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Hegemonía y declinación

Fuentes: ALAI

EE.UU. sigue siendo hasta el momento, sin dudas, la principal potencia mundial. No obstante, sus credenciales de dominio y hegemonía, y su efectividad para ejercerlos, se debilitan visiblemente. El concepto más aceptado de ‘poder’ es la capacidad de lograr que otros hagan o se comporten según el deseo del que ejercer el poder, bien mediante […]

EE.UU. sigue siendo hasta el momento, sin dudas, la principal potencia mundial. No obstante, sus credenciales de dominio y hegemonía, y su efectividad para ejercerlos, se debilitan visiblemente. El concepto más aceptado de ‘poder’ es la capacidad de lograr que otros hagan o se comporten según el deseo del que ejercer el poder, bien mediante su hegemonía o la cooptación, bien imponiendo su dominio por la fuerza. Desde hace unos cuarenta años el debate y la preocupación el respecto existen en los propios EE.UU.

Como señaló István Mészarós [The Necessity of Social Control (Monthly Review Press, 2015], en esta fase de descenso del desarrollo del sistema, las tendencias destructivas siempre presentes de su expansión vienen a predominar, pero en momentos en que ya no tiene mucha posibilidad de desplazar sus contradicciones a otros confines del mundo. Es como que se han «activado los límites absolutos del capital» y debe crecientemente recurrir a sus plenos poderes coercitivos – solo para confrontar al final una ampliación de las amenazas geopolíticas a su dominio».

Comparado con el período anterior al cambio de milenio, y en un panorama económico que puede ser síntoma de una crisis más profunda del sistema capitalista como tal, el ‘mapa’ del imperio estadounidense se ha reducido y se enfrenta a una mayor reducción. Todavía es un país con niveles de riqueza y peso financiero que no tienen comparación y con más poder de fuego que varios de sus potenciales adversarios juntos, pero la relación de fuerzas a nivel mundial ha dado un vuelco. Un número de hechos y tendencias en desarrollo en los últimos años a nivel global, en particular la potente proyección de China, dan muestra de que el poder abrumador del que su economía gozaba está siendo desafiado y cercenado, de una disminución del poderío global de EE.UU. en las esferas político-diplomáticas e, incluso, en el plano de sus capacidades militares se ven obligados a constantes juegos malabares ante sus excesivos compromisos y pretensiones.

¿Ha perdido Estados Unidos la hegemonía? ¿Sigue teniendo la primacía en el concierto de las naciones más poderosas? ¿Tiene que recurrir cada vez más a la fuerza y al chantaje, o – pese a todo y a la par con ello – han aumentado su arsenal de recursos de poder y manipulación?

Son temas sujetos a un debate que se generó hace unos cuarenta años y que se mantiene en la actualidad, pero al ser un proceso en desarrollo y dada la imprevisibilidad de la evolución de los acontecimientos mundiales, resulta imposible responder de forma rotunda. En un plano más general, algunos consideran que la «civilización» capitalista no tiene futuro, y la actualidad demuestra que ella tiende a prevalecer por la vía de la violencia.

Predominio con vida limitada

El propio Zbiegniew Brzezinski reconoció el declive relativo del poder estadounidense pero alegaba que los efectos geopolíticos de ello «conllevan necesariamente un caos planetario y a situaciones muy conflictivas, y nada prósperas».1 Durante una conferencia en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados (SAIS) de la Universidad Johns Hopkins en octubre de 2013, afirmó que la dominación de EE.UU., que después de la Guerra Fría determinaba la agenda internacional, había terminado y no podría restablecerse durante la vida de la próxima generación.

Un ideólogo ya mencionado, quien ha trabajado estos temas, como Joseph Nye Jr., opina que «el ascenso de fuerzas transnacionales y actores no estatales, por no hablar de potencias en ascenso como China, indica que se perfilan grandes cambios en el horizonte, pero sigue habiendo razones para creer que, al menos en la primera mitad de este siglo, Estados Unidos conservará su primacía en materia de recursos de poder y sigue desempeñando un papel fundamental en el equilibrio mundial de poder».2

Es un criterio bastante sopesado con el que en lo esencial podemos concordar si echamos a un lado el sofisma de que ese país aporta al «equilibrio mundial» y no a la desestabilización y a tratar de imponerse en medio del caos, como de hecho ocurre.

Aunque desde hace bastante tiempo no son el motor de crecimiento general, Estados Unidos mantiene clara primacía tecnológica e ‘ideológica’; así como un papel dominante en el comercio mundial de energía y de otros muchos bienes. Cuenta, como ya mencionamos, con un poderío militar de primer orden. Sus recursos agrícolas son ingentes; también (a pesar de las últimas sequías) sus reservas de agua potable seguras, así como otros activos nacionales, que van desde sus centros de investigación superior hasta sus recursos minerales e, incluso, su ubicación geográfica. Además, en términos relativos, su futuro demográfico es halagüeño.

Asimismo – dadas los dimensiones y diversificación de su mercado crediticio y su sistema financiero -, sus acciones en ese plano, su manipulación de las tasas de interés, el tipo de cambio del dólar y otros indicadores, influyen considerablemente en las finanzas y los mercados internacionales de crédito, lo que le ayuda a manejarse ante su explosivo nivel de endeudamiento y déficits comerciales.

A ello se suma que – al decir de Atilio Borón (‘América Latina en la Geopolítica Imperial’, pág. 17) -, las «instituciones, reglas de juego e ideologías que el capitalismo global impuso a la salida de la segunda guerra mundial permanecen en la escena. Lejos de desaparecer acentúan su gravitación… El liberalismo global, en su versión actual ‘neoliberal’, codificada en el Consenso de Washington, sigue siendo la ideología del sistema. La ‘democracia liberal’ y el ‘libre mercado’ continúan siendo los fundamentos ideológicos últimos del actual orden mundial».

Vinculado a esa primacía, en un mundo multipolar como el que se ha estado perfilando, sigue vigente, aunque fracturado, un orden internacional de carácter capitalista que ha estado encabezado y en buena medida fue conformado por Estados Unidos. Es un entramado de conexiones, instituciones internacionales bajo su control y normas jurídicas y de todo tipo que le ha provisto cierta capacidad de ‘administrar’ el capitalismo global, de consuno con una élite profesional afín que hace funcionar los gobiernos e instituciones internacionales.

No obstante, esa «capacidad’ es cada vez más frágil e inestable en circunstancias de transición estructural del sistema internacional, marcado por el largo declive de su hegemonía, por la desafiante emergencia y dinamismo de otras potencias que reclaman mayor representatividad e impugnan dicho orden, y por la hipertrofia financiera (financiarización de la economía global), entre otras tendencias que contribuyen el quiebre de normas y legitimidades institucionales, todo lo cual redunda en que los gobiernos de EE.UU. recurran cada vez más a tratar de imponerse mediante acciones unilaterales.

En esa dirección parece encaminarse el gobierno de Donald Trump como reflejo del grado de las contradicciones al seno del capitalismo global y dentro de los propios EE.UU, cuando emprende la modificación (en buena medida de manera inconsulta) de las reglas de juego global en materias de comercio, geoestratégicas y otras que se contraponen a las que ‘el sentido común’ neoliberal ha construido por cuatro décadas luego de la crisis de los años setenta.

Quedan descolocados organismos, funcionarios e intelectuales de la lógica «globalizadora», sean del FMI, la OMC, o aquellos que remiten a la corriente principal del pensamiento económico «liberal» (o neo-liberal), los medios de comunicación y no pocos gobiernos y aliados.

Aun así, por el momento, las conexiones antes mencionadas y el peso e imbricación de sus corporaciones transnacionales con las élites locales capitalistas en la mayor parte de las regiones del planeta permiten a EE.UU. continuar ejerciendo una gran influencia y capacidad de manipulación, incluyendo la reformulación de sus vínculos político-diplomáticos, económicos, militares y de seguridad con Estados de todos los confines, donde explota diferendos territoriales de mayor o menor envergadura y manipula gobiernos, muchos de ellos intencionalmente debilitados.

De igual manera, a escala planetaria, en el campo de la conciencia y la subjetividad, su predominio ideológico-cultural se impone a través de sus grandes medios transnacionales de desinformación, su supremacía en las ‘nuevas tecnologías de información’ y de la poderosa maquinaria de su ‘industria cultural’ hegemónica. Ha conseguido que su cultura muchos la tengan como paradigmática. Los valores globalizados – señaló el intelectual cubano Abel Prieto – son los del modo de vida norteamericano, sus estilos de consumo, el culto al instante, al placer, la amnesia… Tan resonante ha sido su éxito que mantiene hipnotizadas a muchas de sus propias víctimas.3

También hay que notar que los órganos de poder de EE.UU. han sido hábiles e inescrupulosos al usar las redes sociales como arma política de influencia en la batalla de la información, superando entre los jóvenes a los medios de comunicación tradicionales. Se ha señalado que de la mano de las NTI hay una verdadera colonización en curso. Agréguese a ello, apenas como un ejemplo, la puesta en operación de decenas de millones de pequeños programas automatizados para la gestación furtiva de mensajes de Twitter que engañan y confunden, o están a servicio de agendas subversivas.

Sin embargo, aunque se mantiene como un factor de mucho peso en todas las regiones del mundo, los cambios geopolíticos que han tenido lugar y las consecuencias de sus acciones bélicas y subversivas son muestra de una progresiva pérdida de influencia. Ya apenas tienen validez las expectativas de que el uso de las tensiones bélicas y el despliegue del poderío militar estadounidense sean la clave para rescatar el poder económico o el prestigio y la posición del país.

Immanuel Wallerstein, en su libro «La Decadencia del Poder Estadounidense» (Buenos Aires, 2008), planteó que ese país (es hoy) «una superpotencia solitaria que carece de verdadero poder, un dirigente mundial al que nadie sigue ni respeta y una nación peligrosamente a la deriva en medio de un caos global que ella no puede controlar». En otro momento este autor decía: «Los Estados Unidos han perdido legitimidad, y es por eso que ya no se les puede seguir llamando hegemónicos».4

Algunos han señalado que el orden internacional encabezado por Estados Unidos podría sobrevivir a la primacía americana en materia de recursos de poder, aunque muchos otros sostienen que el surgimiento de nuevas potencias, y el ímpetu con que China se ha volcado hacia el exterior con sus capacidades productivas y sus enormes recursos financieros en momentos que está naciendo un mundo centrado en Eurasia, augura el fin de dicho orden a mediano plazo.

La hegemonía económica y militar de EE.UU. se deriva o procedía de una era anterior, la post guerra, cuando fácilmente podía transformar su dominio económico absoluto en primacía política; aunque en medio de acomodos y tensiones con la entonces Unión Soviética. En su forma más indudable y efectiva, la misma se mantuvo durante unas tres décadas a partir del fin de la segunda guerra mundial. Entonces y después, Estados Unidos ha seguido un curso de ‘sobre expansión imperial’ (al decir del destacado historiador Paul Kennedy) y excedido su capacidad de enfrentar la suma total de sus intereses y obligaciones globales y domésticas, lo que también han acelerado su declinar. Estados Unidos ha dejado de disfrutar del grado de predominio material o de «legitimidad’ ideológica que alguna vez poseyeran.

Este texto ha sido adaptado de un capítulo de un libro del autor en vías de publicación

Notas:

1 A Zbiegniew Brzezinski se le considera uno de los más influyentes especialistas en política exterior, y que durante décadas ayudó a configurar el curso geoestratégico de Washington. Luego de servir en la Casa Blanca, continuó desempeñándose como una voz muy influyente en tales materias, y como asesor de varios presidentes incluso hasta la administración Obama. En los últimos lustros fungió como consejero y síndico del Center for Strategic and International Studies y profesor en la Johns Hopkins University. Falleció en mayo 2017 a los 89 años. Había nacido en Polonia en1928.

2 Joseph S. Nye, El poder real de Estados Unidos. www.project-syndicate.org. En El País, 13 marzo 2015

3 Abel Prieto Jimenez, «La Historia como Arma», Notas para la conferencia impartida en la Sociedad Cultural José Martí, 5 de mayo de 2015, y que fueron publicadas por la revista Bohemia..

4 Immanuel Wallerstein, «Las debilidades de los Estados Unidos y la lucha por la hegemonía», revista Temas #33-34, La Habana, abril-septiembre 2003, pág. 102

Fuente: http://www.alainet.org/es/articulo/195732