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El Pentágono planificó la guerra económica y militar

Guerras de nunca acabar y modelos para arrasar países

Fuentes: Cádiz Rebelde

Los Estados Unidos han perdido la «iniciativa política» en Iraq. La prueba más clara de ello es la utilización sistemática y masiva del ejército de ocupación en grandes operaciones de castigo sobre las principales ciudades -incluida Bagdad-. En las últimas semanas tales operaciones, dirigidas directamente contra la población civil, se han extendido a gran parte […]

Los Estados Unidos han perdido la «iniciativa política» en Iraq. La prueba más clara de ello es la utilización sistemática y masiva del ejército de ocupación en grandes operaciones de castigo sobre las principales ciudades -incluida Bagdad-. En las últimas semanas tales operaciones, dirigidas directamente contra la población civil, se han extendido a gran parte del territorio.

La «iniciativa militar» de la que suelen alardear públicamente los generales pentagonales se ha convertido en la utilización despiadada y desesperada del poder militar para evitar o retrasar la evidencia de una derrota gradual, o para no verse obligados al peor escenario posible: una retirada bajo acoso enemigo.

Guerra de nunca acabar

Además de las cuestiones estratégicas, el ejército de ocupación está ejerciendo también como componente electoral, reforzando la campaña psicológica y patriótica de Bush con un alarde de fuerza. Las grandes operaciones de bombardeo sobre barriadas populares en Faluya o Bagdad, tratadas como «nidos de terroristas», mantienen ese conjunto dosificado de miedo, racismo y patriotismo de cañón con el que se alimenta a la opinión pública en Estados Unidos, y que resulta tan favorable para la «reelección» del actual presidente. En Iraq, sin embargo, generalizan la cólera de la población, alimentan la resistencia y van aumentando la tensión para una insurrección generalizada.

Aunque la agenda electoral de Bush domina y refuerza la manipulación mediática del desastre, parece evidente que el ajuste de las maniobras políticas relacionadas con la ocupación y la guerra a los tiempos y exigencias de la campaña presidencial ha acelerado el fracaso militar (1) .

Las pretensiones de simular un «proceso electoral» en Iraq bajo un despliegue colosal de botas militares, encarcelamientos masivos y operaciones policiales, ha pasado a engrosar el ya largo historial de proyectos fracasados durante la relativamente corta ocupación de Iraq. Rumsfeld habla ya de elecciones limitadas en cuanto al territorio y Powell de elecciones «troceadas» y distribuidas en el tiempo.

Espacio y tiempo indefinidos para unas elecciones realmente «modélicas» que serán postergadas y sustituidas por un nuevo ciclo democratizador que se resolverá también, como los anteriores, en actos a puerta cerrada realizados dentro de la fortificada Zona Verde.

El retorno a la guerra según los patrones preferidos por los estrategas pentagonales: acantonamiento de tropas en escenarios fortificados o situados fuera del alcance del enemigo, y utilización masiva del arma aérea y de los blindados, es manifestación de un fracaso político y militar pero también un anuncio de intenciones: cuatro años de margen para el desarrollo de una guerra total si Bush gana las elecciones en noviembre.

El primer reconocimiento internacional de la insurgencia

El reconocimiento temprano de la posibilidad de una «derrota estratégica» fue realizado, a regañadientes y para pedir fondos para la guerra, por Straw a principios de septiembre de 2003 (2) .

El reconocimiento internacional de la resistencia armada «realmente existente», con sus armas y bagajes -y no la resistencia pasiva que quisieron cooptar Negroponte y su vocero Alaui para reforzar su «sociedad civil» y las huestes coloniales- ha venido del ministro de exteriores francés, Michel Barnier.

El desastre en Iraq es de una magnitud tal que el diplomático francés, además de situar a los insurgentes -las «personas y grupos que actualmente practican la resistencia armada»- en el centro de la Conferencia internacional deseable que se convertiría así en una mesa de negociaciones, ha insistido en la necesidad de colocar en el orden del día la «retirada de las fuerzas norteamericanas». Es el reconocimiento informal de una insurgencia organizada y aporta dos ideas -muy matizadas e insuficientes- que empiezan a insinuar el único camino posible para iniciar la finalización del régimen colonial y la recuperación de la soberanía iraquí.

La imposibilidad de llevar a cabo el bárbaro proyecto colonial de los Estados Unidos que partía de la destrucción total del patrimonio público iraquí y de la organización estatal, para asegurar la instauración de un «modelo neoliberal perfecto» por vía militar, y de una administración colonial que garantizase la apropiación del petróleo y la instalación de los ejércitos imperiales en Oriente Próximo, ha sido bloqueado por la resistencia del pueblo iraquí. Esa resistencia -y no el terrible sufrimiento al que el embargo, los bombardeos y la ocupación, han sometido al pueblo iraquí- es la «necesidad» que se está convirtiéndose en «virtud» en las declaraciones del ministro de exteriores de Francia.

La operación colonial

La operación de creación de una pequeña «sociedad civil» a la medida de la ocupación colonial y de asegurarla militar y policialmente está resultando un fracaso.

En el plazo muy corto, de poco más de un año, el incendio iraquí ha ido liquidando los sucesivos proyectos con los que los Estados Unidos han intentado organizar una ocupación «ordenada» y «rentable» en Iraq.

Primero fue el fracaso estrepitoso del «experto en terrorismo» Paul Bremer, que pretendió reconstruir sobre los escombros -partiendo de «cero administración estatal», «cero economía pública»- sobre un país literal y sistemáticamente arrasado. Era el proyecto neoliberal perfecto que incluía la transferencia progresiva de la «seguridad» a los «contratistas civiles» financiados por las grandes empresas norteamericanas. Los emigrados iraquíes que habían trabajado para la CIA constituían la representación perfecta, ante la Autoridad Provisional de la Coalición, de un pueblo que sólo aparecía como masiva y difusa mano de obra barata y desprotegida en el proyecto de colonización al servicio de las grandes empresas multinacionales. No en vano el gran documento estratégico y doctrinal -La Nueva Estrategia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos- define el libre comercio como «principio moral» y el mercado como el elemento en el que se estructura la Libertad.

Después del naufragio de los intentos de normalización colonial de Paul Bremer, cuya base inicial de sustentación era la convicción y la confianza en la absoluta derrota y abatimiento del pueblo iraquí, se estableció un nuevo programa de «transmisión de soberanía y transición democrática». Se encomendó a la pareja Negroponte-Alawi.

Se trataba de crear un aparato paramilitar y policial iraquí, bajo mando supremo del nuevo embajador Negroponte, para reducir rápidamente el enorme esfuerzo militar a que había conducido un año de «receta Bremer», aliviando así los enormes costes de la guerra y su progresivo impacto en el electorado de los Estados Unidos. Paralelamente se articularía una maniobra propagandística en torno a una supuesta «devolución de la soberanía» y al inicio de un «proceso de democratización» del país.

El «proyecto» venía perfectamente definido en el historial de los personajes elegidos para garantizar el éxito de esta operación altamente especializada. Negroponte -lo ha olvidado deliberadamente la totalidad de Falsimedia- fue el organizador, desde la distante y discreta embajada de Honduras, de una de las guerras sucias más salvajes, la de la «Contra» en Nicaragua, de las que asolaron América Latina en las décadas del 70 al 80 del siglo pasado. Ayad Alawi, presidente del Acuerdo Nacional Iraquí, un pequeño grupo en el exilio manejado por Washington, ha sido miembro de los servicios de seguridad iraquíes y exiliado político bajo cien banderas (las más importantes el M16 británico y la CIA).

Las últimas etapas del definitivo proyecto de democratización -respaldado con presiones y a regañadientes por la vacía resolución 1546 del Consejo de Seguridad de la ONU- después de la teatral «transmisión de soberanía», se han ido volatizando. En el más absoluto desorden se reunió una asamblea de notables (el consejo de los 1000) que a su vez designó, en un caos total, a un extraño ente(100 miembros), pseudolegislativo, de control impreciso, y con funciones electorales absolutamente indefinidas Ambos entes han desaparecido instantes antes o después del parto -nadie parece saberlo con seguridad- entre los escombros y los bombazos de una guerra extendida ya a todo el territorio.

El papel de la insurgencia ante el proyecto de destrucción «creadora»

La insurgencia ha arruinado los sucesivos planes de los Estados Unidos y ha arrinconado a la administración colonial. El ejército de ocupación se ha visto obligado a abandonar o a limitar al mínimo el control efectivo de una gran parte del territorio. La creación de unidades auxiliares iraquíes ha sido también imposible por la acción de la resistencia que las ha infiltrado, neutralizado, atacado e incluso disuelto.

Los Estados Unidos, que aplicaron sistemáticamente una estrategia de destrucción de los equipamientos, de la economía pública iraquí, y del aparato administrativo, ha caído en su propia trampa.

La resistencia iraquí ha hecho imposible la explotación de los recursos del país, especialmente el petróleo. También ha hecho imposible el establecimiento de una administración colonial abierta o encubierta.

Finalmente, los Estados Unidos, que han sido incapaces de «elegir» a un pequeño consejo legislativo manipulando un cuerpo electoral de mil personas elegidas a dedo, acabará renunciando a la parodia electoral o la convertirá en una escandalosa farsa.

Entre tanto, los órganos de Falsimedia en Estados Unidos siguen entonando cánticos patrióticos sobre la seguridad del país y la guerra mundial antiterrorista. De las Armas de Destrucción Masiva y el apoyo de Sadam Hussein a Al Qaeda, han pasado a la caída del tirano, a la democratización de Iraq y a la lucha en el actual escenario de agresión terrorista a los Estados Unidos.

En Europa han ido adaptando su discurso a los sucesivos proyectos «democratizadores» de los Estados Unidos. Ahora, vigilan atentamente la marcha de la guerra y calculan como la enfrentarán Bush y Kerry, los dos representantes de la élite del Imperio.

Los más «progresistas» se escudan en la necesidad de preservar a Iraq del caos y de la guerra civil para seguir justificando la ocupación. Con ello proporcionan otro instrumento más para las guerras imperiales en el futuro.

(1) Un fenómeno a estudiar con atención es el efecto sobre la guerra de Iraq de una coyuntura en el fondo tan artificial como las elecciones presidenciales en los Estados Unidos.

(2) Declaraciones citadas en La Jornada el 7 septiembre del 2003: «necesitamos más tropas para evitar un fracaso estratégico en Iraq».