.