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Fukushima mon amour

Fuentes: Counter Punch

Traducido del inglés para Rebelión por J. M.

¿Está la crisis en Fukushima superada o acaba de empezar? Se le puede perdonar si usted se rasca la cabeza ante la pregunta. Casi cinco años después de la fusión nuclear provocada por el terremoto y el posterior tsunami de Tohoku, -una de las peores catástrofes radiactivas del planeta- el tema ha desaparecido casi por completo tanto de los medios de comunicación como de la conciencia pública. En medio de ese vacío de información, la historia letal de esos eventos se ha hundido bajo mitos perniciosos propagados por mercachifles nucleares.

En resumen, la historia revisada de la crisis de Fukushima es algo como esto: la instalación Daiichi fue golpeada por un hecho sin precedentes, probablemente no se repetirá; los sistemas a prueba de fallas trabajaron; la crisis se detuvo rápidamente; la dispersión de la contaminación radiactiva fue contenida y remediada; no hay peligros para la vida ni enfermedades como resultado de la crisis. ¡Adelante a toda marcha!

Uno de los primeros en enterrar la cabeza de la negación cual avestruz fue Paddy Reagan, un profesor de física nuclear en la Universidad de Surrey: «Hemos tenido un terremoto del fin del mundo en un país con 55 centrales nucleares y todos ellas se han cerrado perfectamente, a pesar de que tres han tenido problemas desde entonces. Este fue un gran terremoto, y como una prueba para la capacidad de resistencia y robustez de las plantas nucleares parece que han resistido los efectos muy bien».

Para Reagan y otros entusiastas de las centrales atómicas, la fusión del reactor de Fukushima no representaba un cuento con moraleja, pero sirvió como un verdadero ejemplo para el momento de la seguridad, la eficiencia y la durabilidad de la energía nuclear. Llámalo Fukushima mon amour o cómo dejaron de preocuparse y aprendieron a amar el átomo.

Tal revisionismo extremo es de esperar de la gente de la talla de Reagan y otros asesinos a sueldo del Big Atom, especialmente en un momento de grave peligro para sus fortunas económicas. Más surrealista es la compacta relación asesina entre la industria nuclear y algunos ambientalistas de alto perfil, que alcanzaron un tono febril en la conferencia sobre el clima de París este otoño. Cómplices nucleares independientes, como el odioso James Hansen y el payaso George Monbiot, han dejado la huella de carbono que humillaría a Godzilla por el chorro que vertieron por todo el mundo promocionando la energía nuclear como una especie de tecnológica deus ex machina frente a la amenaza apocalíptica del cambio climático. Hansen ha ido tan lejos como para cargar con que «la oposición a la energía nuclear amenaza el futuro de la humanidad». Es vergonzoso que muchos ecologistas ahora promuevan la energía nuclear como una especie ecológica de mal menor.

Por supuesto no hay nada nuevo acerca de este tipo de conversión de las máquinas del fin del mundo. La supervivencia de la energía nuclear siempre ha dependido de la suspensión voluntaria de la incredulidad. En la aterradora era post-Hiroshima, la mayoría de la gente detectó intuitivamente la relación simbiótica entre las armas nucleares y la energía nuclear y esos temores tuvieron que ser desechados. Como consecuencia, el complejo industrial nuclear inventó el cuento de hadas del átomo pacífico, celosamente promovido por uno de los estafadores más tortuosos de nuestro tiempo: Edward «H-Bomb» Teller.

Después de delatar a Robert Oppenheimer como un riesgo para la paz y la seguridad, Teller se instaló en su guarida de los laboratorios Lawrence Livermore y rápidamente comenzó a diseñar usos de la energía nuclear y bombas para motores industriales para impulsar la economía post-Segunda Guerra Mundial. Uno de los primeros locos ardides que se pergeñaron en la junta de redacción de Teller fue la Operación Chariot, un plan para excavar un puerto de aguas profundas en el Cabo de Thornton, cerca del pueblo Inuit de Point Hope, Alaska, mediante el uso de detonaciones controladas (sic) de bombas de hidrógeno.

En 1958 Teller, el modelo en la vida real del personaje de Terry Southern, Dr. Strangelove, ideó un plan para el fracking atómico. Trabajando para la Richfield Oil Company, Teller conspiró para detonar 100 bombas atómicas en el norte de Alberta para extraer petróleo de las arenas bituminosas de Athabasca. El plan, que llevó el nombre de Proyecto Oilsands sólo fue anulado cuando las agencias de inteligencia se enteraron de que espías soviéticos se habían infiltrado en la industria petrolera canadiense.

Frustrado por el fracaso de los nerviosos canadienses, Teller pronto volvió su atención hacia el oeste americano. Primero trató de vender a los californianos hambrientos de agua un esquema para explotar más de 20 bombas nucleares para tallar una zanja en el Valle de Sacramento occidental al canal de más agua de San Francisco, el plan original de Jerry Brown para el Canal Periférico. Esto fue seguido por una conspiración para hacer explotar 22 bombas nucleares pacíficas para hacer un agujero en las montañas de Bristol, al sur de California, para la construcción de la carretera interestatal nº 40. Afortunadamente, ningún plan se convirtió en realidad.

Teller se volvió una vez más a la industria del petróleo, con un plan para liberar el gas natural enterrado bajo la meseta de Colorado mediante la explosión de 30 kilotones de bombas nucleares a 6.000 pies por debajo de la superficie de la tierra. Teller prometió que estas explosiones encubiertas, comercializadas como Proyecto Gasbuggy, serían para «estimular» el flujo de gas natural. El flujo del gas fue de hecho estimulado, pero también resultó ser altamente radiactivo.

Más importante aún, en 1957, en el discurso ante la American Chemical Society, Teller, quien más tarde ayudó a los israelíes a desarrollar su programa de armas nucleares, se convirtió en el primer científico en postular que la quema de combustibles fósiles produciría inevitablemente un efecto invernadero que alteraría el clima, que se presentaría en forma de megatormentas, sequías prolongadas y el derretimiento de capas de hielo. ¿Su solución? Reemplazar la energía creada por el carbón y las plantas a gas por una red global de las centrales nucleares.

Las ideas desquiciadas de Edward Teller de antaño ahora se han desempolvado y vuelto a comercializar por los ecologistas nucleares, incluyendo a James Lovelock, el creador de la hipótesis Gaia, sin crédito debido a su atroz progenitor.

Hay en la actualidad como 460 armas nucleares operando, algunas resoplando mucho más allá de su fecha de caducidad, expectorando el 10 % de la demanda de energía a nivel mundial. Discípulos ecologistas de Teller quieren ver que el porcentaje total de la energía nuclear cubra el 50 %, lo que significaría la construcción de aproximadamente 2.100 nuevas calderas de agua atómica desde Mogadiscio a Katmandú. ¿Cuáles son las ventajas si se ponen en marcha todos esos planes sin ningún problema?

Mientras tanto en Fukushima, desapercibidos para la prensa mundial, se están detectando los primeros tipos de cáncer de la sangre (leucemia mielógena) vinculados a la exposición de radiación en los niños y los trabajadores de limpieza. Y frente a la costa de Oregón y California cada atún rojo capturado en el último año ha dado positivo de cesio radiactivo 137 de la fundición del reactor de Fukushima. La era de la ecoradiación ha llegado. No te preocupes. Sólo tiene una vida media de 30,7 años.

Jeffrey St. Clair es editor de CounterPunch. Su nuevo libro es Killing Trayvons: an Anthology of American Violence (con JoAnn Wypijewski y Kevin Alexander Gray).

Fuente: http://www.counterpunch.org/2016/01/22/fukushima-mon-amour-2/

Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y a Rebelión como fuente de la traducción.