Termina el verano y el ruido mediático en los Estados Unidos proclama la forja de una nueva estrella televisiva: Glenn Beck. El nuevo presentador de la cadena conservadora Fox se anuncia como el nuevo Mesías, el único capaz de salvarnos del seguro médico público, de los gastos sociales, del apoyo a los más débiles, de […]
Termina el verano y el ruido mediático en los Estados Unidos proclama la forja de una nueva estrella televisiva: Glenn Beck. El nuevo presentador de la cadena conservadora Fox se anuncia como el nuevo Mesías, el único capaz de salvarnos del seguro médico público, de los gastos sociales, del apoyo a los más débiles, de cualquier forma, ya sea mínima, de redistribución de la riqueza. Después de un verano marcado por las intervenciones emocionalmente cargadas y más o menos racistas de una derecha organizada y financiada por las aseguradoras médicas y los think tanks republicanos, después de escuchar a Sarah Palin proclamando que el plan de salud de Obama estaba diseñado para cargarse a abueletes terminales y forzar a nuestras hijas a abortar en masa, después de soportar violentas reuniones municipales en las que el ruido se superpone a cualquier posibilidad de diálogo, después de escuchar tanto discurso vacío, puramente emocional y odioso, queda una imagen (la lógica mediática siempre juega sustituir la realidad por imágenes y relatos simplificados): Glenn Beck, un hombre blanco indefenso, un patriota luchando contra el despilfarro de los recursos públicos y contra un presidente negro cargado de resentimiento hacia los blancos y dispuesto a destruir el sueño americano, porque, entre otras cosas, el presidente no es realmente americano (Glenn Beck es uno de los promotores de el denominado «birthers movement», áquellos que cuestionan que Obama haya nacido en territorio norteamericano).
No obstante, Glen Beck no es una presencia nueva en los medios norteamericanos. Como muchos iconos de la derecha republicana, Beck cultivó su fama primero en las emisoras de radio conservadoras, altamente influyentes en el interior del país, y partir del año 2006 dirigió su propio programa, Headlines News, en la cadena liberal CNN. Pero el verdadero salto cualitativo se produce en octubre del 2008, momento en el que Beck firma por la cadena conservadora Fox, propiedad del magnate Rupert Murdoch. A partir de ese momento Beck eleva el tono de sus ataques, sobre todo, a partir de este verano, momento en el que sobrepasa en audiencia a otros comentaristas de la cadena Fox, como Bill O’really o Sean Hannity, y se transforma literalmente en la nueva voz de la oposición republicana. A través de su programa Beck anima a los teleespectadores a acudir a los Town Hall Meetings (reuniones municipales) para protestar contra el plan de salud de Obama, apoya a la organización de Tea bag parties (reuniones para protestar contra cualquier intento de subir los impuestos a los más ricos) o promociona, como la semana pasada, una marcha conservadora para protestar contra el gobierno socialista-fascista de Obama (sí, la teoria del totalitarismo ha creado muchas confusiones).
Supongo que muchos estarán pensando que Glenn Beck no es más que una versión yankee de Jiménez Losantos, pero Beck, por desgracia, va mucho más allá. Como Jiménez Losantos o Bill O’really, su compañero en la Fox, Beck es agresivo, amenazante faltón, maleducado y, como buen discípulo de Karl Rove, está convencido de que una mentira repetida machaconamente acaba convirtiéndose en una verdad (véase, por ejemplo, el asunto de la partida de nacimiento de Obama). Pero, a diferencia de O’really o Losantos, Beck es un maestro de la manipulación emocional, su discurso va dirigido a despertar las pasiones más bajas: el miedo, la agresividad, la ansiedad. ¿Cómo lo consigue? En primer lugar mostrando una imagen sumamente vulnerable de sí mismo. Beck reconoce haber tenido problemas con el alcohol y las drogas en el pasado, es divorciado, muchas veces presume de ser un Americano más, no necesariamente muy inteligente y… es capaz de gritar enloquecidamente a un invitado, pero también de llorar delante de la cámara porque sufre en carne propia –la metáfora crística es deliberada-los dolores de una patria amenazada de muerte.
Es fácil también descartar a Beck como un blanco fácil de crítica, pero la verdad es que su imagen y su discurso cumplen una función ideológica muy importante, especialmente en este momento de crisis de legitimidad del modelo capitalista en Estados Unidos y en el mundo. Cuando Beck escribe, «los americanos saben que algo no está bien, pero no saben como describirlo o, lo que es más importante, como pararlo» es muy consciente de lo que está diciendo. Por supuesto que algo (mucho) está mal: hay más de cuarenta millones de personas sin seguro médico, el desempleo es galopante -mucho más de lo que indican las cifras oficiales, porque los que no encuentran trabajo en un año son sacados de las estadísticas oficiales–, millones de personas han perdido sus casas, los inmigrantes indocumentados son acosados por todas las fuerzas de seguridad, el racismo continua creciendo de manera galopante, los últimos restos de la educación pública están siendo privatizados, los gastos militares se incrementan etc.
En este contexto, la imagen de Glenn Beck es ideal porque permite una identificación absoluta con sus emociones sin pasar por el análisis crítico: permite expresar la frustración, el miedo, la depresión que genera este estado de cosas, a la vez que su discurso teje una fuerte cortina de humo para proteger los intereses de una élite económica que no está dispuesta a ceder ni un centímetro de sus beneficios. Beck, a veces, proporciona las emociones adecuadas, pero con blancos totalmente equivocados, usando el racismo como chivo expiatorio. No hay que olvidar que muchos de los espectadores de Beck son blancos pobres, en muchos casos racistas en un país en que el racismo y el clasismo están íntimamente ligados.
Ahora bien, lo más preocupante de todo esto no es la presencia siniestra de Beck en las televisiones de muchos hogares del país, sino la falta de respuesta de los demócratas y de la izquierda en general frente a tan groseras operaciones de manipulación. El pasado mes de agosto Glenn Beck declaró en un programa de la cadena Fox que Obama tenía serios problemas con los blancos, que, de hecho, Obama era racista y que el plan de salud era un programa encubierto de reparación, cuyo objetivo es compensar económicamente a los afroamericanos por la esclavitud y las políticas segregacionistas (¡ojalá!). En respuesta a semejante disparate, Color of Change, un colectivo de Oakland, una ciudad californiana con un importante sector de población negra, inició una exitosa campaña para boicotear el programa de Beck. En unas pocas semanas Color of Change consiguió que 20 firmas, entre otras la importante cadena de centros comerciales Wall-Mart, retiraran sus anuncios publicitarios del programa de Beck. Respuesta de Beck: elige a Van Jones, un asesor afroamericano del gobierno de Obama, que casualmente ayudó a fundar Color of Change, como blanco de sus críticas. Beck centró sus ataques fundamentalmente en el hecho de que Jones fue militante de un grupo de inspiración maoísta. Respuesta de Obama: acepta inmediatamente «la dimisión» de Van Jones el pasado septiembre. Moraleja: en Estados Unidos es mejor tener un pasado de alcohólico y adicto a los barbitúricos que haber sido maoísta. La libertad de expresión también tiene sus límites.
El problema, sin embargo, es que la reacción de Obama no es un hecho aislado, sino que forma parte de una actitud generalizada entre liberales y demócratas de evitar a toda costa una confrontación abierta con los sectores más reaccionarios de la sociedad norteamericana que representan Glenn Beck y sus tropas financiadas por todo tipo de capitanes de industria sin escrúpulos. De hecho, esta misma semana la revista Time dedica su portada a Glenn Beck e incluye un artículo que, en modo alguno, pretende antagonizar el discurso del polémico presentador, sino preguntarse por las claves de su éxito. Del mismo modo, el liberal diario New York Times incluye una columna de su prestigioso columnista Frank Rich, titulada «Incluso Glenn Beck tiene razón dos veces al día».
Termino con una anécdota que quizá pueda ilustrar porque los demócratas se comportan como pacifistas a los que les parten la cara todos los días y siguen siendo pacifistas. En mitad del calor del verano y de la histeria colectiva provocada por el debate sobre el seguro médico y las prédicas apocalípticas de Beck, me acerqué a una mesa del Partido Demócrata en un Festival de música de la ciudad de Oakland. En estos festivales de verano es típico que distintos grupos políticos y de la comunidad promuevan sus programas o sus servicios. Al acercarme a la mesa expliqué a las dos chicas que atendían en la mesa que estaba cansado de escuchar tantas barbaridades en las reuniones municipales sobre el seguro médico y que quería ofrecer mi apoyo para combatir la presión de estos grupos de republicanos financiados por las aseguradoras médicas –en una de las protestas uno de los manifestantes ni siquiera se había molestado en quitarse la camiseta de Blue Cross/Blue Shield, una compañía de seguros médicos. A medida que terminaba mi frase notaba como las chicas palidecían y se ponían un poco incómodas con mi ofrecimiento. Una de ellas, rápidamente me preguntó si yo quería ir a estas reuniones para gritar e insultar a los republicanos. Pacientemente, les expliqué que yo no quería gritar a nadie, que simplemente venía de un país, España, que todavía tiene un sistema de salud público universal y que, por lo tanto, podía fácilmente desmontar muchas de las falacias que se gritaban en estas reuniones. No debí ser muy persuasivo, porque las chicas no pudieron o no quisieron decirme dónde poner mi frustración a trabajar políticamente, todo lo que pudieron ofrecerme es una postal para escribir a la congresista de mi distrito explicando mi situación.
Así parece funcionar el Partido Demócrata. Los liberales de este país renuncian a la movilización, renuncian a defender sus supuestos ideales progresistas, renuncian a defender las políticas reformistas más tímidas y dejan a Glenn Beck campar a sus anchas por las ondas mediáticas, quitando y poniendo asesores presidenciales sin que nadie se inmute. Tal vez la única explicación sea que los demócratas en el fondo responden a los mismos amos y, como sabemos, nadie muerde la mano que le da de comer.