El rey de Marruecos Mohamed VI, en su ya tradicional discurso anual en el que celebra la agresión y la ocupación del Sahara Occidental, volvió a utilizar los viejos argumentos descalificativos dirigidos al Frente Polisario, que no aportan absolutamente nada al debate político actual ni a la necesaria predisposición a colaborar y contribuir sinceramente en […]
El rey de Marruecos Mohamed VI, en su ya tradicional discurso anual en el que celebra la agresión y la ocupación del Sahara Occidental, volvió a utilizar los viejos argumentos descalificativos dirigidos al Frente Polisario, que no aportan absolutamente nada al debate político actual ni a la necesaria predisposición a colaborar y contribuir sinceramente en facilitar una solución, respetando los parámetros y las exigencias de la legalidad.
El viejo discurso cansino sobre el Polisario como enemigo de la unidad nacional marroquí, represor del pueblo saharaui, a sueldo de Argelia, que mantienen secuestrados a los compatriotas en el inhóspito desierto de Tinduf y en un vacío jurídico, volvió a ser el eje central de la argumentación con el objetivo de plantear lo que considera la única solución que el gobierno marroquí aceptará para concluir con el problema de descolonización del Sahara Occidental, a saber: la regionalización y la autonomía del territorio.
La persistencia en el bloqueo de la negociaciones, la actitud desleal ante los últimos acontecimientos regionales, el irracional y furibundo intento de manchar la imagen del Polisario, unido a su negativa a dar una oportunidad a los esfuerzos de Naciones Unidas, muestra con claridad la inexistencia de una voluntad de compromiso y convierte los esfuerzos de la comunidad internacional y las concesiones del Polisario en un brindis al sol.
En este contexto se cumple el primer aniversario del brutal desmantelamiento del campamento de Gdeim Izik por parte de la fuerzas de represión marroquíes, después de que más de veinte mil ciudadanos saharauis se autoexiliaran en su propio país, en protesta por las insoportables condiciones de vida, impuestas por las autoridades marroquíes, desde el inicio de la ocupación de nuestra patria en octubre de 1975.
Esta gesta tiene un significado imperecedero en la historia del pueblo saharaui, no sólo por lo que representa de desafío e imagen de resistencia, sino también por la capacidad que demostraron, sin experiencia previa, en la organización y gestión de la vida cotidiana del campamento, de forma absolutamente democrática, participativa y eficiente.
Bajo el estandarte de la unidad nacional, fueron capaces de crear un liderazgo que condujo de forma magistral las negociaciones con las autoridades de ocupación.
A ningún observador se le escapó que esta protesta, más allá de las reivindicaciones económicas y sociales, se sustentaba sobre unas bases políticas que desmentía, cuestionaba, desenmascaraba y destruía toda la estrategia elaborada y planificada por la administración marroquí para crear una imagen irreal de su política en las zonas ocupadas.
Con el campamento de Gdeim Izik, culminaba una etapa iniciada cinco años antes por la Intifada pacífica. La resistencia de los hombres y mujeres saharauis durante el brutal desmantelamiento del campamento y los posteriores acontecimientos en la ciudad de El Aaiún, nos llenaron de orgullo, y constituyeron, en palabras de Noam Chomsky, el inicio de la primavera árabe.
El asalto llevado a cabo por centenares de policías y soldados contra unos civiles indefensos que aun dormían en la madrugada del día 8 de noviembre, demostró fehacientemente que Marruecos aunque ocupe una parte del territorio no ha logrado implantar sus raíces en el mismo.
La aceptación por parte del Polisario de asistir a las negociaciones en ese contexto, ocasionó un manifiesto descontento en las zonas ocupadas, los campos de refugiados y en la diáspora, causando cierta frustración y desesperanza debido a la cual hemos pagado un coste político desproporcionado. En declaraciones a Tele Sur expresé con claridad que, en mi opinión, no era el momento propicio para negociar.
El centro de gravedad, el denominador común y el punto de apoyo esencial de toda la gesta de liberación nacional lo constituyen las ciudadanas y los ciudadanos saharauis, su nivel de conciencia, la claridad de los objetivos y su predisposición a asumir todo tipo de sacrificios para conseguir la independencia. Afirmar que las decisiones estratégicas no las determina la calle, solo puede ser considerada como una filigrana verbal, pero como ideario político y experiencia propia posee muy poco recorrido y profundidad política y atenta contra la necesaria claridad del mensaje, la realidad de la lucha y el discurso necesario, además de significar una ruptura y una brecha peligrosa entre la acción y el efecto en esa praxis cuasi perfecta que representa la lucha del pueblo saharaui.
Difícilmente se puede encontrar una sola familia saharaui que de alguna forma no haya participado y sufrido los efectos de este mortífero huracán que es la invasión de nuestro país. Todos somos actores activos y consientes en esta histórica gestación de la Nación Saharaui, en un ámbito de la temporalidad simultánea, donde el pasado, el presente, y el futuro tratan de ubicarse, muchas veces de forma turbulenta y traumática. La sabia capacidad de combinar la memoria, la visión presente y la espera, muchas veces sólo apoyada en la intuición, imprime un marco referencial de originalidad al proceso, pero no lo protege necesariamente de la improvisación y el error.
En estas casi cuatro décadas enfrentados a la invasión de nuestra patria y a una injusta y continua agresión a nuestro país, hemos conseguido, a base de sacrificio, privaciones, sufrimientos e inestabilidad, grandes logros históricamente irreversibles y políticamente incongelables. Los miles de muertos, centenares de desaparecidos y encarcelados es el duro precio impuesto a este pueblo pacífico por preservar su orgullo y su dignidad y por haber hecho posible su más importante victoria plasmada en la creación de la República Saharaui.
Nadie, absolutamente nadie, debe tener la potestad individual de tomar decisiones estratégicas que tengan que ver con la soberanía, sin contar con el beneplácito del pueblo saharaui a través de un debate nacional y una consulta general y democrática.
Hace veinte años, después de dieciséis años de guerra, el gobierno marroquí, ante la imposibilidad de destruir militarmente al Frente Polisario, se vio en la obligación de sentarse a la mesa de negociaciones. Está de más mencionar que en un conflicto de las características del que enfrenta al pueblo saharaui y el régimen marroquí, quien está en una situación de fuerza ni se sienta a conversar ni hace concesiones.
La historia de los últimos veinte años es la crónica de los continuos incumplimientos por parte de Marruecos de su compromiso firmado con el Polisario en el marco y con el aval de Naciones Unidas.
Marruecos actúa, ayudado por países como Francia, con total impunidad y arrogancia política, demostrando con demasiada frecuencia que no está dispuesto a respetar ningún acuerdo. Veinte años de negociaciones infructuosas lo acreditan.
La deriva de la diplomacia marroquí desde el año 2003 no deja lugar a duda de cuáles son sus intenciones y sus objetivos.
La diplomacia del Frente Polisario ha sido siempre respetuosa con sus compromisos y defensora a ultranza de utilizar las negociaciones como el método óptimo para lograr una solución definitiva, pese a que las abundantes sombras roban espacio a las escasas luces en este proceso, desdibujando los márgenes de entendimiento.
Todas estas dificultades, incumplimientos y desencuentros hacen necesario un replanteamiento de la cuestión con el objeto de crear un nuevo escenario donde las negociaciones no se sigan planteando en un paradigma de desequilibrio de fuerzas. Para ello, es prioritario comenzar a elaborar toda una serie de mecanismos y actuaciones que posibiliten un nuevo balance de poder.
Esa situación no será posible sino con el replanteamiento de toda una serie de aspectos de la política interna y la búsqueda de un reequilibrio de nuestras relaciones internacionales teniendo como prioridad, no sólo la defensa de las negociaciones, sino haciendo un especial énfasis en el discurso de la independencia y el fortalecimiento y reconocimiento de nuestra República Saharaui, asumiendo el Frente Polisario el papel de vanguardia.
En estos tiempos de incertidumbre política y cierta desubicación ideológica puede proyectarse una imagen de incorrección, insensibilidad y hasta falta de tacto diplomático, pero debemos tener siempre presente que el gobierno y las instituciones marroquíes no son la contraparte aséptica y neutral en unas negociaciones horizontales en el marco de Naciones Unidas, sino el enemigo histórico y brutal que viola los derechos humanos de nuestros compatriotas y pretende ensombrecer nuestro futuro. Como decía Ortega y Gasset: «La historia no se ha tomado el trabajo de pasar para que no la tengamos en consideración».
Emboirik Ahmed, embajador saharaui en Venezuela-Ecuador y Bolivia
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