Recomiendo:
0

Hay que escuchar a los libios

Fuentes: Al Ahram Weekly

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Aumentan velozmente los costes que conllevan la parálisis en la que se halla inmersa Libia. No hay símbolo más potente del deterioro relativo que la autoridad del dirigente libio Moamar Gadafi ha experimentado que la incapacidad de sus tropas para atacar baluartes rebeldes cercanos a la capital Trípoli como Misrata, la tercera ciudad más grande del país. Mientras tanto, los rebeldes se han estado dedicando a volar y destruir un bastión tras otro de Gadafi.

Occidente está apoyando militarmente a las fuerzas anti-Gadafi y los estados árabes del Golfo ricos en petróleo están ayudando a los rebeldes a nivel financiero, proporcionándoles un inestimable apoyo propagandístico a través de los poderosos canales de televisión por satélite y los medios de comunicación pan-árabes, tales como Al Jazeera y Al-Arabiya. Los representantes de las fuerzas anti-Gadafi se han reunido esta semana en Abu Dhabi, la capital de los EAU.

Aparentemente, los participantes albergan una amplia variedad de orientaciones ideológicas y deseos de reforma. Afirman que provienen de todas las partes del país, desde Tripolitania, al oeste, hasta la Cirenaica, en el este, el semillero tradicional de los levantamientos anti-Gadafi. Pero, abracadabra -de súbito va y cristaliza una alternativa creíble frente a Gadafi-, y sorpresa, sorpresa, sin que tengan nada que ver en ello los bombarderos de la OTAN destruyendo ciudades libias.

Gadafi fue una vez omnipotente en lo que a su Yamahiriya se refería. En la actualidad, su estrategia para reforzar la seguridad es bastante deficiente y decir eso es ya un eufemismo. El tangible desafío que supone el Consejo Transitorio Nacional (CTN), con sede en Bengasi, ha completado esa metamorfosis.

¿Con qué frecuencia un pueblo debe conceder a sus dirigentes el beneficio de la duda? Los libios se han tomado siempre en serio lo que Gadafi decía y hay muchos que aún lo hacen. Otros no se sienten especialmente obligados a darle ni un respiro. En las últimas dos décadas, el círculo de privilegiados más próximo a Gadafi le persuadió para que bloqueara los cambios. Ahora, algunos de sus colaboradores de mayor confianza han cogido y han desertado, dejándole en una especie de limbo político.

Gadafi eligió siempre la lealtad personal por encima de la competencia en ese círculo íntimo. Demostró ineptitud a la hora de forjar dudosos acuerdos políticos con sus adversarios occidentales. Y lo que es peor, ahora ha expuesto a su régimen al no tener suficiente peso para imponer su autoridad sobre franjas inmensas del territorio de su país. La Libia de Gadafi se enfrenta a bloqueos continuos y más violencia.

A un líder carismático que ha gobernado una tierra con puño de hierro durante más de cuatro décadas se le supone instinto del riesgo. Pero el factor riesgo implica en estos momentos nada menos que una especie de ruleta rusa.

El líder libio está contraatacando incluso ahora que la suerte está echada. Ya se presumía, desde luego, en los círculos occidentales que Gadafi iba a hacer concesiones cada vez mayores en un intento de agarrarse tenazmente al poder. Pero los detalles de esas concesiones dejan descarnadamente al descubierto, y de forma muy sombría, a todo el elenco de las partes, incluidos Gadafi y sus socios occidentales de negocios.

A la hora de la verdad, el caótico escenario libio puede funcionar bien en Washington. La foto de Trípoli que emerge de los escombros apenas es más halagüeña que la que Gadafi construyó tan cuidadosamente durante décadas.

En la Yamahiriya de Gadafi, casi todas las actividades empresariales, y especialmente las que implicaban tener socios extranjeros, estaban bajo la supervisión del régimen. Naturalmente, las posiciones privilegiadas se reservaban para los leales al régimen.

Gadafi prestó poca atención a la competencia técnica y a la visión para los negocios. Al igual que en otras diversas dictaduras casi militares, las agencias estatales, las operaciones del ejército y las corporaciones estatales o paraestatales tenían un dominio casi total sobre la economía libia. Las potencias occidentales se estaban poniendo cada vez más impacientes ante el control de Gadafi sobre la economía libia. La centralización de tendencia socialista y el denominado modelo capitalista estatal se habían quedado ya peligrosamente obsoletos. Los gobiernos occidentales estaban perdiendo la confianza en la capacidad de Gadafi para gobernar el país, y su pueblo se estaba convirtiendo en apáticos aviones sin piloto (drones) a causa de la falta de logros, de la frustración y la exasperación.

Al líder libio se le consideraba cada vez más incompetente, y lo que es peor, indigno de confianza. Sin embargo, los agotados ideales socialistas y su caprichoso tercermundismo le dieron una ventaja decisiva que le hizo ganarse las simpatías de izquierdistas de lugares tan lejanos como China y Venezuela.

No es de extrañar que le cogiera por sorpresa -o le asustara- la duplicidad de sus recientes amigos y socios de negocios occidentales, contando tan solo con la camaradería del presidente venezolano Hugo Chavez y los comunistas chinos dispuestos a un consuelo oportuno y muy apreciado.

«Los ataques militares contra Libia representan, tras las guerras contra Afganistán e Iraq, la tercera vez que un conjunto de países ha lanzado una acción armada contra otros países soberanos», declaraba el People’s Daily, de Pekín, portavoz del Partido Comunista chino gobernante.

«Las tempestades teñidas de sangre que Iraq lleva padeciendo desde hace ocho años y el indecible sufrimiento de su pueblo son un espejo y una advertencia», comenzaba el People’s Daily. «Cada vez que se utilizan medios militares para abordar las crisis, es un golpe a la Carta de las Naciones Unidas y a las normas de las relaciones internacionales.»

Sin embargo, los políticos occidentales echaron mano de sus viejos trucos. Mostraron su verdadera cara durante las deliberaciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas sobre Libia y decidieron castigar a Libia incluso aunque otros regímenes árabe autocráticos, como los del presidente Ali Abdulah Saleh y Bashar al-Asad, de Yemen y Sria, respectivamente, también respondían brutalmente a las protestas populares. Occidente hizo asimismo la vista gorda ante la rápida y violenta respuesta de las autoridades de Bahrein frente las protestas populares. Por no mencionar la catástrofe humanitaria precipitada por el bombardeo no autorizado sobre las fuerzas gubernamentales libias y el mismo Gadafi por parte de Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos y diversos aliados.

Los viejos y comprobados trucos son en ocasiones mejores, o al menos eso es lo que los políticos occidentales creen. Su atractivo radica en su absoluta simplicidad. Pero en el caso de Libia, los dirigentes occidentales encontraron, para gran disgusto suyo, que los vanos intentos de democratización del país terminaron en farsa, dilapidando la riqueza del pueblo libio, entre otras cosas y en palabras de Said Al-Islam Gadafi, su presunto heredero, en «ese payaso», refiriéndose al apoyo de su padre a la campaña presidencial de Nicolas Sarkozy en 2007.

Sarkozy apuñaló descaradamente por la espalda a Gadafi, al ser el primer dirigente que reconoció el CTN como gobierno oficial libio. El CTN, que es una variopinta alianza política de disidentes que otrora fueron colaboradores, parásitos y lacayos de Gadafi más los islamistas militantes, salafíes yihadistas y simpatizantes de Al-Qaida o simplemente antiguos arrivistas, que de esa forma consiguieron luz verde para derrocar al régimen de Gadafi.

Consideren Libia de forma racional. Las figuras públicas y los creadores de opinión en Occidente están reconociendo la cuestión. Cualquier credibilidad que Occidente pudiera aún tener en la psyche colectiva de los países en desarrollo, de las economías emergentes y de las antiguas colonias ha recibido un golpe demoledor. «La estigmatización de todos los líderes empresariales, académicos, políticos y funcionarios públicos que tuvieron algo que ver con Libia en los últimos siete años se ha llevado en algunas partes hasta extremos ridículos», escribía recientemente Peter Mandelson en el Financial Times. Lord Mandelson, comisionado para el comercio de la Unión Europea entre 2004-2008, y ex secretario de comercio británico, amonestó a las instituciones políticas occidentales en términos inequívocos. «En lo que se refiere a los arrepentidos, y como política general, no puedes coger y darte media vuelta y empezar a tratarles como a parias…, hicimos bien en fomentar tales contactos», concluía Lord Mandelson.

«Las naciones en las que se destruye su nacionalismo están abocadas a la ruina», Gadafi, de forma típica, dio en el clavo. Quienes están tratando ahora de borrar a Gadafi del mapa político tienen que replanteárselo seriamente. Su apuesta a que podrían lograr un cambio veloz de régimen, de forma tan inquietante como la operación conmoción y pavor de Bush en Iraq, ha descarrilado ya y los escombros no se limitan tan solo a las ciudades libias.

Una cosa es segura, Gadafi no va a marcharse a corto plazo, sin que importe que las potencias occidentales sigan dispuestas a echarle del poder.

Fuente: http://weekly.ahram.org.eg/2011/1047/re9.htm