El estruendo de Irak no distrae a la Casa Blanca del teatro de guerra afgano. Tampoco a la oposición. Nancy Pelosi, presidenta del bloque demócrata en la Cámara de Representantes, acaba de visitar Kabul para reunirse con el presunto gobernante del país, Hamid Karzai. Presunto o virtual, ya que casi nunca atraviesa los límites de […]
El estruendo de Irak no distrae a la Casa Blanca del teatro de guerra afgano. Tampoco a la oposición. Nancy Pelosi, presidenta del bloque demócrata en la Cámara de Representantes, acaba de visitar Kabul para reunirse con el presunto gobernante del país, Hamid Karzai. Presunto o virtual, ya que casi nunca atraviesa los límites de la capital y rara vez sale de su palacio de mármol sólidamente fortificado. Lo llaman el «intendente de Kabul» y su jurisdicción real sobre el territorio afgano es problemática. Esto lo llevó a solicitar a Nancy Pelosi el envío de más tropas norteamericanas para frenar a la resistencia y aun a los talibanes que, con apoyo paquistaní, quieren volver al poder. La demanda le pareció lógica a la representante demócrata, quien subrayó que el gobierno de Karzai cuenta con el apoyo bipartidario y bicameral.
El Pentágono prolongó ya cuatro meses más de lo previsto la misión de los efectivos estadounidenses que ocupan el país junto con fuerzas de la OTAN. W. Bush anunció que pedirá al Congreso la aprobación de una partida de 10.600 millones de dólares para al régimen de Kabul, que recibe hasta ahora 1600 millones mensuales apenas. La visita de Nancy a fines de enero se produjo dos semanas después de la que hiciera Hillary Clinton. El propósito evidente es demostrar que los demócratas son serios en la lucha contra el terrorismo y que el mandatario norteamericano equivoca el camino en Irak y desatiende a Afganistán. Quién sabe. Robert Gates, el nuevo jefe del Pentágono, también visitó Kabul el mes pasado.
No es difícil desentrañar las razones de tan amplio interés, que el escritor y periodista canadiense Mahdi Darius Nazemroaya destaca (Global Research, 17-10-06). Afganistán linda con Irán, Pakistán y las ex repúblicas soviéticas de Turkmenistán, Uzbekistán y Tadjikistán: constituye un enclave ideal para establecer una presencia militar permanente con vistas a futuras operaciones en Eurasia. Y luego: Afganistán es una puerta de entrada al Asia Central, tan rica en hidrocarburos, que permitiría evitar los ductos de petróleo y de gas natural que pasan por Rusia, Irán y China. Si EE.UU. logra convertir en realidad el viejo empeño de instalar oleoductos que, atravesando Pakistán y Afganistán, transporten al Océano Indico el oro negro de los yacimientos de Turkmenistán y la cuenca del Mar Caspio, habrá conseguido su segunda victoria geoestratégica frente a los intereses energéticos de Rusia, Irán y China. La primera en la región fue la apertura del oleoducto Bakú (Azeibarján)-Tsibili (Georgia)-Ceyhan (Turquía) que transporta petróleo del Mar Caspio al Mediterráneo sin tocar tierra de rivales. En Afganistán hay más: opio y heroína.
Es el legado del narcotráfico que iniciaron los británicos en el siglo XIX e incrementó la guerra de los talibanes contra la ocupación soviética. En medio del conflicto, Pakistán y la CIA alentaron y protegieron el comercio de drogas para abastecer a los mercados de Occidente. Afganistán es hoy el primer productor mundial de heroína: aporta el 92 por ciento del total (The Opium Economy in Afghanistan, Oficina de Naciones Unidas contra la droga y el delito, 2006). Las drogas son la tercera «mercancía» en importancia a nivel internacional después del petróleo y el trigo. El FMI estimó que el lavado de dinero del narcotráfico equivalía al 2-5 por ciento del PBI del planeta: «Con base en estadísticas de 1996, estos porcentajes indicarían que el importe del lavado de dinero osciló entre 590.000 millones de dólares y 1,5 billón de dólares» en el 2003 (The Economic Impact of the Illicit Drug Industry, Transnational Institute, Países Bajos, 2003). Bajo las tolerantes tropas de la OTAN, salen de Afganistán toneladas de heroína y entran toneladas de armas.
El también canadiense Asad Ismi, especialista en economía norteamericana y el llamado Tercer Mundo, señala que el 91 por ciento de los miles de millones de dólares que los norteamericanos gastan en el consumo de drogas se quedan -y se lavan- en EE.UU., para alegría de los bancos estadounidenses y del Canadá (Drugs and Corruption in North and South America). Agrega que prácticamente cada dólar que circula en EE.UU. tiene «rastros microscópicos» de cocaína, un hecho verificado por científicos, expertos forenses y aun el FBI. Con razón pudo decir César Gaviria, ex presidente de Colombia y ex secretario general de la OEA: «Si los colombianos son el pez grande del narcotráfico, los estadounidenses son la ballena».