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Gadafi, retrato completo (1/3)

Fuentes: Renenaba.com

Traducido para Rebelión por Caty R.

La revolución árabe 2011

Zine el Abdine Ben Alí (Túnez) en enero, Hosni Mubarak (Egipto) en Febrero, Muammar Gadafi en los idus de marzo…

Homenaje a la revolución del pueblo árabe, la primera revolución democrática del siglo XXI que se ha llevado a cabo, a diferencia de las de los pueblos de Europa del Este en la década de 1990, sin ayuda exterior, contra los opresores y los patrocinadores de los opresores, por articulación de la dialéctica del enemigo interior sobre el enemigo exterior.

Con una mención especial a los pueblos en lucha (Arabia Saudí, Bahréin, Jordania, Irak, Yemen, Argelia, Marruecos, Somalia, Yibuti) cuya lucha marca el fracaso del dogma occidental y la derrota de la élite política y mediática occidental.

El anuncio del sábado 25 de febrero del exministro de Justicia libio Mustafá Abdel Jalil de la formación en Bengasi de un gobierno provisional representativo de todas las provincias del país y de sus sectores sociales y políticos para conducir la transición a la era post-Gadafi, ha asestado el golpe de gracia a la legitimidad y representatividad del Guía de la Jamahiriya.

Al décimo día de los combates marcados por la alineación a la protesta de todos los supervivientes del «Grupo de los Oficiales Libres», que derrocó a la dinastía senussi en 1969, de casi todas las provincias y tribus del país, de amplios sectores de la administración civil, de las fuerzas armadas y de la seguridad, el ministro dimisionario ha insinuado la amenaza de un proceso en la Corte penal Internacional al dirigente libio afirmando que posee pruebas de la responsabilidad directa del Coronel Gadafi en la destrucción del boeing estadounidense sobre la ciudad de Lockerbie (Escocia)

Apuntalado por la guardia pretoriana del régimen, una milicia de 30.000 hombres dirigida por sus cuatro hijos, Mou’tassem Bilal, Saadi, Khamis y Aníbal, respaldados por un dúo de ardientes colaboradores, el jefe de los servicios secretos Abdalá Senoussi, implicado en el atentado antifrancés de la UTA, sobre Ténéré, y el ministro de Asuntos Exteriores Moussa Koussa, abandonado por sus antiguos hermanos de armas, incluido el comandante en jefe del ejército, el comandante operacional de las fuerzas especiales y el ministro del Interior, el Coronel Muammar Gadafi sufre los estertores de su largo mandato atrincherado en el cuartel de Al Azizya, en Trípoli, que ha convertido en su lugar de residencia, sometido al asalto de su propio pueblo en una auténtica guerra de liberación popular contra su dictadura.

Balance de 42 años de narcisismo: de enterrador de la causa nacional árabe a enterrador de su propio pueblo

Primera parte. El enterrador de la causa nacional árabe

Decano de los jefes de Estado árabes desde el año 2000, y paradójicamente uno de los dirigentes árabes más jóvenes, Muammar Gadafi ha sido durante mucho tiempo el benjamín. Su longevidad, lejos de consolidar su madurez, ha acentuado su vanidad y ha acelerado el ritmo de sus arrebatos, antes juveniles y ahora seniles.

Su ascensión al poder en 1969, inmediatamente después de la traumática derrota de junio de 1967, en plena guerra de desgaste a lo largo del canal de Suez, tuvo el efecto de un seísmo estratégico. Amputando al campo occidental dos importantes bases, una estadounidense, la base aérea y de interceptación de las comunicaciones de Wheelus Air Field, en Trípoli, y la base inglesa de El Adem en Bengasi, encargada de formar y controlar a la policía libia, la guardia pretoriana del régimen monárquico, Gadafi despojó a la Alianza Atlántica de una amplia porción de la costa mediterránea oriental en beneficio del campo soviético.

De los tres golpes de Estado que sancionaron la derrota árabe de 1967 -el golpe de Estado baasista de julio de 1968 en Irak, el golpe de Estado nasseriano de Sudán del general Gaafar al Nimery en mayo de 1969, y el golpe de Estado de Muammar Gadafi en septiembre de 1969, el cambio pro nasseriano de Libia tuvo el efecto devastador más permanente sobre el aparato occidental en el Mediterráneo oriental, puerto de la VI flota estadounidense y puerto de la zona petrolera árabe, con las bases inglesas de Akrotiri y Dékhélia (Chipre), de Massirah (sultanato de Omán), así como la base naval del protectorado británico de Adén y la plataforma aeronaval estadounidense de la isla de Diego García (Estados Unidos), en el océano Índico.

Si la revolución de mayo de 1969 en Sudán amplió el campo de maniobra egipcio al convertir Sudán en la retaguardia estratégica de Egipto y en el punto de agrupación de la flota de los bombarderos de largo alcance egipcios, el golpe de Estado de Gadafi amplificó la penetración sudanesa, neutralizando de paso los efectos de la pérdida del santuario nasseriano de Irak. Al dotar a Egipto de las infraestructuras aeroportuarias militares angloestadounidenses alimentadas por las gigantescas reservas petroleras libias atenuó un poco los efectos de la derrota de 1967, privando por añadidura a los occidentales de un puesto de observación e intervención en el flanco meridional del Mediterráneo. Pero rápidamente esa doble ventaja se transformó en un hándicap y la promesa de una nueva era del combate árabe se convirtió en una pesadilla debido a los virajes del sudanés y las negaciones del libio.

Llegado muy joven al poder, en 1969 a los 26 años, gracias a un golpe de Estado, Muammar Gadafi se mantiene desde hace 42 años, horizonte infranqueable de tres generaciones de de libios hasta el punto de que por todas partes del país muchas personas creen que la Jamahiriya (literalmente el gobierno de las masas) es propiedad de Gadafi y no propiedad del pueblo, como él mismo decretó hace treinta años.

Más fuerte que los wahabíes, Gadafi. El único país árabe que lleva el nombre de su fundador, Arabia Saudí, de hecho propiedad de la familia al-Saud, sin embargo ha visto desde 1969 la sucesión de cuatro monarcas: Faisal, Khaled, Fahd y Abdalá. En Libia Gadafi se sucede a sí mismo.

Dirigente nacionalista árabe en 1969, estuvo a merced de las calificaciones periodísticas de la prensa occidental, escasa de emociones pero no de imaginación: líder del «trotskismo musulmán», «revolucionario del tercermundismo», «sabio africano», para acabar su mutación en trovador del sector capitalista financiero pro estadounidense. Pero por sus actuaciones y sus desmanes fue el mejor aliado objetivo de Estados Unidos e Israel contribuyendo a la eliminación física de sus aliados potenciales, los líderes del combate antiestadounidense y antiisraelí. Desde entonces nadie ha conseguido igualar su hazaña.

Consagrado por Nasser, el más popular de los dirigentes árabes de la época, que lo veía como un heredero, el impetuoso Coronel hizo vibrar el corazón de las multitudes con su aspecto marcial y sus golpes de efecto: nacionalización de la industria petrolera, nacionalización de la gigantesca base estadounidense de Wheelus Airfield, rebautizada con el nombre de «Okbah Ben Nafeh» en homenaje al gran conquistador árabe, nacionalización de la base inglesa de Adem, rebautizada base «Gamal Abdel Nasser». Trípoli estaba lleno de huéspedes que llegaban a bordo de los ferrys para festejar los acontecimientos. No había un mes sin que un festival, un coloquio, una conferencia de los indios de América o una manifestación de los musulmanes de la Isla filipina de Mindanao dieran lugar a regocijos. Beirut y Argel servían de plataforma operativa a los movimientos de liberación del Tercer Mundo y Trípoli era una feria perpetua. La euforia duró tres años. Hasta 1971. A partir de esa fecha, cada año trajo su cuota de desolación, como el secuestro de un avión comercial inglés para entregar a Sudán a los dirigentes comunistas, decapitados a continuación en Jartum; la misteriosa desaparición del jefe del movimiento chií libanés Moussa Sadr o el resuelto apoyo al presidente sudanés Gaafar al-Nimeiry, a pesar de que fue uno de los artífices de la transferencia a Israel de varios miles de judíos etíopes «falashas».

Entonces apareció el desfase en la comunicación. Gadafi, y su entorno se encargaba de persuadirle, pensaba que estaba en sintonía con su auditorio pero, como si fuera un saltimbanqui, el dirigente libio se entregaba periódicamente a ejercicios de equilibrismo ante un público cada vez más escéptico y menos receptivo.

Repaso del sombrío balance de quien fue el emblema de la unidad árabe antes de convertirse en un aliado objetivo de Estados Unidos e Israel.

En 42 años de poder errático, el trovador de la unidad árabe ha sido uno de los enterradores del nacionalismo árabe, el artificiero por excelencia de las actuaciones estadounidenses en la esfera árabe, el mejor aliado objetivo de Israel y el enterrador de su pueblo.

Tras derrocar a la dinastía senussi, primera consecuencia directa de la derrota árabe de 1967, el presunto heredero de Nasser sería propulsado al firmamento político durante su nacionalización de las instalaciones petroleras anglosajonas y de la gigantesca base aérea de Wheelus Air Field, en junio de 1970. Pero, al mismo tiempo, el flamante relevo se dedicó con fogosidad a dilapidar sistemáticamente el capital de simpatía que ganó espontáneamente y a debilitar metódicamente su propio campo.

Eterno secundario de la política árabe reducido a un papel de apoyo, Muammar Gadafi, seducido por sueños de grandeza pero apresado en un movimiento pendular, nunca ha dejado de oscilar entre los dos polos del mundo árabe, el Mashreq (levante) y el Magreb (poniente), haciendo todo tipo de uniones -confederación, federación, fusión-, uno a uno, con los Estados del valle del Nilo (Egipto-Sudán) en 1970; con las burocracias militares pro soviéticas (Egipto, Siria, Libia, Sudán) en 1971; después sólo con Egipto antes de volverse hacia el Magreb con Túnez (1980); luego Argelia… para finalmente echar el ojo sobre África donde se aplicó desde principios de este siglo a sentar las bases de un Estado transcontinental.

Por sus impulsos, pulsiones y compulsiones, el fogoso Coronel nunca ha disparado un solo tiro contra sus enemigos declarados, Israel y Estados Unidos. Pero, trágicamente, apuntó en su sombrío tablero de caza a algunas de las figuras más emblemáticas del movimiento contestatario árabe, el carismático líder del Partido Comunista de Sudán Abdel Khaleq Mhjub en 1971, así como al jefe espiritual de la comunidad chií libanesa, el imán Moussa Sadr en 1978 (1).

La desaparición del líder carismático de los chiíes libaneses, una comunidad olvidada durante mucho tiempo por los poderes públicos de Líbano, que se encontraba entonces en plena fase de renacimiento tres años después del comienzo de la guerra civil libanesa, por añadidura en plena ascensión de poder de la Revolución Islámica iraní, condujo a una radicalización de los chiíes libaneses, y después de numerosas escisiones a la creación del movimiento Hizbulá.

Otras víctimas célebres de las infamias libias fueron Mansur Kikhiya, exministro de Asuntos Exteriores de Libia y eminente militante de los derechos humanos que «desapareció» en diciembre de 1993 en El Cairo, donde se le vio por última vez, así como Jaballah Matar e Izzat Yussef al Maqrif, dos personalidades de la oposición libia «desaparecidas» también en El Cairo en marzo de 1990.

El extravagante Coronel ordenó un día que afeitasen la cabeza a Ibrahim Bachari, exjefe de los servicios de inteligencia, culpable de haber disgustado al Guía, y le degradó a la categoría de intendente de guardia en una garita delante del palacio presidencial. Bachari encontraría la muerte algún tiempo después, a la manera del general Ahmad Dlimi, su compadre marroquí, en un accidente de tráfico.

Otra víctima célebre fue Daif al Ghazal, periodista del diario gubernamental Al-Zahf al Akhdar (La marcha verde) y después del periódico en línea Libye al-Yom (Libia hoy), asesinado por denunciar la «corrupción y el nepotismo» del Coronel Gadafi. Su cadáver mutilado, particularmente los dedos de la mano que sostenían su pluma, se encontró el uno de junio de 2005 en la región de Bengasi (noreste de Libia) el mismo día del asesinato en Beirut de Samir Kassir, pero, misterios del periodismo sensacionalista, mientras que el asesinato del periodista franco-libanés del diario de Beirut Al-Nahar fue objeto de una legítima condena unánime y de no menos legítimas conmemoraciones regulares, el asesinato del libio quedó sellado en el anonimato más absoluto.

El intento de golpe de Estado de 1984 desató una auténtica cacería de opositores de todas las tendencias. Lujo de refinamiento, para reprimir el intento del golpe de Estado dirigido el 8 de mayo de 1984 contra su residencia, el cuartel militar de Bab Al-Azizyah, el Coronel Gadafi emitió un permiso de asesinato legal por los «Congresos Populares de Base», la instancia suprema del poder en ese país.

A raíz de la votación de esa moción, el 13 de mayo de 1984, que autorizaba la constitución de «unidades suicidas» para «liquidar a los enemigos de la revolución en el extranjero», dos residentes libios -Osama Challuf e Ibrahim al Galalia- presentados como miembros de la organización integrista de los «Hermanos Musulmanes» y «agentes de la CIA», los servicios de inteligencia estadounidenses, fueron ejecutados el 17 de mayo.

En 1979 se había votado una moción idéntica contra los disidentes libios que residían en el extranjero, y nueve de ellos fueron asesinados entre febrero de 1980 y octubre de 1981, en Atenas, Beirut, Londres y Roma en particular. También se han imputado a Libia tres atentados especialmente mortíferos, el primero contra la sala de fiestas de Berlín «La Belle» y otros dos contra aviones de línea occidentales.

En su activo también, en detrimento de la causa que se suponía que promovía, están la destrucción de los aviones comerciales de línea, un aparato de la compañía estadounidense Panam en Lockerbie (Escocia) en 1988, un avión de la compañía francesa UTA sobre el desierto del Chad, así como un atentando contra una discoteca en Berlín. Ambos atentados, el del jumbo de la Panam sobre Lockerbie (Escocia) el 21 de diciembre de 1988, y el de la compañía francesa UTA en África al año siguiente, el 19 de septiembre de 1989, mataron entre los dos a 440 personas, 270 el de Lockerbie y 170 el de la UTA.

Su palmarés en la materia, sin duda uno de los más impresionantes del mundo, es comparable a los de los tiranos más temibles del planeta. En una cacería sin cuartel también persiguió a las figuras emblemáticas del chiísmo, el comunismo o el liberalismo y tiene una especial responsabilidad, aunque no exclusiva, de la ausencia de pluralismo en el mundo árabe.

El episodio de las seis enfermeras búlgaras y del médico de origen palestino -encarcelados como «moneda de cambio» durante ocho años en Libia y torturados por su presunta responsabilidad en la inoculación del virus del sida a los jóvenes libios- permanece en la memoria para quien tenga necesidad de recordarlo.

El entusiasmo occidental por Libia no podía ocultar los singulares métodos del dirigente libio cuyas fechorías pasadas le convierten en candidato, según los criterios vigentes, a acusado ante la Corte Penal Internacional. El Coronel, efectivamente, es asiduo del efecto sorpresa y los procedimientos tortuosos. Así, dispuso un desplazamiento del viejo rey Idriss I al extranjero para tomar el poder mediante un golpe de Estado el 1 de septiembre de 1969.

Puso en práctica el mismo método contra sus opositores y apuntó en su plan de caza a prestigiosas personalidades árabes operando tranquilamente y con total impunidad durante sus 42 años de poder.

A la vista de este balance, los planteamientos de la comunidad internacional para llevar ante la justicia internacional a los autores del atentado del 15 de febrero de 2005 contra el exprimer ministro libanés Rafic Hariri parecen si no ridículos, al menos anacrónicos, o en todo caso marcados con el sello de la parcialidad y la duplicidad.

El líder del «Grupo de los oficiales libres» de Libia, llamados así por imitación de sus hermanos mayores egipcios, hizo causa común con los británicos, a pesar de su aversión declarada por sus antiguos colonizadores, desafiando las normas internacionales de la navegación aérea y saltándose todas las leyes del derecho de asilo al ordenar el desvío de una avión de línea de la BOAC (Crtitish Overseas Airways Corporation), en julio de 1971, para entregar a su vecino sudanés a los comunistas autores de un golpe de fuerza, en especial al coronel Hachem Al Attah, uno de los más brillantes representantes de la nueva generación de jóvenes oficiales árabes, contribuyendo así a decapitar al mayor partido comunista árabe.

Los remordimientos farfullados en 1976 sobre esa traición no le impidieron reincidir dos años después contra el imán Moussa Sadr, misteriosamente desaparecido en 1978, en el paroxismo de la guerra de Líbano. El torturador sudanés se desacreditó a continuación, y su cómplice libio con él, al supervisar el primer puente aéreo de etíopes de confesión judía dirigido hacia Israel. Celebrada por la prensa occidental como un acto de valentía, la operación a raíz de la doble decapitación del mayor partido comunista del mundo árabe y del primer movimiento militante chií del mundo árabe (Amal), afectó permanentemente la capacidad combativa del campo progresista y fortaleció la capacidad demográfica de Israel con la aportación de 80.000 judíos de Etiopía.

Gadafi ha hecho las delicias de la prensa occidental, encantada con esta bicoca mediática. Pero su descaro suscitó impulsos asesinos en amplios sectores del mundo árabe. En 1982 en Beirut asediado, con Yaser Arafat abatido bajo el bombardeo de la aviación israelí frente a un inmovilismo árabe casi general, el hombre de Trípoli, confortablemente repantingado en Azizah, el cuartel militar convertido en residencia oficial, a miles de kilómetros del cercenado campo libanés en ruinas, en vez de forzar el bloqueo israelí para ir en auxilio del líder palestino, en vez de callarse, le aconsejó, tortuoso consejo, no el «martirio», la sublimación simbólica de la muerte en combate, sino el suicidio, infligiendo una prueba más al mártir palestino.

Cuatro años después, enterrado una semana en su refugio de Trípoli desde el primer disparo de advertencia de la aviación estadounidense, en abril de 1986, Gadafi orquestó, sin miedo al ridículo, una campaña mediática dirigida a elevar a Trípoli a la categoría de «Hanói de los árabes», ocultando el singular combate de los beirutíes durante los sesenta días de asedio israelí, ganándose así el sarcasmo de los corresponsales de guerra más informados de las realidad sobre el terreno.

Gadafi también ha hecho la fortuna de los mercaderes de armas y la ruina de su país. El impresionante arsenal militar del que está dotado desde su llegada al poder en 1970 por las compras masivas de armas a Francia -cuyo contrato del siglo consistió en la entrega de 75 aviones de combate Mirage, por unos 15.000 millones de francos de la época (alrededor de 2.300 millones de euros)- sería fundido en 18 meses por su propio suministrador francés por las repercusiones de los reveses en El Chad en 1985 y 1986, especialmente en Wadi Doum y Faya Largeau.

Sin plantearse las consecuencias trágicas de su decisión, Gadafi ordenó la expulsión de 200.000 trabajadores egipcios, a principios de los años 80, para castigar al equipo solitario del presidente Anuar el-Sadat en sus negociaciones de paz con Israel. Reincidente, cinco años después, en 1984, ordenó la expulsión de casi un millón de trabadores africanos para castigar las reticencias de los dirigentes africanos con respecto a su activismo belicista.

Nadie en su entorno se ha atrevido a insinuarle que el paladín de la Unión Africana no podía ser creíble al ordenar la expulsión de casi un millón de africanos, que el paladín de la Unidad Árabe no podía pretender que le escucharan después de decapitar a los líderes del campo antiimperialista.

Notas:

(1) El tribunal militar libanés lanzó el 5 de agosto de 1987 una orden de arresto, por defecto, para un proceso por contumacia contra quince personalidades libias que podrían estar implicadas en esta desaparición. Entre las personas buscadas figuran el comandante Abdel Salam Jalloud, en la época número dos del régimen libio, dimitido en 1993; Alí Abdel Salam Triki, en la época ministro de Asuntos Exteriores; el comandante Wakil Al-Roubeihy, comandante de la policía de Trípoli; Ahmad Chehata, jefe de la oficina de enlace de relaciones internacionales del ministerio de Asuntos Exteriores, y Mahmud Ould Daddah, embajador de Mauritania en Libia.

Abdel Moneim al-Houni, exmiembro del «Grupo de los Oficiales Libres», afirmó que Moussa Sadr fue asesinado y enterrado en la región de Sabha, en el sur del país. El piloto Najmeddine al-Yaziji, en la época piloto del avión de Gadafi, fue el encargado de transportar el cadáver del imán Sadr para enterrarlo en la región de Sebha.

Poco tiempo después el propio al-Yaziji fue liquidado por los servicios de seguridad libios para que el affaire del asesinato de Sadr no se divulgase, añadió Abdel Moneim al-Houni en una entrevista al periódico Al Hayat el miércoles 24 de febrero de 2011, después de desertar de su puesto de representante de Libia en la Liga Árabe. El imán Sdar estaba acompañado de su mano derecha el jeque Mohammad Yacub y del periodista Abbas Badreddine. Se le vio por última vez el 31 de agosto de 1978. Desde esa fecha, ninguno de los tres hombres ha dado señales de vida.

Fuente: http://www.renenaba.com/libye-kadhafi-portrait-total-13/