La equiparación entre democracia y capitalismo ha sido siempre una de las muchas trampas que los ideólogos norteamericanos del liberalismo han promovido con un considerable éxito.
Los Estados Unidos de América (EEUU) se han considerado a sí mismos, desde su fundación, como el reino de la libertad y la democracia, y seguramente ese es el deseo de la gran mayoría de su pueblo. Pero si repasamos la historia podemos comprobar como buena parte de sus gobernantes han utilizado a menudo una gran dosis de hipocresía cuando se han referido a esos principios, ya sea para aplicarlos en su país o en el resto del mundo.
Podemos empezar por las atrocidades contra los pueblos originarios que poblaban aquellas tierras desde mucho antes de la colonización.1 Aun en 1890, apenas unos años antes del siglo XX, tenía lugar la masacre de Wounded Knee en Dakota del Sur, donde murieron más de un centenar de hombres, mujeres y niños de la tribu sioux lakota, en la última agresión del ejército contra los pueblos indígenas con numerosas víctimas. Aunque aquellos crímenes no son el único elemento a considerar en su evolución demográfica, es significativo que actualmente los descendientes de la población nativa apenas lleguen al 1 % en Estados Unidos, en claro contraste con cifras cercanas al 40 % en Bolivia, Perú o Guatemala. También podemos recordar el horror de la esclavitud impuesta a los cientos de miles de hombres y mujeres transportados a América como ganado para servir como trabajadores forzosos, situación que luego compartirían sus descendientes.2 El número de esclavos de origen africano se acercó a la cifra de cuatro millones en 1860, más del 10 % de la población de los EEUU en aquel momento. La esclavitud acabó siendo declarada ilegal en 1865, a través de la decimotercera enmienda constitucional, pero más de siglo y medio después los graves episodios de racismo son aún muy habituales en el país.
Pasando a otro capítulo del Manual sobre Hipocresía, en los años treinta del siglo pasado el presidente Roosevelt, impulsor del nuevo pacto social, más conocido como New Deal, y uno de los mandatarios más progresistas de la historia de los EEUU defendía la política de Mussolini en Italia, apoyo que solo quedó interrumpido por el respaldo del Duce al expansionismo del Führer, a partir de 1941, cuando Hitler invadió terceros países, perjudicando de manera significativa los intereses de los EEUU y sus estrechos aliados británicos en el viejo continente.Aun así, acabada la Segunda Guerra Mundial, numerosos miembros del Partido Fascista en Italia y del Partido Nacionalsocialista en Alemania recuperaron en poco tiempo su influencia, gracias al interés, muy en especial de las autoridades de ocupación estadunidenses, de destruir la resistencia antifascista y reconstruir el orden tradicional bajo su dominio. Tanto en Francia como en Italia, la ayuda del Plan Marshall estuvo estrictamente condicionada a la exclusión de los comunistas y otros grupos de la resistencia y del movimiento obrero del nuevo gobierno, sin descartar incluso una intervención militar en el caso de una victoria del Partido Comunista, una posibilidad real en las elecciones italianas de 1948. 3
Como es bien conocido, en Asia la segunda guerra mundial se prolongó por más tiempo que en Europa. Los EEUU pretendían tener allí una hegemonía prácticamente total, sobretodo en Japón, sin tener que compartirla con el resto de los aliados, en especial la Unión Soviética. El lanzamiento de la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki para obligar a ese país a rendirse fue un acto absolutamente injustificable, pues la capitulación se hubiera producido igualmente en cuestión de semanas. Pero el genocidio nuclear sí que era necesario para asegurar el pleno dominio norteamericano sobre la gran potencia japonesa antes de que los soviéticos pudieran intervenir de manera significativa y controlar una parte importante del territorio, como había pasado en Europa. Los dirigentes estadounidenses, empezando por el presidente Truman, que dio la orden del bombardeo atómico, no han mostrado nunca ningún tipo de arrepentimiento por las más de 200.000 víctimas mortales, incluyendo hombres, mujeres y niños, que su acción provocó en agosto de 1945, en los únicos ataques nucleares de la historia y sin duda uno de los peores crímenes contra la humanidad de los últimos siglos.
Pocos años después, la existencia de la OTAN se justificaba como contrapartida al expansionismo soviético, aunque la organización atlantista se fundó en 1948 y el Pacto de Varsovia, el acuerdo militar entre los países del Este, en 1955.
La guerra fría tuvo su primer grave episodio en el conflicto de Corea (1950-1953), que provocó varios millones de víctimas y contó con una amplia participación de EEUU y sus tradicionales aliados anglosajones en apoyo del sur, mientras China y la Unión Soviética ayudaban militarmente a sus socios del norte, con un posicionamiento de la Naciones Unidos a favor de los norteamericanos que fue ampliamente cuestionado por chinos, soviéticos y representantes de diferentes países no alineados. Más tarde, durante los años sesenta y setenta, Estados Unidos invadió y masacró Vietnam con todo tipo de armas convencionales, químicas y bacteriológicas, muriendo también varios millones de personas, en gran parte población civil. También en aquellos años, la crisis de los misiles de soviéticos en Cuba en 1962 estuvo a punto de provocar un conflicto nuclear, por su proximidad a las costas norteamericanas, obviando que en ese momento ya había misiles norteamericanos desplegados en Turquía, muy cercanos, por lo tanto, a las fronteras de la URSS. Un año antes, los EEUU ya habían apoyado el intento de invasión Bahía Cochinos contra el nuevo gobierno revolucionario encabezado por Fidel Castro, como hizo dos décadas más tarde en la Nicaragua sandinista, a través de la guerrilla de la contra, organizada y financiada per la CIA y formada por seguidores de la antigua dictadura de Somoza. En aquella época los gobiernos norteamericanos promovían también (o apoyaban) otras brutales dictaduras como en la República Dominicana de Trujillo, Haití de Duvalier, Chile de Pinochet, Argentina de Videla y sus sucesores, Congo de Mobutu, Indonesia de Suharto o Filipinas de Marcos, sin olvidar tampoco los golpes de estado y dictaduras en Pakistán, Corea del Sur y muchos más regímenes autoritarios o totalitarios.
Durante los años ochenta, las declaraciones del presidente Reagan acerca de una posible guerra nuclear limitada a lo que los especialistas militares llamaban “el teatro europeo” pretendía alejar el peligro de los Estados Unidos, pero desde luego no de Europa Occidental, ni siquiera de sus aliados más próximos, modificando la estrategia hasta entonces vigente sobre la concepción del armamento nuclear como una amenaza disuasoria, capaz de impedir la guerra generalizada porque su utilización masiva supondría un desastre para las dos grandes potencias.4
Las propuestas de Gorbachov a mediados de esa década sobre la prohibición de ensayos con armas nucleares, la disolución del Pacto de Varsovia y la OTAN, o la retirada de las flotas estadounidense y soviética del Mediterráneo, no fueron nunca valoradas seriamente por EEUU. Más tarde, a partir de la caída del muro de Berlín en 1989 y la posterior disolución de la Unión Soviética en 1991, los EEUU y socios de la Unión Europea (UE) apoyaron con entusiasmo hasta una veintena de independencias o secesiones en la antigua URSS, Yugoslavia y Checoslovaquia. De hecho, después de la primera guerra mundial, aunque por motivos no del todo coincidentes, el gobierno norteamericano ya se había mostrado ampliamente a favor de la partición del imperio austro-húngaro en diferentes naciones independientes (Austria, Hungría, Polonia, Checoslovaquia o lo que más tarde sería Yugoslavia). En otra ejemplar muestra de hipocresía histórica, el apoyo de EEUU a las secesiones en casa de los demás (sic), es decir en los países no aliados, contrasta con su propia Guerra de Secesión, cuando diversos de sus estados (Georgia, Florida, Alabama, Luisiana, Texas, Virginia, Arkansas…) se declararon independientes y formaron los Estados Confederados de América. Si bien la guerra de secesión (1861-1865) está en buena parte relacionada con la abolición del esclavismo, mantener la unidad de la Unión frente a los secesionistas confederados fue un elemento también fundamental, en un cruento conflicto en el que murieron cientos de miles de personas.
Y a pesar de las promesas de Reagan a Gorbachov descartando la ampliación de la OTAN hacia el Este, la expansión de la organización atlántica en las últimas décadas ha sido constante, intentando ocupar todos los espacios que Rusia iba abandonando militar, política o económicamente. Primero fueron sus más estrechos aliados en Europa del Este (Alemania Oriental, Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Bulgaria…). Después los países socialistas más alejados de la órbita soviética (Rumania, Albania o Yugoslavia, esta última duramente bombardeada por la aviación de la OTAN). Expansión que algo más tarde tuvo como objetivos las repúblicas bálticas (Estonia, Letonia y Lituania), las de Transcaucasia (Georgia, Armenia y Azerbaiyán), e incluso las de Asia Central (Kazajistán, Uzbekistán, Turkmenistán…). Desde entonces Estados Unidos y la OTAN han seguido aproximando su dispositivo militar a las fronteras rusas, hasta apoyar las violentas revueltas de 2013-2014 en Ucrania (el Euromaidan), que acabaron con la caída del gobierno pro-ruso, pero que provocaron también la secesión de Crimea y su adhesión a la Federación Rusa, con una enorme tensión en la frontera ruso-ucraniana que se ha mantenido hasta ahora y que en las últimas semanas ha vuelto a alcanzar su punto más álgido.
No olvidemos tampoco que Estados Unidos tiene unas 800 bases militares fuera de su país, principalmente en Reino Unido, Alemania, Italia, Corea del Sur, Japón o la isla de Guam, además de su flota desplegada en las costas próximas a los cinco continentes. Aún en las últimas décadas, nuevos conflictos bélicos han sido propiciados en buena parte por Washington, entre ellos Afganistán, Irak, Libia o Siria. De hecho, cualquier país no aliado puede ser acusado de tener armas de destrucción masiva, de intentar construir armamento nuclear o, simplemente, de no respetar los derechos humanos, mientras numerosas dictaduras y regímenes autoritarios fieles a EEUU continúan siendo apoyadas sin apenas ninguna objeción. Junto a algunos de sus socios de la OTAN, las tropas estadounidenses han cometido numerosos crímenes de guerra que generalmente han quedado impunes. Wikileaks lo hizo público hace unos años, especialmente en los Diarios de la Guerra de Afganistán, y Julian Assange, fundador y ex-portavoz de la organización, está pagando duramente las consecuencias, aislado en una prisión de alta seguridad cercana a Londres y acusado de supuesto espionaje. De hecho, cualquier persona o organización que publique un documento oficial y secreto de Estados Unidos, aunque sea la prueba de un delito que haya costado la vida a cientos o miles de personas, puede ser detenido en cualquier parte del mundo y encarcelado en Estados Unidos, en una escandalosa muestra de extraterritorialidad destinada a evitar investigaciones similares por parte de otros periodistas. Como no podría ser de otra manera, EEUU también rechaza la legitimidad de la Corte Penal Internacional para investigar o perseguir a posibles criminales de guerra de nacionalidad norteamericana.
La equiparación entre democracia y capitalismo ha sido siempre una de las muchas trampas que los ideólogos norteamericanos del liberalismo han promovido con un considerable éxito, pese a que el sistema capitalista puede convivir sin problemas con democracias tuteladas o estados totalitarios. De hecho, es muy fácil llenarse la boca de libertad, democracia y derechos humanos cuando hablamos del sexto país del mundo en la aplicación de la pena de muerte, según datos del año 2020) con 17 ejecuciones en aquel año y más de 2.500 personas pendientes de su ajusticiamiento en el corredor de la muerte. Sin hablar de otros horrores como el de la prisión de Guantánamo, concebida como un limbo legal en el que los prisioneros, la mayoría sin ninguna acusación formal durante años, están sometidos a un trato vejatorio y totalmente desprotegidos, puesto que no se les aplica la Convención de Ginebra sobre prisioneros de guerra ni ninguna otra norma básica del derecho internacional.
Sobre el sistema democrático y electoral en los propios Estados Unidos deberíamos remontarnos muchas décadas para encontrar representación parlamentaria de un tercer partido, en claro contraste con países mucho más plurales como Alemania, Francia, Reino Unido, Italia o España, con entre cinco y veinte fuerzas parlamentarias. Pero es a partir de 2010 cuando el pluralismo político más se tambalea: El Tribunal Supremo dictaminó que el Gobierno no podía prohibir ni restringir las aportaciones económicas de las grandes empresas a los candidatos a la presidencia o al Congreso. Desde entonces, la política gubernamental está más supeditada que nunca a las grandes corporaciones, y son los asesores ligados al mundo empresarial quienes en buena parte redactan los proyectos de ley, aseguran a los políticos los medios económicos para salir elegidos y les garantizan un puesto de trabajo de una cierta categoría cuando dejan las instituciones. Son los miembros de la reducida élite que administra las grandes empresas los que ostentan el poder, pudiéndose hablar, aunque sea con muchos matices, de un régimen de partido único, el partido empresarial, con dos facciones, la demócrata y la republicana. 5 Un ejemplo de falta de independencia respecto a las corporaciones y al complejo militar-industrial fue Barak Obama, seguramente uno de los presidentes más progresistas de las últimas décadas, pero con un poder extremadamente limitado por los lobbies y las grandes empresas, lo que le impidió avanzar en la reducción de las desigualdades y llevó a la posterior victoria de Trump, cuya historia ya conocemos.
Finalmente podemos hablar de las nuevas y sofisticadas formas de imperialismo que supusieron la liberalización de las finanzas a principios de la década de 1970, tras la eliminación de los controles de capitales que seguían en pie en el sistema de Bretton Woods, cambios que posibilitaron la generación de inmensos desequilibrios comerciales, creado por el sector privado mediante ingeniería financiera. La hegemonía de Estados Unidos fue creciendo a medida que pasaba de tener un superávit comercial a un enorme déficit. Sus importaciones mantienen la demanda global y se financian por el flujo de las inversiones extranjeras que llegan a Wall Street, mientras la Reserva Federal estadounidense actúa en la práctica como si fuera el banco central mundial.6 Los Estados Unidos viven de crédito, generando deuda que el resto del mundo financia, gracias a que la moneda norteamericana sigue siendo la divisa global, mientras el capital transnacional se alinea con los EEUU, considerados como los defensores, militarmente si es necesario, del neoliberalismo globalizado. A pesar de todo, Washington no está dispuesto a compartir equitativamente los beneficios de su liderazgo y trata a sus aliados como vasallos. 7 En resumen, hipocresía infinita y a todos los niveles.
Notas
1. Bernie Sanders – Contra el capitalismo salvaje – Clave Intelectual – Madrid – 2019
2. Ibídem
3. Noam Chomsky – El miedo a la libertad – Editorial Crítica – Barcelona – 1992
4. Manuel Sacristán – Pacifismo, ecologismo y política alternativa – Público – Barcelona – 2009
5. Noam Chomsky – Ibídem
6. Yanis Varoufakis – UE, la guerra de clases del COVID – Rebelión – 24/07/2020
7. Samir Amin – Por un mundo multipolar – Rebelión – 18/08/2020
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