¿En el campo de Kadafi? Algunos sectores populistas, afines a la línea de Chávez y el gobierno cubano, insisten -desde el comienzo de la rebelión libia- en apoyar a Kadafi. Pero el viejo dictador no representa ninguna opción antiimperialista. Hace muchos años que pactó con el imperialismo y le abrió las puertas a las transnacionales […]
¿En el campo de Kadafi?
Algunos sectores populistas, afines a la línea de Chávez y el gobierno cubano, insisten -desde el comienzo de la rebelión libia- en apoyar a Kadafi. Pero el viejo dictador no representa ninguna opción antiimperialista. Hace muchos años que pactó con el imperialismo y le abrió las puertas a las transnacionales petroleras. Más aún, estableció «relaciones especiales» con Italia, colaboró con la política xenófoba del imperialismo europeo acordando con Berlusconi que los inmigrantes africanos interceptados en el mar por la policía italiana serían directamente remitidos a Libia. No deja de apelar a «occidente» presentándose como su viejo aliado en la «lucha contra Al Qaeda». Si el imperialismo quiere la salida de su viejo aliado es porque ya no representa una garantía de estabilidad para sus intereses, es un obstáculo para cualquier plan de transición y su superioridad militar frente a los rebeldes no implica que pueda imponerse fácilmente en una guerra civil que, de prolongarse, complicaría aún más el mapa geopolítico y de la lucha de clases en una región convulsionada por la «primavera de los pueblos árabes». Apoyar a Kadafi es apoyar uno de los planes contrarrevolucionarios, el de liquidación manu militari de una rebelión popular detonada por progresivas aspiraciones democráticas.
¿Con la «zona de exclusión aérea»?
El imperialismo se inclina ahora por otro plan contrarrevolucionario: montar algún tipo de transición supervisada, sobre la base del apartamiento del gobierno de Kadafi, plan que aparece como más viable para contener la crisis libia. La Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU, en cuyo nombre se bombardean objetivos en territorio libio, responde a este plan (aunque haya diferencias entre las potencias y muchos interrogantes en su definición, comenzando a discutirse en escenarios como la Conferencia en Londres de unos 40 países «aliados»). Que las bombas se lancen bajo pretextos «humanitarios» ha encandilado a otra parte de la izquierda -de tono más socialdemócrata-, que alucina ver aspectos progresivos en la intervención imperialista.
El intelectual de izquierda Gilbert Achcar, francés criado en Líbano, presenta en sus artículos las «razones» para apoyar a la misma, según él, desde una posición antiimperialista, generando un intenso debate en medios de la izquierda europea. Escribe Achcar que «es un disparate y un ejemplo de ‘materialismo’ muy burdo despreciar por irrelevante el peso de la opinión pública en las decisiones de los gobiernos occidentales, especialmente en este caso en las de los cercanos gobiernos europeos. En un momento en que los insurgentes libios estaban urgiendo al mundo con cada vez mayor insistencia que estableciera una zona de exclusión aérea a fin de neutralizar la principal ventaja de las fuerzas de Gadafi, y con el público occidental siguiendo los acontecimientos por televisión…». Teniendo en cuenta que en Francia desde el PS al PG, los «Verdes» y otros sectores de la izquierda han avalado la política intervencionista del gobierno Sarkozy, creemos que es un buen reflejo de la opinión predominante en sectores impactados por la opinión pública de la clase media europea. Por ello, consideramos interesante polemizar con las posiciones que sintetiza su escrito «Un debate legítimo y necesario desde una perspectiva antiimperialista» (http://www.vientosur.info), donde plantea que:
1º) Kadafi quiere masacrar a la población rebelde y «una revuelta de masas enfrentada a una amenaza muy real de sufrir una masacre reclamaba el establecimiento de una zona de exclusión aérea para ayudarle a resistir la ofensiva criminal del régimen». Pero la «protección» que ofrecen los imperialistas no es neutral, es la expresión militar de la política de las grandes potencias que busca condicionar la lucha rebelde según sus propios objetivos, cooptar al movimiento e imponer una salida acorde a los intereses del dominio imperialista sobre Libia y toda la región, donde los viejos agentes están completamente desprestigiados y el imperialismo intenta reacomodarse como «promotor» de cambios controlados bajo el discurso de la «democracia» y contener la espontaneidad de las masas.
La operación imperialista busca expropiar políticamente a la rebelión, y si no son las masas las que imponen su salida, entonces el triunfo degradado de una caída de Kadafi con tal «ayuda» de la OTAN, se volverá contra ellas, facilitando la imposición de un régimen títere. Una buena muestra es lo que ocurre en Egipto donde tras la caída de Mubarak se fortaleció el Ejército que maniobra para frustrar las aspiraciones populares. Por otra parte, la declaración de «zona de exclusión aérea» es una medida militar que tiene su propia dinámica, pudiendo llevar a una escalada con lo que la promesa de no enviar tropas de tierra podría terminar en un nuevo Irak. La propaganda imperialista dice preocuparse por «evitar la muerte de civiles» en Libia, pero mira para otro lado ante la matanza de civiles que luchan contra las dictaduras en Yemen o Siria y apoya la invasión de Arabia Saudita contra el levantamiento popular en Bahrein. La retórica humanitaria que acompañó las intervenciones imperialistas desde los Balcanes a Somalia, Irak o Afganistán, no ha podido ocultar los cientos de miles de muertos como «daños colaterales», no sólo bajo las bombas sino como secuela de hambrunas, epidemias y otras penurias que dejaron estas guerras.
2º) «A diferencia de las fuerzas que se oponían a Milosevic en Kosovo, los insurgentes libios no pedían la ocupación de su país por tropas extranjeras», afirma Achcar. Pero la dirección del Concejo Nacional de Transición Libio (CNTL), que desde Bengasi se arroga la representación del levantamiento, se subordina cada vez más a los aliados en el mismo camino del ELK kosovar, invocando la protección imperialista y transformándose en la «infantería de la OTAN», cuyos cazabombarderos le abren el camino en los enfrentamientos con las fuerzas gubernamentales. No es casual que: «EE UU y Reino Unido estudian armar a los rebeldes en su combate contra Gadafi. Cameron y Clinton creen que el suministro de armamento es compatible con el embargo y estaría amparado por la resolución de Naciones Unidas» (El País, 29/03). Si a diferencia del ELK no piden participación terrestre es porque el propio imperialismo no quiere correr mayores riesgos, a la luz de las costosas experiencias en las guerras contra Irak y Afganistán y resultaría difícil legitimarla entre los pueblos árabes. La dirección del CNTL, dominada por arribistas, ex kadafistas y jefes tribales, se montó sobre la rebelión buscando desde el principio impedir que se extendiera el armamento popular y presentándose como «moderados». En realidad, dejándose cooptar como agentes de la intervención imperialista, se disponen a servir de «Karzai» libios (Karzai encabeza el corrupto gobierno títere impuesto por EE.UU. en Afganistán tras su invasión).
3º) Argumenta Achcar que «El programa que les une es un programa de cambio democrático -libertades políticas, derechos humanos y elecciones libres-, exactamente igual que el de todos los demás levantamientos de la región.» Pero el CNTL subordina las demandas progresivas de la rebelión contra Kadafi a un programa de democracia liberal en los términos de las «transiciones» que impulsa el imperialismo. Ni siquiera plantea una Asamblea Constituyente donde el pueblo pueda decidir sobre todos los grandes problemas nacionales. Su contenido apunta al estrangulamiento «democrático» del proceso revolucionario mediante instituciones de corte democrático-liberal bajo tutela imperialista. El programa del CNTL se pronuncia por la asociación entre «un fuerte y productivo sector público y un libre sector privado» y garantiza su alineamiento con la «comunidad internacional», es decir, su subordinación semicolonial. (ver «A vision of a democratic Libya» programa del CNTL publicado en www.guardian.co.uk, 29/03).
4º) «Y si no está claro qué será de Libia después de Gadafi, dos cosas son indudables: no podrá ser peor que el régimen de Gadafi», insiste Achcar, puesto a elegir el «mal menor» entre el dictador Kadafi o una transición impuesta por la OTAN, sin ver que ambas sólo pueden asentarse sobre la derrota popular. Con ello, cae en un embellecimiento extraordinario del imperialismo, imaginando que éste puede cumplir un rol progresivo en la Libia atrasada y oprimida. La transición que quiere la OTAN mantendría a Libia como una semicolonia oprimida, o, peor aún, la reduciría a un virtual protectorado como son todavía Kosovo, Irak, Haití y otros lugares donde la benemérita ONU ha llevado sus intervenciones con los resultados visibles y conocidos. Achcar amonesta que «la izquierda debería abstenerse de proclamar ´principios´ tan absolutos como que ´estamos en contra de toda intervención militar de las potencias occidentales en cualquier circunstancia´». Pero esas intervenciones demuestran hasta el hartazgo que el imperialismo es siempre reacción en toda la línea, aunque a veces lo intente disimular bajo la hipócrita fraseología «humanitaria» y «democrática».
¡No a la intervención imperialista! ¡Abajo Kadafi!
Achcar comenzó su nota con una cita de Lenin, arguyendo que se pueden establecer compromisos con los imperialistas como hicieron los revolucionarios rusos en Brest-Litovsk. Pero en Rusia los bolcheviques habían tomado el poder al frente de los obreros insurrectos y hacían determinadas concesiones obligadamente, bajo la amenaza de las bayonetas alemanas para salvar a la revolución y al naciente poder obrero, sin dejar de denunciar el chantaje imperialista. El CNTL no sólo no quiere una revolución genuina, sino que apela al imperialismo como salvador de la causa popular.
El pensamiento humanista de izquierda del que es un ejemplo Achcar, sólo ve «víctimas» a evitar (cosa dudosa dada la realidad de las intervenciones imperialistas) pero no la potencialidad de la lucha de masas. Los marxistas enfrentamos las situaciones de crisis, guerras y revoluciones desde un punto de vista opuesto no porque creamos que «cuanto peor es mejor», sino porque es necesario comprender la dialéctica de los enfrentamientos históricamente inevitables entre revolución y contrarrevolución como el único camino por el cual las masas pueden avanzar en su experiencia y prepararse para el triunfo sobre el capital.
Se trata hoy no de despertar ilusiones en la «ayuda» imperialista sino de qué programa y estrategia podrían abrir el camino del triunfo a las masas rebeldes. El primer requisito para ello sería mantener absoluta independencia política del imperialismo, apelar a las masas árabes, impulsar la autoorganización del pueblo libio y sus milicias en el camino de imponer un gobierno obrero y popular, y agrupar en torno a estas tareas a los sectores progresivos.