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Zimbabue. Entrevista a Jean Nanga

Hacia un capitalismo abiertamente neoliberal

Fuentes: Viento Sur

Después de la forzada dimisión del Robert Mugabe y su sustitución por el que durante mucho tiempo fue su supuesto delfín, Emmerson Mnangagwa, ¿se puede esperar un cambio en la política de Zimbabue o se trata sencillamente de la sustitución de un jefe por otro? Desde la década de 1960 en la época de las […]

Después de la forzada dimisión del Robert Mugabe y su sustitución por el que durante mucho tiempo fue su supuesto delfín, Emmerson Mnangagwa, ¿se puede esperar un cambio en la política de Zimbabue o se trata sencillamente de la sustitución de un jefe por otro?

Desde la década de 1960 en la época de las luchas de liberación nacional, hasta la primera semana de septiembre de 2017, E. Mnangagwa, el nuevo Jefe de Estado de Zimbabue, ha sido un camarada de Robert Mugabe y cómplice, a veces oculto, de sus delitos. Desde su investidura a la cabeza del Estado y del partido en el poder, la ZANU-PF, muestra signos inequívocos de continuidad con su predecesor asegurándole una inmunidad completa y dorada, la institución de su cumpleaños como una de las fiestas nacionales, conservando la constitución de 2003, manteniendo del calendario electoral, etc.

Sin embargo, como ha demostrado la lucha por la sucesión que condujo a la destitución de Mnangagwa de la vicepresidencia y a su expulsión de la ZANU-PF, la lealtad de sus dirigentes y el Estado respecto a Mugabe, la depredación compartida de la riqueza nacional, el deterioro de los derechos y libertades, estos últimos tiempos de desacuerdos o divergencias vienen acompañadas de la existencia de fracciones opuestas en el partido del poder; por diversas causas, entre ellas, la actitud respecto a las potencias occidentales y a la neoliberalización económica.

Al nacionalismo (negro-)africano, una de las características más mediáticas de Robert Mugabe, al nacionalismo económico (capitalista) supuestamente de Grace Mugabe, el G40 1/ representado por, entre otros, el entonces Ministro de Educación superior, Jonathan Moyo, se oponían los y las partidarias de un capitalismo abiertamente neoliberalizado, uno de cuyos representantes era E. Mnangagwa. Este último formaba parte de la ínfima minoría dirigente que se consideraba que se había enriquecido faraónicamente en el poder: políticos y políticas, oficiales superiores, personas capitalistas emprendedoras pero que formaban parte de la lista negra de los y las dirigentes zimbabuenses elaborada por Estados Unidos.

De ahí, que el nuevo gobierno haya suprimido la agenda de indigenización de la economía (refuerzo de los capitales privados locales en las empresas extranjeras con capital superior a 500 000 $; es decir, 51 % del capital autóctono en las grandes empresas-) después de la positiva alusión en su discurso de investidura del principio de la economía de mercado, como señal de su disposición a respetar las reglas del capital internacional. La antigua potencia colonial, Gran Bretaña, prometió acompañar económicamente la «transición» – de hecho, el final del mandato presidencial heredado de Mugabe-, el FMI declaró que enviaría una misión para las reformas estructurales cuya aplicación era obstaculizada por Mugabe desde la reanudación de las relaciones del estado de Zimbabue con las instituciones de Bretton Woods.

Las consecuencias sociales de la aplicación del programa de ajuste estructural neoliberal a comienzos de 1990 fue el principal factor de deslegitimación popular del régimen de Mugabe ante los movimientos sociales. Estos llevaron a cabo una huelga general a finales de esa década y crearon a partir de una convención sindical, el principal partido de la oposición , Movimiento para el Cambio Democrático (MDC). Una situación que Mugabe y su partido habían intentado neutralizar realizando una reforma agraria muy torpe, movilizando el sentimiento racial contra los granjeros blancos y distribuyendo tierras expropiadas a los y las zimbabuenses blancos entre cargos del partido en el poder y sus allegados, a menudo, incapaces de ocuparse de ellas. Aunque, estos últimos años, se haya rectificado esta expropiación de cara a una restitución y de una redistribución organizada, Mugabe seguía relativamente vinculado al capitalismo nacional con efectos catastróficos que irritaban tanto a la comunidad internacional como a la fracción encarnada por Mnangagwa, a pesar de ser beneficiario del caos económico zimbabuense.

Además, a la vista de la próxima elección presidencial, a pesar de su triste reputación de cruel cómplice del dictador Mugabe, Mnangagwa está llamado a representar al dirigente respetuoso de los derechos y libertades, a alguien preocupado por la situación de los pobres que suponen una aplastante mayoría de la población. No está descartado que en caso de ser elegido, como para comprar la paz social el Banco Mundial y sus socios occidentales le concedan un cosmético programa de lucha contra la pobreza que acompañe a las reformas estructurales, como se hizo en el caso de Sudáfrica en los primeros años post-aparteheid (en una situación económico-social mucho menos crítica que la zimbabuense). Incluso si el neoliberalismo es compatible con una política muy represiva, hacer de entrada esta opción corre el riesgo de comprometer el pretendido relanzamiento de la economía zimbabuense y la estabilidad.

El ejército, con los veteranos de la guerra de la independencia, ha desempeñado un papel en esta crisis. ¿Va a pedir su parte correspondiente al nuevo hombre fuerte del país?

De 2000 a 2016, los y las antiguas combatientes de la lucha armada de liberación nacional, organizados en la Zimbabwe National Liberation War Veterans Association (ZNLWVA), en compañía de las milicias de la ZANU-PF, apoyaron al régimen de Mugabe contra los granjeros blancos y en la represión de la oposición así como de los activistas de derechos humanos. Algunas y algunos de sus miembros, estando en la cúpula del poder, se beneficiaron de la expropiación de los granjeros blancos. Pero las luchas fraccionales en la ZANU comenzaron a deteriorar las relaciones entre algunos de sus representantes y el matrimonio Mugabe, a instancias de la vicepresidenta de Zimbabue y la ZANU-PF, Joice Mujuru, una antigua combatiente (cesada en 2014, después de haber sido acusada de prevaricación por Grace Mugabe que la consideraba una oponente en la sucesión a Robert), y del entonces presidente de la ZNLWVA, Jabulani Sibanda, excluido del gobierno por haber apoyado a Joice Mujuru, contra el poder sexualmente transmisible de Robert a Grace. La retirada del apoyo de la ZNLWVA tuvo un gran repercusión en el llamamiento a la dimisión de Mugabe. Su dirigente, sucesor de Sibanda, Christopher Mutsvangwa está -al igual que su compañera- en el gobierno de Mnangagwa. Sin duda, existen vínculos entre antiguos y antiguas combatientes de quienes forman parte el propio Mnangagwa y los mandos del ejército.

Un informe de Global Witness de 2012, sobre la explotación diamantífera (minas de Marange) consideró al ejército como uno de los principales actores y beneficiario -con el servicio de información zimbabuense- de esta explotación de la que lar arcas del Estado no reciben casi nada. La jerarquía militar está considerada corrupta y muy activa en el ámbito económico. Algunos generales, al igual que Salomón Mujuru, el marido de Joice y Constantino Chiwenga, jefe del Estado Mayor y protagonista de las jornadas del noviembre de 2017, están considerados en un documento de la embajada estadounidense, incluso como multimillonarios. Además se confiesan, como Mnangagwa, partidarios de un capitalismo más abierto, situándose frente a Grace Mugabe -que a principios de noviembre pidió públicamente a Robert su nombramiento como vicepresidenta- y su G40. ¿Los jefes militares estarían dispuestos a repatriar el dinero depositado en el extranjero como ha pedido el nuevo presidente? El ejército ha recibido su parte correspondiente con el nombramiento de dos generales para los Ministerios de Asuntos Exteriores y de la Tierra. Esperemos a ver si la hipótesis del nombramiento del jefe del Estado Mayor para la vicepresidencia se confirma.

Hemos visto a Sudáfrica intervenir activamente en la transición. ¿Cuáles son sus intereses en esta región?

Sudáfrica es un socio histórico de Zimbabue, uno de sus principales socios junto con China y la Unión Europea. Exporta allí sus productos e importa de allí. Está presente en diferentes sectores, desde la explotación minera a los bancos, en una situación que podemos decir de imperialismo de baja intensidad (heredado del imperialismo del apartheid). Una situación inestable en el país vecino afectaría a la economía sudafricana y sería perjudicial para sus inversiones. Dirigentes de la ANC son accionistas en empresas de Zimbabue. De la misma forma que los períodos de retroceso del crecimiento sudafricano tienen repercusiones en la economía de Zimbabue 2/. Además, Sudáfrica es uno de los principales refugios de zimbabuenses que huyen de la inseguridad social, exponiéndose a las explosiones de xenofobia a veces mortales en ciertos lugares del país de acogida. Por añadidura, Sudáfrica al presidir en este momento la Comunidad de Estados de África Austral (SADC), está llamada a contribuir al arreglo de estas situaciones, si bien existen viejas relaciones tejidas durante las luchas de liberación entre la ANC y la ZANU que explican, por ejemplo, la mediación de Thabo Mbeki en la crisis postelectoral zimbabuense de 2008, que desembocó en la formación de un gobierno de unión nacional (2009-2013). A diferencia de Mbeki que, en aquella época, se había propuesto salvar a Mugabe, Zuma, más bien, se ha inclinado por lograr la dimisión de Mugabe.

China parece ser un modelo para El cocodrilo como llaman a E. Mnangagwa. ¿También ha tenido un papel en esta crisis del régimen?

Incluso si la China de hoy no es la misma que la de Mao Zedong, es una vieja aliada de los dirigentes de Zimbabue. Apoyó a ZANU durante la guerra de liberación, formando militar e ideológicamente a sus cuadros, entre ellos, el joven Mnangagwa, desde el inicio de los años 60 del siglo pasado; desde 2105 es el principal socio económico de Zimbabue. Participa en la construcción de infraestructuras, ha multiplicado las inversiones públicas y privadas en diferentes sectores (minas, telecomunicaciones, negocio agrícola -1ª importadora de tabaco, principal producto agrícola exportado zimbabuense-, automovilístico, etc.)…, supone alrededor de la mitad de las inversiones en este país. Incluso bajo la forma de empresas mixtas con capital zimbabuense; algunas, por ejemplo, en la explotación de diamantes, que están involucradas en manejos denunciados como el de la ChinÁfrica. Como otros Estados africanos, Zimbabue, actualmente desprovisto de moneda nacional, como acabamos de decir, ha colocado el yuan/renmibi chino como su cesta de divisas. Sin embargo, estos últimos años, el capital chino no ha dejado de estar afectado por la política económica de la presidencia de Mugabe, suscitando alguna inquietud sobre el futuro. Especialmente, por ejemplo, en el caso de la estricta aplicación de la ley de indigenización. La visita de Constantino Chiwenga unos días antes de la dimisión de Mugabe, antiguo amigo de los dirigentes chinos, se interpretó que tuvo como objetivo asegurar al Estado chino la garantía de sus inversiones, es decir, ponerle al tanto de la susodicha operación y de la continuidad de la cooperación. Lo que, como es habitual, fue desmentido por el gobierno chino.

Mnangagwa, como otros, habría expresado más de una vez su admiración por la historia de éxitos del capitalismo chino y la voluntad de favorecer la participación del capital chino en el desarrollo de Zimbabue. Así la supresión de la agenda de indigenización fue también para asegurar a China. La intención de Mnangagwa de recibir nuevas inversiones europeas y estadounidenses es totalmente compatible con el desarrollo de la inversión china, de la cooperación con China , y también con India. Además, desprovista de cultura democrática, la clase dirigente zimbabuense puede estar tentada por una democracia minimalista -tolerar la existencia de una oposición que no se oponga de forma efectiva a la orientación neoliberal- cuyo neoliberalismo está bien acomodado en el Singapur de Lee Kuan Yew, en el cual se ha inspirado la China de Deng Xiaoping.

En un país con una economía devastada, sin auténticos derechos democráticos ni verdadera organizaciones independientes del poder, ¿qué puede hacer la oposición y qué representa?

Se ha mencionado más arriba la posibilidad de que la comunidad internacional ayude de forma relativa a Mnangagwa a comprar una especie de paz social. Pero esta paz social no será fácil, salvo el caso de que, de entrada, la opción sea la de un régimen represivo. Hablamos de una sociedad en la que alrededor del 90 % de la población está en paro, en la que se anunció una reducción de la masa salarial en la función pública, repitiendo insistentemente sobre sus efectos en el presupuesto, que solo se puede llevar a cabo mediante la reducción del número de funcionarios (más paradas y parados, incluso si no se reponen las bajas por jubilación) o mediante la reducción de los salarios (más pobres), y en un país en el que las promesas que se hacen ahora de crear empleo corren el riesgo de no ser mantenidas, al igual que los salarios dignos en la agricultura, por ejemplo. Si bien se puede temer que los actuales partidos en la oposición no denuncien las consecuencias sociales de las reformas estructurales neoliberales.

Esto partidos, que gozan de buena reputación, visto que no son antineoliberales, como ha demostrado la participación del MDC (salido de las movilizaciones, de la combatividad sindical de finales de los años de 1990) en el gobierno de unidad nacional de transición con Mnangagwa (fruto de su alusión, más bien implícita, a la unidad o reconciliación nacional en su discurso de investidura) y la decepción expresada después de la proclamación de un gobierno que manifiesta, justamente, la victoria de una fracción o de una alianza de fracciones del partido en el poder sobre otra de sus fracciones.

Les era más fácil combatir la dictadura de Mugabe que la del Capital, visto que son partidarios de ella. No se les ocurrirá informar y movilizar, sobre la referencia de Mnangagwa en su discurso, de seguir pagando la deuda pública exterior contraída por un régimen sometido a sanciones durante años por su carácter represivo, corrupto y que no asumió sus responsabilidades en materia de salud pública, ni de alimentación.

Esta deuda, de 7 231 mil millones debería ser auditada para saber si ha servido, entre otras fines, a la compra de material represivo. Es odioso que las personas parias de la tierra zimbabuenses deban apretarse el cinturón para el pago de semejante deuda, después de haber sido reprimidas con la ayuda del material de represión comprado con estos préstamos. Auditar esta deuda, para ver si no ha servido para satisfacer, por ejemplo, la locura de las grandezas patrimoniales del matrimonio Mugabe, mientras centenares de miles de zimbabuense se hundían en la desnutrición. Si los Estados llamados democráticos que prometen acompañar al gobierno de Mnangagwa, tuvieran sentido de la decencia, le ayudarían más bien a lograr la anulación pura y simplemente. Sin resolver los problemas estructurales, este dinero serviría para aliviar momentáneamente el sufrimiento de una parte de las personas condenadas.

La situación corre el riesgo de no ser diferente a la de otras sociedades africanas: demagogia de los candidatos y decepción popular postelectoral. Claro, los sindicatos fueron debilitados numéricamente por la crisis, la combatividad de las personas asalariadas también, con el fantasma del paro y la corrupción de las burocracias sindicales. Sin embargo, teniendo en cuenta que las luchas se produjeron bajo el régimen represivo de Mugabe, existe la posibilidad que los sindicatos se fortalezcan, que las personas explotadas se autoorganicen en sus lugares de trabajo (tanto públicos como privados, formales o informales), parados y paradas, víctimas de diferentes tipo de explotación en los barrios, establecimientos escolares, etc. Las personas jóvenes pueden ejercitar sus primeras clases de ciudadanía movilizándose, por ejemplo, contra el pago de la deuda pública externa para que se haga un uso social de la misma.

Por otra parte, a diferencia de la aplastante mayoría de las sociedades africanas, en Zimbabue existe una militancia anticapitalista, organizada, presente en la medida de lo posible en las luchas y las movilizaciones de estos últimos años, reprimida por la expresión pública de su solidaridad con las revueltas populares en Túnez y en Egipto y que puede contribuir, con una lenta impaciencia, a la autoorganización contra los dispositivos de explotación cotidiana de los seres humanos y de la naturaleza -extrativismo que corre el riesgo de aumentar-, contra las diversas opresiones cotidianas -entre ellas, la homofobia que no era una exclusividad del autócrata expulsado- y a favor del respeto de los derechos y libertades en vigor – sin la centralidad concedida al capital-, incluyendo los derechos económicos y sociales para la satisfacción de las necesidades fundamentales (democráticamente definidas) articuladas con los principios ecológicos.

Notas:

1/ G40. Grupo de apoyo a Grace Mugabe en el seno del Zanu-PF, haciendo el 40 referencia a su edad: cuadros que no participaron en la liberación nacional.

2/ Como consecuencia de la crisis monetaria a finales de la década del 2000 que le privó del uso de su moneda, el dólar zimbabuense, utiliza, entre otras, el ran sudafricano y el dólar estadounidense (sin embargo, hay una moneda obligatoria…), lo que nos oblia a decir que se trata de una dolarización de la economía zimbabuense.

Jean Nanga, corresponsal de Inprecor en África Central

Traducción Viento Sur