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Entrevista al sociólogo Josep Maria Antentas

«Hay que admitir la derrota de octubre de 2017 y no aparentar repúblicas»

Fuentes: Naciódigital

El sociólogo Josep Maria Antentas ha publicado Espectros de octubre, donde lamenta la falta de proyecto social del independentismo y la tibieza soberanista de los comunes, y critica que los liderazgos de Puigdemont y de Iglesias tengan «una lógica caudillista». Una lectura crítica de los hechos de octubre, desde la proximidad, pero sin condescendencia. Así […]

El sociólogo Josep Maria Antentas ha publicado Espectros de octubre, donde lamenta la falta de proyecto social del independentismo y la tibieza soberanista de los comunes, y critica que los liderazgos de Puigdemont y de Iglesias tengan «una lógica caudillista».

Una lectura crítica de los hechos de octubre, desde la proximidad, pero sin condescendencia. Así es la obra Espectros de octubre. (per)turbaciones y paradojas del independentismo catalán (editorial Sylone), del profesor de sociología de la UAB y activista Josep Maria Antentas (Sabadell, 1976), en la que analiza la evolución del procés catalán y plantea interrogantes y propuestas de futuro. Vinculado hace unos años a Procés Constituent, Antentas reclama más contenido social al independentismo y más implicación soberanista a los comunes y Podemos para avanzar hacia un terreno de lucha compartida contra el régimen del 78.

Una de las ideas que repite usted más es que el procés catalán no ha incorporado la reivindicación social a la nacional. ¿Qué consecuencias ha tenido esto?

Este ha sido uno de los problemas fundacionales del movimiento independentista. La idea de que todo lo que no sea la independencia divide y que hay que evitar hablar de la cuestión social en una sociedad golpeada por la crisis y el impacto de la austeridad crea un falso consenso por arriba, silencia esta realidad de emergencia y fractura social. Esto ha debilitado al movimiento desde el comienzo, pese a que ha permitido a la derecha catalana sentirse más cómoda, ya que ella tenía en él un peso importante y, además, un sector que sí que tenía una actitud crítica con el neoliberalismo creyó que, sin ella, no se iba a ninguna parte. El movimiento nació sin ningún análisis, o con análisis equivocados, de qué mayoría social necesitaba y de qué bloque social debía construir.

Pero estadísticamente la gente independentista es más de izquierda que la unionista y, además, las fuerzas de izquierda son mayoritarias dentro del bloque independentista.

Exacto, pero separar las dos cosas impide tener un discurso para el sector de la izquierda catalana no independentista y su base social. Esto, en 2012, podía parecer erróneamente secundario, pero en 2014, con la aparición de Podemos, resulta catastrófico, porque impide crear una alianza del independentismo con quienes, aunque no vieran la independencia como algo prioritario o no estuvieran a favor de ella, se habrían acercado si hubiera habido un programa de emergencia social de mínimos, y buscar una perspectiva de alianza contra el régimen del 78. En Catalunya hubo dos proyectos de cambio: el 15-M, una vía que después transmuta indirectamente en Podem y los comunes, y el independentismo y la República catalana. El problema es que, entre estas dos propuestas, nunca ha habido un diálogo real o capacidad de articular una alianza. Hay quienes lo han intentado, pero han prevalecido los que lo han querido dinamitar, y ninguna de las dos ha acabado triunfando.

Sí que se han vivido conflictos que, aun situándose en el eje nacional, tienen un peso social importante, como las leyes sociales vetadas por el Constitucional o el impuesto a la banca, también torpedeado. ¿No se ha levantado lo bastante esta bandera?

Esto llegó tarde y de manera demasiado instrumental. Convergencia Democrática de Catalunya (CDC) no habría hecho ciertas cosas en el Parlamento si hubiera tenido que aplicarlas después. Y al final, tampoco tiene un gran impacto social. La cuestión no es tanto la agenda institucional del movimiento como la agenda social, es decir, que no se incluyera en su perspectiva política general, entre las demandas del 11 de septiembre, otras que no fueran la independencia.

¿Qué habría pasado si las manifestaciones de la Diada hubieran incorporado, aparte de la República catalana, la defensa de un plan de emergencia social? Habría generado una tensión interna dentro del movimiento, sobre todo con CDC, pero el escenario habría cambiado mucho. La Asamblea Nacional Catalana (ANC) no vinculó nunca la reivindicación nacional y social y tampoco hubo muchas propuestas concretas desde la izquierda para interpelar al movimiento desde esta perspectiva. Una parte de la izquierda no ha tenido ninguna política en relación con el independentismo y se ha quedado completamente al margen del mismo, fuera, y la otra ha jugado demasiado dentro del procés y, pese a tener claros sus límites, tampoco ha tenido una estrategia explícita de señalarlos y combatirlos.

En el libro, usted exime un poco de esta crítica a Jordi Cuixart y las luchas compartidas de Òmnium.

Efectivamente, la voz más heterodoxa en el movimiento independentista, el independentismo oficial o mayoritario (al margen de la CUP, para entendernos), ha sido la de Cuixart, y ha ido in crescendo. Es el único intento un poco serio, aunque parcial, de salir del paradigma fundacional de 2012 de la ANC. En la campaña de luchas compartidas, de todos modos, faltaba una reflexión crítica sobre las dificultades históricas de la vinculación entre la reivindicación nacional y la social, parecía que todo fluía más en la historia de Catalunya de lo que lo hizo en realidad. Pero es una vía en que habría que haber profundizado más.

Entonces, ¿cree usted que el independentismo debería haber renunciado al apoyo del espacio de CDC?

Si en 2012 Artur Mas hubiera visto que el tsunami que se le venía encima incluía, además de la independencia, elementos contrarios a la austeridad o reivindicaciones con amplios apoyos sociales (aumento del salario mínimo, medidas a favor de la vivienda, renta garantizada…), no habría tenido demasiado margen para no apuntarse. El coste habría sido excesivo, aunque también habría tenido más tensiones internas y el desgaste se habría notado más, cosa que habría acelerado los cambios de hegemonía dentro del independentismo.

Ahora JxCat reclama un salario mínimo de 1.100 euros y se opone a la reforma laboral que votó CiU…

Ha sido un intento propagandístico, carente de credibilidad, de recolocarse un poco y mostrar un perfil social ante las últimas elecciones municipales, pero si esto, en vez de hacerse de cara a la galería, hubiera quedado integrado en el ADN del movimiento, muchas cosas habrían cambiado en la política catalana y también en la española. El movimiento, de hecho, no ha tenido ninguna política de cara al resto del Estado, desde donde lo han caricaturizado como un espacio en manos de la derecha catalana. Si, aparte de la independencia, hubiera asumido unas medidas básicas contra la austeridad, su deslegitimación fuera de Cataluña habría sido mucho más difícil y habría ganado más simpatías. Y esto podría haber sido decisivo, ya que el éxito del movimiento dependía de no quedar aislado.

Gabriel Rufián (ERC) planteó en la campaña de las elecciones estatales, que, junto a un referéndum sobre la independencia, hubiera otro sobre la monarquía a nivel español.

Sí, después de la crisis de octubre de 2017 hay cierto intento de replantearse algunas cosas, aunque muy tarde y en un contexto de derrota política no reconocida. Uno de los problemas del movimiento ha sido el debate simplista entre unilateralidad o reforma del Estado, cuando son dos planteamientos compatibles y complementarios. El discurso de vayámonos ya ignoraba las dificultades y que un movimiento catalán aislado difícilmente podía romper el Estado. El independentismo no ha sabido ligar la perspectiva de República catalana como un elemento estratégico para tumbar el régimen en el Estado y construir también una República española.

Mientras, los comunes y Podemos pedían que no se hiciera nada aquí a la espera de cambios en el Estado, cosa igual de difícil o más, ya que no hay mayorías viables, y obviando que, sin un movimiento unilateral aquí, el republicanismo español no está claro que garantice el derecho de autodeterminación. Basta con mirar el caso de la Segunda República, donde costó que se asumiera la cuestión autonómica. Creo que, ante estas dos perspectivas, es más útil ver la ruptura del régimen como una combinación dialéctica entre la política desde la periferia y desde el centro. Las propuestas de una parte del independentismo, sobre todo de ERC, en este sentido han llegado tarde y en un momento de derrota, de desconcierto y por eso han caído más en la lógica del mal menor, el de una mayoría de ámbito estatal en torno al PSOE, que no en articular una perspectiva de ámbito estatal antirrégimen, en un contexto en que Podemos también la ha abandonado a favor de un giro gubernamentalista.

¿Cómo valora el acuerdo para la investidura de Ada Colau? ¿Se ha perdido una oportunidad para aliar el independentismo y el espacio de los comunes?

Es una lástima que Colau no ganara las elecciones. Su victoria era el mejor de todos los escenarios y la garantía más sólida de que Barcelona siguiera teniendo un gobierno que, a pesar de sus limitaciones, defendía un modelo de ciudad que no es el de los grandes intereses económicos. Después del 26-M, los comunes tenían una situación muy compleja en Barcelona, con decisiones nada fáciles, y esto hay que reconocerlo. Pero la que han adoptado me parece errónea desde tres puntos de vista: el peso que tendrán las fuerzas del establishment en el nuevo escenario, previsiblemente con medio gobierno en manos del PSC y con una dependencia tóxica con respecto a Valls; las formas del debate interno en el seno de los comunes, que han evitado abordar seriamente las consecuencias del camino que han emprendido y ha demostrado que todo será como antes; y el mensaje político general que proyecta, tanto de fractura con el independentismo como de normalización del PSC y Valls.

La fulgurante rehabilitación del PSC-PSOE como aliado de gobierno que han llevado a cabo Podem y los comunes desde 2016 es muy desconcertante. Dicho esto, también me parece muy importante no entrar en operaciones de embellecimiento de una ERC que en Barcelona ha mantenido cuatro años de confrontación injustificable con los comunes y que, a escala catalana, nunca ha abandonado la lógica socioliberal muy similar a la del PSC. Otro dato a tener en cuenta, del que se habla poco al analizar el panorama, es la falta de incidencia en todo este debate postelectoral de los sectores alternativos de la ciudad, ya sean activistas sociales, la CUP o las corrientes rupturistas en el interior o en el entorno de los comunes.

Ahora se han creado unas alianzas novedosas entre ERC y Comunistes de Joan Josep Nuet, o entre Poble Lliure y Som Alternativa de Albano Dante Fachín, rompiendo en cierto modo el muro entre independentistas y autodeterministas. ¿Hay pista para avanzar hacia el entendimiento?

Ahora todo el mundo tiene dificultades y el momento es incierto, y hay intentos de ampliar los espacios políticos respectivos, pero sin reflexiones estratégicas que vayan más allá y regidos como están en gran medida por una lógica electoral cortoplacista y que, a menudo, son más perjudiciales que no otra cosa. Los independentistas defendían una desconexión inmediata e indolora, con excepción de la CUP, que nunca se creyó este planteamiento y que asumió el papel honesto de empujar hasta el final, pero sin cuestionar públicamente las premisas del movimiento; y una vez desaparece toda hoja de ruta por la que empujar, ha quedado demasiado atrapada en un discurso voluntarista. Los comunes defendían una victoria electoral rápida en Catalunya y el Estado. Las dos hipótesis de cambio han quedado empantanadas y solo hay intentos muy embrionarios de replantearlas.

¿Es factible a corto plazo?

El reto es cómo hacerlo sin desmoralizarse y sin renunciar a los objetivos. ERC parece que hace un esfuerzo real por analizar las dificultades del independentismo, mucho más realista que el que lleva a cabo el entorno de Puigdemont de intentar hacer ver que construyen una República que no existe, pero le da una respuesta muy posibilista y pragmática, que equivale a renunciar a una ruptura del régimen. Y en paralelo, Podemos pasa a postularse como socio subalterno del PSOE, cambiando así su razón de ser fundacional. La alternativa falaz a renunciar a los objetivos sin que se note es hacer ver que no pasa nada y replegarse sobre los límites fundacionales del movimiento, como es el caso de la ANC, que hace un discurso que no calibra la correlación de fuerzas actual ni se basa en un balance de estos cinco años.

Es usted muy crítico con el unilateralismo de la ANC…

¿Qué quiere decir implementar la República en frío, como si fuera firmar un decreto? El reto es cómo se replantean los problemas sin abandonar los objetivos de cambio, y nadie tiene la solución. En todo caso, admitir la derrota puede ser útil en términos de lecciones estratégicas, pero hacer ver que has ganado cuando te han derrotado, no. Octubre de 2017 es un episodio complejo, ya que se llega al máximo, pero después hay una derrota política. Esto hay que admitirlo y no ponerse a hacer ver repúblicas y desobediencias que no existen, no para retroceder, sino para conocer los límites de la situación. Como decía, hay que relacionar debate nacional y social, forjar una dialéctica entre centro y periferia en la política española y construir una alianza de todos aquellos sectores que se oponen al régimen del 78 y a las políticas de austeridad en Catalunya y el Estado…

Este proyecto recuerda mucho al de Procés Constituent, que intentaba vincular el procés catalán y el 15-M. ¿Qué falló entonces?

Tuvo el mérito de poner sobre la mesa cuestiones que nadie planteaba o que no enfatizaba tanto, elementos fronterizos entre diversos espacios, pero tuvo poca visibilidad y no tuvo fuerza suficiente ni cohesión estratégica. En todo caso, este intento de alianza entre independentistas y no independentistas en torno a la idea de República catalana y de cambio de régimen y de lucha contra la austeridad, de combinar un elemento unilateral con alianzas en el Estado…, habría que volver a explorarlo para construir nuevas hipótesis de cambio en nuevos escenarios.

Cada vez hay más dirigentes del espacio posconvergente que se definen de centro-izquierda. ¿El procés no los ha desplazado hacia este espacio?

Es un intento de quedar bien a nivel electoral, porque después de un tiempo de crisis la retórica neoliberal tiene menos fuerza que hace unas décadas y quieren ganar cierto acento social. Pero detrás no hay nada. Siempre que ha gobernado, CDC ha implementado programas neoliberales estrictos. Es un espacio con muchas dificultades, pero tiene la presidencia del govern, un hecho que tiene mucha importancia y desde el inicio del procés, en 2012, CDC ha hecho pasar siempre sus intereses particulares como intereses de país, con la lista única de 2015 como un caso de manual. Su hegemonía, sin embargo, ha sido precaria y, si bien un sector querría volver a la política pactista, no tiene una base objetiva suficiente para hacerlo, ya que nadie en el otro bando quiere pactar con ellos.

¿Y el otro sector?

El entorno de Puigdemont hace una política de las apariencias que me parece deshonesta, haciendo ver que hace cosas que no hace y haciendo otras que no dice, intentando aparentar una desobediencia simbólica. Les cuesta mantener este juego de manera indefinida, que se aguanta en buena medida por la represión, pero está agotándose. Y otro elemento es el modelo de liderazgo de Puigdemont, que se ha vuelto muy personalista y que ha adquirido una lógica caudillista que me recuerda la de Pablo Iglesias en Podemos. Les resultará difícil recomponerse, pero hasta ahora han sido muy hábiles, utilizando las palancas institucionales de que disponen. La hegemonía convergente de los últimos años ha sido un problema, es un hecho que resta credibilidad al independentismo como proyecto de cambio y que además genera una fractura en la izquierda, entre la que ha participado en el procés y la que no. Si pierde la hegemonía, será positivo.

Con ERC al frente, ¿podría tener más futuro el independentismo?

Depende de lo que quiera hacer ERC. A corto plazo puede crecer consolidándose como una nueva fuerza transversal progresista, aunque, a la larga, la ilusión de cambio gradual y negociado que transmite puede acabar siendo igual de irreal que el procesismo convencional. Durante mucho tiempo, ha crecido sin hacer gran cosa, se ha visto atrapada en la alianza con CDC, y el 1-O se explica por la confrontación en el seno del govern

En el libro afirma que, en realidad, ni uno ni otro querían hacer el referéndum.

La sensación que tengo es que siempre tenían claro que no se llevaría a cabo el 1-O, pero ninguno quería bajarse del carro y el último análisis que hacían, una vez organizada la movilización en los locales electorales, es que hubiera colas, y que si llegaban las urnas ya se habría cumplido. Buscaban la foto, pero nunca tuvieron este plan. Posteriormente, ERC ha admitido los problemas estratégicos del independentismo y quiere darles solución, pero lo hace con una respuesta típicamente parlamentarista y posibilista que, al final, tampoco resuelve nada. Una especie de nuevo tripartito en Catalunya, ahora menos probable, por otro lado, debido al nuevo endurecimiento del PSOE-PSC con respecto a ERC, que no responde al problema de la ruptura con el régimen o de la crisis económica.

¿Qué queda, entonces?

Me pregunto cómo pueden organizarse las fuerzas catalanas contrarias al régimen y a la austeridad para dar una respuesta y reconfigurarse para tener mucho más peso en la política catalana. Tanto el malestar y la necesidad de reorientación del independentismo de izquierda como los de quienes no comparten la progresiva institucionalización de Podem y los comunes pueden canalizarse de maneras muy diversas y, según cómo, esto podría derivar en que las fuerzas rupturistas pudieran recuperar terreno si hay alguna manera de generar nuevas confluencias y algún tipo de proceso de reconstrucción y relanzamiento. La clave es cierto ejercicio de apertura y reflexión sobre los límites propios, que todos acaben viendo que son parte de la solución y no la solución en mayúsculas.

¿Puede la pérdida de apoyos de la CUP y de los comunes en las elecciones municipales facilitar esta reflexión?

Los retrocesos electorales pueden tener consecuencias contradictorias. Pueden servir para abordar los problemas de fondo o pueden también hacer perseverar en orientaciones fallidas. Esto último es lo que está haciendo Podemos en todo el Estado ahora mismo, por ejemplo. En todo caso asistimos a un final de etapa, un final de etapa tan diferente del que nos habría agradado a muchos, en el que es necesario mantener viva una propuesta de ruptura y de irreconciliación con una realidad inaceptable, y pensar cuáles son los pasos necesarios para que esto sea posible.

¿Ha estado la izquierda estatal a la altura del entorno del 1-O y del juicio contra los presos para tejer estas alianzas?

No, está claro que no. Podemos adoptó una posición democrática muy distinta de las del PSOE y el PP, pero, dicho esto, no estuvo a la altura y mantuvo una postura llena de ambigüedades e incoherencias. Cometió el mismo error que el independentismo, pero al revés, no hablar de él, esperar que se estrellara y construir tan solo su proyecto e intentar evitar interferencias. Pero el independentismo no se estrelló hasta mucho después de lo previsto. Podemos no impartió ninguna formación a sus militantes en el Estado sobre la cuestión nacional, y cuando las cosas se tornan difíciles, le cuesta defender posturas que no son populares.

En el caso de los comunes, no se podía separar, al menos no completamente, su posición durante la crisis de octubre de la evolución general de su proyecto. Es decir, si era una fuerza que nació contra el régimen, no podía no hacer nada en un momento de crisis tan fuerte del régimen, debía intentar aprovecharla para darle una dimensión constituyente. Su orientación durante el 1-O, aparte de su posición sobre la independencia, mostró asimismo la creciente institucionalización de la formación. Su discurso impugnatorio se ha reducido mucho.

En el caso de los comunes, usted critica la lectura que hicieron del 1-O y del procés catalán.

Hicieron el análisis de que se estrellaría cada semana, pero no lo hacía, y se encontraron con el referéndum a la vista y sin política al respecto. Y defendieron una extraña postura según la cual el 1-O era una movilización y que, después de este, seguirían luchando por un referéndum de verdad. Pero si quieres hacer un referéndum de verdad, lo más lógico es empujar al máximo para celebrar el 1-O en unas condiciones que obliguen al Estado a pactar un referéndum oficializado por todos después. Mantuvieron una política expectante y pasiva, y la crisis política los atrapó con el paso cambiado.

Llegados a este punto, ¿todavía es posible un acercamiento entre el independentismo y los comunes?

El punto de llegada más natural es el antirrepresivo, pero es muy básico y primario y no permite construir un proyecto. Y aparte de hablar de diálogo, hay que saber qué proyecto tiene cada espacio. No es lo mismo un Podemos y unos comunes con un discurso impugnatorio o las mismas fuerzas con voluntad de ser el socio minoritario del PSOE o del PSC. O un independentismo con un discurso social antiausteridad o no. Ambos han de definir su proyecto estratégico y el proyecto de cambio, y esto debería pasar por una ruptura del régimen y contra las políticas de austeridad, aquí y en el Estado.

Creo que este es un planteamiento que ahora mismo está muy ausente en la política catalana. A menudo, en el mejor de los casos, cuando se habla de un acercamiento entre el independentismo y los comunes, se habla de un entendimiento de ERC con los comunes (ahora bloqueado, a corto plazo, por la situación de Barcelona), en una perspectiva de creciente normalización de un bloque de centro-izquierda. Una especie de alianza de baja profundidad de horizonte después de la derrota de las dos promesas de cambio respectivas. Pero esto queda muy lejos de las necesidades reales de transformación social…

¿Se ha equiparado demasiado autodeterminación e independencia?

Sí, ha habido equiparación y confusión, pero ha pasado tanto por parte del independentismo, que ha actuado como si todo lo que no fuera independencia fuera lo mismo, como un sector de los defensores del derecho a decidir que son muy beligerantes con el independentismo. Y desde el régimen también se hace, cuando se niega el derecho a decidir, lo mezcla todo.

Igualmente, se ha hecho un discurso sobre el federalismo muy simplista. Es poco riguroso defender el federalismo y ser tan contundente contra el 1-O y el independentismo. Quien lo hace parece que lo que defiende es que, donde la Constitución dice comunidad autónoma, pase a decir Estado federado y ya está. Ha habido muchas simplificaciones en función de los intereses electorales cuando en realidad lo que hacía falta era lo contrario, buscar la síntesis entre planteamientos rupturistas diferentes. Independentismo, federalismo, confederalismo, son fórmulas que permiten muchas articulaciones recíprocas complementarias que interesadamente se han obviado.

En el libro también se reflexiona sobre la expresión actualizada de un solo pueblo. Con posiciones tan polarizadas, ¿es la fractura social un riesgo real?

A raíz de la crisis de octubre ha habido más fractura política que social, pero existe un riesgo y, en todo caso, la fractura social me remite a una fractura que sí que existe, la fractura entre ricos y pobres. De nuevo, hay que relacionar la cuestión nacional y social, y la expresión un solo pueblo, en su formulación antifranquista originaria, tenía un componente de clase y nacional, mientras que ahora es más un eslogan propagandístico y retórico que no estratégico. Repensarlo implica pensar en una sociedad muy diversa y plural a nivel étnico, lingüístico, cultural, de procedencia… Hay que pensar en un bloque mayoritario de cambio, cosa que remite a una idea plural y estratégicamente construida de pueblo, en términos de sujeto de lucha, de mayoría de oprimidos, o el del 99 %, y desde un punto de vista cultural y de identidades diversas.

Y en el caso del Estado español, ¿repensar todo esto puede implicar volver unas décadas atrás?

Hay un intento de hacer, en nombre de la Constitución, una lectura muy involucionista, autoritaria y reaccionaria de esta y de la ley, capitaneada por la derecha española, pero que arrastre al PSOE. Es uno de los riesgos. La tarea de la izquierda española es resistir esto y, por mucho que cueste, a la larga puede resultar rentable. Luchar contra el nacionalismo español reaccionario es necesario. Y es que se comienza por Catalunya, pero se acaba embistiendo contra Podemos o quien sea que se ponga delante.

Una de las críticas que hace en relación con el 1-O es que se planteara más como una cuestión de legitimidad que de fuerza. ¿Adónde tiene que ir el independentismo a buscar esa fuerza que le falta? ¿Le basta con ampliar la base?

En cualquier proyecto, una parte de la fuerza depende de la organización y del apoyo de la sociedad, pero la fórmula de ampliar la base no me gusta, parece que simplemente haya que convencer a más gente, poniendo algún parche. Lo que hace falta es reformular una nueva perspectiva, desplazando el eje de gravedad hacia las clases populares y sus intereses y teniendo claro que el proyecto de República catalana no puede ir desconectado de un proyecto de cambio en el Estado, cosa que no quiere decir que se subordine a este, sino que la República catalana se perciba fuera de Catalunya como una estocada definitiva al régimen y favorezca la proclamación de una República española fraterna.

Un procés catalán aislado, aunque cuente con más apoyos y esté mejor organizado, está bastante condenado al fracaso. A nivel histórico, las crisis nacionales en la periferia y las crisis generales políticas del Estado español van siempre ligadas, pero desincronizadas, y ahora todo el mundo ha pasado de puntillas sobre esto. Ahora es un buen momento para repensarlo, a pesar de que el combate electoral permanente lo dificulte.

Pero si el independentismo no apoya a Sánchez, ¿no le hará ganar más antipatías en el Estado?

La política parlamentaria es muy compleja y es poco amiga de la política emancipadora. No se puede hacer un discurso de cuanto peor, mejor, pero tampoco se puede caer en el del mal menor, y esto vale para el independentismo y para Podemos. Y menos aún si se hace embelleciéndolo, no solo invistiendo a Sánchez, sino afirmando que es un gobierno de cambio. No se puede facilitar un tripartito de derechas, eso está clarísimo, pero tampoco aliarse establemente con el PSOE, como ha hecho la izquierda toda la vida y ahora defiende Iglesias. El reto es cómo mantener la llama de un elemento antirrégimen y de cambio de modelo.

El impulso del 15-M ya no da más de sí y la crisis de octubre acabó en derrota, pero han surgido las movilizaciones feministas y contra el cambio climático que irán a más. No habrá un nuevo ciclo de cambio en el Estado sin un ciclo social que empuje de nuevo y que, en el caso catalán, plantee la especificidad de cómo vincular el independentismo y las demás luchas. Hace falta no renunciar al deseo de cambio, pero tampoco facilitar el poder a la derecha. Lo que me preocupa más es que Podemos y los comunes han entrado muy rápidamente en una lógica de partido institucional y avanzan claramente en una lógica de normalización y homologación política.

Josep Maria Antentas forma parte del Consejo Asesor de viento sur.

Versión original en catalán: Naciódigital.

Traducción: viento sur