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Entrevista con José Naranjo, editor del portal de comunicación GuinGuinBali (Sin Fronteras)

Hacer visible lo invisible

Fuentes: Canarias al Día

«En un barco que zarpa hacia el alba, quien toque el arpa animará al que rema. Cantará de esperanzas, pero también de las esencias de las penas» Buena Fe Mientras un viejo adivino ve caer las caracolas sobre suelo de una aldea desterrada por el tiempo, un niño de diez años que vive en una […]

«En un barco que zarpa hacia el alba, quien toque el arpa animará al que rema. Cantará de esperanzas, pero también de las esencias de las penas»

Buena Fe

Mientras un viejo adivino ve caer las caracolas sobre suelo de una aldea desterrada por el tiempo, un niño de diez años que vive en una isla de otro continente, apura el desayuno para irse al colegio. El hechicero se queda absorto e intenta ver más allá del mar. Unos ojos anhelantes escrutan cada pliegue de su rostro y esperan la respuesta para partir. El anciano, dueño de las conchas y del destino, lo mira muy serio y le extiende un saquito de cuero, lleno de piedritas mágicas. «Átalo a tu brazo y serás invisible», le asegura al adolescente que, postrado ante él, lo observa incrédulo y temeroso.

El niño regresa del colegio y le cuenta a su madre que un periodista ha visitado la clase y les ha hablado de África y de los inmigrantes que llegan a Canarias en cayucos. Después, se sienta frente al ordenador y busca en Internet datos sobre alguien llamado José Naranjo, e imprime una foto que, al parecer, fue tomada para la carátula de un libro: Los invisibles de Kolda: Historias olvidadas de la inmigración clandestina.

El niño pregunta a su madre si sabe de quién es el carné que muestra esa persona con rostro triste y vestida de blanco que aparece en la fotografía. Ella responde que no; entonces, él le explica que perteneció a un chico de Senegal que venía en un cayuco y murió ahogado en el mar. La mujer negra que sostiene la identificación es su mamá.

-¿Por qué es importante contarles a unos niños de quinto grado sobre un fenómeno tan complejo y doloroso como el de la inmigración clandestina?

-Es fundamental. Yo voy a los colegios y a los institutos desde hace muchos años. Tenemos que contarle al mundo lo que está ocurriendo y, sobre todo, a los más jóvenes, a los niños. No puede ser que sigan creciendo en un mundo donde reine la indiferencia. No podemos cruzarnos de brazos ante tragedias como estas. Yo creo mucho en el futuro, en las posibilidades del ser humano. No tiro la toalla; pero, creo que sí vamos por un camino equivocado y que tenemos que recuperar valores, como el de la humanidad o el de la civilización, entendida esta última como la manera en que nos tratamos entres nosotros. Creo que estos valores no se están enseñando de manera adecuada en la educación actual; por eso, todas las aportaciones que se puedan hacer desde fuera del sistema educativo son positivas.

-Hace ya tres años que 160 jóvenes senegaleses que viajaban en un cayuco desaparecieron en el mar. ¿Cómo es posible que una tragedia de esta envergadura pasara desapercibida para la opinión pública?

-Ésta y seguro que muchas otras. Aquí nos acostumbramos durante una época a hacer un recuento de personas fallecidas. Parecíamos notarios que levantábamos acta y eso, era sólo una parte de la verdad. Es posible, porque al mundo no le preocupa. Siempre digo: primero, porque son negros. Si mueren negros parece que son menos muertos que los muertos blancos y, luego, porque son emigrantes. En el viaje por el continente que ellos hacían, sobre todo antes, cuando venían en pateras, tenían que atravesar el desierto. La policía en todos los países les daba patadas en el culo, violaba a las mujeres, los metía en la cárcel, los engañaba, los estafaba, los denigraba. Esto sigue ocurriendo y al mundo no le preocupa. Estamos mirándonos permanentemente al ombligo y esa indiferencia es lo que más me duele y me molesta.

-¿Qué le aporta a un periodista, a nivel personal y profesional, el hecho de haber estado en África recogiendo testimonios para escribir un libro?

-África me ha dado mucho. En lo profesional, he construido mi carrera en base al trabajo por y al lado de África. Haber tenido la inmensa fortuna de haber caminado junto a esta gente me ha dado muchísimo: tengo dos libros. A lo mejor no tengo una estabilidad económica, pero contar estas historias ha sido magnífico. Sobre todo, en lo personal, me ha hecho un ser humano distinto: aprendes a valorar más las cosas que tienes; aprendes a descubrir lo que importa de verdad en la gente. Ellos que no tienen nada te enseñan mucho. He sido muy cabezota y me he encontrado muchos obstáculos. Los primeros viajes a África me los pagaba yo. El de Kolda me lo pagué yo en mis vacaciones. Realmente las empresas periodísticas apuestan poco por este tipo de tema. Yo me fui a Kolda a hacer un reportaje para venderlo. No fui a hacer un libro; luego se convirtió en un libro. Pero cuando regresé nadie quería esta historia. Se la ofrecí a grandes medios de comunicación, pero nadie lo quiso comprar. En uno de los periódicos me dijeron: «Pepe, la gente no se quiere desayunar con muertos. Estamos en una época jodida, de crisis y la gente quiere historias amables». Esa es la realidad en la que vivimos; pero, yo me siento muy afortunado de haberlo vivido, de haberlo contado. Aunque a veces uno tenga la sensación de estar clamando en el desierto, si me dices que tu hijo se ha emocionado, con eso me vale.

-¿Es realmente África sinónimo de miseria, guerra y enfermedades?

-Cuando empecé a viajar a África, me esperaba encontrar un continente en que todo el mundo vivía en la miseria, en el que no había universidades. África es un continente de contrastes. Por ejemplo: recientes estudios sobre los cayucos nos cuentan que sí viene gente que está pasando dificultades; pero, otros son chicos universitarios con trabajo que vienen porque están fascinados con Europa. Sobre la inmigración y sobre África nos quedamos en la piel.

-¿Qué nos cuentas de GuinGuinBali, el proyecto en el que estás ahora inmerso?

-Es un portal de comunicación. GuinGuinBali significa Sin Fronteras. Nació hace sólo dos meses, gracias al empeño de Txema Santana y otros dos compañeros, periodistas jóvenes. Es un medio de comunicación en tres idiomas (inglés, francés y español), con corresponsales en seis países africanos. El trabajo en GuinGuinBali ha sido el siguiente paso en mi evolución personal. He descubierto un poco más este continente por el tema de la inmigración y quiero contar esa otra cara de África. Los africanos me decían: «Pepe, es que siempre estás contando lo malo». Sí, hay que contarlo: las hambrunas, la inmigración. Pero hay otra realidad enorme. Por ejemplo: avances en el terreno de la igualdad entre hombres y mujeres. África no es sólo la ablación y la mujer sometida. Hay mujeres muy potentes haciendo cosas muy válidas y no lo estamos diciendo. Hay antropólogos, historiadores, bioquímicos, descubriendo, haciendo cosas maravillosas. Hay toda una generación de jóvenes, la mejor formada de la historia del continente. Sigue habiendo una visión muy colonial de África o muy paternalista, y ahora estoy empeñado en contar la realidad. Cuando contamos la realidad es cuando desterramos los mitos.

UN PACTO CON LA PALABRA

Pepe Naranjo, un hombre sencillo y comprometido, me habla con vehemencia de lo que supuso el acercamiento a los habitantes de Kolda y de otros pueblos del sur de Senegal. La gratitud asomándose en la mirada y el alivio de los familiares de aquellos muchachos tragados por la furia del mar, han sido la mejor recompensa. Él y Magec Montesdeoca, fotógrafo y compañero de viaje, fueron los primeros en llegar allí y en poner nombre y rostro a la tragedia.

Mirando de frente a aquella gente humilde, supieron que el dolor ante la pérdida de un hijo desgarra igual el corazón: no importan la raza, la idiosincrasia o la lengua que se hable. Allí mismo, los dos firmaron un pacto con las palabras y lo cumplieron contando la peor catástrofe en la historia de la inmigración clandestina hacia España.

Un puñado de sueños se queda a la deriva en el océano. Las conchas enmudecen ante los poderosos signos de la muerte. El barco que zarpa, creyéndose etéreo, desaparece engullido por las olas y el desamparo. El niño que vive en una isla de otro continente, abre un libro ante la mirada atenta de su madre. En la primera hoja, de puño y letra del escritor, una dedicatoria: «Para Diego, de Pepe Naranjo, con mucho afecto. Que sigas siempre con la misma curiosidad para hacer visible lo invisible».

Fuente: http://www.canariasaldia.com/noticia.php?noticia_id=197350