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Fuentes del pensamiento político estadounidense

Fuentes: Rebelión

¿Por qué los Estados Unidos hacen todo lo que hacen? La respuesta tiene tres dimensiones: 1) porque pueden, 2) porque deben y 3) porque quieren. Para comprender esta afirmación es necesario estudiarla en reversa. Alucinado por el poder y el dinero, Octavio Paz afirmó encarrerado que «Estados Unidos es la democracia más perfecta del mundo». […]

¿Por qué los Estados Unidos hacen todo lo que hacen? La respuesta tiene tres dimensiones: 1) porque pueden, 2) porque deben y 3) porque quieren. Para comprender esta afirmación es necesario estudiarla en reversa.

Alucinado por el poder y el dinero, Octavio Paz afirmó encarrerado que «Estados Unidos es la democracia más perfecta del mundo». Siguiendo al Nobel mexicano entonces la discusión ha terminado: en los Estados Unidos el grueso de la población ejerce en los hechos un peso específico lo suficientemente importante como para orientar la política interior y exterior de su país. No gobiernan las dinastías ni los más ricos, gobierna la gente común y corriente. Punto. Esto por supuesto es una falsedad. ¿Cuántos presidentes afroamericanos ha tenido Estados Unidos?, ¿cuántos latinoamericano han trabajado en calidad de jefe en el despacho oval?, Mejor aún, ¿cuántas mujeres han sido presidentes en los Estados Unidos? Las preguntas de este tipo se antojan infinitas. La realidad es que los pasos de Washington los dirige la voluntad de la clase alta estadounidense. Lo que ella quiere es lo que se define como «interés nacional». Hasta este punto no hay nada nuevo bajo el sol.

¿Pero como se transforma el querer de los pocos (porque son pocos los que manejan la poliarquía estadounidense) en el deber de los muchos? Mediante la ideología. Y esta tiene dos vertientes: 1) el referente moral y 2) la selección divina. Su uso es para consumo interno y da lo mismo lo que piense el mundo al respecto. Así pues, el corazón de la conducción ideológica de las masas en los Estados Unidos son la política y la religión respectivamente. No es casual: son éstos precisamente los temas con los que más fácilmente se puede encandilar y hacer perder la cabeza a un electorado inculto e irreflexivo.

«La misión de los Estados Unidos era dirigir a otras naciones hacia la revolución contra las fuerzas de la ignorancia y la opresión… Era responsabilidad de Estados Unidos divulgar los conceptos de libertad, igualdad y justicia por todo el orbe». Esto es en síntesis lo que aprenden los jóvenes estadounidenses sobre la historia de su país. Incluso el título de los libros de nivel medio superior de donde se extraen tan reveladoras enseñanzas resultan elocuentes Historia de los Estados Unidos: La experiencia democrática (Degler, Noriega Editores, 1992 p. 77). Sobre sus espaldas se coloca una lápida de peso colosal pues muy pronto comprenden que su país -y ellos por extensión- son la moralidad andando. ¿Son responsables?, ¿de qué se les puede culpar? Sólo de distraídos. Después de todo ¿quién recuerda a David Spritzler?, aquel estudiante a quien se le armó un expediente disciplinario a sus 12 años por negarse a prestar el Juramento de Fidelidad a los Estados Unidos en Boston por considerarlo «una exhortación hipócrita al patriotismo» puesto que no existe «libertad y justicia para todos» (Chomsky, Crítica, 2001. p. 9). Nadie lo recuerda por supuesto. Las mentes mentecatas deben relegarse al olvido. Así debe ser. Para los más grandecitos, el santo patrono de todo think tank que se respete y el santón de todo policy maker estadounidense -Henry Kissinger- reflexiona muy sesudo urbi et orbi que «…si el mundo realmente desea la paz, tendrá que aplicar las prescripciones morales de los Estados Unidos». (La Diplomacia, FCE, 1995, p. 12). Con esto, de antemano Kissinger certifica a los universitarios que el ideal moral estadounidense que aprendieron en la escuela es tan bueno y tan real como la paz, ergo, su prescripción es obligada. Si alguna duda quedaba en la formación estudiantil, el ex Secretario de Estado se encarga de disiparla. El resultado del proceso es kafkiano: «Dennos bombas para la paz» pidió Richard Holbrooke -estadounidense, artífice de los Acuerdos de Dayton para la paz en Bosnia en 1995- como si de verdad tuviera algún sentido la expresión «una solución militar». Las obtuvo y aunque otros diplomáticos involucrados en las negociaciones argumentaron que el proceso de paz podría haber continuado sin descarrilarse prescindiendo de la destrucción, con cinismo Holbrooke -y con él el resto de «América»- se alegró de «no haber tenido que probarlo» (Holbrooke, Para acabar una guerra, Biblioteca Nueva, 1999, p. 188 y 191).

¿Cómo pueden estar tan convencidos los estadounidense de que sus prescripciones morales son tan válidas, universales y obligatorias para todos y para todo?, ¿qué les nubla el juicio impidiéndoles percatarse de que bajo ninguna circunstancia pueden existir una aberración denominada bombas para la paz? La religión. Compañero inseparable de la distorsión moral histórica y política, el fanatismo religioso constituye el otro elemento fundamental del pensamiento político estadounidense. La Primera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos de América define con claridad: «El Congreso no aprobará ninguna ley con respecto al establecimiento de religión alguna, o que prohíba el libre ejercicio de la misma…». Los Estados Unidos son por ende, un Estado laico. Sin embargo, para no tener religión oficial, probablemente Washington es la capital del Estado laico más religioso del mundo. «In god we trust» reza el dólar y con «God bless America» terminan todos los discursos presidenciales. Puritanos de pura cepa, los Padres Fundadores se pasaron generaciones leyendo un solo libro, La Biblia. No encontraron mayor problema en considerar América la tierra prometida, y en verse a sí mismos como los guías del pueblo elegido. (Galtung, Fundamentalismo USA, Icaria, 1999, p. 26-30). Concebida desde sus inicios como divina, la potencia norteamericana no puede equivocarse, a menos que Dios no sea perfecto, y en tal caso, entonces Dios no sería Dios. Así pues, de la misma forma en que el Papa es heredero de Pedro, la clase política estadounidense es heredera de los Padres Fundadores de tal suerte que si el Papa para los católicos es «infalible en materia de fe» de la misma forma el Presidente de los Estados Unidos y su séquito para el estadounidense promedio es infalible en materia política. Pueden dormir tranquilos.

Desde hace más de 100 años, todo lo anterior mata de la risa -y mata de verdad- cuando se toma en serio más allá de las fronteras de las barras y las estrellas: esta es la base del Destino Manifiesto de 1845 que a la letra se trataba del «cumplimiento de nuestro destino manifiesto de cubrir el continente asignado a nosotros por la providencia para el libre desarrollo de nuestros millones [de pobladores] que se expanden cada año» (Dieterich, Océano, 1998, p. 167). No importa, que el mundo no crea en todo ello, toda esta ideología es para consumo interno.

Convencidos como están de su benévola misión-responsabilidad histórica, las masas estadounidenses asumen como natural y propio el deber de sus gobernantes de dirigir a otras naciones contra la ignorancia y la opresión, divulgando los conceptos de libertad, igualdad y justicia por todo el orbe. No pueden estar equivocados. Dios está de su lado. No se necesita mayor explicación. La manipulación ideológica ahora se llama idealismo. A este punto, se ha avanzado otro escalón sin darse cuenta: el querer de los pocos ha mutado, inconscientemente ahora es el deber de los muchos.

Para los más incultos la razón teológica del deber es suficiente. Para quienes conservan una pizca de escepticismo la transmutación de la razón teológica en deber moral basta. Juntos o por separado, ambas trampas ideológicas constituyen el andamiaje elemental de la cultura y del pensamiento político del grueso del pueblo estadounidense. Kissinger lo sintetiza magistralmente, la cita no tiene desperdicio. «Ninguna sociedad ha insistido con mayor firmeza en lo inadmisible de la intervención en los asuntos internos de otros Estados, ni ha afirmado más apasionadamente que sus propios valores tenían aplicación universal. Ninguna nación ha sido más pragmática en la conducción cotidiana de su diplomacia, ni más ideológica en la búsqueda de sus convicciones morales históricas. Ningún país se ha mostrado más renuente a aventurarse en el extranjero, mientras formaba alianzas y compromisos de alcance y dimensiones sin precedente» Por supuesto estaba hablando de los Estados Unidos. Pero aquí no se detiene «Aunque han existido otras repúblicas, ninguna fue creada conscientemente para encarnar la idea de libertad… los Estados Unidos poseían el mejor sistema de gobierno del mundo… el resto de la humanidad podría alcanzar la paz y la prosperidad abandonando la diplomacia tradicional y adoptando la reverencia de los norteamericanos al derecho internacional y la democracia». (Kissinger, ibid.). El ex consejero de seguridad nacional se cuida de no mencionar a la providencia pues sabe que es un disparate, sin embargo, no ceja en esgrimir la razón moral, esa que nadie en su sano juicio podría negar… según él.

Esta son las fuentes del poder. Para la clase gobernante, la ignorancia en el mejor de los casos, o el aprendizaje distorsionado de la historia y la cosmología nacional son la esencia misma de su margen de acción. Sin el respaldo popular, el poderío militar sería poco más que nada. Si la crítica no ha resultado más efectiva es porque se ha estado siendo dirigida a los que quieren, con argumentos del porqué no deben. Es decir ¿qué tan en serio tomará el Secretario de Estado Collin Powell o el Ministro de Defensa Donald Rumsfeld el argumento de que el petróleo de Irak es para los iraquíes y que por lo tanto no deben de quitárselo? Eso ya lo saben, sencillamente no les importa. El resultado es diferente cuando se consigue desmontar el discurso ideológico-político. Es decir, cuando se consigue abrir los ojos a aquéllos que creen que deben ayudar a su gobierno en la tarea de salvar a los iraquíes de todos los males de este mundo. En otras palabras, el resultado es diferente cuando se desnudan las intenciones de los que quieren ante los ojos de los que creen que deben. Cuando esto ocurre se comienza a cancelar la posibilidad de poder, pues con la conciencia se limita el abuso, y con la protesta se socava la ignorancia.

Simón Bolívar decodificó con lucidez el camino hace muchos años, cuando en 1826 afirmó que «Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de Miseria en nombre de la Libertad». La providencia siempre, religión y política. Con tan lapidaria frase El Libertador dio cuenta con 19 palabras de los miles de tratados que ha escrito la inteligentzia estadounidense y de todo el sistema de adoctrinamiento educativo que ha organizado para engañar a su pueblo y justificar sus atroces actitudes imperiales.. De tal suerte que mientras los esfuerzos de la crítica y la denuncia no alcancen a su verdadero destinatario, seguiremos alimentando un diálogo de sordos. Tal vez por Bolívar debería de empezar cualquier discurso crítico contra la política exterior estadounidense. Tal vez con la cita de El Libertador debería comenzar cualquier seminario de concientización de masas en los Estados Unidos. Al final, la conclusión es irrebatible: el fanatismo ideológico político-religioso de Washington llega hasta donde Bolívar quiere.

Fernando Montiel T. es analista y consultor en relaciones internacionales y resolución de conflictos. Coordinador del libro «Afganistán: Guerra, terrorismo y seguridad internacional» (Quimera, 2002), y co-autor de «Pensar la guerra: Hacia una nueva geopolítica mundial» (Quimera, 2004).

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