Biden y su equipo entienden mejor que el resto cómo realmente se desempeña el capitalismo.
El viaje inaugural de Joe Biden al exterior como POTUS* ocurrió entre los miércoles 9 y 16 de junio. El leit motiv de su primera gira internacional destinada a desleír el teñido aislacionista de Donald Trump, antecesor de Biden en el cargo, lo presentó el domingo 6 de junio en un artículo de su autoría en The Washington Post en el que explica que “mi viaje a Europa va de que Estados Unidos reanime las democracias del mundo”. El recuento del viaje indica que del 10 al 13 el POTUS estuvo en el Reino Unido donde, además de entrevistarse con el prime minister Boris Johnson y la visita protocolar a la Reina Isabel II, tuvo lugar el encuentro del G7 en el bello distrito costero de Cornwall (11 al 13). Recibió puro consenso la idea de apoyar la vacunación lo antes posible a todo el planeta para terminar de una vez por todas con la pandemia. Habrá que ver del dicho al hecho.
El lunes 14, ya en el continente entre valones y flamencos, el POTUS, como socio mayor de la OTAN, propugnó reverdecer los laureles del dispositivo bélico multinacional, dado que Donald Trump lo había puesto a pan y agua. También en Bélgica se reunió con Recep Tayyip Erdogan, el mandamás de Turquía –el pariente pobre pero complicado de la OTAN–, que venía de digerir hace un par de semanas el bien merecido sapo del reconocimiento de Biden del genocidio armenio de hace un siglo. El martes 15, en el edificio conocido como “El Huevo”, sede de la Unión Europea (UE) en Bruselas, comenzó a recomponer relaciones con el conglomerado diciendo que “todo cambió, cambió por completo”, una cita del poema Pascua de 1916del poeta irlandés William Butler Yeats. “A Estados Unidos le interesa enormemente tener una gran relación con la OTAN y la UE”, enfatizó Biden. El viaje culminó el 16 de junio en Ginebra, donde tuvo lugar el cónclave con el Presidente de la Federación Rusa Vladimir Putin, que duró cuatro horas. Cuando semanas atrás Biden calificó a Putin con los exabruptos de “asesino” y “desalmado” fue un riesgoso gambito para consumo interno. Bien vista, la bravuconada fue en función de generar espacio para el sensato realismo de mantener el equilibrio con el otro peso pesado del Consejo de Seguridad.
La nueva etapa anunciada de la política exterior norteamericana de retomar la ruta histórica del multilateralismo tuvo como respuesta una recobrada imagen positiva del país del norte, según lo expresado por el 62% de los encuestados en 12 naciones por el Centro de Investigaciones Pew (en su mayoría, aliados europeos y un par de asiáticos). Con Trump, esa opinión positiva alcanzaba al 34%. En la misma compulsa manifestaron confiar en el nuevo mandatario norteamericano 75% de los encuestados, frente al 17% que apreciaba a Donald Trump. En el ranking de los líderes confiables, Biden secunda a la canciller alemana Angela Merkel, que lo encabeza con el 77% de los encuestados, que dicen tenerle confianza. Otra nueva encuesta a ciudadanos de 11 países (los 10 aliados de la OTAN más Suecia), registra una mayoría en las 11 naciones que consideran a los Estados Unidos (62% promedio) como la principal potencia mundial, por delante de China (20%), la UE (14%) y Rusia (4%). Los jóvenes entre 18 y 24 años creen bastante menos en la superioridad norteamericana, posicionamiento que es una convicción en mayores de 55 años. No perder de vista que son países envejecidos.
De ambos escrutinios a la opinión pública se desprende una ciudadanía que reprocha casi todos los aspectos del zeigestde Trump, salvo en el liminar objetivo de circunscribir a China. La opinión negativa acerca de la influencia global de China está comprendida en un abanico en cuyo máximo están los alemanes con un 67% y en el mínimo los italianos con 51%. Esa generalidad de opiniones negativas en todos esos países va en consonancia con la demanda de esa ciudadanía de que sus gobiernos acuerden establecer políticas hacia China cuyo signo sea un marcado endurecimiento en las cuestiones comerciales, del clima y de los derechos humanos, entre otras. Por lo pronto, los europeos mandaron al freezer la ratificación de un pacto comercial y de inversión negociado entre la UE y China que recibió objeciones de Washington.
A cambio del amable gesto y en devolución de gentilezas, la administración Biden anunció un plan respaldado por el G7 para construir proyectos de infraestructura amigables con el clima en todo el mundo en desarrollo. El plan conocido como «B3W» (Build Back Better for the World: Reconstruir mejor para el mundo) se antepone al BRI chino (Belt and Road Initiative: Iniciativa de la Ruta de la Seda). B3W se desenvuelve enmarcado en el Acuerdo Climático de París y los países del G7 facilitarían y garantizarían acuerdos para los inversores del sector privado sin poner plata directamente. Se estima que el mundo en desarrollo necesita invertir 40 billones de dólares en infraestructura desde ahora hasta 2035. ¿Cuánto aportara B3W? Por ahora no se sabe a ciencia cierta.
Los lados por casa
Los “Estados Unidos han vuelto”, en palabras de Biden, destella barruntos de que es un objetivo que en el cuadro de las relaciones exteriores marcha hacia su confirmación, poética anti-Lampedusa incluida. Con sus dificultades. Como sabe cualquiera de los hacedores conscientes y responsables de política externa, si el seguidismo siempre es malo y es lo que no hay que hacer, el acuerdo con la gran potencia no es un paseo a las nubes porque los volantazos de Trump y contra Trump no acontecieron desde la nada. Las fuerzas que movieron el timón hacia un rumbo y su contrario en aspectos importantes, pero no en todos, están plenamente vigentes en el plano interno. Descontados los encontronazos con los republicanos inmoderados, posiblemente la disputa que más condicione a Biden sea con el ala conservadora de los demócratas.
Un criterio ordenador para el sentido de la disputa surge de agrupar los comportamientos políticos según se inscriban en el lado de la oferta o en el lado de la demanda. Cuando se trata del lado de la oferta, no hay prácticamente disidencias. En la primera semana de junio, Biden firmó un decreto que amplió la prohibición de su predecesor sobre la inversión estadounidense en empresas chinas con supuestos vínculos con el ejército de China. Aplausos bipartidarios. La segunda semana de junio, el Senado de los Estados Unidos aprobó con votos bipartidarios el proyecto de ley llamado Endless Frontier Act (Ley de la Frontera Sinfín), una inversión de 250.000 millones de dólares en el desarrollo de inteligencia artificial, computación cuántica, fabricación de semiconductores y otros sectores relacionados con la tecnología de punta. El objetivo es aprovechar el poder combinado de los sectores público y privado para enfrentar los desafíos tecnológicos que plantea China. El proyecto de ley etiqueta explícitamente a China como la “mayor amenaza geopolítica y geoeconómica” para la política exterior de Estados Unidos. Es infrecuente que un proyecto así reciba 68 votos a favor y 32 en contra (31 republicanos). Biden saludó el proyecto –que ahora pasa a la Cámara Baja– manifestando que “Estados Unidos debe mantener su posición como la nación más innovadora y productiva de la Tierra”.
Como hay que batallar en todos los frentes y la interlocución con las grandes corporaciones multinacionales y su representación simbólica es clave, el miércoles 9 de junio el excandidato a presidente por el Partido Demócrata, el multimillonario Michael Bloomberg (alcalde por tres mandatos de la ciudad de Nueva York), presentó –con la excusa de ayudar a la reconstrucción post-pandemia– a los Catalizadores de la Nueva Economía de Bloomberg. Un grupo, según su mentor, conformado por “talentosos empresarios, científicos, legisladores y otros líderes”, que provienen de los seis continentes y se centran en la tecnología y las políticas en las economías emergentes. Se reunirán virtualmente para un evento de lanzamiento el 30 de junio y también participarán en el Foro de Nueva Economía Bloomberg de este año, programado para el 16 y 19 de noviembre en Singapur. La asistencia prevista es de más de 400 participantes, cuyo rasgo en común es tener la sartén por el mango. El Foro tiene como presidente honorario a Henry A. Kissinger y como presidente a Henry M. Paulson Jr., quien fuera Secretario del Tesoro de George W. Bush. Bloomberg intenta así disputarle la representación y el mensaje al Foro Económico Mundial de Davos e instaurar una narrativa acorde a los objetivos de Biden.
¿Qué onda?
¿Cuál es el mensaje de la narrativa Biden? Reabrir un mundo cerrado por la pandemia es lo obvio, pero ¿en qué dirección? El debate entre la clase dirigente norteamericana está a flor de piel. Los académicos Steven A. Altman y Phillip Bastian subrayaron en el artículo de la Harvard Business Review “El Estado de la Globalización en 2021” (18/03/2021) que el “Covid-19 no ha colisionado a la globalización hasta el punto que se requeriría para que los estrategas limiten su enfoque a sus países o regiones de origen”. Plasman la visión descolgada, liviana y voluntariosa de un gran sector corporativo que se niega a entender que están en medio de un conflicto geopolítico.
El economista Adam S. Posen, en el número de mayo-junio de Foreign Affairs entiende que “ha surgido un nuevo consenso en la política estadounidense: que los Estados Unidos han perseguido imprudentemente la apertura económica internacional a expensas de los trabajadores y el resultado ha sido la desigualdad económica, el dolor social y la lucha política. Tanto los demócratas como los republicanos ahora abogan por ‘una política comercial para la clase media’. En la práctica, esto luce significar aranceles aduaneros y programas de ‘compre productos estadounidenses’ destinados a salvar puestos de trabajo de la competencia extranjera injusta”. Ve al consenso irracional y aboga porque el gobierno atienda con la seguridad social a los que pierden con el comercio para evitar medidas proteccionistas que tienen más costos que beneficios. Ninguna originalidad, salvo la falta de registro de que organizar la olla popular con ingredientes chinos (son más baratos) llevó a una crisis política y la pedantería de suponer erróneamente que las profecías de la sabiduría convencional todavía son de utilidad.
Este consenso ofertista se deshace cuando se trata de políticas que atienden la demanda. Biden enfrenta problemas similares a los que en su momento frenaron a Franklin Roosevelt. El plan de infraestructura que originalmente iba a involucrar gastos por 2,3 billones de dólares ya anda por menos de la mitad en medio de las negociaciones legislativas. Los impuestos a las corporaciones parece que no van a ser tan onerosos. La nueva legislación sobre la reforma del voto y la discriminación salarial cada vez se despega más de su diseño original, y no para mejor. La mayor dificultad es con la propia tropa demócrata, que tiene como referentes a los senadores Joe Manchin de West Virginia y Kyrsten Sinema de Arizona. El sitio CNBC (08/06/2021) informa que el entramado de los Koch ha estado presionando activamente –y con éxito– al senador demócrata Manchin para que se oponga a ítems legislativos clave de la agenda de Biden. Según informó The New Yorker, la red política de Koch (Americans for Prosperity) es sólo uno de los muchos grupos que han orquestado esfuerzos para oponerse al proyecto de ley electoral respaldado por los demócratas que impide a las corporaciones financiar con las sumas que deseen a los candidatos que expresen sus intereses.
Da la impresión de que el consenso ofertista nace de la misma idea que tuvieron los japoneses de la restauración Meiji: un objetivo de poder imperialista basado en una nación con una mayoría de habitantes pobres pero muy tecnificada, con una elite como únicos beneficiarios. Que hay sectores importantes de esa elite que estén un tanto distraídos y quieran seguir invirtiendo en el exterior como si nada, no quita que lo que le salió muy mal a los samuráis japoneses no tiene por qué salirle mal ahora a estos reaccionarios norteamericanos, aunque en el recorrido quede muy estropeado todo el sistema internacional. Biden y su gente parece que entienden bastante mejor que el resto cómo realmente se desempeña el capitalismo, cuyo drama es que sólo puede funcionar tratando a la cantidades de acumulación y consumo como directamente proporcionales entre sí, mientras que esto es objetivamente imposible, ya que son los componentes gemelos de una entidad dada: el ingreso nacional.
Por haber resuelto históricamente esta contradicción a fuerza de más y más consumo (o sea: más salario) es donde se encuentra la razón por la que la economía estadounidense domina el mundo, y si la extravía, puede dejar de detentar esa capacidad. Y esto es lo que está representado por nociones vagas como dominación, hegemonía, poder, etcétera. El mercado estadounidense absorbe de cada cosa tanto como todo el resto del mundo capitalista desarrollado y subdesarrollado. Esto es lo que cuenta en un mundo donde son los locales comerciales o las sitios oline de venta los que predominan sobre la tecnología.
Hey Joe! es una canción de Jimi Hendrix que cuenta la fuga de un femicida. En las antípodas, el ¡Hey Joe! de hoy va al encuentro de Biden para que haga historia y mejore la vida del planeta. Ganas no parecen faltarle. ¿Podrá? Sea como fuere, la Argentina, que en lo inmediato necesita del voto norteamericano en el Fondo Monetario Internacional (FMI), requiere una muñeca diplomática muy hábil que evite quedar entrampada en las contradicciones del gigante y las use a favor. Nada menos.